miércoles, 26 de diciembre de 2007

"11 Los usos del no

Treinta radios
Se juntan en el cubo.
Eso que la rueda no es,
Es lo útil.

Ahuecada,
La arcilla no es olla.
Eso que no es la olla
Es lo útil.

Traza puertas y ventanas
Para hacer una habitación.
Lo que no es habitación,
Ese es el espacio que queda para ti.

Así, el provecho de lo que es
Se halla en el uso de lo que no es. "


De Laozi (
chino: 老子, "Viejo Maestro"), también llamado Lao Tsé, Lao Tzu o Lao Tsi
Dao De Jing o Tao Te Ching (道德經), Tao Te King

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Lo mismo puede decirse del vaso que contiene al agua, de la ventana que nos permite asomarnos, que deja entrar al sol, de la puerta por la que salimos o entramos, de todos los marcos que rodean el espacio para la pintura, la foto, el espejo… El espejomaravilla que es un hueco para que el reflejo exista, para que la luz se multiplique.

El corazón ¿cómo decir que no es? La víscera es motor, bombeando siempre. ¿Pero el amor, dónde? Donde no es sangre, ni cuerpo, máquina, lo que no es y que contiene el sentimiento.
Dónde el pensamiento?¿donde no es el cerebro?

La ausencia, la memoria, la distancia, la sepultura. Grandes Nóes.

jueves, 20 de diciembre de 2007

Mirar desde atrás de las ventanas, hablar en Internet, oír que llueve ¡cuánto desperdicio!
Yo quiero mojarme, oír a quien me habla, tocar a quien le hablo, vivir.
Las palabras no sirven si son sólo palabras.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Narrador omnisciente

Ella camina pensando en él. Pero también acaricia el pensamiento del deseo. ¿Qué es el deseo para una mujer? Debe ser distinto según el género que nos habite o en el que habitemos, piensa, porque las necesidades básicas y las funciones y los aparatos son distintos. ¿Aparatos? Así se llaman según le enseñaron desde su escuela elemental. ¿O no?
Ella camina pensando en estar con él. Con él adentro de ella. Estar con él y compartir humedad y piel. Darse a él. Recibirlo. Cuando camina su mente no lo hace, su mente se recuesta en un prado lleno de hierba soleada a florecer en los sentidos. Imagina su cercanía, las manos que la inventan cuando la recorren. A cada paso que da siente más euforia y menos frío porque la piel está al acecho, caliente y dulce. A cada paso que da piensa en una caricia más, en un movimiento, en acomodarse. Darse a él. Las mejillas le arden, los ojos chispean, su paso es leve y lento, parece flotar. Piensa que gime. Gime ligero. Suspira porque siente cuando él llega…
Luego las ve. Piensa que vienen levitando, felices. Se ven inmersas en la felicidad por las coloridas faldas llenas de flores que tocan sus rodillas y también por sus rostros resplandecientes, parece que las baña el sol, se dice, mirándolas cuando con sus anhelosos dedos abre un hueco entre el ritmo que imagina. Limpias, las cinco mujeres que caminan hacia ella, piensan que la mujer se ve feliz con los ojos que le brillan y las mejillas rojas; a pesar de la ropa neutra y sin adornos, parece que flota, se dicen, porque ellas no saben que en ese momento la mujer que ven está casi en éxtasis, porque la imaginación sabe lo que hace con ese cuerpo que camina. Y lo hace con fruición, detallista. Esa imaginación cabrona se deleita.
Cuando se encuentran la invitan, santas levitantes, a recibir a Jesús. Le dicen lugar y fecha de la venida, sonrientes, como ella que feliz, les dice que sí, que irá, irá a esa venida, claro. Siguen cada cual por su camino, las unas levitando, la otra flota. Todas han encontrado el gozo.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Aritméticos

En los hoteles siempre
me invade la embriaguez
me pierdo
todo se confunde ante mi vista
olvido los espejos
que ya he visto
de pronto mi imagen asustada
me sorprende
las puertas me parecen planos laberintos

demasiado espacio
dividido
que se multiplica

camino dando tumbos
no encuentro
sentido al geométrico acomodo
de las habitaciones
y el comportamiento absurdo
de los que allí se hospedan
los hace parecer
oriundos de un bizarro mundo

martes, 11 de diciembre de 2007

Siempre no

Ahora nieva y lo lamento tanto pero no puedo hablar de los pedazos helados de cielo blanco que se desploman con lentitud flotante. He pensado el día entero en el arrepentimiento ¿Qué es? Es dolor o pesar por alguna vez haber hecho o dicho algo, creo. Nunca me ha gustado esa idea, porque casi no sirve de nada salvo para estancias lejanas a este nuestro estar diario. Otro asunto es desear haberlo hecho mejor, o diferente. Esto último sí nos ayuda porque podremos intentarlo de nuevo y tal vez con mejores resultados. Pero desear no haberlo hecho, porque estamos seguros de que aquello echó todo a perder… eso sí que es una certeza que jode.

El arrepentirse jamás cambiará las cosas, un acto que fue presente y que irremediablemente se convirtió en pasado fue la causa de otros presentes y de algo que no existe y que nunca existirá y que se llama futuro.

¿Por qué entré ese día en ese callejón soleado? Todo lo que en los casi diez años posteriores ha sucedido fue resultado de esa decisión… Toda nuestra vida dizque presente es producto de una serie de actos, palabras, pensamientos. Pero hay ciertos actos anodinos, insignificantes, que desencadenan con mayor fuerza toda la bola de nieve que pudo haberse quedado guardada para siempre a derretirse sin lastimar.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Entrevista hecha a la mujer lluviosa en la feria invernal

¿Y por qué te gustan tanto los días lluviosos?

Porque en ellos puedo perderme

Explícamelo

Nadie me ve y si acaso alguien lo hiciera sólo distinguiría una figura difuminada en el telar del agua, rayoneada por las gotas

¿Y por qué no te agrada que te vean?

Si alguien voltea a verme cuando camino pienso que no me quité el pijama, tal vez no me peiné, quizá soy verde, soy un erizo caminando

¿Cómo crees?

Cuando la gente sale en la lluvia se ocupa de ver los charcos, se afana en impedir que el agua penetre a los ojos, no anda por allí, mirando lo que no le incumbe

Todo eso que me cuentas es muy triste

No ¿por qué ha de serlo? Tú me preguntas, yo te respondo ¿Acaso te dije: pregúntame de la lluvia? No. Si hubieras preguntado por qué no me gusta el sol, mis palabras serían, ahora, otras. Estoy para responderte pero no busques en mí perfecciones.Todos somos imperfectos y es bueno saber por qué… Ya ves a la lluvia, pecera protectora, bella habitación transparente, una especie de vientre cálido…

¿No es perfecta, la lluvia?

En invierno no: moja

¿Y por qué lloras?

Porque deseo borrarme

¿Borrarte para qué?

Para que ya no me preguntes; déjame correr en aquel arroyito ¿lo miras? Corre y baja, se va.

Creo que lo que deseas es ser lluvia

Por lo menos me encantaría que me dijeras chingaquedito. Así me dicen, aunque llore.

Ya no pregunto, la lluvia sigue borrando al día.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Mina
I (¿uno, primero, antes que los demás?)


La silicosis es una enfermedad crónica del aparato respiratorio, frecuente entre los mineros, canteros, etc., producida por el polvo de sílice. La sílice es un mineral formado por silicio y oxígeno. Si es anhidro, forma el cuarzo y, si está hidratado, el ópalo.

Aprendo varias cosas cada día, que lo que la volátil palabra anhidro significa es que no tiene agua, que la sílice puede ser cualquiera de dos bellos cristales, uno más valioso monetariamente que el otro (y que la diferencia la hace el agua que lo compone o no), que si pudiera, elegiría un ópalo y no un cuarzo. Que la sílice mata.

Que todo lo anterior pude haberlo dicho así: Aprendizaje diario:
Sílice anhidro = deshidratado : cuarzo
Sílice con agua: Ópalo
Elijo el dos, si puedo
El silicio y oxígeno en los pulmones es mortal.

II(¿dos, segundo, después del uno, primero?)


Íbamos por lo menos dos veces al año (bianualmente pude decir): día de madres y día de muertos, aprendí desde niña que allí estaban mis abuelos paternos, Josefa y Miguel. Conozco, aún ahora, todas las tumbas que rodean la suya.
Un día, un año de esos, intempestivamente como una de las cachoras (lagartijas pude), que acostumbran corretear animosamente en tierra muerta y nos sobresaltan (véase seca, polvosa, recalentada, de panteón, pues), supe.
Que no cumplió cincuenta años, que le faltaron dos (sé que sería más fácil si dijera: se murió a los 48), que transformó a su esposa en viuda y a sus hijos (ocho hijos) en huérfanos. Qué sorpresa dolorosa saberlo aún joven y ya muerto.

III (¿tres, tercero, después del uno/ primero, y dos/segundo?)


Se llamaba Miguel, también. De su silicosis sí que supe de cerca. Por las noches y como dolor recurrente y familiar (de familia y también de lo que se tiene por muy sabido o conocido) estaba su tos, allí en la casa vecina. Murió y aún lloro al recordar sus noches sentado, sin dormir, presa de una vengativa tos de pesadilla.
Hermano de mi padre también, como Ramón y Tiburcio. Todos se metieron a la mina, sacaron la sílice en los pulmones. Se murieron antes de tiempo. No es cierto, nadie muere antes ni después. Ja. Sé que eso no significa nada porque igual se aplica a cualquier maldita cosa circunstancia o persona. Yo escribo esto ni antes ni después ¿o no? Lo escribo cuando lo escribo. La gente se muere cuando se muere, claro. Mi amado padre, poca, pero también tiene sílice (no lo ha matado pero problemas respiratorios serios, lo acompañan siempre)en sus pulmones.

IV (¿cuatro, cuarto, después del uno/primero, dos/segundo, tres/tercero, y todos los anteriores?)

Hace muchos años (y se nota) escribí este poema:

Con eme

Para Miguel y Ramón
asesinados sin sorpresa
por la silicosis


De muerte.

De máscara que guillotina convertida en humo
en agujero oscuro
en eme.
De mina.
Con eme de mula que vuelve de la noria
de música que tose y sangra
con eme de mirada que sale de un desgarramiento en los pulmones
con eme de los muchos cuerpos macerados
(doblados encima de la voz estrangulada
deshechos por insomnios respirando negro.
ahogos
que van anegando la vida
con accesos)
Los hombres que sacando muerte de la tierra
mueren.
Con eme de mundo sepultado
de manoseada imagen de un entierro.

