jueves, 29 de mayo de 2008

“Que el camino salga a tu encuentro. Que el viento siempre esté detrás de ti, y la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te sostenga en la palma de Su mano.”


Ayer, miércoles 28 de mayo, en Tamaulipas, murió Emilio Izaguirre, amigo queridísimo.

Emilio, cuando supe, todos los pedazos de vida que contigo compartí se me cayeron del cajón donde los había guardado por quién sabe qué razón y por cuánto tiempo y ahora los tengo en los ojos, dándome tu manera de tocar la guitarra y cantar junto a Mirna. Te veo hablándome de filosofía, te oigo hacerme preguntas complicadísimas y sin darme, por fortuna, tiempo a hablar (nunca supiste que fui incapaz de responder con coherencia ¿o sí?). Aún me maravilla tu obsequiosidad, bondad y desprendimiento… no sé qué más decir sin llorar…

Esto te gustaría. Anoche, desmenuzando los recuerdos, me sorprendí pensando: ¡diablos! ¿Ahora cómo le aviso a Humberto?

sábado, 24 de mayo de 2008

"Después, quizá mordiendo un llanto /quedate siempre, me dijiste... /Afuera es noche y llueve tanto... / y comenzaste a llorar..." (Tango "Por la vuelta")
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No un maullido atormentado y desnutrido como a veces. Ni perros ladrando desorbitadamente como en ocasiones los perros –y sólo ellos- ladran. No la pesadilla, ni el bello sueño. No fue un ruido común.
Fue la lluvia.
Abrí los ojos y oí. Llovía.
Sin despertar del todo recordé la ropa tendida y me levanté tibiecita y a tientas, subí la escalera y corrí hacia el baño, abrí la puerta que da al porche trasero y al abrir supe que aunque se llama primavera eventualmente aún es invierno y que uno no puede salir así, desamparada. Entonces regresé por la chamarra, me puse de la misma el gorro y salí para quitar de los tendederos la ropa, que ya estaba algo goteada. La lluvia era tenaz cortina que mojó pronto mis pantunflas rojas aún en la oscuridad. Metí la ropa y la maltendí y colgué donde pude.
Regresé a la cama, miré el reloj: 3:30. Me dormí pensando en mi insensatez.

Eso no se hace.

viernes, 16 de mayo de 2008

“a través de mi llorar y sus siluetas al pato Donald vi.
¡Ay, ay, ay, ay!
el cine triste me haces recordar
¡Ay, ay, ay, ay!
las caricaturas también me hacen llorar

Pongo el disco, (Lisa Ekdahl) apago la luz de la lámpara, me acuesto y cubro con sábana y cobijas. Estoy acostada de lado, hacia la derecha, de frente a la pared. Cierro los ojos y espero dormir. Pero no. La música, como un repentino martillazo de agua instantáneamente me:

· transporta
· coloca
· desplaza
· ubica
· pone
· traslada
· sitúa

En un:

· sitio
· lugar
· espacio
· (a) ubicación

Un cuarto:

· diminuto
· estrecho
· muy alto
· y rosa
· rosa viejo
· con cenefa de encaje negro

Sé que no estoy allí., lo dice mi consciente. Mi inconsciente, en cambio, place en la humedad del cuarto musical.

Mi mano izquierda como si supiera qué hacer –lo sabe- se coloca despacito en mi rostro con la palma hacia arriba (extraña manera estrena mi mano de explotar el tacto, con el dorso) y recorre en un camino de caricia mi nariz y llega, sin irse de la nariz que tanto le gusta, a mis labios, que se entreabren queriendo apresar los dedos que ya no son de mi mano. Entonces veo de quién son los dedos, de quién es esa cálida mano que me camina:

Estás allí mientras bailo sobre la cama y haces que mi mano sea tu mano porque tú estás sentado en la esquina, en una silla, viéndome y es como si tu mano tuviera el don de la ubicuidad y estando en tu brazo también estuviera en este sendero llovido y oscuro de mi rostro. Con tu pierna derecha cruzada sobre la izquierda y fumando un cigarro sin filtro, tus ojos son agujas verdes metiéndose en mi vientre que danza.

