sábado, 27 de septiembre de 2008

Poema llorón

Averiguaré
te lo prometo
todas las razones
que tuvo y aún sigue teniendo
el sauce
para llorar
de tal manera desvalida
y tan desconsoladamente
desde aquella tarde
cuando le dijiste adiós
y nos dejaste




(Aquí va canción de David Haro, cantada por Eugenia León: "Ay, Dios, pero qué tristeza / estoy sufriendo por ti..." jajaja, ni sé por qué escribo textos así, son como rebote de emociones pasadas)
Dinámica grupal

Se trataba de una dinámica grupal. Las instrucciones: Leer y decidir cuál situación resolvería primero cada uno de nosotros (un grupo de 15 personas). Las situaciones:

El teléfono está sonando
El bebé está llorando
Alguien está tocando a la puerta
Comienza a llover y hay ropa en el tendedero
El agua está a punto de desbordarse del fregadero en la cocina

Un insignificante ejercicio para quebrar el hielo y conocernos.


Leímos, sopesamos las consecuencias de elegir solucionar tal o cual problema.

Mi razonamiento fue el siguiente: El agua desbordándose es lo que menos deseo enfrentar: cierro la llave, corro a ver el por qué del llanto del niño, lo tomo en brazos si es necesario, con él o sin él, pero ya sabiendo el por qué de su llanto, voy y abro la puerta; dependiendo de quién se trate lo invito a entrar y le pido me ayude con el niño mientras voy por la ropa (o viceversa). Si no le conozco le digo que espere afuera y regreso luego. Si lo del teléfono apura, volverán a llamar, me digo.

Listo, resuelto.

Interpretación: Rarísima, según mi razonamiento. La coordinadora pregunta:
¿quiénes decidieron que lo primero que hay que hacer es responder el teléfono?

Nadie

¿Quiénes fueron a ver al bebé?

Nueve

¿Quién fue a ver quién tocaba?

Tres

¿Los que optaron por correr a quitar la ropa del tendedero?

Dos

¿Quién consideró que cerrar la llave era lo más importante?

Uno

Hasta allí íbamos bien. Luego ella dijo: las personas que responden que el teléfono es lo primero, le dan más importancia al trabajo. Las que respondieron que el bebé: la familia es su prioridad. Si alguien eligió abrir la puerta, los amigos. Las que corren al tendedero consideran que el dinero es prioritario. Y, a ver, dijo ¿quién eligió la última situación como primera?

Levanté con inocencia mi mano.

Entonces, me dijo ella, tu prioridad en la vida es el sexo.

¿Me dio pena –preguntas?

No, me dio risa.

Yo no creo en los libros de superación personal. Ja.

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jueves, 25 de septiembre de 2008

Ahora llueve, aproximadamente a un metro de mi rostro está el cristal, allí veo cómo se estrellan las gotas, muy grandes, de este repentino manantial celeste.
Esta lluvia desesperada de verdad que trae una algazara sobre los techos, no se oye otra cosa más que su caída.

Y los truenos. Hermosos truenos que nos hacen estremecer. Asustan a los niños, a casi todos.

Aquí llega gente corriendo, huye del agua. Otros se van también a la carrera para no mojarse tanto. Los libros se saben protegidos y secos, nada les preocupa. Eso es la literatura.
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Lo demás es charco, lodo, resfriados, frío.

Esto es gozo.

Desde la puerta abierta me llega un aire muy fresco. Deseo oír a Chico Buarque. Y verlo.
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Es otoño, los amantes ya se fueron
las hojas de los árboles cubren el campo
sus voces amorosas ya no se escuchan
el verano ya se fue.”
(Cantaba en los sesenta Roberto Jordán)

¿qué decir de todo lo que querría decirte?. Puedo hablar de los árboles dedicados afanosamente a ponerse de amarillo, de cómo estos árboles se mueven con esmero, de cómo arriba de ellos el cielo no decide qué color ponerse, de cómo la posibilidad de lluvia se nos viene y se nos va, del calor que ya casi no...
sólo te beso
.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Escribir es recordar
Carrizos Rojos (7 y último)

Apuntes para una carta desde Navachiste

Para Luis. Para Casildo. Para Joel.
Y la Maga, Artemio y Marco


Uno
Ayer se nos cayó la noche encima.
Con estruendo. Como carcajada líquida se nos vino arriba con evidente sobresalto de Casildo que se entumía sobre la arena dura, tostadito y envuelto en la modorra.
Ayer que la noche estuvo tapándonos la vida, llegó esta carta, te la empiezo.

Dos
Un abrazo para Ugo en su cumpleaños.
En Tijuas, sin sax ni clarinete.
La luna se levanta.
Aquí no lloverá.
Lástima de nube que jamás.


Tres
No puedo hablar del todo en esta lluvia seca que es el mar sin olas. La lengua necesita remos para avanzar a tumbos por la sedienta arena.
Al cantar tartamudeamos.

