jueves, 31 de enero de 2008

Decires

Me dijo: No es ni feo ni guapo

Le dije: ¿Qué? Porque esas declaraciones contundentes yo no las entiendo

Ella dijo: Te explicaré lo primero: no es orejón, narigudo, panzón, chaparro, verrugoso, ni molacho, no tiene el pelo seboso, ni los ojos torcidos…

Yo dije: ¿Y lo de guapo? –para terminar de entender

Respondió: Eso es más fácil: No es alto, no tiene ojos profundos, ni verdes, ni negros, menos grises, su cabellera no es abundante y sana, su dentadura no es deslumbrante, ni sus labios hermosos, su sonrisa no es maravillosa, ni su cuerpo esbelto… o quién sabe

Pregunté: ¿y entonces por qué lo eliges?
Ella me dio una larga, larga respuesta:

En las mañanas, todas las mañanas, salgo de mi casa a trabajar y en las tardes, todas las tardes, regreso a mi casa. A veces veo gente extraña, común, jóvenes, viejos, niños, a veces no veo nada (estas veces es porque no deseo hacerlo), En ocasiones camino con la cabeza gacha –se oye triste, lo sé, pero no lo es-. Hay días en los que me sorprendo caminando con la cabeza erguida, mirando hacia el frente –parece algo muy vivaz, feliz, pero no necesariamente lo es. Camino para llegar, solamente (me han dicho que habría otras razones para hacerlo, que otros las tienen, no me importa, yo voy a lo que voy: a llegar)

Aquí me acomodo un cojín bajo el codo que sostiene al antebrazo que a su vez es sostén de la mano en la que apoyo mi mejilla derecha mientras escucho la explicación del por qué se elige a uno y no a otro hombre:

Alguien me saluda y puedo responder o no al saludo, depende de lo desprevenida que tal acción me encuentre. La rutina es una alfombra descolorida en la que piso a diario; ocurren hechos que se salen de lo común y yo los veo, participo o no, autos vienen, autos van, llueve, hay sol, viento, polvo, frío y calor. Yo voy a trabajar y vuelvo del trabajo. Esa es mi vida fuera de casa.

Era.

Hace más o menos dos meses me di cuenta de que él allí estaba. Lo vi en el parque un viernes, sentado, sólo sentado, viéndome, y me di cuenta de que un día antes y dos y la pasada semana y tal vez la anterior había estado allí, en esa misma banca, viéndome. Me tropecé con esa certeza y decidí ya no pasar por el parque.
Pero me encontró y lo vi en la calle del oeste y cuando vine por el este allí estaba. Estaba siempre, sentado, de pie, recargado, solo, con amigos, a pie, en auto… tuve que aprender a verlo.

Y aprendí a detectarlo antes de verlo.

-¿Es joven? –alcancé a preguntar…

Como 40, me dijo

-Pero… ¿es joven? Pregunté de nuevo

No sé, me dijo. Y prosiguió:

Pudimos haber seguido así por mucho, mucho tiempo. Ya sabes que a mí ese barranco que se llama tiempo no me atrae ni para tirarme de cabeza, ni para resbalar, asomarme, ni para volar papalotes, vaya, ni tirar basura
Pero ayer. Fue diferente. Él estaba sentado en una barda muy baja que hay en un negocio, hablaba con otros hombres y reían. Quise bajarme de la acera, alejarme y no pude, no te daré detalles técnicos del porqué, autos, gente, aturdimiento, pero de verdad no pude sino tener que pasar. Pasé por allí, tratando de volverme hormiga, avión, fantasma. Nada de esto ocurrió, ya sabes, la vida no regala sino lo que uno no desea, lo demás nos lo vende.
Pasé y sentí su rostro entre mis muslos, esa era la altura que la barda le obsequiaba. Me recuperé y continué aunque sentí caminando tras de mí algo leve y fresco, como una sombra. Era él, me alcanzó sin apurarse y cuando estuvo justo caminando junto a mí, se agachó y en mi oído izquierdo derramó la vida que me ha tenido desde entonces palpitando

-¿Te escupió en la oreja?-bromeando pero no del todo, porque me asustó la posibilidad de que una decisión esté basada en vida derramada adentro de un oído.

Me dijo que él le dijo:
Hueles a vulva recién lavadita… Déjame ensuciarte

Y lo he dejado

Eso dijo.

miércoles, 23 de enero de 2008

Adivinanza: “Quiero que me traigas un mundo,
y dentro del mundo,
el mar.”

Vi con claridad cómo (y/o cuando) los ojos se les derramaron sobre Cristila. Tuvieron razón, así pensé y hoy, luego de años de aquello, todavía pienso. Cristila, joven, francesa, cabellera espesamente oscura, cuerpazo (alta, curvosa) y con bikini minúsculo era bastante mirable.

La idea pareció disparatada, convocan a poetas en una isla, me dijiste un día al encontrarnos por casualidad en una esquina, en cualquier calle, en dónde. Luego de todas las exclamaciones y preguntas posibles dijiste que me llamarías para informar. No lo creí y tampoco tú, claro… pero nos sorprendiste (a ti y a mí) unos días después llamándome: Nombre de la isla: Carrizos rojos, evento: “abrazar a las rocas”. Días: tal y tal, manera de llegar, tol y tol. Convocan: fulanitos y zutanitos… Nos fuimos. Ismael, Pedro, Leopoldo (que eres tú) y yo.