Con sueño
con manos cubiertas de frío y de cansancio.

Con eme de muerte y de misterio diarios
con eme de mentira que maja y vuelve macilento el cuerpo
de mandato que mancipa vida y la convierte en muerte
de margen, orilla cubierta de espanto
de miedo…

viernes, 23 de noviembre de 2007

Gastró
nomas


"Chiltepín: Aunque su principal uso es alimenticio, también tiene uso medicinal y ceremonial entre algunos grupos indígenas de la sierra de Sonora.

En Sonora, es inconcebible sentarse a la mesa a degustar cualquier platillo sin tener a la mano un frasco con chiltepines. Ya sea en fresco, seco, ó en vinagre, este condimento es infaltable en la cocina sonorense. Su uso agrega un toque muy picoso a los platillos, sin hacerlos perder su sabor original.
El chiltepín brinda identidad regional a los sonorenses, ya que para algunos es símbolo de valentía, hombría, fortaleza, y coraje.

P
recaución: si utiliza los dedos para tronar el chiltepin, este causará gran irritación en las mucosas como los ojos, nariz y piel sensible, por lo que se recomienda utilizar una servilleta y desecharla"

Se conocieron desde niñas. Físicamente se parecían, aunque tal apreciación no diga mucho, porque su parecido radicaba en que ni una ni otra tenía nada destacable, ni morenas, ni blancas, ni delgadas ni gordas, ni altas o chaparritas, ni feas ni bonitas. Hubo siempre entre ellas amistad, aunque no esa que nace del afecto sino la peculiar que nace de la necesidad de crear estrategias para sobrevivir. Conocer a otros nos permite manipular sus reacciones. María y Santa eran amigas. Así.

Tuvieron amiguitos, novios, amantes, esposos, nunca compartidos, parte de su unión era la fidelidad como escudo, la lealtad como coraza. María enviudó, Santa fue dejada. Sin hijos, solas, ambas se ocuparon en llenar sus noches de licor y de hombres. Un tiempo.

Luego María conoció a Francisco y pareció que las noches eran charcos llenos de placer seguro.Pero nada permanece, nada se detiene, la arena cae, el agua corre, todas esas obviedades… Y Francisco conoció a Celia. Entonces fue el ahogo, el patalear en el pantano para hundirse y tragar arena mojada de despecho. Siempre con Santa, la noria, acuciosa, acezante, moliendo. Y Francisco se les iba de las manos y ellas suponían con razón, que con ella, aquélla, la otra. Más bella por supuesto, más joven indudablemente, más lista quién sabe, porque Francisco no era, nunca fue lo que se llama un buen partido, feo, flojo, barrigón, sangre pesada. Aún ahora, María se pregunta qué es lo que la ató sin remedio a ese mal hombre, infiel hasta la médula… como todos los hombres, apunta Santa desde una esquina.

La idea fue de Santa, claro. No, manita, no puedes permitirlo dijo un día y planearon el desquite.
Sabían dónde trabajaba Celia, la siguieron varios días, supieron horarios y que el jueves Francisco no la vería. Ese día será, decidió Santa, brillándole en la saliva el desquite por su propia y maltratada vida. Y allí estuvieron, esperándola afuera, en la oscuridad. Cuando Celia salió de trabajar la abordaron y argumentando que había que hablar lograron sin esfuerzo que se subiera al auto. Celia se sentó en medio de ambas con la valentía de quien se sabe bella y la ganadora en ese concurso donde compite con dos mujeres insignificantes, par de feas y mediocres, incluso se dijo. Pero no sabía.

Celia empezó apenas a sobresaltarse cuando, en absoluto silencio, el auto se alejó del pueblo, hacia la oscura soledad de las afueras. El rosario de preguntas: a dónde me llevan qué quieren qué van a hacer a dónde van que quieren de mí qué buscan, luego el de amenazas: van a ver le diré a Francisco para que se las arregle no saben con quién se meten se van a arrepentir; cuando detuvieron el auto, el rosario era de súplicas: por favorcito déjenme no me hagan nada…
No sabía, no imaginaba.

Hasta que estuvieron allí, estacionadas a un lado del camino, las dos mujeres voltearon a ver a Celia e iniciaron con su letanía de insultos y acusaciones, hasta traidora le llamaron y eso es curioso porque Celia ni las conocía, nunca habló con ellas antes. Del traidor verdadero nadie habló, sólo dijeron al respecto para que ya no te metas con hombres ajenos, o eso te enseñará a respetar a hombres que tienen dueña.

María y Santa lo hicieron casi mecánicamente, con pasos ensayados, aprendidos de memoria. Celia, como ni siquiera en sus pesadillas vio antes el libreto, no supo nunca qué decir, sólo gritó.

Tápale la boca, se oyó ordenar a Santa. Lo único difícil para las amigas fue quitarle la pantimedia. Hecho esto, lo demás fue sencillo. Celia creyó que moriría, sintió que se moría, quiso morirse: Aquellos chiltepines molidos que restregaron en sus genitales y la hicieron arder, no le dejaron oír las frases soeces, méteselos decía María, que le enchilen todo. No escuchó las preguntas no que te gustaba mucho, aguántate, las groserías, no que muy caliente…

Celia gritó y lloró hasta que no pudo. La encontraron inconsciente cerca del pueblo, tuvieron que hospitalizarla, dejó de trabajar casi un mes. María y Santa se fueron a dormir y de sus casas las llevaron presas. Ya salieron, sin pizca de remordimiento. De Francisco nadie sabe nada.


PD: “Un chilito 'caliente' » La palabra "Chiltepín" se cree que se deriva de la combinación de las palabras "chile" + "tecpintl" (de la lengua náhuatl), significado "Chile pulga" en alusión a su mordedura aguda.




martes, 20 de noviembre de 2007

Nieveoscura

“Muchas veces el invierno / me ató desde el pasado

la soga del recuerdo / y yo siempre me he soltado

como un potro mal domado...”

Tango: “Qué me van a hablar de amor”


Para Omar G. G.




Los conocí no sé cuándo, no sé cómo, ni en dónde. A pesar de toda esta ignorancia actual, en aquellos días apreciaba mucho su compañía y los buscaba constantemente. Por lo mismo.
Intenté practicar las pocas dotes musicales que creí tener para encajar mejor en el ambiente de Ugo, pero no fue algo que disfrutara mucho, estaba errado en cuanto a tener dote alguna, sin embargo, lo que sí disfrutaba y como nada en esos días (fueron unos grises días), era estar con su mujer. Su mujer. Ella casi no hablaba, no conmigo, pero siempre me daba tranquilidad compartir con ella el espacio. Con su voz, su respirar. Con sus ojos aunque nunca me mirara me aplacaba como si yo fuera un animal (eso era yo en aquellos, ya lo dije, grises días). Cuando llegaba a visitarlos, a visitarla, invariablemente me decía sonriendo: Evodio, bienvenido, ¿quieres café? Siempre dije que sí. Aunque el café no me gustaba, ni me gusta. Sólo a veces lo tomo para recordar el roce caliente de sus dedos cuando me entregaba la taza.
Ha pasado mucho tiempo. No he vuelto a verlos. Dicen que se separaron, que ella vive en Tijuana, dicen que él murió en Jalapa, dicen tantas cosas que no sé. Eso no importa. Por aquí estuvieron hace no sé cuántos años. Y los conocí. Eso es lo importante, por lo menos para mí.
Un día de invierno. Recuerdo que era invierno porque nevaba copiosamente hacía ya más de una hora, estábamos en la casa que Ugo y su mujer rentaban, refugiados en el calor que nos daba una estufa de leña, comiendo duraznos en conserva. No lo olvido, porque ella decía con placer evidente qué delicia en cada mordida que daba y porque después recortó un poema de no sé dónde para regalarme, el poema habla de... aquí lo tengo, bien guardado en la memoria:
“Encajar los dientes, apretar / recoger con la lengua / el jugo que se viene / el aroma que se vierte / la textura, acidez, el dulzor de aquel durazno / mordido en dónde / comido cuándo...”
Igual puedo equivocarme y tal vez el poema no dijera eso. Estábamos, digo, en casa de ellos cuando a Ugo se le ocurrió que tenía hambre, ya basta de tanto almibaramiento, comamos algo chino, así dijo, y rápido sugirió, vayan ustedes dos, yo los espero. Nunca habíamos salidos solos, pero a ella pareció no importarle la novedad, tomó su bufanda, chamarra y rápido estuvimos fuera. Fuimos en mi auto, dificultosamente nos movíamos por las calles lodosas, admirando la blancura en las aceras, la perplejidad de los pocos caminantes, el mundo transformado en nieve; pregunté a dónde y ella, metida en esa extraña calma en la que habitaba, dijo sonriendo vamos al hotel, porque yo vivía en un hotel (lo del hotel sólo interesa para dar un contexto de lo que pasó). Fingí, no permití que me brincara a los ojos la sorpresa, o a la voz el contento por esa petición inusitada y obedecí.
Pero Ugo siempre estuvo allí, nos miró desde el espejo cuando de pie nos desvestimos y yo miré por fin su piel y su cabello, parecía un racimo de uvas, una lechuga ardiendo, no sé qué parecía, mis manos me decían, querían explicarlo, y era más de lo que yo había nunca imaginado, así como la nieve negra que se ve en las noches de invierno, cuando creemos soñar. Ugo se asomaba por entre las cortinas cuando ella se transformó en ola y me cubrió, para siempre, he de reconocerlo. Lo descubrí en la oscuridad del baño, con los ojos llenos de luz cuando me deshice y me convertí en astillas penetrando las múltiples hojas de esa mujer árbol y libro. Aunque en realidad tal vez no estaba, él se quedó ensayando con su clarinete y comiéndose el resto de los duraznos.
Ya era muy tarde cuando por fin regresamos. Ugo no preguntó por la comida, dijo hola, cómo les fue, dijimos bien, creo que eso dije, ella sólo lo besó y ambos me miraron. Con amor, aún no puedo creerlo. Muchos meses me cuestioné por qué yo, por qué a mí. ¿Qué me hicieron? ¿Para qué? Mientras aturdido iba por la vida preguntándome, permitía que ella me llevara y me trajera de la mano por el mundo caótico de su pulcra geografía y me perdí en los pensamientos de ser usado, en el bosque, y soy cogido, manejado, y naufragué en los mares de la manipulación, y fui pirata amado mientras se suponía que vivía, y trabajaba para sobrevivir (días grises aquellos). Meses de permitir que mi ofrenda de amor fuera un espectáculo, porque, y esto sí que no lo imaginé, Ugo allí estuvo. Todas las veces.
Ahora ya no pregunto nada, sólo me acongoja el no saber por qué después de tantos años su aroma aún está en esta bufanda negra que una vez dejó en mi cama. Sólo me confunde el porqué tengo que mirar debajo de la cama, cerrar todas las puertas y asomarme a la ventana cuando una mujer, otra, entra a este cuarto. Solamente esta sensación de títere con los hilos rotos me corta la vida. Sólo a veces, como ahora, me pregunto qué fui en sus manos, quién fui en los ojos que tantas veces me miraron ahogarme en la nieve oscura del aquel cuerpo.