Cuatro
Estuvimos esperándola por más de dos horas.
Todos queríamos bailar. A la Maga el cabello se le hacía espuma con la música y la luna no llegaba.
Aguardábamos sentados en la arena dulce, viendo el mar oscuro y silencioso, aventándonos la duda con la mirada.
Ya era mucho tiempo, queríamos bailar y la luna no llegaba.
Todos sufríamos.

Cinco
Llegó al fin y luminosa, traía los aretes perfumados.
La abrazamos con fuerza antes de iniciar el baile. Estuvo con nosotros casi toda la noche.
Nos gustó movernos con ella. Aún sobamos nuestros pies con deleite cuando la recordamos.

Seis
Nos escurríamos hasta el etcétera cuando la playa hablaba. Joel con la rosa colgada de los ojos y los demás llenos de aplausos voladores; mientras, el mar se esforzaba en dar un paso al frente, luego, en su cara veíamos pintado el retroceso, como gota transparente. A veces si que sus humedades ponían chispas en l piel del sol, tendido de espaldas en la Bahía de Navachiste.

Siete
Todavía no salgo de mi asombro, pero quiero ya meterme en este cielo que de pronto se nos hace mar y de repente playa. Quiero entrar por fin en el camino que nos lleve al azul sucio de esta tarde. Pero por más intentos que trenzo, aún sigo encadenada adentro de mi asombro.

Ocho
Luis parece que se nos va por ratos a la tristeza.
El cielo se le pone cerca cuando voltea por descuido a ver al pelícano. El desconcierto lo apresó ayer cuando se le extravió el atardecer de sus recuerdos. Este es otro, ahora Luis lo sabe, pero sigue con la tristeza rascándole la lengua.

Nueve
Los mezquites van contigo cuando avanzas a bañarte. Somnolientos se sacuden los mosquitos y emprenden contigo la aventura líquida: los vemos como te siguen, bostezando por la errante vereda que te lleva al pozo.
Tú no sabes que esas sombras que parecen adelantarse a tus pisadas, son mezquites que se han echado a cuestas la cada vez más difícil tarea de protegerte de tu soledad que ya casi te quiebra.

Diez
Al encender la fogata, la playa se volvía de papel. Para envolver los sueños y llevarlos a tu cama.
Junto con la leña ardiendo, pisándole los talones calientes, llegaba el humo y corría tras nosotros que nos íbamos de frente, la vista anclada en el mar.

Once
No sé a dónde se han ido las olas. Estarán con Enrique tal vez.
En este momento se miran en la luna, mientras colocan el sigiloso disfraz de saliva y escamas sobre el rostro esperanzado.
Luego se irán a la feria.
A comer algodón de azúcar recogido en los días anaranjados del verano.
A las olas les eriza el corazón subirse a la rueda de la fortuna y como Enrique lo sabe, seguro que las lleva y monta con ellas… para mojar su cabello con espinas saladas. Como a él le gusta.

Doce
Al mar se le cayó el respiro. Pasmados nos miramos frente a él, esperando el menor indicio de su mítico retumbo. Y nada.
Solamente llega al caracol de nuestro oído el eco de su estático nadar. No lo creerías: el mar aquí no suena.
-¿Estaremos en el mar? –pregunta Artemio
-No sé –responde el silencio y se va.

Trece
Las pangas se ríen de nosotros.
Indefensos en la espera.
Marco dijo que el nivel del mar decrece con un ritmo proporcionalmente inverso al de la esperanza.
Todos le creemos, pero sin saber qué clase de sirenas nos llegarán con tal profunda creencia. Tampoco Marco lo sabe. Qué bueno.

Catorce
Más claro.

Te digo que hay tantas claridades que acongojan que una más no tuerce tanto el aire como supondrías.
Aquí el mar es lento y suda peces como suspiros de sal y brisa. No los comerías.

Ni el aire.
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Y quince (sólo para efectos de este blog):
Leer también es recordar.
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martes, 23 de septiembre de 2008

Escribir es recordar
Carrizos Rojos (6)

Ya te enviaré esta carta, cartota, en la que te quise decir mucho y sí, hablé un chingo pero quién sabe cuánto te dije y cuánto no. Los dibujos que hice de Carrizos Rojos no sé si te los mande porque están muy feos, lo pensaré… Estoy recordando un texto que leímos en una clase, hace poco, y del cual se me quedó grabada una imagen…

Se trata de un experimento acerca del aprendizaje en donde unos gatos aprenden a abrir una puerta. Lo que se demuestra es que aprenden mas rápido los gatos que miran a otros gatos que ya saben abrirla sin equivocarse… Pero mucho más pronto aprenden los gatos que también ven la demostración de unos gatos que no saben abrir la puerta y se equivocan y efectúan varios intentos; es decir, los titubeos observados ayudaron a los mininos mirones a aprender más de prisa, lo que echa por tierra aquello de que no se aprende en cabeza ajena –o por lo menos no se aplica en condiciones gatunas. Aparte de lo mal que te describí la experiencia (¿recuerdas la película “La noche de los mil gatos”?... jeje, pues nada que ver)

A mí todo esto me alocó un buen ¿te imaginas el cerebro de los pinches gatos, trabajando con zarpazos y maullidos? Y todo para aprender a abrir puertas que tal vez nunca tengan que abrir.

