viernes, 29 de septiembre de 2006

Los amados

No tienen ya nada que decirse
la última palabra voló cual diente de león
quemada por el sol de algún verano

y buscan entre el lodo y el silencio
gestos
miradas
o saliva

que puedan compartir
hoy que es invierno
siempre lluvioso

cuando te fuiste
me quedé como ventana
abierta

y el mar llegó de pronto
se metió poco a poco
me dejó salada
y fría

para siempre

camino y siento que me miras

no sé qué mirarás
si el cabello
mis zapatos
las huellas que los pies avientan sobre el lodo
las nalgas, mis piernas o el vestido

lo que sea que ahora mires
no volverá

nunca

contigo

Fui la flor, aquella...

Perdida para siempre de tu olfato
ajena de tu tacto para siempre

Alguien pasa y tira piedras
Yo no sé de dónde vienen las pedradas

Todos ríen
A todos les cuentan cuentos

(Cuentos que son como pedradas
en los humedecidos techos del invierno)

Alguien pasa pateando piedras
tratando de esquivar el ruido
de mi llanto

Entibiado como palomita
en las manos memoriosas
duerme el deseo
que por ti movió mi vida

alguna vez

Un día

No creo en fantasías
ya no más

pero a veces
me asaltan
en cualquier esquina
los perros
y son silenciosos animales
que no ladran
sólo me babean
me llenan todo el cuerpo
de sus inmundicias transparentes
y no quiero creer que estos perros existen
pero tampoco que son
producto de mi fantasía
porque ya no creo en fantasías

dejé de hacerlo
hace algún tiempo

anoche dejé de quererte
de improviso

ahora estoy como tortuga
liberada del caparazón
al descubierto
sin ese fardo encima
pero expuesta, desvalida

desde anoche
no tengo escudo
ya no te quiero más

miércoles, 27 de septiembre de 2006

A veces somos afortunados seres besadores. Y sabemos que cuando los labios besan mucho se inflaman, palpitan y sentimos que no son nuestros (y es que, siéndolo, no lo fueron, y recuerdan esa otra pertenencia)… están adormecidos, rojos, vivos. La lengua se supo apreciada, la saliva conoció otro sabor (es tan dulce ese otro sabor), viajó hacia otra boca, mojó dientes que siempre le estuvieron lejanos en un espacio que ahora pudo recorrer a su antojo. Después de besar, rozar, oprimir, tal vez lamer, y morder, los labios, la boca, los dientes quedan huérfanos. Es como la lluvia, podemos decir cuánta agua, preguntarnos cuándo parará, decir tal vez estamos hartos... y basta sólo un día de sequía para extrañar ese derrumbe cristalino... ¿no lloverá ya nunca?

La boca si no besa experimenta en la epidermis los recuerdos y de pronto está rozando al aire,queriendo que el aire la bese... todo pasa y a veces ni nos damos cuenta...

Total, si no besamos a los labios no les pasa nada, se van acostumbrando al desapego, a un mismo sabor, a adormecerse de otra forma. Pero nosotros, si nuestros labios ya no besan ¿qué hacemos?

Sólo una cosa se me ocurre: llorar

martes, 26 de septiembre de 2006

A las dos

Caminar es algo que hacemos bien, con ganas. Así, íbamos de mañana, Mariana y yo caminando cuando al pasar una esquina, sentí que ella volteó, presentí su sobresalto y no dije nada, dio dos tres pasos más y volteó de nuevo, buscó mi mano y me dijo mamá, la sombra de aquel muchacho tiene cara… mi estómago dio un vuelco, vi ante mí la posibilidad de una maravilla, en un instante pensé qué hacer o no hacer nada… y entonces volteé.

En efecto, sentado en la banqueta, un escalón más bien, estaba un joven, atrás de él, su sombra, oscura como debe ser, con rostro como no debe ser… Flotando en el asombro nos detuvimos las dos a mirar.

Y entonces me di cuenta, aquello no era sombra. Era otro joven sumergido en la sombra proyectada por el edificio frente al que estaban; acuclillado atrás, casi en la misma posición del primero, en la casi oscuridad, sólo se le veía en su cuerpo oscurecido el rostro en penumbras.

Quise no haber descubierto el truco, quise no habérselo dicho a Mariana, pero por el susto se lo dije.

