jueves, 27 de noviembre de 2008

Casi una carta para Abigael

1994. Íbamos en un camión, cerca de cincuenta mujeres (exceptuando el chofer, un marido y algún reportero). Caminábamos con rumbo a Huajuapan de León, Oaxaca, desde el Distrito Federal.
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Más o menos en el centro del medio de transporte chilango, la sección norteña: Pina y yo, atrás Inés y Sara. A la altura de la centésima curva por la que pasábamos (nos faltaban varias centurias –Nostradamus acota- de mareadoras curvas), Pina consideró oportuno el barranco (el nº 58) para ofrecer la carne seca (¡con ajo y chiltepín!), las tortillas elaboradas en Hermosillo por su (de Pina) querida (también de la que esto escribe) mamá… Fue general la negativa (muy cortés, ya sabes) el desconocimiento (¡ay! ¿qué es eso?) y casi nadie mermó nuestras provisiones. De unos dos asientos adelante, sin embargo, surgió el ofrecimiento de un cambalache (así): les doy estas galletas de trigo por algo de carne. ¡Suave! El trueque se hizo, vinieron las presentaciones: las de acá, ya se sabe quiénes, de allá: Emma. Se acomodó volteada hacia nosotras en su incómodo asiento y púsose a platicarnos, soy de Durango, vivo en el defe, me siento del norte y la pregunta crucial: ¿conocen a un poeta sonorense, Abigael Bohórquez? ¡Sí! Respuesta entusiasta de la sección unida en su norteñez. Ah, pues yo lo conocí cuando vivía en la capital y etcétera –dijo Emma. La rutina del camión (saltos y náuseas de pasajeras), no nos permitió extendernos en la plática.
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Llegamos a Huajuapan. Mientras nos quitábamos de encima el entumecimiento de más de cinco horas de traqueteo, nos metimos en el Palacio Municipal del pueblo. Éramos más de cien mujeres reunidas para participar en el segundo Encuentro Nacional de Mujeres Poetas (En el país de las nubes). El programa iniciaba con la distribución de las cien en grupos menores para ubicarnos en diez poblados situados en las cercanías. Ah, porque no te he dicho y pido disculpas por ello, que eran dos camiones, en el otro y en compañía de otras, iba Fidelia, la quinta sonorense.
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Nos mandaron a cada una de las de Sonora a un sitio distinto. Así que aquí quedo sola y enviada a Tequistepec, junto a otras siete mujeres, entre ellas Emma. Al llegar a Tequistepec, por mera casualidad, si creemos en ella, a Emma y a mí (y eso porque fuimos las menos quisquillosas, dijimos donde sea y nos fue mejor que a todas), nos hospedaron en un departamentito muy padre y un poco fuera de lugar, si lo pienso (lo pensé desde aquel día, no soy tan lenta).
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Después de cenar y sin haber nada más qué hacer, fuímonos cada quien a descansar. Allí, esa noche, la plática, el motivo y la razón de estar sin dormir ni una hora, fuiste tú, Abigail querido. Emma te conoció en tu fecundo exilio, conoció a tu madre, tu hogar. Me habló de su participación en tus grupos de poesía coral, de la admiración por tu obra, de lo que compartieron, de su relación particular… Fue una noche oscura, sólo se veía nuestra voz, mucho más la de Emma, que decía y decía de ti, te nombraba y conjuraba tu presencia… hasta que sonaron las campanas (que nos hicieron recordar el episodio de Canoa, por cierto, tal vez te hubieras reído), estaba aún oscuro y más o menos intentamos dormir un poco (a mí me rebullía tu imagen en la mente, el ser que tú eres y conozco. No me dejabas dormir, no sé si Emma lo hizo).
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De lo otro ya no te cuento, fueron unos días muy lindos. Estuvimos tan cerca, Abigael, y yo ni te dije cuando, casi dos años después, por fin te lo dije: Emma te saluda y te envía sus buenos deseos. Allí fue tu turno, estábamos sentados (¡por fin solos!) en un lugar oscurito y ebrio de San Luis Río Colorado, al concluir las Jornadas Binacionales… Me dijiste de Emma, tu versión, claro, porque siempre es otra la versión, producto de otra mirada y eso, tú sabes. Igualmente me dio mucho gusto ver cómo la recordaste y haces que te agradezca, ahora, la oportunidad de tener a Emma cerca, en el afecto, en la amistad. Lo que ella me contó del tiempo compartido y lo que tú me dijiste acerca de ese tiempo, no lo digo. Lo sabes tú, lo sé yo (afortunada con dos versiones) y Emma lo sabe.
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Tan solo unos días después de tu muerte me llamó por teléfono (lo hace ocasionalmente) y se lo dije. Sufrió y sufrimos cuando lo hablamos. Esto es así, ya ves. No quiero que termine en lágrimas, así que te abrazo fuerte, recordando el besote que me diste, que nos dimos, y con el que te despediste de mí en Cananea, cuando tú ya sabías que no volverías (¿lo sabías?), aunque prometiste hacerlo. Yo te creí (de hecho, a veces, te espero).
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Abigael Bohórquez nació en Caborca, Sonora, el 12 de marzo de 1936 y murió el 27 de noviembre de 1995, en Hermosillo.
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miércoles, 19 de noviembre de 2008

