jueves, 25 de octubre de 2007

(Desamparo epistolar: Crónicas)

Traducción

Ay, me duelen estos dedos (los otros también, aquéllos) pero nunca como el frío sentido en el camión (a bordo del) ¡qué bruto! Mira, como me di cuenta de que te estaba dando mucha lata, mejor ya no te llamé. Darío estuvo un rato con nosotras y luego ya se fue; a las diez y cuarto me vendieron los boletos, Luci aun tenía habre (hambre: dedos torpes y congelados, o torpes por congelados o congelados por torpes, o etc, a quién le importa, ni a los dedos) y decidimos ir a cenar ¿pero a dónde?.. después de mucho regatear con el taxista carero y de recomendaciones del ídem (era tarde), llegamos, nos llevó el requeteìdem al Calinda (como los asesinos, je, yo regresando al lugar del crimen, je), comimos algo (era más tarde) y decidí volver a molestarte, hablar contigo, te llamé de allí superenchinga y tu voz “marcaste el etcétera” y mi lengua a punto de soltarlo y decirte (no a ti, que por eso no) que cae más pronto un hablador que un cojo, que te diría un poema, que abrieras bien tu lengua para recibirlo, que tal vez dolería un poco, sobre todo al principio, que después te garantizaba que placerías, que ya nos íbamos, que un beso, que dos, que si seguía nos dejaba el camión, y por eso a fin de cuentas no te dije nada, no le dije nada al que dice “marcaste el tal y tal y etcétera”. Tú sabes. Nos regresamos a la central camionera y llegamos barriditas al camión pero sin hambre. Asientos 15 y 16 y ufff, qué bien, salimos de Hermosillo y Luci empezóme a contar de una ocasión en un viaje a Matamoros, de noche, y el camión casi vacío, una pareja haciendo el amor (follando, dirían los traductores españoles de Erica J.) en los asientos de atrás, yo intrigadísima por el procedimiento, si la chava iba para el pasillo y él para la ventanilla; ya después de resolver tan peliagudo dilema (si te digo que a inocente, ingenua y cándida no hay quién me gane), intenté dormir y he ahí cuando descubro el FRÍO, ¡qué cabrón! Parece que traían abiertas no sé qué rejillas o qué, la calefacción no servía. Como yo para la ventanilla, me di cuenta que había una grieta en el cristal por donde se colaba TODO el frío, sentía que ya se me caía al suelo, congelado el ojo derecho, la rodilla ídem, el pezón y todos los aditamentos derechos, mientras el lado izquierdo (qué absurdo, no podemos tener lados, ni que fuéramos triángulos… aunque hay cada figura geométrica respirando que…) paulatinamente se me convertía en ajeno. Mucho antes de Benjamín Hill, Luci metióse un pantalón, rápidamente se quitó su vestido ¡con crinolina! Y púsose un suéter… yo, ni podía hablar… en Santa Ana que se me prende el foco (apenas) y acuérdome de otro pantalón en mi maleta, sácolo y métomelo (sí, muy feo se oye) encima del otro (más feo) una camiseta más o menos cubridora, mi capa y qué me hace el frío, pensaste, pues pensaste mal, pinche frío, hasta un arete perdí en las acurrucadas que me daba intentando resguardarme, pero así ni la virtud se puede… con ese frío nadie, nunca, nada. Llegamos a Canapas a las cuatro de la mañanita (nochezota aún) y todos los cristales de todos los carros estaban escarchados, hielo tenían, imagínate al bajarnos. Otro taxi, este cananense, llevonos al hogar, caliente hogar. Me acosté y al ratito, en la radio escucho la voz del locutor que dice que la temperatura está a dos grados, protéjase del frío, las cinco de la mañana y me dormí. A las nueve no me quedó otra más que despertarme aunque me levanté más tarde. Y tú ¿qué cuentas? Si todo esto lo hubiera hablado, no hubiera podido respirar (así lo escribí ¿se nota?)

martes, 23 de octubre de 2007

Los pinos duermen
cuando la nieve baila
su blanca danza

risa caliente
tu voz pidiéndome
que te desnude

triste o feliz
oía los pájaros
la salamandra

martes, 16 de octubre de 2007

Lunar

Esta es la tercera vez y espero que pueda ser la última. Que hablo de la mujer de Ugo.

