lunes, 28 de mayo de 2007

El que con lobos anda


El lobo le enseñó. La primera vez fue el susto. Bajo los árboles nocturnos, y sofocada por el canto de los grillos de la pueblerina plaza de su adolescencia sintió su lengua primera. El corazón desbocado, la sorpresa, la maravillosa sensación. Después vinieron otras, muchas veces en las que ella y el lobo buscaban la oscuridad, las escaleras de aquel salón de baile en las que otras parejas también se refugiaron deseando aprehender el temblor, memorizar las olas. En la candorosa clandestinidad los labios aprendieron pronto las lecciones, y buscaron aquella otra textura con anhelo. Ella recuerda cómo en los sueños los labios se encontraban y llevaron a otros mojados sitios, probando los sabores uno y muchos que de la boca nacieron.

Alguien, luego de muchos años de aquella enseñanza preguntó, creemos que con asombro, quién te enseñó a besar, ella dijo casi con orgullo el lobo. Y así fue.

Pero los besos pasan, el aullido corre y nuestros colmillos son otros filos. Nosotros también.

Hace unos días encontró restos de aquel lobo. Seré breve al reseñarlo: estaba sin desearlo (prefiere fiestas donde también haya hombres, no sé ni por qué lo aclaro) en una fiesta para mujeres y al empezar el show travesti encontró, un tanto extraviada tras kilos (nótese la exageración) de maquillaje, la mirada cansada de un lobo viejo. En el maullido lastimero con que concluyó su representación se notó que él también la reconoció. Lo sé. Y no le importa: los grillos, aquellos, están muertos, la plaza perdida, los sueños ausentes.

Yo, para qué mentir, no me acuerdo de él, aunque a veces alguna saliva me recuerda su olor y el inolvidable dulzor de su lengua caliente.

jueves, 24 de mayo de 2007

El regalito


Me diste un gran regalo al irte
lo disfruté con emoción al recibirlo
enorme y luminoso
y con un moño ingenuamente lila.

Lo puse ante mis labios
para besarlo: se sentía fuerte
limpio y con sabor metálico.

Lo olí y supe que tu ausencia
estaba llena de aromas frescos
de mares y de vientos.

Al moverlo escuché una brisa
como de niños durmiendo:
ruiditos suaves y tiernos.

Me creí feliz y estuve
un rato con tu regalo bailándome
en las manos
pensaba que tu ausencia
era mi patrimonio
la mejor herencia.

Pero hoy no sé qué hacer con el paquete
su peso es algo demasiado duro
no sé dónde ponerlo
no hay mesa, ventana, ni persona que lo aguante
encima
no tiene entrada, ni salida
ni nudo corredizo, tarjeta dedicada, nada.
Me cansa con su aroma suave
mis dedos se enfriaron en el metal de su envoltura
el ruido no es el ronroneo de niños que duermen
sino el suspiro de la carne pudriéndose.

Ven, por favor
lleva tu ausencia lejos
regálala a otra gente
no me la des a mí.
Arrebátamela.
que no es mi santo ni cumpleaños
ni añonuevo ni nada que merezca festejarse
con un regalo
de tal naturaleza.

martes, 22 de mayo de 2007

El regreso podría ser
como un machete cortado
agonizando por la punta hueca

Porque suena a filo
a triste
a resbaladero

Sin embargo es la hoja
y es el desconsuelo

Es la mirada hacia atrás
la avanzada del cangrejo

Es lo blanco


Es el retroceso

sábado, 19 de mayo de 2007

Es difícil entender qué se persigue cuando el resultado que se obtiene es el miedo. ¿El miedo de los demás alimenta? ¿Qué: razones de poder, malabares de política, alguna enfermedad mental aún desconocida… ?

Puedo, tal vez, desgarrando mi entendimiento, forzosamente asimilar el que una persona desee sembrar pánico, asustar mucho, hacer que todo sea tan confuso que la gente no sepa qué hacer, a dónde correr. Disfrutar el desorden, gozar con el caos… Eso, casi lo entiendo.