(De Evodio, el diario)

viernes, 16 de noviembre de 2007

(Desamparo Epistolar: Crònicas)

Un recuerdo es una configuración de conexiones almacenada entre las neuronas del cerebro… Nomás.

Esto es pasado: “De la chingada, amor, de la chingada. Pero qué le vamos a hacer. Aún no hace tanto frío de todas formas. Hace mucho tiempo estábamos tú y yo en un momento embriagador, en un espacio de borrachera, en un sitio pedo (¿te fijas que no hay manera de decir que estábamos etílicos sin parecer que me arrepiento?… y no) y vimos un video de M. Jackson en la tv, la sensación que me golpea si hoy de nuevo lo veo es que lo soñé y lo más curioso es que siento que lo soñé junto a ti, como si de la mano se pudiera acceder al sueño (al sueño se va solo, eso hace mucho lo sé), pero así se almacenó en mi memoria… Bueno, en aquel entonces te comenté que el video me traía un recuerdo(o sea que este es un recuerdo de un recuerdo de otro recuerdo, algo así): a principios de la década de los setenta (siglo y milenio pasados, huy), como todos los años hicimos por más de una década, estábamos en California, en Escondido, en Del Dios, para ser más exacto, un sitio donde vivían mis tíos y primos en esa época.

Del Dios era una colonia, barrio, no sé cómo llamarlo de Escondido, CA, ciudad donde crecieron mis primos (y donde aún viven, de hecho). Mi tío trabajaba en la pizca (¿con zeta?), e íbamos a veces con él a pizcar limones, naranjas. Enfrente de su casa pasaba una mini carretera (pasaban los autos sobre el camino que el camino no pasa, está) y al cruzarla, brincando un cerco y muchas ramas, se llegaba a una inverosímil –eso lo pienso ahora- laguna (luego me enteré que era artificial ¿qué significa eso?) y allí nos íbamos mi prima Vicky y yo a pescar, había muchos peces feos y apestosos –más lo primero- Pero el recuerdo es más bien esto: Había varias direcciones desde las que podía llegarse a la casa de mis parientes, una era desde el oriente, el camino, al carretera descendía en una curva. En una ocasión (mi tío tenía una camioneta azul cielo, larga y amplia), en la parte de atrás íbamos recostadas mis dos primas –Magdalena y Victoria, mi hermana Lupita y yo, comiendo no sé qué, pero que tenía queso amarillo – es lo que más viene a mis neuronas, el sabor fuerte- y en la radio se escuchó una canción que me gustó y me hizo sentir tal melancolía, nostalgia o no sé qué chingados que nunca (¿nunca? eso no existe) olvidé ese momento: era M. Jackson, aquel que fue niño negro cantando con sus hermanos y yo, no sé, fue una sensación difícil de asimilar, un lleno insoportable, en ese momento, en ese verano, tenía todo o tuve todo en ese instante, en la bajada del camino, ya casi para llegar a la casa de mis tíos, en esa camioneta, con ese sabor –que ni me agrada tanto, por cierto- la música, tuve deseos de estallar ¿cómo es posible no faltarle a uno algo? Bien, en ese ¿segundo?, no me faltó nada. Fue horrible y muy hermoso. Tenía doce o trece años. Imagínate. El asunto es que ahora, cualquier cosa que coma con sabor a queso amarillo me transporta al niñito aquel cantando, a aquella tan lejana y dolorosa sensación de plenitud adolescente…

¿Por qué todo lo anterior? No sé. Ojala no te hayas aburrido. Me gustaría contarte más de Del Dios. Lo haré luego. Espero no olvidarlo.”

PD mucho muy posterior: Hace unos días algunos lugares cercanos a ese recuerdo se quemaron, incluso creo que Del Dios en partecitas de su bosque, también.

martes, 13 de noviembre de 2007

paso la noche entera yéndome a sueños incoloros viajes a bordo de trenes polvorientos en barcos empantanados manotazos de onírico sopor viniéndome en la mañanita

lunes, 5 de noviembre de 2007

Temporal

Con los ojos al revés. Puedo pasar mucho tiempo así, la cabeza colgada mirando al mundo de cabeza. El mundo de cabeza y yo también.

Algún día, muchos años después, Humberto me dirá que estoy loca, cómo se te ocurre hacer eso y disfrutarlo, sentí que me moría, dijo, incorporándose, asustado. No sabía porque nadie sabe, creo, que para cuando yo escribiera (transcribiera) sus palabras, él ya estaría muerto. Pero esa ausencia llegó más tarde. O muy temprano: el tiempo es una palabra.

Hoy cuelgo mi cabeza de 5 o 6 años; la mirada recorre el techo, el pasillo frente a mí, quisiera caminar. Corrijo: no quiero caminar como mosca. Quiero que el mundo esté al revés, pisar el cielo, estirarme para poder tocar el piso.

Cuando después miré aquella película, la tragedia del barco que se voltea, aluciné, creí, en un chispazo aún infantil, percatarme de que no hay nada nuevo, todo está pensado, dicho… todo el deseo se repite, es la historia de la humanidad, el motor que nos reproduce, dijera algún libro de texto: sentarse en las lámparas, hurgar aquellas esquinas reservadas a la araña.

En qué momento, cuándo enderecé los ojos, no puedo saberlo. Ya no puedo acostarme en una cama y tirar la cabeza hacia atrás y afuera para ver el mundo al revés. Sin embargo, aquellos eran, fueron, serían, otros días y aquí estoy: en este, aquel día, con 5 años, mirando un patudo recorrer la pared frente a mis ojos, sin imaginar siquiera que muchos años después recordaría cada una de aquellas patas moviéndose.


(extraresumen de novela)

jueves, 1 de noviembre de 2007

Recado para Humberto:

“Los espíritus inmortales de los muertos
hablan en las bibliotecas públicas.”
Plinio

Hemos puesto un Altar de Muertos. Es miércoles, tardenoche. En el altar hay limas, estoy casi segura de que todo huele a lima, y a libros, como debe ser. El Altar está dedicado a algunos escritores, destaca una fotografía de Lucina quien fuera bibliotecaria muchos años y periodista, amiga querida. También están Abigael Bohórquez, Rosario Castellanos, Julio Cortázar, Elena Garro, Juan García Ponce, compartiendo limas, cañas, y dulces de cajeta y coco. Mañana traeremos flores, cempasúchiles y margaritas.
Mañana, cuando los muertos recorran sus lugares, tal vez Lucina pueda hablar con Rosario y preguntarle por Chiapas hoy que está siendo tan llovido: Juan García Ponce y Julio Cortázar hablarán de arte y de conductas en velorios, ellos que tanto saben. Jaime Sabines cuida la luz de las velas y veladoras, protege las imágenes religiosas, las cruces, sabe tanto de la muerte. Abigael le contará a Elena del desierto, tal vez le diga que recuerda que antes de morir estuvo en este este sitio leyendo sus poemas y ella le hablará de persecuciones, soledad y gatos y entonces Juan y Julio sentirán que son llamados a la charla… oh, sí… es un consuelo haber inventado este día para que los muertos vuelvan.
El día 28 es para "los que murieron matados", el 30 para las almas en el limbo (los niños que murieron sin ser bautizados); los muertos chiquitos el 1 de noviembre, y el 2, los muertos grandes.

Ya está el pan de muertos, se antoja, mañana pondremos cafecito, tal vez cigarros y licor. Cerca del altar en una mesa anexa hemos puesto libros que hablan de la muerte, científicos, literarios y filosóficos, fotos de altares de muerto en otras partes de México, poemas de Netzahualcóyotl, de Sabines, de Paz, cuentos breves…

Afuera, los niños corren pidiendo halloween, unos se asoman, no creen que tengamos dulces para dar, pero sí, y le daremos a quienes entren, sean duendes, brujas, muertes, demonios, hadas, princesas, momias, calabazas, vampiros, power rangers u hombres lobo...

En la celebración de la muerte la gran beneficiada es la vida.

jueves, 25 de octubre de 2007

(Desamparo epistolar: Crónicas)

Traducción

Ay, me duelen estos dedos (los otros también, aquéllos) pero nunca como el frío sentido en el camión (a bordo del) ¡qué bruto! Mira, como me di cuenta de que te estaba dando mucha lata, mejor ya no te llamé. Darío estuvo un rato con nosotras y luego ya se fue; a las diez y cuarto me vendieron los boletos, Luci aun tenía habre (hambre: dedos torpes y congelados, o torpes por congelados o congelados por torpes, o etc, a quién le importa, ni a los dedos) y decidimos ir a cenar ¿pero a dónde?.. después de mucho regatear con el taxista carero y de recomendaciones del ídem (era tarde), llegamos, nos llevó el requeteìdem al Calinda (como los asesinos, je, yo regresando al lugar del crimen, je), comimos algo (era más tarde) y decidí volver a molestarte, hablar contigo, te llamé de allí superenchinga y tu voz “marcaste el etcétera” y mi lengua a punto de soltarlo y decirte (no a ti, que por eso no) que cae más pronto un hablador que un cojo, que te diría un poema, que abrieras bien tu lengua para recibirlo, que tal vez dolería un poco, sobre todo al principio, que después te garantizaba que placerías, que ya nos íbamos, que un beso, que dos, que si seguía nos dejaba el camión, y por eso a fin de cuentas no te dije nada, no le dije nada al que dice “marcaste el tal y tal y etcétera”. Tú sabes. Nos regresamos a la central camionera y llegamos barriditas al camión pero sin hambre. Asientos 15 y 16 y ufff, qué bien, salimos de Hermosillo y Luci empezóme a contar de una ocasión en un viaje a Matamoros, de noche, y el camión casi vacío, una pareja haciendo el amor (follando, dirían los traductores españoles de Erica J.) en los asientos de atrás, yo intrigadísima por el procedimiento, si la chava iba para el pasillo y él para la ventanilla; ya después de resolver tan peliagudo dilema (si te digo que a inocente, ingenua y cándida no hay quién me gane), intenté dormir y he ahí cuando descubro el FRÍO, ¡qué cabrón! Parece que traían abiertas no sé qué rejillas o qué, la calefacción no servía. Como yo para la ventanilla, me di cuenta que había una grieta en el cristal por donde se colaba TODO el frío, sentía que ya se me caía al suelo, congelado el ojo derecho, la rodilla ídem, el pezón y todos los aditamentos derechos, mientras el lado izquierdo (qué absurdo, no podemos tener lados, ni que fuéramos triángulos… aunque hay cada figura geométrica respirando que…) paulatinamente se me convertía en ajeno. Mucho antes de Benjamín Hill, Luci metióse un pantalón, rápidamente se quitó su vestido ¡con crinolina! Y púsose un suéter… yo, ni podía hablar… en Santa Ana que se me prende el foco (apenas) y acuérdome de otro pantalón en mi maleta, sácolo y métomelo (sí, muy feo se oye) encima del otro (más feo) una camiseta más o menos cubridora, mi capa y qué me hace el frío, pensaste, pues pensaste mal, pinche frío, hasta un arete perdí en las acurrucadas que me daba intentando resguardarme, pero así ni la virtud se puede… con ese frío nadie, nunca, nada. Llegamos a Canapas a las cuatro de la mañanita (nochezota aún) y todos los cristales de todos los carros estaban escarchados, hielo tenían, imagínate al bajarnos. Otro taxi, este cananense, llevonos al hogar, caliente hogar. Me acosté y al ratito, en la radio escucho la voz del locutor que dice que la temperatura está a dos grados, protéjase del frío, las cinco de la mañana y me dormí. A las nueve no me quedó otra más que despertarme aunque me levanté más tarde. Y tú ¿qué cuentas? Si todo esto lo hubiera hablado, no hubiera podido respirar (así lo escribí ¿se nota?)