En realidad no hablaré de ella, sino de Ugo o de aquel otro.

Una dramática luna parecía mirarnos; nunca he sido dado a pensar en cursilerías de esas, pero no pude evitar ver cómo la luna competía con la luz de su rostro; hasta pudiera inventar que era octubre. Pero no lo haré, no sé qué mes era, sé que no hacía frío aún, así que tal vez era agosto, o septiembre.

No. Hablaré, creo, de mí.

Cuando llegué al lugar de la reunión, una bodega mal ventilada pero con enormes ventanas que permitían a la luz lunar desempolvarse, Ugo y su mujer estaban sentados solos. Fingí no verlos, no evidenciar la maravilla que me asfixiaba en su presencia, pero ella me vio. “Evodio”, llamó, envueltas sus palabras en felicidad melosa que me pareció genuina.

Abeja, fui.

Nada más sentarme llegó Iselda e invitó a Ugo a bailar. Me quedé con su mujer; ella, sonriente, me explicó entonces la diferencia entre bailar, danzar y bailotear. Evidentemente y según lo que pude entender, Ugo no hacía ninguna de estas tres actividades. Reímos ambos y vi todo lo luna que ella era.

Ella me dijo que tenían rato de haber llegado, casi me regañó por tardarme, halagado le respondí que ni pensaba ir. Volteó a verme como si hubiera hecho una declaración descabellada, luego sonrió, acarició mi nariz. Mientes, susurró.

Pasaron dos o tres horas de música, tragos y baile, saludos de quienes llegaban y adioses breves de los pocos que se iban. En realidad a ella la saludaban, a mí me aguantaban solamente, nunca he sido amiguero. Ni de fiestas, fui solo por ella. A medianoche llegó Salvador, aquel actor que vivía en una casa de huéspedes cercana a la línea y sin preguntar si podía se sentó con nosotros.

Ugo se lo tomó muy bien, hasta se mostró obsequioso y elogió el teatro callejero actividad de aquellos días de Salvador. Igual Ugo no estuvo mucho con nosotros, iba y venía, se sentaba, besaba su mujer, me palmeaba cariñosamente y bailaba con las mujeres de otros. Yo apenas hablé, y eso por decir algo, en realidad no hablé lo que se dice nada.

Ugo conversaba en una mesa lejana. En la mesa éramos tres y sólo dos contaban; vi cómo Salvador ofrecía algo. Ella se inclinó hacia él y al parecer respondió sí, aunque apenas escuché que dijo: pero afuera. Se levantaron y ella sólo con ojos llenos de luna me miró sin decir ni con su gesto nada.

Los vi salir y cuando calculé que ya habían bajado la escalera, me puse de pie y salí también. No iba siguiéndolos, No quería espiar. Pero tuve en mi cuerpo el caminar sigiloso del que no desea ser notado, del que acecha. Al salir a la calle caminé unos pasos y me detuve en el primer poste; protegido por la oscuridad la busqué para cuidarla, me dije, y los vi, estaban a unos 20 metros, hablando de cerca, él tenía algo en sus manos, lo encendió. Fumaban y lo hacían con la procura del que no desea ser visto –qué equivocación la mía, supe después. Luego de hacerlo, Salvador le dijo algo al oído mientras repasaba su cabello lunar con una mano hasta llegar a la cintura.

El relampagueo en el vientre que sentí no se debió, quiero creerlo, a esa mano que ahora estaba aposentada en su trasero, sino al descubrimiento de aquellos sus ojos fijos en mí: ella me veía mientras Salvador tocaba ahora sus senos y metía después la mano entre sus piernas. Ella con los ojos muy abiertos me miraba encadenándome, obligándome a no moverme. Sentí llorarme entero, mientras mi cuerpo palpitaba al mismo tiempo que el de ella.