Esto de los gatos me recuerda a los delfines y a los pelícanos. Te decía antes de los perfiles milenarios que en todos los poemas aparecían y alguien también dijo que el perfil milenario lo tenía el pelícano (¡pobre!)… una noche estuvimos hablando de una manifestación que los pelícanos organizaron, desfilando, dando vueltas por la bahía, gritando consignas y con pancartas que decían: “No a los perfiles milenarios”
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Todo esto de la manifestación pelicanesca le dio vuelta al campamento, ya nadie sabía quién la había visto y había corrido la voz (yo creo que Elestiv se enteró y en apoyo solidario –con los pelícanos, claro- se piró), pero fue allí, con el Joel, la Maga y etcétera…
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Lo de los delfines es más serio. En las noches, sentados de frente al mar, allá al final del agua, donde empezaba a hacerse cielo, se veían luces, exactamente en la casi línea que divide ambas oscuridades mojadas; algunas luces estaban fijas, otras se movían… a veces eran cinco, otras hasta ocho o nueve, parecía que unas daban vueltas alrededor de algo.
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Bien, pensamos que se trataba de pangas con nocturnos pescadores, pensamos en lanchas de turistas, en delfines con collares luminosos (colocados por gringas manos, alguien dijo), en caballitos de mar, formados como carrusel de feria, en aviones que se equivocaban de cielo, en estrellas venidas a menos pateadas por otras más pudientes (la lucha de clases celeste)… estas luces nos dieron tema de conversación todas las noches… ¿y anoche que fue? Preguntaba Artemio por la mañana… nunca supimos.

En un pueblo cercano, ya de regreso de la semanita loca, conocí a Julio César, quien conocía todo por allí, sabe cómo se mueve el agua aunque sea salada, y le pregunté que si qué onda con las luces. Uh, dijo, de veras que estaban bien a gusto allá… Pues no, que según él, enfrente de donde estábamos, no había ninguna luz que pudiéramos haber visto, ni aviones, lanchas, pangas… Los delfines alo mejor sí, dijo seriamente… después se rió. Muy agradable, cuando te vea te contaré de él, me hizo sentir bien, me levantó el ánimo que para entonces andaba como estrellita pateada… luego te recuento.

Oye, abrázame, hace mucho que no me abrazas. Ni en sueños. Yo a veces sí que te abrazo, bien fuerte. Ya sabes de qué se trata cuando lo sientas.
Soy yo.
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lunes, 22 de septiembre de 2008

Conversación telefónica:

El problema no es hablar con los muertos, me dice Rafael
No, le digo yo: el problema es que los muertos nos contesten...

Y ya
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sábado, 20 de septiembre de 2008

Mi papá nunca lee este blog

para Máximo, para Pina
y para Hippie V.

Aunque decir nunca parezca exagerado… ¿qué es nunca?

es la negación
el hueco
la leche derramada
el doble de morir
pseudónimo de lo oscuro
el pulpo monstruoso que devora barcos de papel
la pelusa sin nombre que habita bajo la cama de los niños

(Nunca también a veces es sólo una palabra, que significa: “nunca. (Del lat. nunquam). adv. t. En ningún tiempo. 2. Ninguna vez. ~ jamás. loc. adv. nunca. U. en sent. enfático.”, como nos dice un diccionario (o dos, o tres… son algo repetitivos algunos diccionarios)

Puedo decir que mi papá a veces lee este blog, pero tampoco es cierto, pues parecería que digo que mi papá lee ocasionalmente este blog, los jueves, por ejemplo y eso no es así, ni lo lee los lunes, martes, miércoles, viernes, sábado ni domingos.
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Lo único acertado es que una vez sí, mi padre leyó este blog, un día que no recuerdo si era jueves lloviznado, martes de ventarrón, un pinche miércoles lleno de calor, un viernes embarrado de tedio, domingo esperanzado o un sábado de pachanga.
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Lo leyó una vez, por eso me atreví a decir que mi papá nunca lee este blog (tal vez deba quitar ese título y decir: mi padre sólo una vez que no recuerdo cuándo fue leyó este blog… hasta el tiempo debe uno cambiar cuando cambia el verbo. Otra versión: mi padre sólo ha leído este blog una vez… ese título me gustaría más porque permite suponer que hay posibilidades de que alguna otra vez, quién sabe cuándo, lo lea de nuevo)
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Es tan, tan fácil escribir. Lo que se dificulta un poco es escribir diciendo algo. Realmente complicado es escribir diciendo algo que sea importante. Es casi imposible escribir diciendo algo que sea importante y que además resulte interesante. (El grado de dificultad aumenta al parejo que las pretensiones… en este sábado espeso y tibiecito, yo no tengo muchas aspiraciones literarias. I’m sorry)