martes, 23 de octubre de 2007

Los pinos duermen
cuando la nieve baila
su blanca danza

risa caliente
tu voz pidiéndome
que te desnude

triste o feliz
oía los pájaros
la salamandra

martes, 16 de octubre de 2007

Lunar

Esta es la tercera vez y espero que pueda ser la última. Que hablo de la mujer de Ugo.

En realidad no hablaré de ella, sino de Ugo o de aquel otro.

Una dramática luna parecía mirarnos; nunca he sido dado a pensar en cursilerías de esas, pero no pude evitar ver cómo la luna competía con la luz de su rostro; hasta pudiera inventar que era octubre. Pero no lo haré, no sé qué mes era, sé que no hacía frío aún, así que tal vez era agosto, o septiembre.

No. Hablaré, creo, de mí.

Cuando llegué al lugar de la reunión, una bodega mal ventilada pero con enormes ventanas que permitían a la luz lunar desempolvarse, Ugo y su mujer estaban sentados solos. Fingí no verlos, no evidenciar la maravilla que me asfixiaba en su presencia, pero ella me vio. “Evodio”, llamó, envueltas sus palabras en felicidad melosa que me pareció genuina.

Abeja, fui.

Nada más sentarme llegó Iselda e invitó a Ugo a bailar. Me quedé con su mujer; ella, sonriente, me explicó entonces la diferencia entre bailar, danzar y bailotear. Evidentemente y según lo que pude entender, Ugo no hacía ninguna de estas tres actividades. Reímos ambos y vi todo lo luna que ella era.

Ella me dijo que tenían rato de haber llegado, casi me regañó por tardarme, halagado le respondí que ni pensaba ir. Volteó a verme como si hubiera hecho una declaración descabellada, luego sonrió, acarició mi nariz. Mientes, susurró.

Pasaron dos o tres horas de música, tragos y baile, saludos de quienes llegaban y adioses breves de los pocos que se iban. En realidad a ella la saludaban, a mí me aguantaban solamente, nunca he sido amiguero. Ni de fiestas, fui solo por ella. A medianoche llegó Salvador, aquel actor que vivía en una casa de huéspedes cercana a la línea y sin preguntar si podía se sentó con nosotros.

Ugo se lo tomó muy bien, hasta se mostró obsequioso y elogió el teatro callejero actividad de aquellos días de Salvador. Igual Ugo no estuvo mucho con nosotros, iba y venía, se sentaba, besaba su mujer, me palmeaba cariñosamente y bailaba con las mujeres de otros. Yo apenas hablé, y eso por decir algo, en realidad no hablé lo que se dice nada.

Ugo conversaba en una mesa lejana. En la mesa éramos tres y sólo dos contaban; vi cómo Salvador ofrecía algo. Ella se inclinó hacia él y al parecer respondió sí, aunque apenas escuché que dijo: pero afuera. Se levantaron y ella sólo con ojos llenos de luna me miró sin decir ni con su gesto nada.

Los vi salir y cuando calculé que ya habían bajado la escalera, me puse de pie y salí también. No iba siguiéndolos, No quería espiar. Pero tuve en mi cuerpo el caminar sigiloso del que no desea ser notado, del que acecha. Al salir a la calle caminé unos pasos y me detuve en el primer poste; protegido por la oscuridad la busqué para cuidarla, me dije, y los vi, estaban a unos 20 metros, hablando de cerca, él tenía algo en sus manos, lo encendió. Fumaban y lo hacían con la procura del que no desea ser visto –qué equivocación la mía, supe después. Luego de hacerlo, Salvador le dijo algo al oído mientras repasaba su cabello lunar con una mano hasta llegar a la cintura.

El relampagueo en el vientre que sentí no se debió, quiero creerlo, a esa mano que ahora estaba aposentada en su trasero, sino al descubrimiento de aquellos sus ojos fijos en mí: ella me veía mientras Salvador tocaba ahora sus senos y metía después la mano entre sus piernas. Ella con los ojos muy abiertos me miraba encadenándome, obligándome a no moverme. Sentí llorarme entero, mientras mi cuerpo palpitaba al mismo tiempo que el de ella.

Quise entonces renunciar de aquella escena, decir no actúo, no me sé el papel, y al voltear para huir, lo vi. Ugo estaba de pie en el quicio de la puerta del salón.

La mirada verde ilumina su rostro mientras ve cómo el amante de su mujer mira a Salvador tocarla y a ella estremecerse con los ojos muy abiertos. Vaciando su mirada en ellos, en ambos que la miran.

Me quedé pero juré que nunca más los buscaría. Que el estar sin su cabello y sin su aroma no podría ser peor que estar adentro de ella desde afuera.

Mentí en mi juramento y aprendí que existir en esa mujer ajena era lo menos malo de aquellos, grises días.

Era octubre, por qué no.



(De “Evodio, el diario”)

jueves, 11 de octubre de 2007

No podrás mirar en el espejo lo que veo
cuando en él me miro

y la voz que escucharás cuando te hable
no es la misma que yo escucho
desde allá (¿o acá?)muy dentro

Las palabras deberán oscurecerse
para que puedan
por fin

Iluminarnos

viernes, 5 de octubre de 2007

(Desamparo Epistolar: Crónicas)

Amarillo.

Para que te alegres, amor, si estás triste. Si la tristeza no te invade, que este amarillo sirva para qué digas qué onda. Como yo te digo Quihubo, loco ¿cómo estamos? Por estos andares todo transcurre, así: de aquí para allá, nada más; nada de arriba para abajo, de adentro hacia fuera, no… nada de trastornos.

Cuánta babosada te digo, lo que pasa es que no sé qué contarte para acercarme un poco: ¿Que las flores están en todas partes, que antier llovió en la madrugada, que desperté sin miedo, que me sentí sola como siempre, que el verde aún sigue aquí y también allá, que este lugar es bello, que apabullada de soledad, aplastada por el cansancio de lo vital, que acongojada por el deseo, que aturdida por la angustia, que llena de frustración y etcéteras, me hundo?

Te recuerdo. Mucho ¿Y tú? ¿A quién recuerdas? Ojala te venga a la memoria por lo menos el recuerdo del pedazo más cercano al vacío que está en la punta de mi lengua. Allí te recuerdo. Pero también en los oídos y en las manos y en los ojos, te recuerdo. Chin, ya casi me pongo cursi. Te escribo algo que leí en un Selecciones (si te digo que yo leo tooooodo…). Es de Mark Twain:

“¡Qué parte tan pequeña de la existencia de una persona son sus actos y sus palabras! Su verdadera vida transcurre dentro de su cabeza, y nadie, salvo ella, la conoce. El molino de su mente trabaja todo el día, y sus pensamientos, no esas otras cosas, son su historia. Estos son su vida, y no se escriben ni pueden escribirse, Cada día daría para un libro de 80,000 palabras, 365 libros en un año. Las biografías son sólo la ropa y los botones de un hombre; la biografía del hombre mismo no puede escribirse.”

¿Por qué te digo esto? No sé… tal vez por algo que hablamos un día. Ahora déjame decirte de esto que me encontré en un periódico (El Imparcial, si te digo que yo leo… etcétera), dice así:

“Viva el PAN y viva el PRI. Perdóname Dios Mío /Cuando me entierren quiero que me canten / puras canciones de Chalino Sánchez /Maqui Fernández: Te amo todavía”

Se llamaba Mateo y se colgó con una cuerda de nylon de una viga en su recámara… ¡ouch!

Me cansé. Son las cinco treinta y estuve trabajando con ganas. Tengo aquí una carta natal que alguien me consiguió una vez y que nunca he leído por completo, sólo pedacitos cuando de repente me la encuentro y quiero divertirme. Dice que la longitud del lugar y la latitud del ídem en que nací es, respectivamente: 099W30´00´´ y 19N25´00´´; está hecha en computadora y trae un chorro de cosas, 12 cuartillas en total (todos los cálculos fueron hechos por comput. –dice). Mira, en el capítulo IV, en cualidades relevantes dice que:

“tienes una manera atractiva y comprometedora de expresarte, incluso artística. En muchos casos seguramente aprecias la belleza. Tienes muchos y muy agradables roces sociales. Dices las cosas precisas en el momento exacto y eres muy decorosa.”

Lo que he subrayado es lo más cierto, como tú sabes. Ja. Mira esto otro:

“Los demás te pueden parecer muy emocionales y difíciles. Tiendes a idealizar a otros y puedes tratar con vagos, confusos y pocos reales.”

Qué ambigüedad tan cierta (¿cierta?). Me da un último consejo:


“Evita a gentes criminales”

¿Cómo ves? ¡qué chinga!

¿Cómo estás? Ojala que bien, que tu nariz, tu boca, tus pies y tu ombligo estén bien contigo tal y como debe ser. Me duele la cabeza… ¿qué hacen los relojes cuando nadie los ve? Ay, mi cabecita. Mira lo que alguien me dice en una carta que viene desde allá, un ladito del mar:


“La amaría siempre / hasta el tiempo / que los dos fuésemos cadáveres/ putrefactos / y aún así / la amaría.”