No puedo resistirme al llanto. Esta habitación no existe me digo y abro los ojos. Veo entonces la cortina blanca frente a mi cara. Blanca con rombos rojos y amarillos y sobre cada figura geométrica rostros, de personajes de caricatura. No puede ser ¿cómo dejé ir un ataque de melancolía y nostalgia , la onírica certeza de tu presencia y preferí ver:

· al gato silvestre
· piolín
· buggs bunny
· el pato lucas?

Me recrimino que por el dolor haya escapado de la danza que danzaba contigo-para ti en el imposible aparador de la memoria. Me:

· reconvengo
· regaño
· reprocho
· y prometo castigarme

si no estás cuando de nuevo cierre los ojos.

viernes, 9 de mayo de 2008

Paso del Norte 3

“Desde el puente veo la tarde cómo se vuelve una naranja.”
Karla Sandomingo

Por la vía no se puede caminar. Hay letreros que indican que es propiedad privada y etcétera (entonces, no es que no se pueda, no se debe). Muchas personas lo hacen sin embargo. Porque se reduce el tiempo a la mitad y el esfuerzo a la tercera parte.

El tren va y viene (¿Qué todos los trenes van y todos los trenes vienen? ¿A poco?) y el riesgo depende de la velocidad, del oído, del lugar de la vía donde uno se encuentre…

Caminar sobre la vía ofrece premios. Desde allí y por el hecho de que se encuentra a todo su largo en alto, Cananea es un paisaje, dos, tres, muchos, sobre todo si nos detenemos sobre el arco del puente (allí que el tren no te agarre porque), y miramos hacia el norte, todo el barrio de Cananea Vieja, la calle del Puente, las otras callecitas y callejones, las casas tan de pueblo minero y más allá el Cerro de la Cruz, la Fundición, el Grasero, las montañas, la Mariquita, el Observatorio… hasta mi casa desde allí se ve. Si parados allí, sobre el puente volteamos hacia el sur, vemos El Ronquillo, la Mesa Sur, el Cuartel Militar, tantos árboles, y lejos un poco hacia el oeste, los represos, agua muerta, producto de la extracción del cobre, aunque parezca desde allí, del puente, un lejano mar.
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En muchas ocasiones regresábamos a casa después de irnos al baile mi hermana, amigas y yo, por esa calle, la del Puente, solitaria vereda pavimentada, casas oscurecidas, metidas en el sueño, frío la mayor parte de las veces. Entrábamos al puente haciendo ruido, tal vez hasta gritando. Sé que al llegar a la esquina donde doblábamos para subir a la otra calle, la de nuestra casa, justo en ese metro cuadrado, la banqueta estaba hueca, y con nuestros infaltables tacones resonaba el pavimento como en un tablado. Silbábamos aquella melodía de Bonanza (absurda exactitud del recuerdo) y bailábamos jóvenes y bellas. Sobrias, por supuestísimo. Vírgenes, a morir. Felices: ¡a huevo!! (¿webo, güevo, güebo?)

Hoy camino por allí con Mariana, vamos a la panadería, salimos del barrio, pasamos por el puente y ella grita para oírse en el eco. Después nos gusta regresar por allí mismo, repetir los pasos bajo el arco, subirnos a la estrecha banqueta que está a medio metro de la calle por la que los autos caminan, de uno en uno y sólo en una dirección, entrante (esa no es una dirección, al norte sí que lo es). Entrar a nuestro barrio, voltear y mirar el arbolito solitario, arriba, vigilante… Algunas veces, muy pocas, hemos tenido la suerte de pasar por abajo del puente mientras, arriba, el tren, a su vez, traqueteante pasa.