En un domingo cercano, lleno de anticipado otoño, en la sobremesa del desayuno, estamos mi papá y yo solos. Dice él, quien tal vez, algún día, lea esto, o algún otro post de este blog (me conozco tanto, si alguien se interesara y me empujara tantito, escribiría otros párrafos inocuos y vanos… no lo haré) que una vez, su mamá, Doña Fita –mi abuela- le dijo que fuera al “Puerto de Guaymas” una carnicería en la que trabajaba Miguel, “Maike” (¿Mike?), hermano de mi papá a traer una docena de huevos porque no tenían nada que comer… que a mi padre le parecía lejísimos y trayecto peligroso porque nevaba y había hielo y mucho frío.
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Dice que fue y mi tío Maike le dio los huevos (cargados a su cuenta, claro, considera necesario aclarar mi padre) y allí viene él con una bolsa de papel (no había de plástico, entonces, me dice), temblando y sintiéndose un héroe que trae alimentos a su familia. Ya casi para llegar al barrio (Cananea Vieja que se llamaba y aún se llama este barrio), al dar una vuelta, el agua, las suelas gastadas de sus zapatos y el hielo propiciaron una caída rápida y desastrosa. Levantó su humanidad del suelo, sin haber soltado nunca (órale, aquí está esa palabra) la bolsa y se fue con ella aferrada, llorando –cree, a su casa.
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Sólo dos huevos lograron salvarse del golpazo.
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Le pregunto cuántos años tenía… piensa y dice, mientras saca cuentas: aún vivía mi apá… mmm, unos 9 años (yo a mi vez calculo… mmm, 1942).
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Que si lo regañaron o castigaron, pregunto y dice que no, que se le consideró por las condiciones climáticas.
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Sonríe.
,
Sólo una vez este blog ha sido leído por mi padre. Pero le gusta mucho contarme.
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De su vida.
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lunes, 15 de septiembre de 2008

Escribir es recordar
Carrizos Rojos (5)

La raza que venía del sur no se conocía de antes, entre ellos, digo, pero como venían en el mismo camión, allí, en el viaje, como que más o menos se vieron las mañas (es un decir), se hablaban entre ellos, se conocían por su nombre, pero no del todo.
El Chupio me regaló un dibujo que hizo en papel con tinta negra y gis rojo (“válgame, dijo el Luis, así que tiene gracia”). Lo conocí el martes, estaba tirada (yo) adentro de la carpa donde dormían Martha y Luis, después e un lunes muy especial, un calorón y esperando por la cerveza, y él llega y en cuclillas a la entrada (mi cabeza estaba precisamente en la “puerta”)me pregunta por la vidaloca, que si a cuánto y cuál de los dos números (Luis un día antes hizo la presentación de la revista) le recomendaba y platicamos un montón, es de Michoacán, tiene un acentito padre, muy rico. El caso es que se quedó te digo como dos horas, compró los dos números de la vidaloca y en la noche volvió. Llegaba muy callado, se ponía junto a mí y allí se quedaba. Íbamos a su campamento a veces por provisiones (los lúmpenes o malditos nunca tenían cerveza pero enterrados en la arena tenían galones de curado de almendra, cosas, cosas así) Yo le daba de mi cerveza porque después de una… mmm..., pendejada, gachada, algo que nos hicieron algunos mamones, la cuestión de la cerveza fue una cuestión de honor, además nadie tenía para comprar (nosotros sí) y la panga nos surtía todos los días. Entonces, tomamos un acuerdo, ja, de que el que no puso no toma, “La Ética del Campamento”, dijo el Joel sentado arriba de la hielera. En las noches, cuando había un montonal de gente en nuestro campamento, pues sí estaba medio gacho que sólo nosotros bebiéramos ¿no? Pero tampoco podíamos invitarle a todo mundo, eran un chingo, así que aprovechando la oscuridad le dábamos al Marco a veces y yo le daba de la mía a Artemio que se llama también Chupio y se apellida Rodríguez; luego nos íbamos él y yo a su campamento por atrás de todos los otros, es decir por el lado de los mezquites no de la playa, cosa que a mí me parecía loquísima pero al Chupio le gustaba andar por lo oscuro (todos elestiv). Llegábamos al ala maldita y luego de intercambiar oro por cuentas preciosas nos regresábamos a veces mejor a veces peor. Luego te diré más de este maldito que me cayó muy bien.
Y aquí un poema que escribí viendo a Casildo esperar por la panga, mientras yo esperábala también pero viendo a Casildo que ya dije qué esperaba…


Describir una espera

Los vellos de su pierna derecha
parecen aquietar el azul
lejano
del mar

Los pies desnudos que casi ya se enraizan
en esta arena turbia
buscando una manera cruel de perecer

