miércoles, 31 de enero de 2007

El angelito

Llegó lentamente al baño, con esa manera lenta con la que sólo al baño y no a otro lugar, puede llegarse.
Con movimientos rápidos y suaves se quitó la ropa y miró angustiado hacia la tina: un esqueleto deforme y perfecto, cubierto de carne, de sangre, y de agua. En la tina está el arcángel Rafael, el arcángel Miguel, el arcángel Gabriel y está muerto: se rompió las venas y su piel y los vellos de las manos, sus muñecas. Gabriel Miguel Rafael llegó al baño lentamente y rápido se quitó la ropa, mientras con los ojos angustiados miraba al arcángel Gabriel, al Rafael arcángel Miguel muerto en la tina; tomó una navaja de quién sabe qué parte y después de rendirle culto a sus brazos, a sus muñecas, en un gesto dulce, tierno, y apresurado, cortó primero el aire, sus vellos, la piel, las venas y, con su cuerpo deformemente perfecto, se metió en la tina. Llegó lentamente al baño.

lunes, 29 de enero de 2007

Me lo dice el sueño que no llega

Como si uno anhelara saber
qué gusanos
pudren el alma
de las cosas.

Como si uno pudiera olfatear
el hediondo brillo
de las lunas huecas.

Como si la ausencia pudiera
tocar para mí
tu epidermis.

Como si la lluvia no deshilachara
las ventanas
abiertas.

Como si las ganas de dormir
bastaran.

Como si ya no estuviera
muerta.

sábado, 27 de enero de 2007

Dos poemas hablando de lo mismo:

uno

la huella no detiene
al frágil pie
que la dibuja

y dos


el muerto resucita
en cada diente de león
que rompe el vuelo

viernes, 26 de enero de 2007

Breve descripción de gestos copiados a la noche

El brazo tenso y móvil
en lo terso
de la piel
oscura

los ojos metidos
hasta el borde
del mirar desnudo:

el papel de pieles
agotadas
la tinta
de sudores repetidos
los dientes mutilados
dejados al descuido
en el ombligo
y el placer helado:

el gesto de vivir
dormidos
clausurados
de ventanas y de ríos:

Somos la suma mal sumada
del nocturno llanto
de los niños

miércoles, 24 de enero de 2007

martes, 23 de enero de 2007

Chingaquedito

Anoche soñé con nieve, me dice Omar.
Así, como si Nieve fuera una mujer, se me ocurre pensarlo.
Como si Omar soñara a aquella mujer de cabello blanco que todos alguna vez hemos soñado, aunque no siempre la nombramos Nieve.

Y recuerdo cuando alguna vez soñé con Dragón, tal vez sólo era un incendio que volaba el que soñé. Y lo nombré Dragón y recordé su escama dorada sobre el pecho rojo, y los ojos verdes que en el sueño me miraban invitándome a volar y a quemar enemigos de papel.

Ayer la nieve me cayó encima, despacito, como caería el vapor si cayera, como se desplomaría un suspiro (los suspiros de bellota se deshacen en la boca). Parecía que no me tocaba, como si rozara mi ropa y resbalara flotando hacia la nieve acumulada del suelo, como si dijera con su boca de algodón: shhhhhh, shhhhhhh, calladita, no corras, no te haré nada, sólo te acariciaré, déjame, no me detengas, shhhhhhh. Y yo caminaba por las calles blancas que poco a poco se dejaban reinvadir, sin darse cuenta, como yo, que metiendo los pies en la blandura casi ni cuenta me daba que los pies se humedecían a pesar de calcetas y zapatos, shhhhhh.

Y despacito me cubrió, penetró dulcemente en mis guantes, mojó mis manos, el gorro, la cabeza, heló mi nariz, las orejas, me llenó de frío. Y adormecida por su tentaleo lento llegué aterida a mi casa y allí me percaté de pronto de lo mojada y fría que estaba, de que casi no sentía los pies, los dedos, la nariz. Sin embargo sonreí porque disfruté. Fue tan sabroso ponerme a disposición de Nieve, esa, la que Omar soñó. Shhh, duerme. Nieve llegará a arroparte.

lunes, 22 de enero de 2007

Está nevando. La nieve es un rehilete de espuma. Es agua disfrazada de estupor.

