Negra pisada
Él despertó en la madrugada, el cuarto estaba totalmente a oscuras; escuchaba quejas, una respiración sosegada por el sueño, risas lejanas, portazos, jadeos, golpes, voces disgustadas. Pensó que no quería dormir o que no podía, se levantó de la cama y así como se mete un primer pie dentro del mar, pisó la madera crujiente y fría; se sobrepuso al impacto, intuyó el baño y hacia él se dirigió. Antes de llegar, tropezó con el atril y rápidamente lo sostuvo para que no alcanzara a caer y hacer ruido (todos los ruidos venían del exterior, sólo la sosegada respiración estaba allí, cerca), chocó con el lavamanos y se llevó entre los pies descalzos un zapato rojo (aunque, en lo oscuro, todas las pisadas); al localizar por fin y a tientas la puerta, la abrió, entró de reojo y con la mano derecha encendió la luz encandilándose. Por eso mejor cierro los ojos, para no ver lo aprendido: el tubo enlamado mal llamado regadera, la taza, las paredes siempre mojadas y verdes. Oriné. Al terminar, dio la vuelta y parado en el umbral entreabrió los ojos y entonces la vio con la escasa luz que salía de la puerta entornada del baño y que la mojaba de penumbra: estaba acostada. Se había corrido un poco a la orilla, buscando el calor repentinamente perdido entre las brumas del sueño cuando él se levantó: medio cubierta por las cobijas, su rostro casi oculto por espesa sombra, un trozo de la camiseta blanca con la que siempre duerme y que sabes es la única prenda que la cubre, un muslo, la pierna derecha. Intuyo, por la posición de esos fragmentos de carne visibles, que su cuerpo está con los brazos abiertos, permitiéndome imaginar la noche que afuera se escucha. No tengo sueño –piensas en despertarla y hablar con ella. Yo no quiero hablar –susurras y por un instante de duda casi apagas el deseo junto con la luz sucia. Lo piensa mejor y se encamina a la cama sin mover la puerta, pera verla sin despertarla con claridad o ruido. Ella duerme pero siente mientras vaga por las calles del que sueña, que algo va a pasar. Casi sientes en tus sueños cuando él llega, te mira desde su estar de pie y despierto, y lo imaginas, casi lo sueñas, rubio, casi hueles su ombligo que un poquito más rozarías con tu lengua, hasta sentir en tu saliva su estremecimiento cuando le mordieras el vello rizado. Pero estoy dormida mientras él llega y pensativo, me ve desde arriba, antes de decidir sentarse suave a un lado de mi pierna. Suave para no despertarla, mi mano derecha llega hasta su pierna; no dejo de mirar su rostro, por si abre los ojos. Subo mi mano poco a poco por su pierna tibia hasta llegar a la parte interna del muslo visible, la cobija se hace a un lado, sin ruido y ella se mueve un poco ¿y si despierta? De pronto siento frío ¿dónde está la cobija?... hay una mano que me cubre y arrulla sin apenas moverse. Duermes. Ya se tranquiliza, su respirar es lejano. Duermo. Toco con aparente descuido la oscuridad de su cuerpo, está caliente, se estremece y cierra las piernas. Pero las separas de nuevo, esa puerta que sin cerradura estorbosa permite que tu mano se adentre, se mueva sobre los muslos. No me importa ya si despierta, pero no lo hace, sólo cambia su respiro y, desde muy lejos, casi se queja con calor. Ahora está metiendo la mano debajo de mi camiseta, un roce caliente y breve en mi ombligo, lo suficiente para suspirar y continuar subiendo. Mi mano se mueve sola hasta llegar a su piel caliente que me espera bajo la camiseta y se eriza mientras la toco; su cabeza se mueve en un quejido ronco que me impulsa a meter la otra mano y apropiarme de la carne firme y redonda que me encuentra mientras la busco y oprimo suave los pezones duros… Mi quejido casi me despierta pero sigo flotando mientras sus manos acarician el cuello, mis pezones, el cabello que se mueve de un lado a otro. Él se inclina, su cabeza busca entre las piernas abiertas y las manos se mueven debajo de la camiseta; se oyen portazos, risas, pisadas corriendo y cerca, mucho más cerca, quejas, respiraciones aceleradas. Con toda la sed busco el líquido, que corra entre mi lengua; quiero el líquido, beberlo. Sientes su bigote, la suave barba acariciando los muslos y no puedes despertar, aunque quisieras verlo mientras te mueves y tus manos no logran tocarlo, moviéndose arriba y abajo, errando en el calor de su piel que se te escapa. No ha despertado, aunque quisiera, lo sé por sus manos que a veces rozan mi espalda y no pueden permanecer en la caricia, se van al sueño y ella no puede ordenarles que se pongan en mi cabeza, que busquen mi cuerpo; esta noche es húmeda y caliente, quiero ya estar en ella. Él se mueve para reposar su cuerpo encima de ella, entre sus piernas que con llamas lo atan. Ahora entraré a esta oscuridad caliente y me perderé junto con ella. Al penetrar con fuerza en esta noche mojada, ella abre repentinamente los ojos. Él duerme a su lado, el cuarto está a oscuras, se escuchan quejas, una respiración sosegada por el sueño, risas lejanas, portazos…