No sé cómo se hace para creer esto ¿Tú sabes? ¿Quién me amaría a mí, aún con gusanos?

Es octubre, con viento y sol, algo frío el asunto (ja, también la cuestión, el detalle, el ejemplo y el etcétera están fríos)

Los árboles, muy conscientes del otoño, se desprenden perezosamente de sus hojas, ayudados por el aire que corre y vuela… ¿sabes tú a dónde va?

Un beso.

Mejor que sean dos.



miércoles, 3 de octubre de 2007

Mi lugar

Es así, estamos mis amigas y yo tomando una bebida caliente. Hace frío, mucho, de nuestra boca sale vaho, nubecitas que hacen que todo parezca escena invernal.


Es invierno, nuestras ropas son muy abrigadoras. Estamos en el exterior, alrededor de algo que parece ser una mesa de concreto sin sillas, muy alta, lo que permite que estemos de pie, pero cómodamente charlando, medio recargadas. Cerca de donde estamos hay un local, no sé si una tienda, cafetería, un lugar bastante iluminado.

Me percato de la noche de improviso.

Entonces es cuando sales por una puerta de cristal junto con algunas otras personas, traes un abrigo oscuro y largo, desabotonado, y una gorra que parece sombrero o viceversa, el cabello desordenado; pienso que así lo traes siempre, me gusta la idea.
Te diriges hacia nosotras, te veo muy alto, como eres, y al llegar me abrazas, así:

Dices hola a mis amigas, te inclinas un poco hacia mí y me besas leve en los labios, me acercas a tu cuerpo con tu brazo derecho y yo giro para recibirte. Esto no lo olvido: al voltear breve, mi cabeza puede meterse fugazmente al espacio caliente en tu costado, tu abrigo abierto deja que aspire la sensación de panecito tibio que allí guardas. Eso me regala plenitud y el pensamiento de saber que ese es mi lugar. Luego nos invitas a otro sitio, ríes y comentas que hace frío. Me gusta tu risa. Tienes bigote y los ojos te brillan, son grises.

No sé que son los sueños, no puedo concebir de dónde nacen, por qué las neuronas deciden darnos uno u otro. (¿Alguien tiene un manual de oniromancia?). Los recuerdos de lo diario se fijan gracias a los sueños… que nada tienen que ver con ellos.

Tres veces (en los ¿cinco? últimos años), he soñado lo que describí al inicio. Tres veces que despierto y recuerdo con exactitud el sueño y es así como digo. Tres veces que en este trabajar nocturno mi cerebro te pone a que me abraces.

Y yo no te conozco, no he visto tu rostro sino en ese repetido sueño. Y el refugio adentro de tu abrigo, sólo lo he tenido en esa escena onírica que tanto me perturba.

No puedo saber qué son los sueños. No sé dónde estás si existes.


sábado, 29 de septiembre de 2007

"el clàsico que escribe una tragedia observando cierto nùmero de reglas que èl conoce es màs libre que el poeta que escribe lo que le pasa por la cabeza y que es esclavo de otras reglas que ignora" Raymond Queneau

viernes, 28 de septiembre de 2007

recado para un escritor desconocido

Tus puertas y tus ventanas.

me gusta pensar en tu olor
y pensar que hueles como los higos cuando los desnudas ¿has olido eso tan dulce y tan extraño?

y creer que tienes las manos grandes
y que son tibias
y que no sabes dónde ponerlas (aunque sepas)

e imagino que miras como desde lejos
que el color de tus ojos no te deja estar
ni aún estando

me gusta leerte y sentir
que entro
sentir que salgo
que me asomo
que veo

lunes, 24 de septiembre de 2007

Puente 3

Arriba y abajo

Ella iba caminando, era una nochecita otoñal, tibia aún y allá lejos, pero a punto de estar cerca ve el puente y bajo el arco algún resabio de luz que, difuminada, es el eco de lo que el día fue. Va hacia el oeste, ningún caminante visible se dirige en dirección contraria. Ella siente curiosidad por saber de quién son los pasos que escucha atrás suyo desde hace minutos y voltea.

Es Miranda, quien le pide que la espere para caminar juntas. Lo hacen y al llegar a donde el puente presenta las opciones de subir o continuar descendiendo la calle, Miranda dice que ella sube. ¿Por qué -quiere saber ella, harás tal cosa, si así perderás tiempo y te cansarás bastante más? Y entonces Mir le contó aquello.

Le dice que era una noche de un otoño también como éste que recién empieza, no recuerda si hace uno o dos años. Miranda caminaba despreocupada aunque un poco estorbosamente porque en cada mano llevaba una bolsa llena de mercancía que acababa de comprar, y la calle, como sabemos, tiene una elevación que aunque no es muy perceptible allí está. Las bolsas, pesadas ambas, ya le estaban haciendo renegar –palabra de Mir-; veía hacia el arco del puente, deseando pasarlo, ya que a partir de él, la calle tiene un declive bastante favorecedor para el caminante. Cuando se fue acercando se percató que un hombre caminaba en dirección opuesta, hacia el este y no pensó absolutamente –énfasis de Mir en esta palabra- nada de tal hecho que, por otra parte es más que común. El hombre era de estatura regular y delgado, no se veía su rostro porque, aunque no era muy noche sí era otoño y ya se sabe. Mir ajustó automáticamente la posibilidad de saludarlo al cruzarse bajo el arco si: a) era alguien conocido o b) no era demasiado desconocido.

No alcanzó a elegir opción. Al momento de encontrarse, justo bajo el arco para peatones, el hombre aquel en un movimiento que Mir describe como felino y alevoso le hizo algo.

¿Te hizo algo, qué? Pregunta ella quien ha seguido la narración de Mir detenidas ambas al pie del puente.

Me agarró, dice Mir, desconsolada y en los ojos brillándole el escándalo. ¿Qué te agarró? Pregunta ella quien casi se divierte y casi se asusta ante las posibles respuestas.

Metió su mano caliente entre mis muslos y me apretó. Mir se cubre el rostro, casi llora... ¡Me apretó!

Mir dice que se quedó paralizada no sabe cuánto pero que su cuerpo temblaba cuando reaccionó y el hombre iba ya muy lejos. Nadie había que caminara cerca y desde los autos, dos o tres, dice, no cree que alguien haya visto algo porque sucedió abajo del arco. No solté las bolsas, esto en sus labios suena como autoreproche y, continúa, cuando me sobrepuse caminé con tanto coraje que ni cuenta me di cuando llegué a mi casa. Desde entonces no vuelvo a pasar abajo del arco y menos de noche.

Ella no puede convencerla de que es difícil que algo así se repita y Mir se va subiendo la pesada pendiente.


Cuando, sola, pasó se dio cuenta de que el arco mide de largo unos 5 metros ¿menos? Y que para cruzarlo se tarda uno ¿cuántos: dos, tres minutos? ¿Menos de uno?

Se apresuró.

Desde entonces no puede evitar cierto escozor y sobresalto cuando es noche y tiene que caminar por allí, ve a los caminantes, algunos son delgados y de estatura regular, a algunos no les puede ver el rostro. Pasa siempre apretando las piernas pero no puede negar la esperanza de sentir aquel susto descrito por Miranda, el temblor.

Aquella mano caliente.

Apretando.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Puente 2

Muertos.

El puente es un lugar especial, sitio que flota y no está. No es el remitente ni el destinatario de nuestros caminos. Es un cordón umbilical que une y separa.

Hay una fotografía que siempre atrajo mi atención, en ella se ve el Puente de Arco, por la calle, aún de tierra y piedras, caminan personas, una mujer con rebozo, un carro jalado por animales, también hay hombres con sombrero, niños, parece que todos se han quedado en un cuello de botella atorados en el arco, algunos voltean hacia arriba casi sin querer, mirando, parece a toda la gente que desde la altura a su vez, mira. Hay que poner mucha atención y así veremos, casi al centro del arco (pero no), frente a las grises montañas del fondo a un hombre oscuro que está como levitando, sus pies arriba de las cabezas de los que van por la calle y, por fin, enfocando en esa imagen que alguien quiso guardar (y consiguió hacerlo) hace casi cien años, notaremos la cuerda que viene desde arriba del puente y que sostiene del cuello al hombre que por supuesto no levita: está colgado. El pie de foto dice que el 9 de junio de 1919, a las 4 de la madrugada fue ahorcado Toribio Caballero por orden del Gobernador de Sonora; la orden la ejecutó el Capitán de la Guarnición de la Plaza. Había robado el Banco de Cananea.

En el periódico El Tiempo, “Diario Independiente”, del martes 10 de junio de 1919 dan la información completa, rechazan el castigo y sobre todo condenan que haya sido en la vía pública, se lamenta el autor de la nota de que muchos niños juegan “al ahorcado” y entre muchos argumentos más, se afirma que: es un acto, el de ahorcar, absolutamente horripilante y se presta muy preferentemente a la crítica de los extranjeros…” (¿Preocupándonos la opinión extranjera?). Y más adelante concluye del espectáculo ofrecido: “Ayer, estupefactos, presenciamos con los ojos desmesuradamente abiertos (…) La verdad debe abrirse paso, aunque nos hundamos en el insondable abismo del desprestigio universal… El silencio sería otorgar; decirlo, tal vez sea el remedio.” (No puedo detenerme en este envidiable estilo por ahora)

Un puente por lo general, si no es mero adorno, tiene altura considerable.

Y por su condición de lugar para acortar distancias, y su potencialmente peligrosa altura un puente es como una pistola tentadora frente a un suicida.

Tal vez por la posibilidad tan a la mano es más común que alguien que desea acabar con su vida no se tome una sobredosis de pastillas en su casa o se corte las venas en la intimidad, sino que se lance a ese otro mundo de la muerte, y es que un puente es la manera también de franquear barreras, aquello que nos sirve para alcanzar un propósito (Independientemente de lo respetables o no que puedan ser las razones que un suicida tenga).