Aunque sé que ella, al igual que yo, disfrutó con emoción ese momento de fantasía que la rutina diaria nos regaló. A las dos.

lunes, 25 de septiembre de 2006

(Evodio en la nieve con la mujer de Ugo)

“Insistió en llegar a comprar nieve… Pero si está nevando, dije débilmente… No importa, allí está abierto, vamos, a Ugo le gusta mucho. Vendían en recipientes individuales, salimos de allí con tres.
Antes de llegar, oímos el sax. Las notas desgarraban la mañana como intentaba hacer el sol. Entramos al calorcito del departamento, ella con su alegría desconcertante, yo sin saber, como nunca supe, qué hacer, qué decir. Te trajimos nieve, amor… Veo cómo Ugo se levanta, pone el sax en el atril, me da su mano cálida y su afecto… y besa a su mujer, la que pasó la noche conmigo, la que se sienta sobre la cama a comer nieve y nos invita a que lo hagamos también, mientras se quita de encima el abrigo, el gorro, la bufanda, los guantes…
Ellos se convidan cucharaditas de sus vasos, luego se lamen uno al otro, una gotita aquí, otra más allá, hasta que se olvidan de la nieve y se pierden en los besos, largos, húmedos, calientes y las manos… Cuando empiezan a desvestirse, me convenzo de que olvidaron mi presencia y empiezo a escurrirme hacia fuera. Me acuclillo en el suelo nevado, como perro con sarna y solo. Helándome y sin sentir.

Me comí la desconsolada nieve que yo mismo escogí con pedacitos de nuez melancólica, sus lágrimas me supieron más tristes que el olor salado del saxofón cuando llegamos…”

De Evodio, el diario

viernes, 22 de septiembre de 2006

Otoño

Íbamos a subir la calle, volteé como lo hago siempre, como siempre debo hacer, para ver el tráfico que allí es sólo en una dirección, de bajada. Allá arriba, como a cien metros pude ver la iglesia y el sol que diariamente nos encandila a las siete de la mañana, medio escondido atrás de algunas nubes grises. De la iglesia salieron volando palomas, diez, veinte, creo que eran más… un gato pasó frente a nosotras y me disfrazaré de gato negro, me atravesaré en el camino de todos para darles mala suerte, dice Mariana gozando anticipadamente con su mirada pícara… la miro admirada y digo casi con desgano , esos son cuentos no te creas… ay, mamá, ya sé me dice ella, más asombrada por mi aclaración a destiempo, luego se ríe. Y me recuerdo no ponerme en su camino cuando ande maullando negramente queriendo asustar. Mi gato de la buena suerte.

El viernes como hoy es de mala suerte y un martes no te cases ni te embarques, ni pases nunca debajo de una escalera, ni tires sal, ni quiebres espejos, ni saques la lengua, ni comas amapolas, tampoco debes mirar al camino de frente, ni picarte la nariz, ni enamorarte de hombres con bigote…

No te levantes con el pie izquierdo, dicen. Santiago es zurdo y amo eso. Los murciélagos siempre dan vuelta a la izquierda cuando salen de una cueva y qué importa saberlo. A mí sí me importa. También me importa que son las once once, no puedo dejar de percibirlo. El número cuatro, o el dos duplicado o cuatro veces el número uno...

Las palomas que salieron volando hoy a las siete de la mañana eran un buen augurio. Eran diez o muchas más. El sol apenas se veía entre las nubes grises y el gato blanco que se nos atravesó también llevaba frío como nosotras, en este primer día de otoño.

miércoles, 20 de septiembre de 2006

Plof

Las siete de la oscura tarde, o de la noche temprana. Llego a la casa y está cerrada, no hay nadie; es tan poco usual este fenómeno que no tengo llave, nunca he tenido. Así que me instalo sentada en una silla del porche, a esperar, viendo hacia el jardín y a la gente que pasa y me doy cuenta de que todos van hacia abajo, entrando al barrio después del día. Antes de que la noche nos alcance corremos a refugiarnos a la cueva, digo casa, digo calor, compañía o váyase a saber qué van persiguiendo los hombres y mujeres que por aquí pasan, entran a este barrio, recogiendo las migajas de tiempo que hace horas soltaron para que los ayudaran al regreso.
Oigo las peras caer. Es un sonido peculiar, desagradable, suenan plof. Así nunca hará al caer una manzana o un membrillo, el durazno menos que casi nunca cae. Pero la pera, a la menor provocación ya va cayendo hacia el suelo, en su vocación de desastre inminente se deja robar lo intacto con tal de sentir la velocidad esa única vez, la caricia del gran golpe, plof…