“Te acordarás de mí toda la vida
te acordarás de mí mientras yo viva.”
Canción

Dice un amigo querido que los escritores (no recuerdo si en realidad dijo los poetas... aunque casi de seguro lo dijo) aman a todos ¿Cómo es eso? pregunté asombrada.

- Yo no sé
- ¿Por qué lo dices?
- Parece que les resulta muy fácil declarar su amor por tal o cual. Y hasta parece que se lo creen.
- ¿En los poemas?
- No, van por la vida diciendo te amo como si fuera bandera y como si por ser poetas uno tuviera que creerles
- ¿Tú no?
- Nooo… claro que no. Es más, yo cuando lo digo, si lo llego a decir, soy muy cuidadoso.

Yo no creo en las canciones (no en todas). Pero puedo oírlas (no todas) y a veces hasta cantarlas (sólo algunas y a solas)
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Hay algunas canciones francamente mentirosas. Hay algunas mentirosas y feas. Hay algunas mentirosas, feas y simples. Hay otras simplemente exageradas. Hay algunas de cuyas declaraciones desconfiaríamos en cualquier conversación.
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Hay canciones que nos obsequian absurdos, afirmaciones ilógicas y llenas de ingenuidad, de filosofía demasiado apresurada o adornada o jalada de los cabellos, o arrastrada por el lodo, o váyase a saber qué…
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Sin embargo, yo no creo que haya que creer en las canciones para tener placer al oírlas, ni entenderlas siquiera para sentir que fueron escritas para uno, y para cantarlas mucho menos hay que filosofar sobre su contenido... cuestión de dejarse llevar, nomás.
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(¿Cuánto me quieres, qué número del uno al diez, de aquí a dónde… tan poquito? Quiero más.) Necesitamos aseveraciones que nos hagan sentir que somos únicos para otro ser, especiales, amados.
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Y, claro, también tiene que ver y mucho, quién nos canta o nos dice o nos quiere hacer volar. Una vez alguien me dijo; “te amaría toda la vida, aunque muerta fueras y con gusanos y carne putrefacta y yo contigo, allí tendidos, te amaría por siempre” Cuando ese alguien eso me dijo, no me dio lo que se dice gusto, recuerdo haber pensado que no deseaba pudrirme, menos en su compañía… A él le dije mentiroso, exagerado y no manches (tal vez le dije qué mamón).
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Se me ocurre que estas tres canciones (que no llamaré mentirosas, ni incoherentes, ingenuas, ni mucho menos feas o simplonas) son ejemplo de hipérbole en cuanto a la duración del amor (pero qué rico escucharlas, pero qué bien olvidarnos de que son únicamente palabras). Sólo fragmentos:

Te amaré toda la vida
todos los años, los meses y los días
todas las horas y todos los instantes
mientras pueda latir mi corazón
(La canción se llama “Te amaré toda la vida”, es de Enrique Novelocosme Navarro y la canta Javier Solís)

Pasarán más de mil años,
muchos más,
yo no se si tenga amor
la eternidad
pero allá tal como aquí
en la boca llevarás
sabor a mi.
(“Sabor a mí” -claro-, de Alvaro Carrillo)

Y esta, Guajira, trova del poeta Luis Lloréns Torres con música de Emiliana de Zubeldía:
“Guajira”

Cuando yo tranquilo estaba
Sin tener ningún cariño
Cuando yo tranquilo estaba
Sin tener ningún cariño
quisiste que te quisiera
Y te quise con delirio
Y te seguiré queriendo
Hasta después de la muerte
no creas que esto es mentira
pues después también se quiere
Yo te quiero con el alma
Y el alma nunca se muere.
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jueves, 13 de noviembre de 2008

Hoy es jueves


¿Para qué lee uno novelas? (El proceso y las razones que puedan tenerse o no para leer cuentos o poemas son otros, no intentaré hablarlo). Para aprender, viajar, conocer otros pensamientos, vivir a través de los personajes, sentir. Tal vez.