Íbamos pertrechados de lo pertinente. Lo que siempre hay que llevar a una isla lo llevábamos. Hasta la certeza de la poesía. Eso creíamos.

Luego conocimos a Cristila. Aunque para no faltar a la verdad desde el día que llegamos conocimos a todos y todos nos conocieron, porque estábamos en una isla, en el mismo pedazo de isla, aunque en campamentos diferentes y tuvimos que vernos cada quien a todos los demás (“Cuatro gatos en un cuarto cada gato en un rincón cada gato ve tres gatos adivina cuántos son.”) desde el desembarco (¿cómo se dice bajarse de una panga: desempangar? ¿Aterrizar es sólo cuando se viene del cielo?) A menos que alguien haya llegado con los ojos cerrados que creo ya es muy tarde para preguntar, no miento. Nos conocieron y conocimos.

Puedo decir y contar (inventar, fabular, conjeturar) de todo lo que en aquellos días se vivió. Quiero, sin embargo, hablar sólo de Cristila. En realidad no de ella sino de todos los que no éramos ella (y qué bueno, porque la diversidad y esos consuelos). Ismael y Pedro se volcaron en halagos y en intentos nada discretos para propiciar algún acercamiento. Leopoldo (tú) fingiste indiferencia.

Había una asombrosa diferencia entre el número de hombres y de mujeres (¿debo decir que no había igualdad de géneros?). Ejemplificando con nosotros, que ya dije quiénes tres y yo, así era la desproporción en aquel, pedazo de Carrizos rojos. Y si continúo con términos seudoestadísticos puedo afirmar que el 88.36% de las hormonas masculinas corrían, nadaban o volaban en pos de los favores de cristila. Esa es una frase muy desafortunada porque pareciera que se otorga limosna. La mujer no obsequia favores, elige a quién darse y de quién recibir –no siempre coherentemente, hay que decirlo… pero ¿favores? A otro perro con ese hueso, a otro oído con ese cuento, a otra piel con esa caricia…. En fin-

Los favores de Cristila, en eso estaba. Hasta serenatas le llevaron, que hacer eso en una isla, un pedazo de mundo ensartado en agua salada, es como serenatear a todos los isleños temporales (si quisiéramos divagar, diríamos que todos somos isleños y todos estamos de manera temporal o transitoria o de paso y si así vamos, todos sobre tierra rodeada de mar).

Estaba infectado de poetas este pedazo a que me refiero constantemente, así que le llovieron en su milpita (otra pero ahora muy afortunada y tierna frase en la que no abundaré) los poemas a nuestra cristila. Su respuesta se paseó desde la indiferencia al desdén, pasando por el aburrimiento. Así que las metáforas fueron y vinieron como lo hicieron y espero que aún lo hagan las olas que nos cercaron durante cinco días.

Yo vi, con estos ojitos que algún día se han de comer los gusanos (¿qué es esto, con qué otros ojos puede uno ver, si no es con los suyos?, cualquier otra afirmación es poesía, puro invento… ¿ganas?). Vi que Cristila nunca, a ninguno de los ardientes isleños pasajeros, elegiría.

Y ahora me dices, me cuentas, me tratas de envolver contándome aventuras con mujeres fabulosas, que tú fuiste el elegido. Que esto que me dices no lo supieron nunca ni Ismael ni Pedro.
Yo del destino no sé mucho y no entiendo por qué, luego de tanto tiempo vengo a toparme contigo en esta esquina de ningún lado, lugar sin nombre al que tienes harto con tus desplantes. Te lo diré porque quiero irme y dejarte saboreando esto que tal vez imaginé.

¿Será ficticio mi recuerdo? (entonces no es recuerdo): Cristila, con su bikinito y su poco español, embarraba su desprecio hacia lo masculino con tanto donaire en aquella islita plagada de poetas porque no llegó sola (veo tu desconcertado rostro) y cada noche, desde la primera yo la vi. Díselo a Pedro, él le dirá a Ismael. Seguro encontrarán en la información consuelo. No me estoy riendo. Sólo te lo digo, mira, estoy seria: ¿recuerdas el poema hermoso aquel que hablaba de los pelícanos que desfilaban? Sí, de Mirta, compañera sentimental de Cristila y que de seguro le cubría las orejas con su cabellera pelirroja cuando las serenatas desentonaban llenas de arena y jejenes. Mirta que escribía mejores poemas que la mayoría de candidatos que nunca lo fueron. En fin, Leopoldo antes querido, ya sabes, no vayas por allí diciendo, no mientas si pudiera haber testigos. No me burlo, ni lo pienses. Somos islas, recuérdalo.


Pd: Respuesta: ¡El coco!

lunes, 7 de enero de 2008

Yo siento pena por él porque no te tuvo adentro y el mar ni siquiera se imagina que estás muerto. Pero no te tuvo adentro y ni siquiera imagina que estás muerto. Siento pena por el mar.

viernes, 4 de enero de 2008

Por el rabillo constantemente veo sombras que pasan insectos oscuros moviéndose
He platicado esto preocupada (aunque no mucho) y me dicen que no es nada que imagino cosas que los lentes que mis ojos sin embargo sigo viendo cómo la vida me pasa al lado o los recuerdos o lo que aún no llega lo que tal vez no vendrá nunca sino como animalito sin luz moviéndose con cautela para que yo no lo vea pero asegurándose que lo mire siempre