Cerca de mis pies cayó una pera, pequeñita como lo son todas de este peral, peritas de San Juan les llaman, la veo detenidamente, con desconfianza y decido levantarla para verla de cerca, la limpio, intento olerla y casi sin querer la muerdo, la piel es muy delgada, frágil y la pulpa… inofensivamente dulce, solita se va deshaciendo entre los dientes, sin masticarla, en tres o cuatro mordidas se va… y allá está otra pera que ha caído, la recojo… otra más…

Ha pasado casi una hora y aquí estoy esperando, y me pregunto angustiada: ¿me quedaré por siempre en la oscuridad, sola, con frío…. y comiendo peras que ni me gustan?

martes, 19 de septiembre de 2006

Mojar la oscuridad
“Querernos cuando llueva
para que llueva a gusto”
Tomás Segovia
"Anoche soñamos que llovía..."
Pina
Y luego, inventé la lluvia. No duermo fácilmente y hacía más de una hora que tú sí dormías, terca y apaciblemente. Eso parecía. Y lo decidí:
Hasta que cayó la primera gota: tímida y lejana. Las otras vinieron después, con desenfado y ritmo. Las escuché caer unos minutos, sentí cómo mojaban las hojas de la higuera y resbalaban a la tierra seca, sentí en las manos el descender de cada fragmento acuoso, derritiendo el paisaje, mojando la oscuridad, deshaciendo mi tacto.
Llovía y te llamé: Amor, está lloviendo. Te sentaste somnoliento y escuchaste, oíste las gotas, oliste la tierra mojada, dijiste qué frío, me medio miraste y acostándote acurrucado, de nuevo te dormiste. Amor –insistí, tienes que cerrar la ventana, el agua se está metiendo. Logré que abandonaras el lecho (el hecho helecho) y cerraste casi con enojo la ventana. Chin, ya me mojé, murmuraste y caíste de cabeza al sueño retomando tal vez el otro sueño, en el que yo no estaba, o sí. Pero claro que no estaba: en esos momentos hacía llover.
No quiero despertar, hice llover tanto hasta que logré cerrar los ojos e irme... deseo disfrutar mi merecido descanso. Pero despierto. Y aún duermes, te sacudo brevemente: amorcito, ya es es hora.
Entre bostezos me miras, qué extraño, anoche soñé que llovía y me pediste que cerrara la ventana... dices acusadoramente.
No, lluvia de dónde, está un solazo (me solazo en tu desconcierto). Ya levantémonos.
Y cubro con la sábana al destaparme el breve charco que ha quedado junto a la ventana.

miércoles, 13 de septiembre de 2006

"...what a wonderful world."


Para Omar Pimienta, porque siempre lo recuerdo cuando veo una bella planta con flores rojas que se llama arete y que mi madre trajo hace muchos años de Tijuana, desde la Col. Libertad.

La noche toda ha sido llovida. Al levantarme, descubro maravillada que estamos adentro de una burbuja nebulosa. Salgo al porche trasero de mi casa y viviendo en la madera hay charcos que no esquivo, me asomo al corral y abajo me espera un gozo: las flores, brocados, laureles, geranios, madreselva, rosas, trompillos morados, lilas, azules… el verdor es un tigre que me salta encima, me engulle y permite que en su interior flote con los frutos, el árbol de arándanos tan esbelto y cargado de bolitas anaranjadas, la granada y sus rojos regalos llenos de sabrosos granos llenos de jugo, los duraznos, el membrillo amarilleando, las peras que caen todo el día, que se derrumban por las noches. Y los higos.
En todos los corrales se desborda el verde y en los jardines se está derramando el perfume, mientras la niebla se convierte en manto que nos envuelve húmedamente. Estamos adentro de una de las más bellas canicas que he visto.