Pero los niños, ya cuándo olvidarán la amenaza. Todo fue así (y no sé por qué esta necesidad de decirlo, tal vez crea que si lo escribo lo borro, lo convierto en signos y me tapo los ojos): luego del día de violentas muertes (más de veinte) y del sobresalto en este pueblo, llegó otro día, que se llamó viernes. A las diez de esa mañana comenzó la húmeda mancha del rumor, extendiéndose como oscuridad pegajosa a través de celulares, gritos, llamadas telefónicas, avisos radiofónicos. La gente corría, se resguardaba. Vi niños llorando abrazados a su maestra, jovencitas angustiadas, madres mortificadas… Toque de queda por unas horas, Cerrado todo: bancos, escuelas, comercios, hospitales, bibliotecas, changarritos…Las armas intimidan, las amenazas, aunque falsas, como lo fue ésta, también. Quién lo hizo. Para qué. Los niños aún tiemblan, se esconden abajo de la cama, no desean salir a jugar.

Más tarde, de regreso al trabajo, encontré gente bromeando sobre lo pasado: Un hombre que conversaba con otro dijo: es que me dañó el cerebro el toque de queda y yo sonreí… seguí caminando y mi sonrisa creció, hasta convertirse en una tímida carcajada silenciosa que se despeñó resbalando atroz entre las piedras y cuando llegué a mi destino, las lágrimas no me dejaban ver, me fui de boca hasta el helado despeñadero del temor… Es tan difícil vivir.

Trabajé.

Por la noche quise bailar, no estar sola, quise reír, hacer el amor, quise ser feliz… pero sólo logré hacer lo que en mi vida puedo hacer: escuchar música. Sólo dos canciones con Víctor Manuel antes de zozobrar hacia la cueva del sueño plagado de pesadillas... Vivir.

viernes, 18 de mayo de 2007

Hoy es viernes, se oyen sirenas
Para Carlos


La foto que me sobrecoge y angustia es así: una enorme mantis religiosa sostiene con sus patas delanteras a un colibrí y lo devora, desgarrándole la piel y los músculos del pecho con las mandíbulas…

No puede nadie entender.

Anteayer era miércoles. Muy temprano lo supimos. Muertos, desaparecidos, violencia.
Dicen los diarios, el radio, la televisión. Dice el rumor cada vez más escandaloso y sorprendido y totalmente cubierto por el doloroso miedo y por el doloroso dolor que la vida deja de ser preciada, que la vida vale tan poco que cualquiera llega y la tira en los caminos como si de basura se tratase. Parece ser que sólo basta cargarse de armas, mucho odio, autos costosos e impunidad. Y el resultado son personas golpeadas, marcadas, muertas. Uno, siete, once, 23… Las armas y los uniformes mostraron su poder intimidatorio todo el dìa. Patrullan las calles y el cielo. Se les ve ir y venir. Nadie se siente seguro frente a eso.

Ayer era jueves, estuve en la presentación de un libro*, el autor nos hablaba de que “la literatura es un intento de elevar el espíritu del hombre. El hombre es el hombre: la criatura máxima de la creación. Hay hombres buenos, malos y regulares”, también dijo y todos parecimos comprender, pero de pronto se oyeron las patrullas, ambulancias, sirenas varias que destrozan los mares de lo tranquilo y entonces todos los que antes habíamos creído entender, quisimos correr, saber qué pasaba, no saber, protegernos, estar escondidos. Porque nadie sabe quién es quién. Quién persigue, quien es el perseguido. Este juego de la violenta muerte qué fuerza nos obliga a jugarlo… Los helicópteros se encargan de que no sigamos preguntando por el espìritu del hombre…

El pueblo sigue siendo el pueblo, pero ahora es un pueblo asustado. Es un pueblo que está llorando y que no supo cuándo las reglas del juego de la vida cambiaron. Así nadie gana.