Quise entonces renunciar de aquella escena, decir no actúo, no me sé el papel, y al voltear para huir, lo vi. Ugo estaba de pie en el quicio de la puerta del salón.

La mirada verde ilumina su rostro mientras ve cómo el amante de su mujer mira a Salvador tocarla y a ella estremecerse con los ojos muy abiertos. Vaciando su mirada en ellos, en ambos que la miran.

Me quedé pero juré que nunca más los buscaría. Que el estar sin su cabello y sin su aroma no podría ser peor que estar adentro de ella desde afuera.

Mentí en mi juramento y aprendí que existir en esa mujer ajena era lo menos malo de aquellos, grises días.

Era octubre, por qué no.



(De “Evodio, el diario”)

jueves, 11 de octubre de 2007

No podrás mirar en el espejo lo que veo
cuando en él me miro

y la voz que escucharás cuando te hable
no es la misma que yo escucho
desde allá (¿o acá?)muy dentro

Las palabras deberán oscurecerse
para que puedan
por fin

Iluminarnos

viernes, 5 de octubre de 2007

(Desamparo Epistolar: Crónicas)

Amarillo.

Para que te alegres, amor, si estás triste. Si la tristeza no te invade, que este amarillo sirva para qué digas qué onda. Como yo te digo Quihubo, loco ¿cómo estamos? Por estos andares todo transcurre, así: de aquí para allá, nada más; nada de arriba para abajo, de adentro hacia fuera, no… nada de trastornos.

Cuánta babosada te digo, lo que pasa es que no sé qué contarte para acercarme un poco: ¿Que las flores están en todas partes, que antier llovió en la madrugada, que desperté sin miedo, que me sentí sola como siempre, que el verde aún sigue aquí y también allá, que este lugar es bello, que apabullada de soledad, aplastada por el cansancio de lo vital, que acongojada por el deseo, que aturdida por la angustia, que llena de frustración y etcéteras, me hundo?

Te recuerdo. Mucho ¿Y tú? ¿A quién recuerdas? Ojala te venga a la memoria por lo menos el recuerdo del pedazo más cercano al vacío que está en la punta de mi lengua. Allí te recuerdo. Pero también en los oídos y en las manos y en los ojos, te recuerdo. Chin, ya casi me pongo cursi. Te escribo algo que leí en un Selecciones (si te digo que yo leo tooooodo…). Es de Mark Twain:

“¡Qué parte tan pequeña de la existencia de una persona son sus actos y sus palabras! Su verdadera vida transcurre dentro de su cabeza, y nadie, salvo ella, la conoce. El molino de su mente trabaja todo el día, y sus pensamientos, no esas otras cosas, son su historia. Estos son su vida, y no se escriben ni pueden escribirse, Cada día daría para un libro de 80,000 palabras, 365 libros en un año. Las biografías son sólo la ropa y los botones de un hombre; la biografía del hombre mismo no puede escribirse.”

¿Por qué te digo esto? No sé… tal vez por algo que hablamos un día. Ahora déjame decirte de esto que me encontré en un periódico (El Imparcial, si te digo que yo leo… etcétera), dice así:

“Viva el PAN y viva el PRI. Perdóname Dios Mío /Cuando me entierren quiero que me canten / puras canciones de Chalino Sánchez /Maqui Fernández: Te amo todavía”

Se llamaba Mateo y se colgó con una cuerda de nylon de una viga en su recámara… ¡ouch!

Me cansé. Son las cinco treinta y estuve trabajando con ganas. Tengo aquí una carta natal que alguien me consiguió una vez y que nunca he leído por completo, sólo pedacitos cuando de repente me la encuentro y quiero divertirme. Dice que la longitud del lugar y la latitud del ídem en que nací es, respectivamente: 099W30´00´´ y 19N25´00´´; está hecha en computadora y trae un chorro de cosas, 12 cuartillas en total (todos los cálculos fueron hechos por comput. –dice). Mira, en el capítulo IV, en cualidades relevantes dice que:

“tienes una manera atractiva y comprometedora de expresarte, incluso artística. En muchos casos seguramente aprecias la belleza. Tienes muchos y muy agradables roces sociales. Dices las cosas precisas en el momento exacto y eres muy decorosa.”