Calientes como el agua ensolecida
Sus manos transpiran amarillo

Junto a su rodilla
un machete airado se sostiene
de pie
pese a la ausencia de razones

Luego el mar
con su azulado balanceo
persigue con rutina laboral
el escenario

Las frustradas olas
con su casi soledad inmóvil
se mueren de mojada envidia
cuando nos miran
solitarios

Y la joden
empiezan a mover sus antenitas
remueven, cambian de lugar los muebles
las cortinas;
el color al mar le difuminan
las olas
cuando deciden
enfrentar su vida como gritos acentuales
en un diccionario roto

La panga no llega
y tus piernas prosiguen
silenciosamente
a la espera

sábado, 13 de septiembre de 2008

Por hacerte leer esto

Mariana nació ese año, era 1999. Pina vino a Cananea a conocerla, creo que en diciembre. Y en la noche, cuando ya todos incluyendo a mi niña, tan difícil de tranquilizar, tan pequeña, dormían, Pina y yo hablamos... poquito, en voz baja. Secreteándonos. No recuerdo que más dijimos, de qué hablamos antes, sólo sé que de pronto oí: "¿supiste que murió?" quién, quién, le dije con angustia porque sentí una espina en el corazón; una sin nombre pero dolorosa sensación de pérdida anticipada.

Humberto, dijo ella con toda la calma que vio hacía falta para decírmelo.

Lo vi por última vez en Tijuana, en 1995, en medio de una noche que recuerdo como cubierta de gasa y secretos, me llevó al Zacazonapan, y después tocó para mí algunas partes de una pieza con ese nombre que estaba escribiendo (¿componiendo?) y hasta hicimos planes de volvernos a ver, ven en vacaciones dijo, está conmigo dos semanas pidió… quiéreme otra vez. Nunca dejé de quererlo y se lo dije.
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Las palabras no son nada. De veras que no. Porque no volví a verlo.

En las horas de junio de hace dos o tres años alguien llegó de Tijuana y trajo un libro, a veces en un libro leemos el índice, la portada, la introducción... sin querer alguien me lo prestó y empecé con desgano por las dedicatorias... allí estaba su nombre, entre muchos otros a quienes se dedicaba el libro.

Pregunté al autor, le supliqué (así sentí, que le estaba suplicando) me dijera si él sabía cuándo, si sabía cómo, si sabía por qué y me dijo, que en los últimos días, meses estaba entrampado en la heroína y que ya ni se lo veía, que estuvo viviendo en un sótano con otros más... que lo cremaron, que se lo llevaron, que
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lo encontraron muerto un día. Pienso que murió solito y eso me duele como no me duele su muerte entera. Solo, él tan abierto a saber el porqué de las cosas, tiene que haberse dado cuenta de que ya era todo, de que hasta allí, de que ya nunca... ¿qué pensó?, quiso tener a alguien cerca, que alguien tomara su mano... nunca se puede saber nada de eso y quisiera, de verdad, hablar con él y preguntarle... decirle que miré a Evodio en Nogales y me preguntó por nuestro hijo, pinche Evodio, cuál hijo le dije (porque, de verdad: ¿cuál hijo?) y en la mirada le vi el dolor cuando le dije de su muerte...

y poder ver a Humberto y decirle que: el Oscar te soñó, Humberto, tal vez el día en que moriste, ese mismo día estaba él, persiguiéndote en un camino onírico lleno de magueyes, así me dijo muy preocupado al preguntar por ti…

Decirte, Humberto, que hace unas dos semanas estuve en Nogales y no quería, te lo juro, pero caminando por el centro, sin tener qué hacer, fui a dar al hotel aquel, qué feo está, sucio y ya no es el mismo aquel donde vivimos que, no lo niego, ya era viejo y feo, pero hoy… de pie frente a él, rodeada de basura y perros, revoloteo en la memoria y no creo mentir si digo que así no era, ni el hotel, ni el pasaje este, ni Nogales aún siendo todo lo que era se parece… ¿y tú, en qué te has convertido?
..

viernes, 12 de septiembre de 2008

Cirquera

Íbamos mucho al baile, a los bailes. Mi hermana es mayor que yo por dos años y a ella no le daban permiso si yo no iba, podría decir que yo era su chaperona pero no es eso exactamente lo que era, así que no lo diré. Íbamos siempre un grupo de jóvenes, mi hermana, sus amigas... y yo. Todas nos vestíamos igual, pantalón de mezclilla, camiseta ajustada, casi siempre negra, variaba sólo el calzado, alguien con botas, tenis, zapatillas... variaba el maquillaje, labios rojos, rosas, ojos decorados con azul, verde, café, pestañas largas, rizadas, cortas, cabello rizado, largo, teñido, lacio... todas nos llamábamos igual, Alicia, y éramos de Naco... bailábamos mucho. Era el pretexto para acercarnos a ellos, los que se llamaban Héctor, Manuel, Raúl, Miguel... y platicar juntitas con ellos, y permitir que nos tocaran y poder tocarlos y sentir que respiraban cerca.