¿Qué nos hace ser humanos y creernos menos animales? Si todos somos campamochas comiendo vorazmente las chuparrosas


* el libro es Me lo contaron… Lo cuento, de José Jesús Terán Morales

jueves, 17 de mayo de 2007

Llueve, amor

El dedo humedecido
nada.

Llueve tras la ventana
y los arroyos corren
desde enfrente del sudor.

Llueve
las goteras empapan las almohadas
y la sábana me moja
los cabellos.

Llueve
de los árboles escurren pájaros
con alas derretidas.
la cera de mi piel
en gotas
tiembla,

Afuera llueve
los charcos profundizan los caminos
las manos se deshebran
buscando la ola
en este mar de espuma.

Llueve
el agua corre entre los surcos
mi boca recoge
el olor a tierra mojada
de mi caricia
sola.

lunes, 14 de mayo de 2007

Cuadro

alcantarilla oscura
repleta de estrellas
con la lengua de fuera
maniatadas
dentro de una noche
líquida y espesa
que nos cae del cielo
con la luna

miércoles, 9 de mayo de 2007

No hay dolor más atroz que ser feliz

Para el Sol. Para Pina.
Para Miguel A. Avilés.
“Y si sentís tristeza
cuando mires para atrás
no te olvides que el camino
es pa’l que viene y pa’l que va”


La luna era de octubre, de seguro fue bella. Todas lo son. No puedo, por más que lo intento (en realidad eso no importa, por eso ni es cierto que me esfuerce tanto), recordar cómo o por qué (vivía en Nogales) estuve en Hermosillo ese día (creo era 1986, gracias Sylvia), ni supe cómo llegué, llegamos, Pina y yo al Auditorio (en ruletero, supongo, y tampoco importa), pero allí estábamos, casi puntuales, y desde luego después de muchos que llegaron antes; eso lo supimos cuando entramos y todo estaba lleno, los conocidos, los desconocidos, allí: sentados, sentándose, buscando asiento; no había ni un solo lugar vacío así que nosotras nos apoderamos de un pedazo de escalón, decisión excelente porque con sólo unos 10 minutos sentadas allí alguien comenzó a sacar sillas y a ponerlas hasta adelante, enfrente de la que hasta entonces había sido primera fila y por supuesto Pina y yo allá fuimos a sentarnos en esa privilegiada posición, no lo creíamos, ya éramos dichosas por estar sentadas en los escalones, no suponíamos que la fortuna nos besaría esa noche más, mucho más.

Allí estábamos, entonces, dos afortunadas y jóvenes mujeres (alocadas e ¿ingenuas?, expectantes, gozosas): en primerísima primera fila, pegadas al escenario, a menos de medio metro, podíamos incluso recargarnos en él, tal vez lo hicimos (“Cierto es que hay muchas cosas / que se pueden olvidar, / pero algunas son olvidos / y otras son cosas nomás.”), Pina llevó una grabadora de reportero, nunca supe si grabó el concierto, pero su grabadora allí estaba, en el piso del foro junto con otras más, incluso alguien nos pidió voltear casete al terminar de grabar un lado.

Qué músicos lo acompañaron, lamento no recordar, ni la ropa que yo traía, ni mi peinado, pero sí lo recuerdo a él, vestido de negro, con su negro cabello untado hacia atrás, lloré cuando apareció en el escenario, tan, tan cerca… No sé con qué melodía inició, ni cuál fue su cierre (creo que no importa, y aunque podría inventarme ese recuerdo, no quiero). Cantó, claro (o tal vez no, qué importa), sus milongas, coplas, zambas, “El violín de Becho”, “Mariposa negra”, “Qué pena”, “Guitarra negra”, “Pál que se va”, “Stéfanie”, “Adagio”, “Nene patudo”… Tan cerca estuvimos que recibimos una petición inusitada del cantante, quien mirando hacia nosotras, divertido nos dijo: ¡aplaudan!, porque Pina y yo, con la boca abierta (así me gusta imaginarnos), no acertábamos a palmotear nuestra aprobación como hacían todos.