En este puente del que hablo, además de Toribio Caballero, quien no se tiró de él, sino que de él fue colgado, no ha habido, afortunadamente (sé que no es asunto de la fortuna) y salvo dos accidentes mortales, sólo un suicida.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Puente 1

Es un puente de arco, de hecho así se llama: Puente de Arco. Trataré de describirlo:


Por la parte superior une (claro, es un puente) dos elevaciones del pueblo, para permitir que pueda pasarse de un lado al otro, a pie o en auto (1 por vez), es también un lugar para ver, hacia el este o el oeste principalmente y es una vista gozosa. El norte y el sur también pueden verse, son las partes que se unen, pero nadie se para en medio del puente a ver hacia esos puntos cardinales, que desagradables tampoco son, aunque más bien son los lugares de donde se viene y a donde se va y punto.
El puente, sin embargo y aunque tanto se use (porque se usa mucho), no es indispensable, se construyó tal vez con la finalidad de evitar subirbajar pero de que se puede pasar de uno a otro lado sin él, se puede. Abajo del puente no hay arroyo, río, ni barrancos, o abismos, sino la calle principal.
El puente descansa (o se sostiene) sobre dos arcos, uno grande, del ancho de la calle, unos 7 metros y 10 mts. de alto ; otro bastante más pequeño para los peatones, éste mide unos 3 mts de alto, 5 de extensión y 2 de ancho. Es decir uno camina por la acera de la calle principal y esta se divide en dos, una que sigue como si nada desenrollándose hacia enfrente y otra, que sube y sube –y después baja. He calculado unos 100 metros en lo que la banqueta sube y baja o se desenrolla (que, entre paréntesis lo digo, como bien es visible, también sube y baja aunque no tan pronunciadamente)

Y como estoy segura de que para nada me acerqué al puente, si alguien desea verlo:


www.esmexico.com/fotografias/fotos.php?len=&seccion=estados&Punto_I=Calles&Area=Cananea&Estado=Sonora

lunes, 17 de septiembre de 2007

viernes, 14 de septiembre de 2007

¿Y nosotros?

¿En qué territorios vagamos sin hallar el rumbo? Ayer leí un análisis al poema “Se equivocó la paloma”, de Rafael Alberti, que también es cantado por Serrat (dato inútil) … resulta que el análisis me dejó ¿hueca?, aunque me divertí. Los animales NO se equivocan, dice el texto una y otra vez… ¿qué es esto?
Sin embargo, no abundaré en cómo el autor desarrolla tal certeza. El poeta no pensaba en todo esto (yo qué sé de lo que Rafael Alberti pudo pensar), cuántas palabras… pero tal vez sí lo rondó la idea, aunque eso ahora no importa. Ya después del poema, lo que el poeta piense o haya pensado, no importa.
Recordé lo que una vez oí acerca de un animal esquizofrénico y cómo concebirlo, un insecto, o por ejemplo: una mariposa loca, un gusano con conducta esquizoide, una mariquita bipolar ¿tú crees?

araña demente
enredo fantástico en la simetría
sin encontrar el preciso
momento indicado

para cerrar el nudo
para el corte del hilo
para dar media vuelta

y contemplar con ojos
de ternura muerta
su alimento

miércoles, 12 de septiembre de 2007

(Desamparo epistolar: crónicas)

Adivinanza

Son las doce y 35 minutos. Hay aquí unos chavos leyendo en voz alta, dictando, creo, acerca de Neptuno, un pequeño planeta helado, sumido (palabra que provoca confusión y cambian a hundido, ja) en la oscuridad por ser el más alejado del sol… bla, bla y bla. Una mujer muy joven está sentada sola, tiene el cabello largo, negro y ondulado: muy largo, muy negro y más o menos rizado, trae un vestido sin mangas que le llega a las rodillas pero con una abertura por el lado izquierdo; al sentarse cruza la pierna y la abertura se va hacia arriba, casi hasta donde el muslo empieza, sus muslos, piernas y demás extremidades (je) son largas, es muy alta y morena… imagínate su pierna larga y morena cruzada dejando ver hasta… trae zapatos ¿dorados? con tacón alto y sin medias; es delgada y enfrente de ella está un joven que busca y busca en una enciclopediota, baja y sube tomos y no he podido pillarlo mirando a la joven ni siquiera de reojo y eso me gusta, este chavo definitivamente me cae bien. Ahora él se pone de pie y se va a los estantes del fondo, indiferente al espectáculo. Ella también se levanta, viene conmigo y pregunta una babosada, lo que no confirma ninguna regla, por supuesto, pero que hace que se me quite un poquito la envidia.


Adivina en qué momento de lo anterior te mentí.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Allí no

estarás en los charcos paridos por la lluvia reciente........... en el globo rojo que vuela con la boca abierta........... en las sucias manos del que vende elotes............ en mi ojo izquierdo que casi no sirve pero que todavía ve.......... en la fila de hormigas llena de fe que se dirige a dónde........... estarás en la gente que come y en la que ya no es

Pero nunca allí

miércoles, 5 de septiembre de 2007

(Desamparo epistolar: Crónicas)

Pozolito tumbador

En Nogales un día nos llegó Iselda, más o menos a las siete al depa arriba del cordovés (¿estás seguro de que ves?) y al ratito llegó un chavo al que le dicen cholo, creo, estábamos los cuatro sentados en un colchón, Ugo y el chavo este, loquísimos; Iselda y yo –yo no tanto, pero- muy circunspectas -¿qué quiere decir esto?-, (es tarde ya, suena el teléfono y yo doy un salto, no era para mí) y qué hacemos y qué rollo, nadie quería quedarse ahí (¿o allí?), el cholo sacó unas pastillas –un chingo de-, caballerosamente ofreciónos y nadie quiso, rarísimo, tampoco Ugo que era incapaz de despreciar algo ofrecido de tan buena manera. Creo que se sentía ya volando y por eso. El cholo se sintió ofendido y, para desagraviarlo, Ugo lo invitó a cenar, no quiso y bueno nosotras sí vamos dijo Iselda, sí, vamos, dije yo, no, dijo el cholofendido yo no voy y Ugo pues qué pedo pinche cholo, vamos ¿no? Y él terquísimo, no, ni madres no voy y no sabíamos cómo sacarlo no era ni amigo siquiera como para que se hubiera quedado solo (además, para esas fechas ya había pasado lo del saxofón y Ugo como que había perdido un poquito de la exagerada confianza que tenía en medio mundo. Esto del sax fue así: nuestra recámara tenía unas ventanotas al patio –especie de no sé qué, como azotea, pero no- donde estaban los cuartos para lavar y tendederos; como las puertas a la calle siempre estaban cerradas con llave, o se suponía que debían estarlo (además en el otro departamento no vivía nadie), no teníamos reparo alguno (mira nada más cómo estoy hablando) en dejar las ventanas abiertas y las dejábamos; y todo adentrito, al alcance de cualquier mano santa que así lo apeteciera; pues sucedió que un día (como dice el poema) llegó un chavo, amigo de Ugo, de cuyo nombre no puedo nunca acordarme, ja, metió sin el menor de los esfuerzos su manita ávida y flaca (era un chavo flaco, pelo lacio y largo, bigote, guitarrista roquero y con mirada torva -¿así se dice?), tomó del atril el saxofón junto con una toalla café, el sax de Ugo y la toalla mía y llevóselos (¡la toalla también!), estábamos en el cine y cuando regresamos el dolor angustia y desesperación de Ugo fue indescriptible (¡qué mamona!) junto con un coraje de los mil demonios (él dijo) y dónde buscarlo… sobre todo dónde encontrarlo. Pasó casi una semana de movilización interbarrial, de pláticas con locos de toda especie, hasta que alguien dijo que el tal, amigo (según esto, mucho) de Ugo andaba por allí ofreciendo a la venta un sax dorado. Luego fue la recuperación, las explicaciones, yo no sabía que era tuyo, alguien me lo vendió, si yo hubiera sabido, pero no, todos sabíamos que el mala onda había sido el ¡Gonzalo se llama! Así que después de un rato más de discusión, está bien dame una madre de esas y vámonos, no pues tienen que ser dos y dos fueron, así bajamos, el cholo no quiso cenar, y allí mismo, enseguida del cordovez (¿seguro que no ha habido otra vez?) había una fonda (se llamaba “Mi fondita” “Tía Lencha” o “Mi Ranchito”, ya no recuerdo) allí íbamos casi todos los días a tomar café, comer tacos o perder-ganar tiempo… ver los músicos originalísimos (o no ¿cómo decírtelo? Entrabas a la fonda y todo cambiaba, ya no estabas en el pinche Nogales, sino en algún sitio desconocido pero mucho más familiar y rico, calientito –por decir de alguna manera-; había rocola –no sé cómo se escribe-, una barra con una cocina aceitosa y oscuridad, el cielo estaba hasta la madre y las lámparas apenas si); te decía, el cholo se fue a seguir en su loquera y nosotros tres entramos. Pedimos Iselda tacos, Ugo pozole y yo quesadillas, tomábamos café o cerveza que para el caso es igual (¿o lo mismo?). Ugo a cada momento se ponía más silencioso, lo que en realidad no se notaba porque Iselda hablaba por los tres, yo pensando babosadas, la verdad. Terminamos, Ugo palidísimo, aquí sí que se puede decir desencajado, rarísimo (ísimo), teníamos que pagar y dijo ten paga tú y yo qué onda qué tienes (aferrada en mi susto) nada, vámonos, paga y vámonos por favor, Iselda según esto muy mujer de primeros auxilios, cruz roja y eso, qué tienes te duele algo, dime para saber qué hacer, y él vámonos a la chingada, yo estaba en el proceso de pagar cuando él intentó levantarse y vi que no podría hacerlo solo, ni ayudado por Iselda y le dije a la seño que bajaba en unos minutos a pagarle, dijo bueno y salimos los tres, yo veía a Ugo y pensaba se va a morir (catastrofista que es uno), su cara parecía máscara cerosa; salimos, dimos unos pasos y de pronto (Iselda y yo lo llevábamos de los brazos) se fue hacia enfrente y casi llegando al suelo lo sostuve y vomitó, Iselda corrió a un lado desde que se nos fue de frente y no quería acercarse, Ugo estaba como muerto, creo que desmayado o algo así, no lo podía levantar y no quería que su rostro llegara al vómito, para entonces ya había un chingo de mirones y nadie me ayudaba hasta que Iselda reaccionó y me ayudó a sostenerlo, no sé cómo lo subimos, eran más de cincuenta escalones oscuros, primero no encontraba la llave de la calle (¿tiene llave la calle?), luego la del depa, por fin entramos, lo depositamos en un colchón, pusímosle una almohada bajo la cabeza y procedimos a ver qué. Entonces se metió un pinche policía quien sin darnos cuenta se había colado detrás, según esto él iba a ver quién le va a pagar a la seño, ella me mandó, decía mirándolo todo con ojo escrutador (¡), yo asustadísima, Ugo como que abría un ojo y cerraba el otro, Iselda espantada y el poli (¡amigo!... jeje) insistiendo y qué le pasó no andará drogado, ¡nooooo, cómo cree!, le cayó mal el pozole que se comió y para evitar más conjeturas me fui con él, le pagué a la seño, dolida con ella de que fuera tan desconfiada aunque claro tenía toda la razón de desconfiar, nos conocía de meses atrás pero eso no quiere decir nada en los negocios ¿no? El poli quería subir de nuevo conmigo y no lo permití, despedíme cortésmente, cerré con llave y subí para encontrarme a Ugo riéndose con Iselda, ya se sentía bien, dijo, seguía pálido y con expresión de muerto (los muertos no tienen expresión ¿o sí?), pero hablaba y se reía, echándole madres al cholo y yo enojada y asustada aún eso te pasa por tragarte toda la porquería que te dan (lo cual no era para nada cierto, pero) e Iselda empezó a decir me tengo que ir, llévenme, no sean gachos, por lo menos encamínenme… y así como a la hora aceptamos encaminarla y… lo que sigue de ahí es otra historia, luego te la cuento, mientras, con un chingo de amor, te beso.

viernes, 31 de agosto de 2007

"Cuatro cosas hay siempre insatisfechas,
nunca contentas desde que en el mundo hay rocío:
las fauces del cocodrilo, el hambre del milano,
las manos del mono y los ojos del hombre."


