jueves, 28 de febrero de 2008

Olvido


Recuerdo claramente el día que vi mi primer alacrán.

El pasado existe porque lo recordamos, leí hace poco en no sé dónde o pensé hace mucho en tampoco sé dónde. Entonces el futuro no existe porque no podemos recordarlo. Igual no podemos recordarlo porque no existe.

En este juego de palabras va resultando que el pasado existe porque lo inventamos.

En verdad que ni siquiera sé si al alacrán lo vi.

Era tarde noche, jugábamos a las escondidas. Frente a nuestra casa había un territorio que ya se fue a la basura, un cerro que hacía que las casas quedaran más debajo de la calle que aún no era calle y en la parte central de esa calle que aún no, había una construcción de tres paredes bajas, de ladrillos y descubierta en la parte superior y que era el lugar donde se depositaba la basura.

Por allí corríamos, bajando y subiendo los cerros. Sé que alguien gritó: ¡un animal! Y todos fuimos como si hubieran pedido un animal y todos lo fuéramos. Era un día caluroso, según invento, y algunos corrían descalzos.

Yo no era ya ninguna niñita, tenía acaso diez años (digo, fui mucho más niñita que eso) y los alacranes formaban parte sólo de mi acervo de animales cuasifantásticos, en este caso de Durango, sitio que sigue siendo parte de mi imaginería particular. Dijeron: allí, tras esas piedras, quítense, los picará, váyanse, corran, miren qué grande… contradictorias instrucciones que impiden recomponer aquella imagen que no sé si estuvo en mi retina alguna vez.

No sé si lo vi pero mi memoria tiene el hecho registrado con el rótulo de: “Día en que vi por primera vez a un alacrán (en vivo, y vivo)”. Tenemos pasado porque somos capaces de inventarlo (véase recordar)

Anhelo recordar mi futuro (¿“Los recuerdos del porvenir”, Elena Garro?). Toma mi mano y léeme las líneas que tal vez algo recuerden de lo que pasará. Échame las cartas, hazme recordar lo que aún no vivo.

Dame tu amor, no dejes que olvide el futuro.

lunes, 25 de febrero de 2008

Esquina lingûìstica


La veo al doblar la esquina. Está parada con otro, no hacen nada, aunque se mueven, pareciera que nerviosos. Caminan en la misma dirección que yo lo hago, aunque ellos avanzan por la acera contraria. Se detienen, otro se les une y continúan. Los miro mientras camino y me doy cuenta de que ella es muy peculiar.

Es una perra.

Blanca, tamaño regular, en su cara, cubriéndole el ojo derecho tiene una mancha negra. Lo que la distingue de otras perras y perros es el ojo que está tras esa única mancha negra en su pelaje blanco… es azul cielo, tan claro que parece blanco; el otro ojo, en cambio, es común, negro o café. Entonces, al mirar, perturba esa extraña percepción bicolor que parece tener, aunque quién sabe.

En la esquina siguiente me detengo para verlos, uno de ellos intenta montarla, parece que con demasiada anticipación porque es rechazado. Entro en una tienda a comprar algo que absolutamente nada tiene que ver con esto y al salir veo que siguen allí, ella y cinco perros, parece que echan a la suerte quedarse con ella, hacen fintas, suben uno primero sus patas sobre su lomo y luego otro, en lo que parece un cortejo tumultuario, no hay violencia sin embargo, no ladran ni accionan como he visto hacer a otros perros, no parecen tene prisa.

Ella no parece darse cuenta de que los perros están allí por sus ¿encantos? La huelen buscando lo que perdieron hace siglos, pero esa perra parece desconocer esas razones, sólo se queda allí, como si no existiera, con su expresión de peluche.

Y me pregunto por qué será que a veces se utiliza la expresión “eres una perra” refiriéndose a una mujer. Lo único que apresuradamente puedo responderme antes de seguir mi camino es: le dicen perra a la mujer que trae tras de sí a hombres que la siguen como perros, babeando. Y con sólo una cosa en ¿mente?

Ouch, què dije.

viernes, 22 de febrero de 2008

Matutino almíbar

Mariana, Mariana, amorcito, buenos días… susurro y quito el edredón. En la penumbra, Mariana no se mueve, veo la respiración tranquila, el rostro profundamente dormido, su belleza.
Canto un pedazo de canción, casi siempre la invento, pero alguna otra vez es del folclor mexicano, las mañanitas, la cucaracha, la llorona… y quito una cobija. Mariana se mueve, es queja y ronroneo el suyo.
Tomo una de sus manos, que no puedo evitar decir que es una tibia paloma amodorrada y la pongo despacio sobre su rostro… ¿qué es esto? –pregunta la mano. Es la nariz más hermosa de entre todas las narices del mundo, contesta también la mano, mientras ayudada por mis dedos recorre el rostro y toca los labios ¿y esto, qué es? Es una boca, y es perfecta, dice la mano haciendo cosquillas ¿qué no ves?
Mar, Mar, digo acercándome a su mejilla dulce… y quito la última cobija. Siento que a mí llega el calor que guardaba, dulce y perfumado. Quiero acostarme también y cubrirnos ambas con todas las cobijas del mundo (exagero) y dormir en esta fría mañana de invierno. Ella se retuerce, ay, qué frío murmura, intentando cubrirse de nuevo. Levántate, amor, ya es hora. Con una condición, me dice repentinamente despierta: hazme reír ¡diez veces!
¿Qué, me ves cara de payaso?... primera risa
Hago cosquillas leves en su cuello, se carcajea – esa contó por cuatro, digo
Dos, me dice. Cuatro, insisto. Ni tú ni yo, tres – es buena para regatear.
Le doy besos ruidosos en su ombligo, trata de cubrirse, mueve pies y manos, casi luchamos, pero su risa la vence… ufff, dice al fin, ya sólo faltan dos (buena para contar, sumar, restar).
Dame tu pie, le digo ¿para qué? Cautelosa. Para que estés con un pie despierto ya. Aunque duda, decide sacarlo de la cama, cosa que aprovecho para tomar el otro y acercarme a sus rodillas para cosquillearle con mis manos. Tramposa, mamá tramposa, dice retorciéndose. Su risa escandalosa no deja imaginar cuán metida en el descanso nocturno estuvo apenas hace ¿cinco minutos, menos? Hasta parece que todo esto lo invento.