La música con grupos que tocaban piezas inolvidables por razones a veces por completo ajenas a la belleza musical, temas de grandes bandas, éxitos comerciales, Gracias, amor, La ¿Bamba?, piezas de Los muecas, Los Solitarios, Los Freddys, Ray Coniff, Los Terrícolas, rescatadas otras de los sesenta y hasta cincuentas.

Un día (noche) de esos (ésas), tocaban “Samba pá ti”, lleno total, no alcanzamos ni mesa; yo, sólo yo, de todas las que esa noche fuimos al baile, de pie (las otras, todas, bailaban) miraba bailar en la orilla de la pista, no podía decirse que estaba sola (era un gentío), aunque lo estaba. Se acercó un jovencito, guapo, alto, delgado, me dijo bailas, le dije no, gracias (era una chiquiona... Soy) y se quedó junto a mí diciendo qué bueno porque no se puede, hay mucha gente... lo miré de nuevo y en verdad era lindo, cabello un poco largo y claro, ojos color miel y dulces. Me preguntó mi nombre y no me llamé Alicia, le dije Isabel, yo me llamo Fidencio dijo y con mucha seriedad agregó ¿no me regalas tu nombre? Yo me molesté, complacida (esas contradicciones de la aún adolescencia); por su originalidad no lo olvidé cuando se fue (porque lo hizo antes de que la pieza terminara).

Lo vi el fin de semana siguiente, de nuevo no bailé con él porque llegó diciéndome adivina cómo me llamo, me llamo Isabel y por eso me negué a bailar. Lo vi tres cuatro cinco veces más, bailes sin fecha y sin nombre, noches en las que nunca bailamos… Y me contó una vez muy breve que se iría con el circo... no le creí.

El circo estaba en Cananea y fuimos un día de esa semana con mis papás mi hermana y yo. El maestro de ceremonias en un paréntesis de actos anunció que había una importantísima noticia que dar a los cananenses porque un hijo del mineral se iría con ellos a recorrer mundo...

Ya sabes que no sé por qué te ando contando babosadas, pero lo sigo haciendo. Los años pasaron, muchos años, y ahora aquel güerito lindo, delgado y de ojos dulces con el que nunca quise bailar se convirtió en "El novio de la muerte".
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Arrastra camiones con ganchos ensartados en su espalda. Se ha sepultado por horas para comprobar que a él la muerte no lo quiere aunque sea su novia y me pregunto si alguna vez me hubiera ido con el circo de haber bailado con él aquella una, dos o cuántas veces... me lo he preguntado cada vez que sé que se colgó del puente con sus ganchos casi extensiones, cada vez que se anuncia su espectáculo de dolor y aguante...

Hoy lo recordé porque me preguntaba cómo se llamará "Becho, el del violín"...Éste, era Bencho y no tocaba el violín.

No que yo sepa.
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jueves, 11 de septiembre de 2008

Nombres

Mi abuela paterna se llamaba Josefa, le nacieron muchos hijos, le vivieron ocho, algunos con nombres bellos como Miguel, Santiago, Angela, María, Juan Amado.
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Mi abuela materna era Isabel y también bautizó a algunos de sus siete hijos vivos con nombres lindos como Estefanía, José Israel, Álvaro, Santiago. A este último, mi tío, nunca lo vi como tal porque sólo era dos años mayor que yo.

Así que mi padre, mi tío y mi hijo se llaman Santiago.

Santiago, mi tío, nació muy distinto a sus hermanos, siempre recibió bromas pesadas tal vez bienintencionadas, no sé y ahora no importa, por ser muy moreno, más alto que ellos y de facciones bastante rudas, pero las sobrellevó tranquilamente. Creció y su rudeza se convirtió en atractivo para las mujeres. Le decían “Mascafierros” por su peculiar dentadura. Con diferentes mujeres, le nacieron algunos hijos, uno de ellos criado por mi abuela: Misael, siempre se afirmó que no era suyo porque era un niño delicado, rubio y bello, nació de Emma, prostituta (qué palabra tan pesada y cruel) que ya murió. Hace cinco años Misael se pegó un tiro en la cabeza, eligió morir adentro de su carro. Desde que nació vivía más solo que nadie, al morir vivía en la casa de uno de sus hermanos.

Mi tío Santiago, al que nunca le dije tío, un día no volvió, de eso hace casi veinte años. No volvió, aunque, aún ahora, mucha gente afirme haberlo visto. Su madre (mi abuela Isabel, que siempre lo esperó, que lo soñó y creyó lo que decían los que creían haberlo visto, la que en cualquier auto que se detenía un poco afuera de su casa, esperaba que Santiago hubiera ido a verla y que por razones que ella no entendía, no podía bajarse y abrazarla), murió, murieron tres de sus hermanos, murió Misael y él nunca volvió.