Por los motivos que sea hay novelas que uno (en este caso yo, ni idea de lo que los demás hagan en su elección de lecturas) lee más de una o dos veces (dos aún parece coherente, tres ya inspira desconfianza, cuatro es casi enfermizo... habiendo taaaaantas novelas)

Dulce jueves, de John Steinbeck es una novela que leí hace tiempo, cuatro veces tal vez, o más. Recuerdo los pulpos que allí aparecen, la descripción de las mariposas embriagadas luego de llegar y alimentarse en los bosques michoacanos, las patitas temblorosas, cayendo mariposa sobre alfombra de mariposas ebrias...

Igual que pasa con los recuerdos (la lectura es pasado, por supuesto y pertenece a la memoria) inventamos el argumento, lo cambiamos.
Dulce Jueves es una historia de amor básicamente. Un día de estos la leeré de nuevo. Me lo prometo.

El jueves es un día como todos...

"Jueves" es sólo una palabra, un intento de los muchos que hay de manejar, dividir, nombrar, controlar el tiempo. Es lindo creer que podemos. En todo caso, saber dónde estamos parados a veces ayuda.

Hay un poema:

Definitivamente jueves
Waldo Leyva

Quiero que el veintiuno de agosto
del año dos mil diez,
a las seis de la tarde como es hoy,
pases desnuda atravesando el cuarto
y preguntes por mí.
Si estoy, pregunta, y si no existo,
o si me he extraviado en algún lugar de la casa,
de la ciudad, del mundo,
pregunta igual, alguien responderá.
El primero de enero del año dos mil uno será lunes
pero el veintiuno de agosto de la fecha indicada
tiene que ser definitivamente jueves
y el calor, como hoy, agotará las ganas de vivir.
Las calles serán las mismas para entonces,
los flamboyanes de efe y trece seguirán floreciendo,
muchos amigos no estarán
y el tiempo habrá pasado por la historia de la casa,
de la ciudad, de mi país, del mundo.
Quiero que el veintiuno de agosto, al despertar,
prepares la piel
_________el corazón
________________las ganas de vivir.

Aquí es un jueves: un día. Con nubes, frío, trabajo. Un día que sólo se llama jueves. Sin mariposas, sin pulpos, sin canciones. Sin ganas de vivir.

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miércoles, 12 de noviembre de 2008

Virtual

A ratos me gustaba verte. Por eso la foto en el cajón de mi escritorio. Para descansar tal vez. El pensamiento. Dejar de pensar en libros, en números en espacios que ocupar y desocupar y recorrer, mover, quitar. Hazte pálla. Y me preguntaba cosas, si tus ojos grises como dijiste aquel día, si mirabas hacia el mar en esa foto. Me gustaba irme en verte.
Pero nunca me importó realmente si tus ojos, si el mar. No estabas y lo supe siempre. Así me gustaba, me bastó con eso. Resultó un cómodo placer tu perenne ausencia (o tu presencia ausente ¿cómo, cómo decirlo?)

¿Y ahora…? ¡Cómo chingados me sales con que vas a venir! ¿Qué voy a hacer si tus ojos? De seguro seré náufraga en el mar que traes entre las piernas. No me hagas esto. Estabas tan bien allá, en tu agua salada. Estabas tan bien aquí, en el cajón de mi escritorio.

A ratos, dije: a ratos me gustaba verte.
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sábado, 8 de noviembre de 2008

Extráñame


Y uno habla, eventualmente, y si la vida es pródiga –que casi siempre lo es*- con los hombres que ha amado… O no con los que ha amado, sino (¿será, todo, cuestión, sólo, de palabras?) en realidad, tal vez sólo con algunos de los que ha querido, o de los que ha gustado… y al hacerlo, uno se pregunta…desenrolla elucubraciones como sucias alfombras y se tiende (con todas las precauciones del caso) en ellas y se pone a pensar…

Y me pregunto: qué es esto, cómo pude alguna vez haberlo querido. No lo entiendo, me digo en otra, alguna ocasión: este hombre me gustaba, me derretí por él… ¿dónde el aroma, la mirada, el encanto, qué le vi, con cuáles ojos tan errados?

Mientras caminaba por una acera, oí que, arriba, en la vía que corre a unos cuatro metros por encima de la calle, alguien cantaba no demasiado desafinadamente:

“Extráñame, cuando te ofrezcan una copa / extráñame, cuando te besen en la boca / cuando te digan como yo / las cosas más bonitas de este mundo / cuando te sientas muy feliz / con ansias de vivir... extráñame.”