Proverbio de la jungla, en Los perros rojos / El ankus del rey, de Rudyard Kipling

jueves, 30 de agosto de 2007

Cartita para el que se la quiera poner (como si fuera bufanda, un arete, un lunarcito, algo que no pese, que no estorbe...)

Agridulce sol

Que las ilusiones permiten que nos levantemos y dejemos de llorar, dice mi amiga Pina. Tal vez.
¿Dónde las venden? ¿Quién las regala? ¿Cómo se fabrican?... ¿lo sabes?
Supongo que se necesita soltar un poquito estas amarras… terrestres (mira, eso lo dijo Abigael, muerto querido, dónde se me aparece). Porque con los pies tan pegosteados en el lodoso camino no se puede pretender ni una ilusión, a menos que sea muy pequeña.

Además, estoy comiendo un membrillo, un sabroso fruto amarillo, agridulce y tierno. ¿Qué estarás haciendo? Me pregunto. La última mordida que le ofrezco al que fue membrillo (aún lo es mientras lo recuerde y lo nombre, dicen) me responde que no lo sabré… tal vez nunca.

Recibe un beso con sabor a sol ácido.

martes, 28 de agosto de 2007

Nada

Todo tan redondo
espina

vueltas
rondas infantiles
agarrados de las manos
de los pies
hastiados
del mareo y de la náusea
acumulados
en todos estos círculos
rodeos circunvoluciones
para pisar de nuevo
sobre la huella en el lodo
circular
que nos rodea

sábado, 25 de agosto de 2007

Tiempos:

1

Se encaja entre la saliva el olor
las manos resbalan y se llenan de congoja
atorándose en los nudos

2

Abro los ojos
sin culpa
mientras muerdo las almohadas
en lo oscuro del silencio sucio

3

La vereda sigue siendo
piel para afilar los dientes
y precipitarme entre gemidos
al olvido

4

Tironeando de tu nombre
que me tira y que me salva
me voy rumiando
mi hùmeda
venganza

lunes, 20 de agosto de 2007

Época de lluvias

Empezaste a morir desde hace ya dos meses. Así estás ahora, tirado sobre el sillón polvoso, ocupado en la cada vez más difícil tarea de espantarte el miedo y las moscas.

En un principio fue lento, la muerte no se te veía, pero hoy está presente en cada uno de tus gestos.

Que te estás muriendo se ve claramente cuando te despatarras en el preciso lugar en que estés cuando el dolor te golpea; y te quedas tendido, mientras que, por cuenta propia, tus huesos casi se sepultan en el lodo espeso. Cada vez es más frecuente tropezarse contigo en el jardín, bajo la madreselva llena de aromas; se te ve como a ella, amarillo y agónicamente apenas movido por el aire.

Tu morir se inició junto con las lluvias que este año se adelantaron y que, contra todos los buenos pronósticos, siguen prolongándose.

Ugo se molesta porque el tiempo se me va en mirarte a través de los cristales, con el agua al fondo: el telar hermoso de la lluvia que cae tras las ventanas y todo el día moja el aire, trayendo hasta nosotros el olor.

El olor me recuerda tu llegada hace quién sabe cuánto tiempo, después de aquellos fríos días de invierno en los que, también como en estos de verano, la lluvia llegaba mojándolo todo. Cuando llegaste al barrio, olías a tierra mojada.

Estabas ya viejo, o así lo recuerdo con esta memoria enturbiada por tanta equipata en la que ha nadado. Alguien te golpeó, parecía, y te refugiaste en la casa de madera podrida, vacía y a punto de caer. No creo que te acuerdes que un poco después de tu decisión de venirte a vivir con nosotros, la casa se cayó del todo; ahora ni el menor indicio queda de su ruinosa presencia.

Los niños te visitaban a menudo, llevando alimentos, agua; y cuando escampó te invitaron a salir al sol de nuevo; pero no, esperaste la lluvia nueva para dirigirte con pasos aún temblorosos a esta casa. Respetamos, todos, tu decisión. Menos Ugo, que al principio sintió celos cuando vio con cuánto comedimiento te atendí y recibí con los brazos abiertos, diciendo palabras tiernas, dándote mi compañía para aminorar tu frío. Pasaron meses antes de que Ugo aceptara e incluso aprendiera a quererte, haciendo de tu presencia casi una doméstica costumbre.

Hubiera sido tan grato que alguna vez aceptaras pasar a la casa, pero te aferraste al porche fresco, te acondicionaste el dormir en el sillón y te esmeraste en no darnos molestias. Nuestro empeño porque estuvieras dentro lo borraste cuando entre los dos, Ugo y yo, te metimos a rastras y cerramos la puerta: nos miraste divertido, pero te rehusaste a sentarte, sólo caminabas de un lado a otro, hasta que nos descuidamos y saliste por la ventana.

Por esta ventana te miro y creo que ya no tardas en morirte, aunque Ugo, disgustado, me repita que estoy conjurando la muerte de tanto mirarte y pensarla.

La única explicación a la conducta de Ugo es que no lo desea; claro que yo tampoco, pero él menos que nadie; pienso que ni los niños resentirán tanto como él tu ausencia.

Cuando ya no estés, no vendrán niños a esta casa y Ugo los extrañará en esas tardes huecas del otoño, cuando no tendrá otra cosa que hacer sino contar las hojas acumuladas en el patio, amontonarlas, patear los montones, contar de nuevo las hojas podridas y así sucesivamente hasta conformar los cerros de rutinas que son su única creación. Le harás falta cuando mueras.

No deja de llover y Ugo de nuevo ha retumbado desde la recámara que si qué tanto hago, que si qué hablo, que si con quién…

Y yo no hago nada sino mirar cómo te mueres y pensar qué haré cuando me asome por estos cristales y ya no estés sobre el sillón o dormido debajo del durazno; cuando lo único que haya qué ver sean las gotas rebotando en los techos y sobre las flores.

Ya te estás muriendo, apenas si respiras y cuando lo haces es una batalla que libras contra el aire húmedo. Casi no te mueves, sólo te encoges cada vez más. Parece que tienes frío. Los muertos se enfrían antes que los vivos, le digo a Ugo que se asoma y parece que algo va a responderme; abre la boca con enojo y la cierra percatándose de que no puede negarse a la certeza que ya le está corriendo desde los ojos. Prefiere atrincherarse de nuevo en la recámara.

¿Cuánto tiempo hace que te miro? Todavía llueve y la oscuridad dentro de poco no permitirá que de ti se vea más que la doliente silueta, cada vez más piedra silenciosa.

Ugo sigue llamándome. Iré a decírselo. Que ya no respiras y no te mueves; que te estás poniendo duro tras el cerrado telón de la lluvia tupida.

Sí, le diré que ya nunca volverá a oír tus ladridos.

jueves, 16 de agosto de 2007

Versiones del atardecer mojado

1
Fue la tarde una paloma desnudándose
y la lluvia dejándose venir
me recordó a tu lengua

2
Toda la tarde ha llovido
(la tarde no llueve:
es llovida
La lluvia atardece:
y es atardecida)

3
Yo te quemo y empapados
vemos toda la tarde
la lluvia
sobre el árbol de durazno

miércoles, 15 de agosto de 2007

Texto naufragado en una servilleta

No es envidia al pene, te equivocas
ni es dolor por tu voz calenturienta
ni alergia de tu sombra

No es un viento remolino
ni una caricia en lo profundo del ombligo
ni se siente, tampoco, un fuego fresco

No es, te juro, ese rasguño
ese metal caliente
esa dolencia en la memoria

Ni es la uña solitaria
ni es el pie, ni la barriga
ni lo perfecto, ni lo repetido
ni lo sincrónico
anacrónico
o diacrónico
ni el tiempo…

Ni lo es ese reloj marcando tus segundos
ni estas manchas
telarañas
arañas en la servilleta

No es el café y sus pesadeces
ni inventar palabras
ni decir las inventadas
ni pensar en el invento
ni inventar el pensamiento

No es la puerta que se abre
ni la ventana que se cierra
ni es salir bajar entrar subir
ni taza con estrellas
ni mango con hilachas
ni las conversaciones con descrédito
ni las potencias de las estaciones
ni el árbol sin las hojas
ni tu cuerpo desnudo y mono
rutinario

Monótono dormir del sentimiento…

jueves, 9 de agosto de 2007

Tendremos que desmenuzar el alba
con aullidos
si queremos encontrar caricias
tiradas al descuido en cualquier calle
solitaria
La soledad de nuevo

1
Terca

como reterco es quererte
frente a la imagen
en el espejo
roto
vuelto espinas.

2
La soledad
retercamente
se me viene
con las uñas rotas.

Raspa en el recuerdo.

lunes, 6 de agosto de 2007

Quejumbre

Toda mi vida he visto llover –escupiste, como si dijeras.
Y me redujiste a ser gusano de cebolla, apestoso y llorador*.

Aquí estoy ahora, de pie junto a la máquina que logré construir con tanto esfuerzo, con todos mis ahorros y desvelos, con todos los conocimientos que logré adquirir en las turbias noches de mi esperanza…

Pero si la lluvia que conseguí hacer caer sobre tu huerto no te conmovió, sólo una idea guía mi pensamiento: ¿qué tengo que hacer para que me quieras?