Nevó anoche y hoy las calles son un peligro peatonal. Nieva desde hace horas y yo me pregunto cómo haré para caminar hasta mi casa, si permitiré que la nieve sea mi guía, si caeré en las aceras, sobre el hielo, si mi rostro se cubrirá con la impasible máscara del frío, si podré algún día decir la nieve.

Porque no hay palabras que digan cómo cae, cómo se posa, cómo cubre hasta los hilos, cables, alambres sin la menor violencia. Cómo uno quisiera limpiarse, quitarse la ropa y los zapatos y penetrar en ella, que es dulce, que es blanda, que parece no estar fría.
Pero está.
Y voy hacia la ventana y observo fascinada los pinos cargados, algunos abiertos (no hay otra palabra, están abiertos) porque no soportan tanto blanco peso y pasa algún ocasional andante y no puedo saber cómo se siente porque camina como estatua blanca, y pasan autos, todos blancos y no sé a dónde van, de dónde vienen…

La nieve no cesa y me voy a caminar, a perderme en esa blancura que desconozco a dónde me llevará…
Pienso en ti como tocándote
y mi cerebro es un cuaderno
lleno de tus huellas dactilares

sábado, 20 de enero de 2007

"Ella no busca a alguien / y al encontrarlo se marcha." Rafael Cadenas


Y me pregunto, amor: ¿Por qué he de buscarte cuando quiero que me encuentres?

viernes, 19 de enero de 2007

La lluvia es. Siempre ha sido. Salgo a cualquier cosa y en el camino las gotas me alcanzan. Regreso mojada. Cómo pretender que no somos más que un vaso reteniendo el agua. Cómo pretender que no somos más que agua, retenida en un vaso…

Emilio Prados tiene una bella versión:

“No es lo que está roto, no,
el agua que el vaso tiene,
lo que está roto es el vaso
y el agua al suelo se vierte.”


Santiago Genovés lo cita en su libro El cuento de la violencia.

Y ahora, tengo que decir que todo indica que nevará… mañana escribiré con copos y traeré un frío feliz en el cabello. Sonó a promesa. Y no lo es.

jueves, 18 de enero de 2007

Este es un día de invierno, un día invernal, el invierno diurno (las palabras, qué compañía tan grata). El cielo es gris como en película dramática, hay pájaros que se mueven metidos en ese vuelo dulcemente ensayado durante años.
Los árboles son una ruina aparente, sólo tronco y ramas, de colores cafés, gris, blanco, sucio, desvalidos, fríos, secos. Hay, sin embargo, verdor, algunas plantas se resisten al despojo de sus hojas, empecinadas en la eterna primavera (ingenuas habitantes del reino vegetal), la hiedra que aquí es abundante, algunos laureles, y los muchos pinos ( por el suelo ruedan las piñas y la pinaza que de ellos caen). Las pináceas, coníferas (las palabras, qué bellas). Perenne es un término botánico que se describe con esdrújulas simbólicas, el acento que siempre se coloca. ¿Siempre tendrán sus hojas? Con dos años sin caer ya se llaman perennes. Tú me amas ¿por cuánto tiempo durarán verdes las hojas de tu amor?
Los troncos que ahora nos hacen condolernos al ver su vulnerable desnudez se llenarán de hojas, tal vez de frutos, ojalá de flores cuando ya de primavera se hable, y sean el verano y el sol y no las bufandas, los guantes, la chamarra, las cobijas, la chimenea quienes nos calienten. (Te abrazo, Sol, te abrazo queriendo, de veras abrazarte).

El viento parece que no tiene nada más que hacer que llegar golpear irse y volver llegar golpear e irse. Llega acompañado de humedad que por la amistad que los une, me digo, se ha transformado en agujas, que vuelan como pajaritos minúsculos, balanceándose entre el aire que corre (porque eso es el viento ¿verdad?). Me gusta que esas aves minúsculas se estrellen en mi rostro y me regalen la sensación de traer una máscara helada cubriéndome. El frío es mi máscara de protección, nadie puede saber lo que pienso o siento cuando mi cara ha sido transformada en hueco impasible por los picos helados que vuelan en el viento.

miércoles, 17 de enero de 2007

......Noche de lluvia

Toda esta calle
es una tortura.
Es un lodazal.
Un charco.