Pero no.

miércoles, 20 de febrero de 2008

“Cansado del cerezo,
cansado del mundo entero,
me siento frente al turbio sake
y al arroz negro.”
Matsuo Bashō

Casi, casi no puedo. El planteamiento me asombra. Ocho cosas que deseo hacer antes de morir. ¿Antes de? Todas las cosas que deseo hacer espero hacerlas antes, después no creo que se pueda…

Cuanto tuve unos 15, 16 años pensaba que podía vivir por lo menos 10 años en París, irme a Jalapa, trabajar en Tijuana, correr como el guepardo, moverme como la carabela portuguesa, cantar. Ni modo de pensar lo mismo, ya no puedo.
Me parece que es algo así como plantearse la última cena del condenado a muerte. Difícil situación ¿qué pedir: vino, cerveza, agüita? ¿coger, comer, correr?

He escuchado decir: “no me quiero morir sin antes ir a conocer al Papa”… o tajantemente afirmar: “no me voy a morir sin tener una camioneta tal y tal, roja” Como ya lo dijo el poeta, mis deseos no son de esos.

Uno, a fin de cuentas desea o quiere hacer cosas para vivir. Pensando en eso, todo lo que se pueda hacer, hay que hacerlo con ganas, porque sin ellas es como hacer para la muerte (hasta parezco libro de superación personal, chin, chin)

Puedo hablar de lo que quiero seguir haciendo de ahora hasta mi muerte (huy!): amar, agradecer y disfrutar ser amada, no hacer daño (menos a sabiendas), comer duraznos, higos, guayabas y chilaquiles, leer con placer hasta el final (doble huy), lo que sea… ¡escribir! también lo que sea y también placerosa como he hecho siempre. Creo que ocho y muchas más veces quiero seguir viviendo. Casi me parezco al anciano moribundo de aquel cuento excelente de Inés Arredondo, “La Sunamita” a quien el deseo, la lujuria revive una y otra vez. A él pudo preguntársele: ¿qué cosa deseas hacer antes de morir?

Ah, quiero, antes de morir, decir todas las groserías que siempre quise y mandar a chingar a su madre a algunas personas (siempre y cuando después me muera porque no quiero soportar reproches ni revanchas, je) Y decir lo que en el párrafo anterior no dije (la idea de que Santiago lo lea me cohíbe, aunque debo reconocer que no mucho ni siempre)…

Esto lo he escrito a punto de la carcajada lacrimosa, por sugerencia de Sylvia y quiero manifestar mi invitación para que escriban sus ocho cosas que desean hacer antes de morir, a Pina, Elmer, Navomar, Sylvia Teresa, Mari, Buch, César, Lenin. De ninguna manera es obligación, jajaja, no me imagino obligándoles ¿y cómo?
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Pd: Si puedo decirlo -estoy pudiendo- y como cosa que quiero hacer, aunque no es tal: una casita junto al mar ¿se puede?

lunes, 18 de febrero de 2008

Toco madera
dijiste

y asì

me quitas de encima
la posibilidad
estorbosa
del reencuentro

viernes, 15 de febrero de 2008

Instante preciso de la nieve
Se llama nieve y es agua helada que se desprende de las nubes en cristales sumamente pequeños, los cuales, agrupándose al caer, llegan al suelo en copos blancos. Copos que si no fuera por la ventana que está frente a mí, atrás de la computadora, formando parte de la pared, podría tocar: caen a menos de 2 metros. Caen y caen, plumas que se desvanecen tocadas por un airecillo que las hace danzar en leve pendiente del oeste al este. Son de un blanco contagioso, las cosas y personas se van poniendo del mismo color a su paso. Los autos parecen, los que van hacia el este, ser empujados por ese ánimo blandito y blanco; los que van hacia el oeste son salmones empujando las líneas punteadas que cubren el espacio blanco que antes era gris.
Suspende casi el corazón su trabajar para mirar, hundirse en los cristales que se derrumban, pedacitos congelados de nubes…

jueves, 7 de febrero de 2008

Te encontraré cuando la lluvia
convertida en charco sucio
empiece a evaporarse

sábado, 2 de febrero de 2008

Mentiras y qué más

Sólo hay de dos: lo real y lo ficticio. Sólo el decirlo me da miedo y risa y ganas de llorar, dormirme para siempre, nunca, dormir nomás.
Cómo saber qué es lo uno y qué lo otro. Tanta saliva, tinta, cuánta para no saber decirlo.
Ojos, tú eres una ficción.
Eres una realidad que no palpo, no puedo comprobarte.
Eres tan real, sin embargo, que he tenido tus labios y tu lengua, he olido tu piel en la oscuridad.
Soy ficticia, tú lo sabes. Yo apenas lo adivino, pero me he dado a ti en el borde mismo de la frontera que divide al estar e imaginarse.