Volteé y no alcancé a ver de quién era esa voz aguardentosa, así que aprovechando que a unos pasos estaban los escalones para subir (y para bajar también, ahora que lo pienso), y olvidando que la curiosidad le hizo aquello feo al gato, me allegué a la vía y allí estaba, con sus verdes ojos intactos, sonriendo ebriamente (y cantando a José Alfredo, je)…

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Primera versión del encuentro:
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- María –dijo, con una dulzura tal que si al hacerlo no hubiera yo visto lo desdentado de su boca, con facilidad hubiérame dicho: “¿cómo pude olvidar a este dulce y bello hombre, cómo pude agarrar mis días e irme de sus noches (o viceversa)?”
- Hola, le digo tentativamente ¿cómo estás? -Un perro lo acompaña, me gruñe levecito.
- Cállate, diablo ¿Qué no ves quién es?
- Jaja , este perro no me conoce, no inventes
- Sí que te conoce –dice- muchas veces le he hablado de ti

Claro, por algo una quiso a este hombre o a otro. Fue por algo que no tiene qué ver con los dientes que le faltan, pero sí con los ojos que son mar y aún miran iluminados. Fue por algo que no tiene qué ver con el tambalearse ebrio, pero que sí tiene qué ver con el cabello que antes tuvo, largo y sedoso. No lo quiso por sus dedos manchados de tabaco que adivina sucios, fue por sus manos grandes y siempre obsequiosas. No fue por su voz llena de alcohol. Fueron tal vez sus palabras.

Segunda versión del encuentro:

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- Quihúbole
- Hola ¿cómo estás?
- Aquí nomás, tirando rollo…
- Va a pasar el tren (hasta preocupada por su seguridad, a estas alturas)
- Me vale –y escupe, muy cerca.
- (Silencio arrepentida de haber subido)
- ¿Y qué, cuándo volvemos?
- ¿volvemos a dónde?
- Me dan ganas de …
- Atrévete (mirando a ver si hay piedras, palos, otra persona)
- ¡Estás loca?
- Ya me voy –miro sus pelos grasosos sujetos en una cola rancia y escueta.
- Se me había olvidado lo ridícula que eres y miedosa
- (Silencio- pensando en su voz que alguna vez creyó varonil y ahora es rasposa, desagradable ¿o así fue siempre?
- ¿Te gusta mi perro?
- No me gustan los perros, ya sabes, menos si son tan grandes y negros
- Bonita sigues siendo, María, pero también una simple –se rasca la enorme barriga. Por eso te dejé.
- ¿Me qué?
- Te dejé, jaja ¿ya no te acuerdas?
- (Recordar aquellos días de dolor por él: qué absurdo, qué inverosímil. Es recordar una pesadilla) ¡Gracias, muchas gracias!!
- ¿Por qué, tú?
- Por haberte marchado de mi vida
- ¡No te digo!
- ¡Adiós!
- ¡Eit, eit, no te vayas!


*porque indudablemente es bueno que la vida nos enfrente a nuestros errores o aciertos, que nos diga: “Mira todo lo equivocada que estuviste, este es un hombre común, corriente, nada azul asoma ni por asomo, de príncipe ni hablemos.” O que nos diga la vida: “Mira, todos estos años creíste haber tropezado y caído en un pozo cuando conociste a este hombre, date cuenta de que no fue así, este hombre te hizo ver que afuera del pozo había luz, tú ya estabas en un pozo, no puedes seguir culpándolo” o… tantas cosas que la vida nos dice al enfrentarnos al pasado.

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O, a veces ni nos dice nada.
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miércoles, 5 de noviembre de 2008

Decir: creer

Una esquina de pueblo minero. Saludo matutino (ambas mujeres): las manos en los bolsillos, frío.
- ¿Viste la desgracia del avión? (en las noticias apuradas, desesperadas e inmediatas después del acontecimiento, hubo énfasis en señalar que la máquina no era una avioneta sino un jet). Pobrecitos los muertos. Pobre el presidente, casi lloraba anoche.

- Ganó Obama (intercala segunda mujer, deseando cambiar de tema)

- En las escrituras lo dice –primera mujer de pronto tocada por la palabra-: un presidente negro y una sola moneda, el principio del fin está llegando…

- (Silencio de segunda mujer)

- La santa de Cabora también lo dice: cuando en Cananea aparezca un oso en primavera (ya eso pasó y no una, varias veces, aclara emocionada).
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- (En silencio, la segunda mujer asiente)
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- Cuando muera el cordero morirán tres lobos..