Se despidió de nosotros, de Hermosillo, de Sonora, de México (ya antes, en dos ocasiones años atràs lo habìamos visto y oìdo cantar), nos dijo que regresaba a su tierra. Aquel fue un concierto… ¿qué palabras puedo utilizar para poder decir: lindo, emotivo, gratificante, grande? Tal vez ninguno de estos términos alcance. No alcanza.

Salimos todos inmersos en la nube de la satisfacción y no puedo entender, o sí –ahora que escribo esto de la nube- cómo es que me encontré sola, niña perdida siempre, y no sé cómo es que llegué a la casa de Pina, yo, incapaz de saber del norte y del sur (alguien debió llevarme, no recuerdo). Querida Doña Julia, su mamá, me alimentó como tantas veces hizo… recuerdo que comí hígado encebollado, tal vez lo tengo presente tan claramente porque no lo como mucho: al rato llegó Pina preocupada porque nos extraviamos en esa confusión feliz, te busqué por todas partes, tal vez dijo; no te encontré parece que yo dije; nos saludamos como sobrevivientes, exultantes. Ella llegaba con una sorpresa feliz: me trajo el Sol, dijo a mi oído, creo que allí, en esa ocasión, en la sala de la casa de los papás de Pina, supe que él sabía mi dirección en Cananea y agradecí saberlo, supe también la fecha de su cumpleaños, que es la de mi hermana, nunca lo olvidaré pensé. Yo traía un casete de 90 minutos, en el lado A: Ella Fitzgerald, lado B: Mongo Santamaría, casete que Humberto me regaló (Que pena / que no me duela / tu nombre ahora / Que pena / que no me duela / el dolor.), preciado para mí porque además traía la caligrafía peculiar de ese hombre que casi diez años después en una habitación nocturna murió sin luna, tan solo y dolorosamente. El casete se lo presté al Sol, como manifestación de lo maravillosa que la noche era, también gracias a su presencia.
El Sol nos invitó a cenar, salimos rumbo al centro y en la Serdán entramos a un lugar con mariachis (qué absurdo, sé que lo pensé), yo no cené, ellos pidieron brochetas y los tres carnívoros hablamos de los sentidos. El Sol defendió (Quien te querrá / pregunto quien serás / la que yo conocía / no ha existido jamás.) la postura de que el sentido del tacto, mientras yo afirmaba que la vista, Pina tal vez que el olfato… qué sentido nos haría más falta en caso de perderlo, el Sol argumentando que la piel es el contacto, la barrera y la posibilidad de estar inmersos en el mundo (qué de asuntos profundos hablan tres amigos cuando han oído un concierto entrañable, se alimentan de carne y se meten en un sitio con el mariachi desbocado). Años después leí un libro que se llama Diario de una esquizofrénica, quiero que sepas Sol, que lo cuando leía te di la razón porque pensé: hace más de diez años el Sol dijo algo muy parecido a ese infierno helado que es no estar aunque estemos.
Al salir de ese lugar, calientitos por el jolgorio de la música bravía, y aderezados con la charla tan sabrosa y la emoción, aún, del concierto ("Stéfanie, yo ayer estaba solo / y hoy también / pero en mi cama / ha quedado el perfume de tu piel.”), nos recibió como en un sueño malformado la mala noticia: en esa callecita donde el Sol estacionó su auto (un pick up, recuerdo, con ventanita en la ventana trasera) alguien, aprovechando las sombras y la soledad, forzó la ventanita ya mencionada y robó. (discúlpame Sol, que no recuerde si la caja de herramientas, si alguna otra cosa… lo que recuerdo con énfasis es que se llevaron también el casete que recién te había prestado.
Humberto.)