Yo soy el durazno, así se llama un cuento que una flor nos narra acerca de su nacimiento, cómo crece y cambia de color , su madurez, el posterior traslado a un mercado multicolor, la elección de un niño que lo compra entre todos los otros coloridos y olorosos frutos, cómo es comido y saboreado por el niño, que siembra la semilla, lo cuida, riega… y vuelta a empezar, a la flor…
Liquen, musgo, hongos, moho, hierba, quelites, zacate, girasoles, dientes de león hacen que los caminos con Mariana se extiendan como si nunca fuéramos a llegar, oliendo, acariciando, conociendo nombres níspero, inventándolos patas de gallo, poniéndonos aretes florales (lo hice muchas veces, de niña). La confetidura siempre nos atrapa con sus ramos, somos florecitas. Chupamos la miel de la madreselva, somos abejas.

He comido tantos duraznos, mi fruta preferida, diría Mariana con su afán de clasificar, que estoy segura de que huelo a durazno, abro la boca y siento que exhalo el aroma de lo que tanto he comido durante dos meses o algo así. Los duraznos han estado a mi alcance diariamente, duraznos de a de veras, de casa, con taco rojo, con pulpa blanca, con piel amarilla, con gusano, dulces, sin gusano, ácidos, blandos, macizos, en mi casa, en los corrales de las casas vecinas, vendidos en la calle, o casi regalados, o regalados por amigos y parientes… Soy el durazno.

martes, 12 de septiembre de 2006

Sólo existen 5000 tigres

“Un huracán de tigres contra el mundo,
eso será el final; una rayada hoguera,
alguna lluvia de colmillos mayores,
un torrente de zarpas,
un resplandor solar hecho cuchillos
navajas libres de barbero.”
Eduardo Lizalde

Pero ¿y mi tigre? Estará adentro de ese número y por mí espera como me dijo. O será de los tigres que ya no están contando. Ni números ni letras. Tal vez los tigres que ya no están en esta tierra estarán en Plutón… quién sabe a dónde fueron. Yo deseo que mi tigre no se haya ido muy lejos. Para estirar la mano en alguna noche de estas y poder tocar su zarpa siempre tierna.

lunes, 11 de septiembre de 2006

(Evodio mira a las mujeres bailar sobre el polvo)


"Las mujeres se descalzan y yo tiemblo. El polvo rodea sus dedos, acaricia los poros sudorosos y los cubre.
Ellas bailan desaforadamente, con pasos ebrios entre la polvareda y yo ansío, con burbujas anhelantes en la saliva, lamer sus uñas, recoger de entre los dedos la textura lodosa del polvo y el sudor mezclados con el baile…"

De Evodio, el diario

jueves, 7 de septiembre de 2006

"recuerdo que vagué y bailé desnuda
en almohadas y sábanas que nunca fueron mías
porque buscaba escapar
de los amaneceres crueles…”

Ía L.

miércoles, 6 de septiembre de 2006

Para Pina, un fragmento que le gustará de un cuento de Hans Christian Andersen:

A la mañana siguiente le preguntaron como había dormido. "¡Oh! terriblemente mal¡" respondió la princesa. "¡Casi no he podido pegar ojo en toda la noche¡. ¡Dios sabrá lo que había en la cama¡!he dormido encima de algo tan duro que tengo el cuerpo lleno de magulladuras y moretones¡!Ha sido algo espantoso!.
Así pudieron comprobar todos que era una princesa de verdad, ya que tan solo una auténtica princesa puede notar la presencia de un guisante a través de veinte colchones y veinte edredones. ¡Solo una auténtica princesa puede ser tan delicada y sensible!.
De modo que el príncipe se casó con ella, seguro de haber conseguido lo que buscaba. En cuanto al guisante, lo guardaron en la cámara del tesoro, donde debe seguir todavía, si nadie se lo ha llevado. ¡Y esta sí es una historia auténtica y verdadera


Y colorín, colorado...