Caigo.

Me hago polvo
olvidado entre las gotas
y soy arroyo oscuro.
Caminando.

lunes, 15 de enero de 2007

el punto más negro de la noche
se encuentra escrupulosamente
.............................agazapado
con toda exactitud
en un rincón silencioso de tu ombligo
y confunde levemente el paseo
.............................de mi tacto
enturbia mi gemido
la lengua se me nubla
.....................a punto de llover
y me hago arroyo
lavando tus guijarros

sábado, 13 de enero de 2007

.....Tenemos cinco o seis y siete
.....(y hasta ocho)
.....Posibilidades para ser felices:

El cinco son estrellas.
Al seis pongámosle silencio.
El tres y el dos digamos que es nostalgia.
El uno, como siempre, será olvido.

El seis tendremos un hueco como luna
redondo pero más hiriente.

El siete asestaremos una puñalada
con los versos…

Y el ocho será el momento preciso
para pensar en ser felices


(pensarlo por lo menos)

martes, 9 de enero de 2007

Lo confieso como si fuera algo vergonzoso (pero no lo es, claro que no, aunque pudiera serlo, si me esmero un poco), hay algo que me produce placer: conocer la letra de quien me interesa, porque es como atisbar su despertar y atraparlo en el instante en que se mira en el espejo y no se reconoce. La escritura manuscrita es una lluvia de símbolos personalizados que nos dicen de las personas más que sus palabras y podemos tirarnos como motita de polvo y ponernos a gozar bajo y sobre esas gotas de tinta en el papel, oh sí. Lo hago. He sido polvo lloviznado. Soy.

Cómo olvidar aquellas cartas (las que ya nadie envía) en las que desde aquellos lejanos días y antes de abrir el sobre yo revisaba el remitente y buscaba el temblor o la firmeza, interpretaba el uso de tal o cual color de tinta, las mayúsculas, minúsculas, faltas ortográficas…

Y ahora, cuando es tan difícil ver de alguien la letra, tengo a veces que recurrir a artimañas como pedir direcciones que nunca usaré, pedir que me firmen de recibido, que me escriban una receta, que me den el e-mail, el teléfono, el nombre de una canción, a veces, frustrantes veces, no sé cómo conseguir un pedazo de palabra escrita, un trozo de vida plasmada en unas letras manuscritas…por eso me gusta tanto que dediquen un libro para mí, sí, más que ninguna otra cosa, por la letra…Aunque, claro, me parece que estoy mintiendo un poco en mi afán de describir mi amor por esas líneas, curvas, ángulos, puntos, círculos...

Pero la pretensión de la
grafología de averiguar, por las particularidades de la letra, las cualidades psicológicas de quien la escribe no es lo que me interesa. No, no, yo no pretendo eso. En realidad nada pretendo, sólo acercarme. Sólo conocer, sólo saber que mi amor está encaminado. Sólo tocar de cerca a alguien a quien la mano nunca tocaré, quizá.

Saber quién te enseñó a escribir que haces esa ene tan extraña que no parece letra, quién te enseñó a trazar las letras de derecha a izquierda, quién permitió que aprendieras a escribir trazando las letras de abajo hacia arriba, cuándo renunciaste a que tu letra fuera bella y decidiste dejarla en funcional…

Quiero saber por qué son tan redondas todas tus vocales, incluso el punto de las íes y las olas de la u, por qué escribes tan chiquito, por qué tan grande, por qué arrastras la ese, por qué no tildas la eñe
Saber por qué casi rompes el papel con la pluma, por qué casi no distingo tu letra de tan leve que es tu trazo

Hay letras que no olvido y reconozco rápidamente, la de Pina, otras inconfundibles, la de Conrado, de Casildo, la amada letra pequeña de Humberto (escrita hacia la izquierda y hacia la derecha, con tal desorden), la de Santiago, letra de zurdo (que tanto me gustan los que con la izquierda escriben, verlos escribir me maravilla). La bella y cuidadosa letra cursiva de Abigael (sé su secreto para hacerla)