No puedo oír el nombre de Zitarrosa sin que a mi memoria lleguen como brisa, como suave caricia, el Sol, los días aquellos, Pina, Doña Julia, el tacto, Ella Fitzgerald, Mongo Santamaría, Humberto… ¿Antes o después de esa accidentada cena fuimos y caminamos en un parque, con grandes árboles y flores, Pina cortándolas y el Sol diciendo que no, que las flores se mueren si las cortamos?

Alfredo Zitarrosa murió el 17 de enero de 1989 en Montevideo, Uruguay (“Que pensarás / a quien le dirás / que conmigo podías / perdonarte y llorar”)
Stéfanie
(
Alfredo Zitarrosa)
Stéfanie, no hay dolor más atroz que ser feliz.

Decías anoche: "óuvi-me, po- favó,* bésame aquí" (fonético).
Stéfanie, sé que tu corazón "fala yi mi"* (fonético).
Y eso es dolor, Stéfanie…

Stéfanie, yo ayer estaba solo y hoy también
pero en mi cama ha quedado el perfume de tu piel.
Te veo salir, correr por el pasillo del hotel:
la vida es cruel, Stéfanie…

Stéfanie, hay una sombra oscura tras de ti;
de tu ternura, recuerdo la mirada azul- turquí,
los pies calientes, tus palabras de amor en portugués,
pero no a ti, Stéfanie…

Sé más valiente; hazme saber si va a sobrevivir
entre la gente el color de tu pelo, Stéfanie...
Debes vivir la soledad que sales a vender;
sé más mujer, Stéfanie…

Stéfanie, yo tampoco te quiero, mas tu amor,
por el dinero, ha olvidado al obrero y al señor.
Esta canción que pregunta por ti, que no ha dormido,
es puro olvido… Stéfanie…!

* Expresiones fonéticas por "ouve-me, por favor" y "fala de mim", respectivamente, "óyeme (u oíme), por favor" y "habla de mí", en portugués.
(El texto presentado es trascripción fiel de como fue publicado en la tapa del disco Guitarra negra, España, 1977)

martes, 8 de mayo de 2007

No quiero que tu recuerdo siga diciendo mentiras
¿Pero cómo cubrirle la lengua cuando llega
Y me lame?

lunes, 7 de mayo de 2007

A veces siento miedo
de que un día
los pájaros que crías con esmero
me coman la cabeza

miércoles, 2 de mayo de 2007

Con Ugo
Eludible

Ahora
a duras penas sostienen su marcha
encabalgada
los minutos;
cuando, aquí,
las lunas enloquecen
ensordecidas por los ramalazos
muertos
de calles hechas polvo,
arroyos de silencio,
lodo,
cañadas.

Aquí, donde arrastré
las uñas en los cerros
para hacer que las palabras
en jirones,
encaminaran sus pisadas suaves,
amargadas,
sobre un papel grasiento
y en líneas temblorosas.

Aquí,
el verbo se ahorcó
colgando de las ramas
bajas
del mezquite;
así la lengua enferma
reptó hasta las calles
a tejer en nudos
la corbata de las decepciones.

Aquí se concluyó el deseo irrealizable,
se desbarrancó la prisa
de lentas huellas digitales
repletas de manantiales resecos
y despellejadas veredas
acariciadoras en espinas.

Aquí,
luego de rodar en abismos de piedras
y de aceras tapizadas de peatones:
mudos, callados
y cada vez más silenciosos,
vino a quedar sobre la vía del tren,
despedazada,
hecha trocitos,
la risa:
meros retazos de telas de colores.

Aquí,
el habla se extravió,
descoyuntada,
marcada paso a paso,
señalada con un dedo de fuego
lagrimeante
en cada salto,
en cada una de sus manecillas,
de sus ruidos tenues,
sus arrullos inaudibles.

Aquí el sol da media vuelta
en las mañanas
y desencantados frente a la nuca
atardecida,
los sonidos,
uno a uno,
se arrojan de cabeza a los canales
de agua sucia
a flotar con gatos muertos
y basura.
....................................