jueves, 8 de mayo de 2008

Paso del Norte 2

Me contó que por allá por 1943, él, junto a otro amigo aproximadamente de su edad, tenían la encomienda dada no sé por quién, de abrir las válvulas del agua de unos hidrantes o algo parecido que estaban uno a cada lado del inicio de la calle, muy angosta, a unos pasos después de cruzar el puente, entrando así a Cananea Vieja.
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La callecita, en ese tiempo de terracería, tenía a ambos costados -¿márgenes, orillas?- casas, la mayoría de madera. En donde actualmente están las banquetas había zanjas, construidas para que el agua de las lluvias corriera por ellas y no inundara las casas. Entonces era así, a determinada hora vespertina, mi papá y ese otro niño que no sé quién fue, abrían cada uno la válvula que le correspondía y los potentes chorros brotaban y llegaban de un lado a otro de la calle e inundaban cada zanja contraria, formando otro puente, éste de agua… ¿y para qué hacían tal cosa? Le pregunto asombrada. Y él, azorado, luego de mirarme buscando en mi rostro la respuesta, dice: para limpiar las zanjas, se acumulaba basura, papeles, piedras a todo lo largo de la calle que estaba y aún está en declive… Luego, casi sin transición a menos que así se llame el tiempo que se toma para mirar un poco alrededor suyo, aparentemente consultando las sombras de su pasado, pasa a decir que una vez, por aquellos mismos años sucedió algo que no vio pero un testigo presencial le contó.
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Muy noche. Estaba un hombre totalmente embriagado, sentado a la orilla de la zanja, con las piernas y los pies metidos en ella y otro hombre con quien tal vez discutía aunque no lo cree porque el briago estaba casi dormido, allí sentado, lo decapitó. La cabeza rodó desde el cuello del borracho hasta la zanja, mi padre piensa que la sangre corrió igual que el agua de la lluvia… tal vez

miércoles, 7 de mayo de 2008

Paso del norte 1

No conozco un puente maravillosamente grande, o levadizo, o antiguo o que arquitectónicamente sea un desafío...

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Pero sí conozco uno que se llama "Paso del Norte" Y éste no une ciudades, tampoco países, ni permite caminar sobre las aguas. Separa barrios y tiene una peculiaridad, si es que así puede llamarse (tal vez no): arriba los trenes, abajo los peatones y los autos, uno por vez. Primero fue de madera y a finales del S. XIX fue construido con los materiales actuales (aunque está fechado en 1907) para transportar en vagones el cobre extraído de la mina. Se aprovechó una pendiente para colocar la vía que llega hasta la estación del ferrocarril. Esta misma pendiente ocasionó, hace años, que un vagón mal trabado o frenado o como se diga que está un vagón de tren sin caminar, se dejara venir o ir (para el caso es igual), desde la puerta de embarque o carga y sin control corrió y corrió mientras toda la gente que vive cercana a la vía trataba, inútil pensamiento, de evacuar, detener, conjurar la tragedia que ya estaba dibujada con todos sus grises colores en la góndola veloz que descendía (“El tren que corría / sobre su ancha vía / de pronto se fue a estrellar / contra un aeroplano / que andaba en el llano / volando sin descansar.”) y que ya casi llegaba a la estación .

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El vagón, cargado de mineral, solo, sin ninguna rienda fue deteniendo su carrera un poco; allí (allá) la vieron venir un padre y su hija que caminaban, tomados de la mano, a un lado de la vía, casi paseaban. El padre logró escapar, no así la niña porque el vagón decidió voltearse justo hacia donde ella, paralizada, lo vio llegar.

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Hace pocos años, se vació sobre la tierra de los lados de la vía, las pendientes del cerro, cemento (como se hace con las manzanas caramelizadas, los plátanos con chocolate congelado). El puente está actualmente pintado de color naranja y arriba, en el centro del arco crece un árbol que parece de película de terror para niños.
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Al cruzar el puente hacia el norte, viniendo del Ronquillo (un barrio, comercial hace cien años, ahora un tanto venido a menos), se entra a Cananea Vieja (en femenino porque el nombre de este pueblo cuando aún no lo era fue "La Cananea"), el barrio más antiguo, alguna vez lugar donde vivían y tenían su comercio los chinos, siempre pobre, barrio obrero y conflictivo. Deja de ser cruce de puente y se convierte en calle, igual de angosta y con banquetas recogiditas, la calle se llama... ¡adivinaste! Calle del Puente y sigue hasta que se acaba luego de dar y dar algunas vueltas un tanto laberínticas.