Mi madre tuvo que ir a Agua Prieta a ver cadáveres en varias ocasiones luego de que él no regresó una noche a dormir y nunca más a saludar, comer, dormir llegó. Fue y los vio, algunos sólo huesos, algunos putrefactos, otros aún con la humanidad por poco intacta pero muerta, y en ninguno de esos despojos encontrados en lugares perdidos halló a su hermano menor, aquel Santiago.

Creer que está vivo requiere de mucha ingenuidad, fe, y falta de sentido común.

Pensar en dónde fue que lo dejaron ha sido tema recurrente en varios de nosotros, su familia, en qué agujero, en qué pedazo de desierto, pozo seco, cómo se deshicieron de su cuerpo…

Sus hijos ya lo hicieron abuelo y yo lo veo en la última fotografía que de él tenemos: cortando plantas sanísimas, muy verdes y grandes, de mariguana en sabe dónde, con sus gafas oscuras y su inigualable sonrisa.
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miércoles, 10 de septiembre de 2008

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"Hay días en que me parece que, si tuviera a mano una buena pluma, buena tinta y buen papel, escribiría sin esfuerzo una obra maestra."
André Guide, en Diario(1889-1949)
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lunes, 8 de septiembre de 2008


No vaya a ser


A eso de las ocho de la noche me di cuenta: No me había visto en el espejo desde que me bañé, por la mañana.

Bueno sí. Pero malo, también.

En qué se está convirtiendo esta mi vida que deambulo, floto, paso junto a los muchos espejos de mi casa sin percatarme de la imagen que me acecha como el lobo obvio en el bosque a la caperucita. Dónde y cuándo extravié la alerta, el pendiente que siempre debe ser nuestro escudo, el paraguas para la llovizna, el ángel de la guarda en las noches de miedo, el duerme con un ojo abierto...

Tardé. Pero me di cuenta.

Me esforcé mucho en convencerme de que no importaba, invertí tiempo en encontrar razones para que el no ir frente al espejo fuera un hecho -no hecho- mínimo, cualquier cosa que omitimos hacer por descuido o negligencia, una fresa que no comimos, un bostezo charco que rodeamos para no empapar nuestra vigilia, la palabra que no dijimos y que nada significaba.

Aún así, la imagen me susurró argumentos, me dijo ven con su lengua bífida, me ronroneó como sirena, cantó canciones de maravilla y susto, me lazó con sus aromas, tuvo tentáculos para anclar los deseos, telarañas para atrapar anhelos. Tapé mis ojos, mis oídos, leí, caminé, subí, bajé, tomé café, escribí.

Inútil todo. Ahora, de pie frente a ella compruebo que no conozco a esa mujer que me mira y se asombra de lo que ve, nunca antes vi los ojos llenos de precaución que asoman en ese rostro ajeno a toda compasión. No la conozco, yo no soy ésa.

Es necesario, supe entonces, beber con fruición aunque también con asco la ración de espejo antes de dormir. No sea que nos vayamos de cabeza al sueño creyendo que somos lo que nunca hemos sido… No vaya a ser que abordemos otro barco, que besemos otra boca en sueños, no vaya a ser que no volvamos...
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viernes, 5 de septiembre de 2008

Tal vez no debería contar esto.

Para Carlos

Cuando la conocí me sorprendió que me buscara tanto y tanto. Mucho tiempo después, entre tragos de tequila y risas me confesó que había querido probar una relación lésbica y me eligió para tenerla porque, nunca lo dudó, yo era. Y le gusté, me dijo.
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Le gustaba que habláramos de sexo, ella me platicaba y preguntaba como si creyera que yo era experta en el tema (también de eso ella estaba segura), me contaba lo que ella y su marido hacían (nunca le dije lo sorprendida que la escuchaba por sus atrevidas faenas) y se lamentaba de que le hubiera fallado el olfato conmigo y constantemente me hacía piropos... a mí no me molestaba porque éramos amigas y reíamos mucho juntas. Me pedía que le viera sus pechos, eran chiquititos, de niña, nunca la toqué y ella quería.
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Leímos algunos poemas de Sylvia Plath juntas y mucha literatura que ya no recuerdo, su marido tenía celos de mí, ni me saludaba, ella me decía que le enojaba que habláramos tanto y nos reíamos. Humberto aguantaba e incluso se adhería a nosotras porque ella era muy guapa y le agradó siempre, hablar con ella, me parece que era mucho más divertida que yo (de hecho, lo era). A mí no me importaba que ambos coquetearan, fue la única vez que estuve segura del amor de alguien y por eso no. Ella trabajaba en la biblioteca y yo daba clases y había muchas oportunidades de compartir espacio y tiempo, en el ITN... me contó de todos sus intentos de probar -así decía- otro hombre... nunca lo hizo, le faltó tiempo.
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Era muy bonita, morena, alta, delgada y simpática. Se murió hace no sé ya cuántos años. Antes de morir, ya muy enferma, me llamaba para platicar desde Sinaloa donde estaba, y un día, la última vez que hablamos me pidió que le escribiera un cuento. De la muerte, me dijo. No lo escribí. Me dijeron después en Nogales que allá, en Culiacán, la sepultaron.