Omar con su ge mayúscula como seis, el Roberto, letrita tierna y dulce, que se ve como dibujos de pájaro en la arena…

Y tu letra, para mí tan nueva y ya como tatuada en mi memoria, con mayúsculas abiertas, libres…

¿Quién me manda una cartita, quién me recadea, quién viene a firmar un libro de visitas…? ¿quién me da el regalo enorme de su letra?
Principios de la década de los setenta. Estaba en secundaria cuando nos entregaron algunas cartas de niños del país para que las respondiéramos, no hubo ninguna niña tan entusiasmada como yo por hacerlo. De las que respondí, recuerdo dos: un niño que se llamaba (deseo de todo corazón que aún se llame) Ambrosio Santiesteban Arzate (cómo olvidar ese nombre), su dirección era en Tijuana y nos escribimos dos tres cartas; otro, José Carlos Cabrera, en el Defe, Col. Clavería, luego en la Narvarte, muchas cartas, años intercambiándolas, crecimos escribiéndonos, por lo menos cuatro años lo hicimos, gracias al azar que hizo llegar a mis infantiles manos su primera (dónde estará, qué hará, cómo será, nunca lo conocí, él a mí sí, yo una provinciana de los fríos, él un niño de la ciudad –la única ciudad, decía Humberto-. José Carlos era músico, baterista, y me envió fotos, muchas- de su escuela, tarjetas navideñas, invitaciones a tocadas de su grupo… ¿dónde, José Carlos, que no supe nunca?). Después, empezó mi peregrinar entusiasta en el envío de cartas, escribí a personas que ponían (botellas al mar) su dirección en la revista “Rutas de Pasión” (actores italianos que moldearon mis gustos masculinos…jajaja ¿será?) Y así, me carteaba con Max (¡hola, Máximo argentino!) Luis Da Costa, de Brasil, decía que era poeta (o eso quería entender yo, porque portugués…); a Monterrey le escribí por muchos años (más de cinco) y me escribió Walter Fematt (siempre sospeché que ese no podía ser un nombre auténtico, por eso lo elegí para escribirle); cartas y cartas iban y venían (¿dónde ese que ya debe ser un hombre, tal vez con nietos?) y recuerdo que él insistía no pidiendo mi foto que igual no se la hubiera enviado, sino solicitando un rizo de mi cabello, así decía: “un rizo” y de dónde, cabello más lacio que el mío, pocas veces ( tal vez Mariana)… jamás consideré la posibilidad de complacerlo (luego, a esa mi tierna e impresionable edad alguien me dijo que con mi cabello me embrujaría y la idea de estar en Monterrey con alguien de nombre tan dudoso no me sedujo… bromeo, pero no del todo)…
Todas las cartas las conservo… Esas –de desconocidos cercanos- y las otras, -las de conocidos cercanísimos, y no tanto-, del Raúl (caballito), de Pina (muchísimas), de Arturo (el gato), Lupe, Vicky, Lupita, Ramón, Enrique (tantas), Darío… las cartas de Humberto (ya nunca las leo… porque no)

miércoles, 3 de enero de 2007

Sombras nada más

Estás acostado mirando el techo. A tu derecha, la luz suave de una lámpara que no recuerdas haber encendido (ni apagado, por cierto). Volteas a tu izquierda y ves la pared en la que tu perfil recién se ubica con desasosiego. La sigues viendo de reojo, distingues tus lentes, las enormes pestañas, una gran nariz que no parece tuya y, más abajo, la boca que ahora abres lo más que puedes. Levantas la mano derecha y la bajas con el dedo índice dirigido hacia el hueco entre tus labios. No has dejado de ver la pared donde también estás tú viendo un techo ausente. Tu dedo negro baja y entra en tu boca abierta. Te sorprendes al darte cuenta de la transparencia que es tu boca. Mueves el dedo dentro del orificio húmedo y tibio; tu dedo se mueve, lo ves moverse dentro de la cueva oscura y sientes cómo la lengua te acaricia la yema, la lame y rodea casi con avidez. Hasta entonces, cuando la ternura rueda de tu dedo y de tu saliva hasta el ombligo, te permites un pequeño vómito metafísico entre tu vida y la mía. Las lágrimas no tienen sombra, puedes deducir a tientas al apagar la luz.