martes, 5 de septiembre de 2006

Mentiras, 1

Esto me lo dijo una amiga:
Hay niños que dicen que quieren ser bombero, buzo, enfermera. Yo no recuerdo nunca haber deseado ser de grande doctora, ni salvavidas, cocinera, policía, maestra… sé que deseé para mi futuro una casita cerca de algún mar, tener muchos amigos, ser bonita, pintar, ser feliz, esos deseos… no soñaba con profesión u ocupación alguna. Nunca, nunca quise escribir, nunca me dije: “cuando sea grande quiero ser escritora…”
Y sin embargo, aquí estoy, después de todos los años transcurridos; reviso minuciosamente lo que estoy haciendo y descubro con sobresalto que escribo: escribo siempre. Lo único que hago es escribir. Cuando camino por la calle no camino, escribo con cuál palabra mi pie derecho se mueve antes que el izquierdo, pongo una coma antes de cruzar la calle, un punto y aparte al llegar a mi destino e inicio un nuevo párrafo… no miro las nubes, pienso cuáles adjetivos usar para describirlas… y si topo con un perro muerto, mi único temor es no encontrar el verbo que mejor me haga decir aquélla muerte allí tirada… cada mano que muevo para avanzar, la escribo antes, el camino es para mí un cuaderno…
La escuché detenida y cortésmente. No pude decirle que mientras ella hablaba yo me entretenía en construir el borrador de lo que me decía, eligiendo las palabras, colocando con fruición una coma aquí, otra allá, punteando cual si bordara, buscando con afán adverbios para ubicar su narración, coloreando con adjetivos por mí seleccionados sus sustantivos. Pensando aquí va un guión, aquí intercalo exclamaciones, pendiente de acentuar correctamente. Intercambiando las palabras que ella me dice por las que yo uso siempre, como lo hice en los anteriores párrafos. Ja, si mi amiga ni siquiera mencionó el término palabra, ella dijo, literalmente: “siento que no vivo más que cuando puedo hablar de lo que estoy viviendo”, ya luego me explicó por un buen rato su desesperación cuando no encuentra cómo decir su vida.

Y yo me descolgué por esa idea, me resbalé de inmediato por la posibilidad de hablar del hecho de que yo no vivo más que cuando no puedo describir lo que vivo. Cuando no sé qué es lo que siento, cuando algo me maravilla tanto que no puedo vaciarlo o transformarlo por lo menos no de inmediato en palabras, es cuando estoy viva. Todo lo demás es literatura, puro invento.

lunes, 4 de septiembre de 2006

Tango blandengue

Me levanto aún dormida alguna noche y en la penumbra espesa y fría, me muevo a tientas, buscando, con los brazos extendidos del sonámbulo, del que lleva cubiertos los ojos para jugar la gallina ciega, tratando de hallarte en el universo onírico donde empecé a buscarte. Topo contigo. y te reconozco, allí estás, con tus brazos fuertes que me abrazarán. Apoyo mi cabeza en tu pecho y suspiro porque por fin llegué. A un puerto, yo, barquito de papel que soy, me siento anclada porque tus manos me sostienen, me liberan de la oscuridad, me llevan a aguas seguras, aspiro tu olor dulce, suspiro y me relajo, buscando que me acunes.

Pero inevitablemente despierto. Y es de madrugada y estoy allí, con la frente apoyada en una pared que no me toca, ni me protege ni me da calor, y adolorida, cansada, regreso a la cama, al mar violento del insomnio.

sábado, 2 de septiembre de 2006

Erizada ventana
"El erizo dormía y dormía y sólo despertaba para el desayuno. lamía gustoso un poco de leche, miraba en derredor, muy contento, y se volvía a dormir.", Ludwig Askenazy

Las ventanas son un espacio mágico. Pueden abrirse y pueden cerrarse, pueden seguir siendo ventanas sin realizar ninguna de estas dos acciones. Sirven para ver y para dejar de ver. Pueden usarse para entrar o para salir. Para acercarse a la lluvia, para alejar un poco el calor.

Ahora, sin embargo, me pregunto cómo sería quedarme frente a esta ventana, mirando solamente, sin entrar ni salir, sin sentir frío ni calor, mirando solamente cómo las estaciones pasan y son sólo ráfagas, cómo pasa la vida, cómo se mueve el mundo, cómo corre el tiempo, cómo vuela la nube, como cae la lluvia… solamente mirar.
Hacerme yo misma una ventana, así como en un cuento que se llama “La colina del erizo” y que leí ayer, antier, sabe cuándo, para Mariana. El erizo en cuestión decide, según sus palabras y por amor quedarse “como una colina en el jardín, no necesito más.” Sobre la colina en que él se convirtió creció un musgo verde, brotaron flores amarillas y fresas silvestres.
Convertirme en una ventana, con marco apenas para sostenerme, ser invisible, estar allí, sólo mirando, que de mi cabeza broten cortinas blancas de algodón, dejar a veces entrar la lluvia, permitir que el viento me traspase, no dejar que el frío entre, eventualmente mirar cómo los pajaritos llegan o se van, negarme al polvo, abrir mis brazos para el sol.
Y estar allí, sólo mirando.