Lo que he subrayado es lo más cierto, como tú sabes. Ja. Mira esto otro:

“Los demás te pueden parecer muy emocionales y difíciles. Tiendes a idealizar a otros y puedes tratar con vagos, confusos y pocos reales.”

Qué ambigüedad tan cierta (¿cierta?). Me da un último consejo:


“Evita a gentes criminales”

¿Cómo ves? ¡qué chinga!

¿Cómo estás? Ojala que bien, que tu nariz, tu boca, tus pies y tu ombligo estén bien contigo tal y como debe ser. Me duele la cabeza… ¿qué hacen los relojes cuando nadie los ve? Ay, mi cabecita. Mira lo que alguien me dice en una carta que viene desde allá, un ladito del mar:


“La amaría siempre / hasta el tiempo / que los dos fuésemos cadáveres/ putrefactos / y aún así / la amaría.”

No sé cómo se hace para creer esto ¿Tú sabes? ¿Quién me amaría a mí, aún con gusanos?

Es octubre, con viento y sol, algo frío el asunto (ja, también la cuestión, el detalle, el ejemplo y el etcétera están fríos)

Los árboles, muy conscientes del otoño, se desprenden perezosamente de sus hojas, ayudados por el aire que corre y vuela… ¿sabes tú a dónde va?

Un beso.

Mejor que sean dos.



miércoles, 3 de octubre de 2007

Mi lugar

Es así, estamos mis amigas y yo tomando una bebida caliente. Hace frío, mucho, de nuestra boca sale vaho, nubecitas que hacen que todo parezca escena invernal.


Es invierno, nuestras ropas son muy abrigadoras. Estamos en el exterior, alrededor de algo que parece ser una mesa de concreto sin sillas, muy alta, lo que permite que estemos de pie, pero cómodamente charlando, medio recargadas. Cerca de donde estamos hay un local, no sé si una tienda, cafetería, un lugar bastante iluminado.

Me percato de la noche de improviso.

Entonces es cuando sales por una puerta de cristal junto con algunas otras personas, traes un abrigo oscuro y largo, desabotonado, y una gorra que parece sombrero o viceversa, el cabello desordenado; pienso que así lo traes siempre, me gusta la idea.
Te diriges hacia nosotras, te veo muy alto, como eres, y al llegar me abrazas, así:

Dices hola a mis amigas, te inclinas un poco hacia mí y me besas leve en los labios, me acercas a tu cuerpo con tu brazo derecho y yo giro para recibirte. Esto no lo olvido: al voltear breve, mi cabeza puede meterse fugazmente al espacio caliente en tu costado, tu abrigo abierto deja que aspire la sensación de panecito tibio que allí guardas. Eso me regala plenitud y el pensamiento de saber que ese es mi lugar. Luego nos invitas a otro sitio, ríes y comentas que hace frío. Me gusta tu risa. Tienes bigote y los ojos te brillan, son grises.

No sé que son los sueños, no puedo concebir de dónde nacen, por qué las neuronas deciden darnos uno u otro. (¿Alguien tiene un manual de oniromancia?). Los recuerdos de lo diario se fijan gracias a los sueños… que nada tienen que ver con ellos.

Tres veces (en los ¿cinco? últimos años), he soñado lo que describí al inicio. Tres veces que despierto y recuerdo con exactitud el sueño y es así como digo. Tres veces que en este trabajar nocturno mi cerebro te pone a que me abraces.

Y yo no te conozco, no he visto tu rostro sino en ese repetido sueño. Y el refugio adentro de tu abrigo, sólo lo he tenido en esa escena onírica que tanto me perturba.

No puedo saber qué son los sueños. No sé dónde estás si existes.