Y mira lo que son las cosas, Humberto también ya se murió. Y así todos moriremos. Pude haberla tocado, pude haber probado o dejarla que probara, pude haber escrito aquel cuento.

Ahora ya ni siquiera estoy segura de esto que te digo, tal vez lo inventé. A ella no, estoy segura. Se llamaba Francisca, cuando murió no tenía ni 30 años.

Pero sí lo cuento, porque ni es cierto.
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martes, 2 de septiembre de 2008


“… un hombre con la mirada triste, cierta urgencia, y los bolsillos llenos de globos alargados, nos narra sus años de payaso. Y así, mientras estira el hule de colores, nos construye con sus manos algo parecido a un corazón. “ Venecia López


“Hey, sólo pienso en ti…”

Se íban a seguir las carreras de perros allí, en aquel hotel (allá, entonces) donde se ven las carreras en pantallas y se puede apostar y etcétera. No puedo decir que a ella eso le divirtiera, lo contrario tal vez sí podría afirmarlo, pero no quiero, sólo decir que estuvieron juntos, ellos hasta gritando cuando los resultados se acercaban o alejaban definitivamente de sus intentos de ganar (de eso se trata ¿no?). Nunca ganaron, no que ella recuerde.
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A un lado del salón de carreras de perros, atrás más bien, o depende, si venías de la Obregón era antes de las apuestas, si de la otra calle era atrás del galgódromo virtual. El bar. Con un pianista. Lugar oscuro, elegante y muy agradable. Les invitaba a beber. Pasaban horas oyendo el piano, hablando. Ella no hablaba mucho, tampoco. Le gustaba oírlos, aunque, ahora, si lo intenta, no tiene ni idea de qué hablaban tanto. Reían. Él siempre pagaba. Yo invito, decía. Muchas veces salieron, noche ya, tropezándose en la carcajada ebria y feliz y caminaban por la calle llena de perros tristes y gringos carcajeantes, y como ellos tres también ebrios y tal vez felices. Don Beto en esas noches parecía un magnate, inspiraba respeto y ganas de jodérselo como a turista, los vendedores de las curios lo rodeaban, le ofrecían baratijas, que Ugo hablando italiano repelía como guarura europeo disfrazado ¿De qué?... sabe
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Ugo lo conoció en la calle, trabajando. Porque en un época, qué vida ésta, estuvo en la calle vendiendo collares de conchas a los turistas junto con Salvador, también qué vida ésta, actor haciendo de vendedor callejero. Se reconocieron en el acento primero, luego en la complicidad del que se sabe o quiere saberse diferente. Para ciudadanos, sólo nosotros, decían.
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Don Beto. El Globero. Actitud casi mamona, casi no. A ella Don Beto le simpatizaba. A Ugo lo amó. Chilangos a morir. Ella no.
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Un día, su cumpleaños, Don Beto le regaló una fuente primorosa (no hay otra palabra para describirla) de cristal. Estuvieron Ugo y ella en el hotel donde Don Beto se hospedaba, un lugar clandestino que incluso cerraban con candados, clausurado, y donde vivían varios personajes subterráneos. Elige, le dijo Don Beto: Cientos de figuras cristalinas habitaban un rincón del agónico cuartito, sostenidas y protegidas por la telaraña de la soledad, las que quieras, repitió. Se obstinó en tomar una solamente, que llevó como pastelito frágil en su mano mientras subían por poquito a gatas los cerros de Nogales hasta llegar a la casa de Salvador donde había una ¡fiesta sorpresa! para ella, con un grupo de rock, menudo y un montonal de amigos. Al llegar, la mamá de Salvador les recibió y dijo qué bonita fuente, Ugo dijo es un regalo y la anfitrionamamá respondió, arrebatándosela ¡gracias! Y se fue con el cristal hermoso y transparente a seguir en su cocina llena de cilantro, chiltepines y borrachos. No permitió que Ugo corriera tras la fuente como pretendió, Don Beto a su oído dijo te daré otra, te daré más, no llores.
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Como sea, el arrebatar, llorar, prometer fue un puente que ya no cruzaron... Te daré más.
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No fue así. Luego de ese día no lo vieron sino sólo de lejos, con sus globos, rodeado de otros vendedores ambulantes o de niños queriendo reventar su mercancía. Era un magnate, sosteniendo el palo donde amarraba el aire encerrado en los colores esféricos. Don Beto, el globero. Qué vida ésta.
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lunes, 1 de septiembre de 2008

Epitafio
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describió en poemas cursis
los frágiles paseos que dio
por las calles mustias
del universo efímero de su vidita

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