*No quiero detenerme en esto. No sé nada de gusanos, pero si acaso pudiera convertirme en uno en este momento, sería el más apestoso gusano de todos y estaría llorando. Entonces, de cebolla.

jueves, 2 de agosto de 2007

Pasó hace muchos años. Creo no habérselo contado a nadie y no sé por qué lo haré hoy.

Por razones de praxis doméstica, en esos tiempos yo dormía en la sala, en un sofá que tenía una mesita integrada, sobre la mesita siempre estaba mi máquina de escribir portátil y libros y hojas y basura… siempre leía y escribía hasta muy tarde y nada de esto importa es sólo para precisar el recuerdo, las circunstancias.

Era muy tarde, todas dormían, el barrio entero se sentía dormido, sólo algunos perros, lejanos, me hacían permanecer con sus ocasionales ladridos. Oí pasos que entraban por el camino de la privada en cuyo fondo estaba la casa en que vivíamos, podría decirse que hechas bola o hacinadas (pero no lo diré porque no era así) casi diez mujeres (ufff, eso de casi es sólo porque no recuerdo el número exacto). Cuando escuché las pisadas no me preocupé, creí que era algún vecino trasnochado que llegaba.

El sofá estaba pegado a la pared que daba al pasillo que recorría la privada. La pared tenía un gran ventanal enrejado, unos 3 x 3 metros, y oí que tocaban, creí que a la puerta y me levanté, imprudente, para abrir (a esas deshoras, todas dormidas) y recuerdo que abrí la puerta, me asomé y no había nadie… al regresar a lo que hacía antes de la interrupción, tocaron de nuevo y ahora sí localicé el sonido, era la ventana…

Quisiera saber si me puse de pie o si sólo me hinqué para recorrer la pesada cortina y saber quién era y a quién buscaba o que quería (no creo haber pensado todo eso, cuando un momento así llega, actuamos por impulso, mecánicamente)

Abrí, entonces, la cortina y allí estaba, subido a la reja, lo que ayudaba a que quedara a mi altura el hombre aquel. Se me mostraba con el pantalón y ropa interior bajada hasta las rodillas. El tiempo. Cuánto fue, no sé. Cerré la cortina y apagué la luz.

No se lo dije a nadie, y nunca se repitió.
No le vi el rostro, en realidad no vi nada, sólo abarqué la totalidad. Vi la acción y me sorprendió. No lo que vi o no vi. Aquel hombre subido a las rejas, aferrado a ellas, con riesgo de caer y lastimarse, empeñado en que yo le viera sus genitales, aún me pregunto si quería eso ¿Qué lo mirara? No lo miré ¿Qué gritara? No grité.

A veces, como ahora que, repito, no sé por qué lo cuento, me pregunto si conocí a aquel hombre, él sabía que yo estaba allí, pegada casi a la pared, despierta solitariamente a deshoras, él tal vez me conocía.

Me conmueve pensar si le angustió mi falta de respuesta.

De eso no puedo saber más.

lunes, 30 de julio de 2007

viernes, 27 de julio de 2007

miércoles, 25 de julio de 2007

La piel es el límite
la frontera hostil
que me protege

aunque algún instante
se descuide
y permita la llegada
de la siempre sigilosa
y dulce
mordida

martes, 24 de julio de 2007

Nos convertimos en superficies resbalosas. No creemos en nada. Somos un espacio en el que ni la lluvia se detiene. Sólo sabemos de la muerte. Y no queremos. A pesar de que es lo único que podemos detener entre lo que corre y va deslizándose en el tiempo, en esto que somos, en lo que nos convertimos con el llanto. No queremos morir. Y moriremos. No podemos deshacer tan grande y cimentada creencia.
Cuando la lluvia cae me lleno de una ansiedad gozosa que sólo puedo comparar con la que el charco que aún no nace sentirá… qué será ser charco, llenarse de lluvia poco a poco, mojar las pisadas, devorar insectos suicidas, escribir como charco pisoteado.

lunes, 23 de julio de 2007

Y llega la lluvia tras de mí.

Mientras caminaba ni cuenta me di que traía todas las gotas corriendo, anhelosas (opciones: ni yo lo creo, o sólo yo lo creo) de alcanzarme.

Luego llega Alma, mi amiga, que habla conmigo (aunque yo hablo poco), me encanta (¿encanta?.. no sé: me gusta, pero más que eso) oírla y pescar de entre el río de su voz palabras, frases y me digo mientras la oigo que desearía escribir esto y aquello… pero a veces mi anzuelo se rompe o la red se me llena demasiado y no puedo deshebrar a tiempo lo que he pescado y todo se me convierte en un mazacote lingüístico, otro río al que no puedo llegar.

Y Alma se va y sigo escuchando la lluvia y un gato llamado Hugo, las mujeres complejas (que no complicadas), los amigos hombres, el ángel de la Guarda sin pecar, la literatura y la pornografía… y el agua cae como si todo este temario no le importara en lo absoluto, cosa que sospecho es cierta.

A nadie esto le ha de importar, ni a Alma, parece, que se fue tan quitada de la pena después de lloverme encima todas sus palabras dulces que me empapan de dudas y de ganas de escribir sobre los caballos salvajes y la suerte de los muertos, y el pan de levadura...

Creo que a mí sí. Me importa mucho.

viernes, 20 de julio de 2007

martes, 17 de julio de 2007

Hay algunas cosas que no creo que sepas.

¿Sabes cuáles son las criaturas más largas del reino animal?

(alguna ha llegado a medir 40 metros)

no sabes que me caí de una cama a los diez años,
que no puedo oler
no sabes que lloré en una rueda de la fortuna a los 15
no sabes que me gusta chupar la miel de las madreselvas
que amo los truenos y oír las chicharras en la noche
que conocí a Evodio ojos de serpiente
que bailé con Mirna en una triste tarde de octubre
no me gustan las rosas ni los claveles
que mis rodillas tienen muchas cicatrices porque de niña me caía y me caía
no puedo concebir que los muertos estén muertos y espero aún ver a quien ya es polvo o ya es ceniza, o huesos o quién sabe qué
que guardo collares que mi abuela Isabel me regaló hace más de treinta años y nunca he usado, ni usaré
que tengo un lunar en la palma de mi mano izquierda
que no me gustan las peras
que tengo un lunar en la palma de mi mano derecha

Son los sifonóforos y todo lo demás que te conté tampoco importa

viernes, 13 de julio de 2007

Este lo escribimos al alimón hace años, en La Bahía de Navachiste, Sinaloa, Joel Verdugo y yo:


Carta para decirte que:

El mar se nos está
creyendo cielo

Alberga recipiente
las estrellas venidas a menos
y al sol cuando se pierde

El mar llena su espacio
y algunos hipocampos se encabritan
y se arma el carrusel

La música no suena

El mar se nos está volviendo cielo
ya pone el azul en cada espejo
cuando firma

El mar de pronto se nos hizo
cielo
a punto de llover

Ya truena

Pd: en vacaciones ahora
seremos
astronautas

martes, 10 de julio de 2007

Ay, los gatos (gatas) que en la noche lloran como mujeres a quienes se les ha ido un ser querido…

Imposible saber cuándo escuché por primera vez esa canción. Si fue desde esa vez primera que aquel grito me sobresaltó es muy probable:

"Hace tiempo que no he vuelto a verla
y ya no sé qué será de Noelia.
Por la noche la busco en la playa
y en el silencio yo grito:
¡ ¡ N O E L I A A ! !” *

A mediados de los setenta (siglo pasado ¡caramba!), en Nogales, una noche estuvimos mi hermana, mi prima y yo (niñas aún las tres) asomadas a la ventana que daba a la calle, oyendo primero el ruido de cajas y botes de lámina que eran pateados y tirados desde lejos, hasta que vimos a Pedro, aquel lindísimo muchacho de barba y cabello largo recogido siempre con cuidado en una cola: corría de un lado a otro, buscando a Ana, su novia, se asomaba a los corrales, hurgaba entre los matorrales, jalaba las ramas de los mezquites, lloraba, su cabello libre y despeinado volaba junto con su cabeza alucinada que ahora buscaba algún rastro, adentro de depósitos de basura, levantaba piedras, escarbaba buscando el olor… no olvido su grito antes de que la policía llegara a llevárselo: ¡¡¡ANA!!! Me llenó de pánico. Porque el amor.

Han pasado muchos años de aquello (no necesitaba decirlo). Hace unas noches platicaba afuera de mi casa cuando de pronto desde un auto que pasó, con desgarrada voz -no exagero-, gritaron: ¡¡¡MARÌA!!!


Lo que más me incomoda es saber que la sensación es la misma, igualita, es temor de que alguna vez escuche mi nombre gritado con tal angustia, es incertidumbre de no entender por qué alguien puede gritar así a quien ama, es un vuelco en el interior, el estremecimiento, la amenaza (“No sé qué hará ni si vendrá / mas yo la espero.”*)


*“Noelia” (A. Algueró / A. Guijarro), cantada (¡Oh sí!) por Nino Bravo



lunes, 9 de julio de 2007

Podría decir cualquier cosa. Hablar de personas que tal vez no conozco (o que sí). Pudiera decir de fantasmas, de caballos, de títeres extraviados. Tal vez intentar hilvanar un diálogo nocturno con la hoja, con la tinta, con la soledad. Decir que es medianoche y escribo mientras escucho a Chavela vargas…

Pero llueve y no puedo. Las gotas cayendo se escuchan como húmedos y perturbadores rezos y en la ventana la cortina cuando vuela trae consigo gotas minúsculas que pican en las piernas desnudas y el aire mojado mueve las campanas y no puedo escuchar y preguntarme por qué “ya ni llorar es bueno / cuando no hay esperanza / ya ni el vino mitiga…”

Oigo llover como insecto que se mete en un charco, temerariamente, dejando la vida y el mundo detrás. Sólo la lluvia y “yo no sé qué será de mi vida / que de mí no se acuerda ni Dios /ay, pobres de mis ojos / cómo han llorado / por su traición…”

Llueve y no puedo ni siquiera preguntarme el por qué de la dramática selección musical ¿quién me tiene escuchando letras tan dolientes y sin traguito mediador (o propiciador)? Tal vez fue la promesa, la caricia de lo nublado, los hermosos truenos, el relámpago, “aquel amor que destrozó mi vida / aquel amor que fue mi perdición / dónde andará la prenda más querida/dónde andará aquel, aquel amor…”

Llueve. La lluvia me concede escurrirme en arroyos oníricos, gotear desde los techos, sentir que soy bebida con ansia por la tierra seca de las macetas; ya no oigo esas làgrimas que parecen derretir las bocinas con su sal tan dulce... tal vez con su arrullo hasta pueda dormir escondida adentro de un pedazo de agua...