martes, 15 de marzo de 2011

Ventanas

Me despertó la lluvia. Vi el reloj: las 4:oo am. Me arrebujé en las cobijas... qué rico, el agua cayendo, interminable, copiosa, por los escalones.

Disfruté unos minutos. El placer de oír a mi abuela y mi madre platicando, de noche, los niños dormidos, lluvia cayendo... Abro los ojos y me digo ¿lluvia? si ni nublado estaba anoche. Tengo que levantarme  a ver.

Hace algunos años llegué a vivir a un sitio en un tercer piso que tenía una ventana grande cubierta con pesada cortina. No quise ver qué había atrás afuera del otro lado, pasé días regodeándome en la conjetura. Árboles, otra ventana, una calle abajo peatones caminando allá... Un día recorrí la cortina y me dije para qué, qué necesidad había... un muro gris tapiándolo todo. Oír música con los ojos cerrados, besar a oscuras, cruzar la cuerda floja con anteojos de color morado... ¿No es eso la percepción?

No llueve. Qué, esa tanta agua, entonces. Me preocupo, salgo sin cubrirme, madrugada oscura y muy fresca. No llueve, certidumbre entristada. Tubería rota, sale un surtidor que desde hace horas, no sé cómo no lo oí antes, riega el jardín que ya desborda. Hablo a vecinos, su tubería se reventó, salen adormilados, reparan. Hora de bañarse ya... entretanto, el agua, que fue tanta, se ha colado, trasminado en el jardín y ha recorrido un camino de tierra hacia el subterráneo, abajo de mi cama, poner periódicos...

Oí la lluvia con tanto placer.