- No entiendo –pidiendo que ya cese de predicar en el desierto la primera mujer aunque la segunda sienta pena de dejarla hablando sola.

- Los corderos están muriendo desde hace mucho tiempo, pero los lobos cuándo morirán –con más fuerza y poquito más volumen- Cuando vayamos al mercado con una carretilla llena de billetes y no logremos comprar ni un tomate, sabremos que el fin se acerca…

-Ya tengo que irme -intempestivamente- gusto de verla. Hasta pronto.

A veces parece que la gente ni idea tiene de lo que dice. A veces parece que la gente cree lo que dice. A veces lo que la gente cree, uno no puede oírlo.

A la otra me taparé los oídos, mamá, dice Mariana, me asustó eso que dijo la señora. Estupenda decisión, mi amor, le digo yo (que me tocó ser la segunda mujer en esta inofensiva y desabrida obra en un acto), pero no te asustes por lo que creen los demás. Mira, yo no creo y tú tampoco tienes por qué creerlo, le digo, sabiendo que miento.

Ah, qué –casi enojada- pero es que me dio miedo.
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Vengo de mirarte allí
en esa oscuridad que te rodea
y no vi nada
sino el fulgor
de tu lengua repentina
y dulce

Y no vi nada
sólo el tenue
raspar de tu sombra
en el resguardo de tu tumba
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lunes, 3 de noviembre de 2008

Viernes 31 de octubre de 2008. Tradiciones.

Para Miriam

Ocho treinta de la mañana
Salgo de mi casa, me acompaña una gata negra, salta junto a mí durante todo el trayecto y su cola se mueve arribabajoizquierdaderecha.
Esta gata no maúlla, habla sin cesar, veo sus negros labios donde el rojo asoma debajo de la oscuridad del labial, admiro los bigotes negros y grandes que enmarcan su boca, tres de cada lado, decorando sus mejillas sonrojadas. Veo su pequeña, hermosa nariz negra y brillante, nariz de gata saludable y feliz.
Va a su festival de Halloween, comerá pizza (siempre y cuando haya hawaiana), bollito (siempre y cuando no sea de chocolate), y refresco. Llenarán el dulcero-calabaza que ella y sus compañeros hicieron con un globo, periódico, engrudo y pintura. Emocionada adelanta que entrarán a la casa del terror, anticipa el miedo que sentirán ella y sus amiguitas (que dentro de poco me enteraré que se han convertido, sólo por este día, en una vampira y una bruja, respectivamente)

Diez de la mañana
Casa de la Cultura. Tengo el compromiso de, junto con dos mujeres más, ser jurado en un concurso de altares de muerto. Labor dificilísima (no lo vuelvo a hacer, lo prometo, casi lo juro) son once altares, todos ellos hubieran merecido ganar (puntos a calificar: elementos, creatividad, alusivo… ¿qué se puede hacer con esto?). Fue espantoso tener que decir primero, segundo y tercer lugar (nadie quedó conforme y tuvieron razón, por lo menos a cuatro yo hubiera premiado con el primero). Los altares con temas como Cri-Crí, los Revolucionarios, Niños muertos, Tetabiate, Cajeme, Juan Pablo II, Rocío Jurado, entre otros. Flores, velas, incienso, música (Rocío Jurado, claro; música yaqui, cantos ceremoniales, corridos de la revolución, “Caminito de la escuela”), agua, sal, licor, papel picado, pan de muertos, calaveras de dulce, y hasta un pequeño incendio que fue sofocado raudamente por un policía de altas botas resistentes al fuego quien pateó las llamas como si de odio se tratase…


Doce horas, mediodía.
Voy por Mariana. No comió pizza, me la da en un plato, parece de cartón también, junto con el espagueti. Esta gata parece que fue arrastrada por los patios de la escuela, trae las orejas abolladas, la nariz es ahora gris al igual que los bigotes, carga una enorme calabaza llena de dulces, me cuenta del placer del miedo pasado en la casita del terror “me tiraron al piso, mamá -entiendo porqué la cola en tales condiciones- y Cyntia (la vampira) ni así me soltó la mano, verás qué suave, nos dio muuuucho miedo.”
Al llegar a la casa, preparamos para la noche un recipiente con dulces para los niños que lleguen a pedir (“triquitriquijaloqüín); Mariana lo hace a conciencia, pone algunos tazos, “por si llega algún niño que los quiera”, los revuelve, que les toque de todos, dice. Dejamos el recipiente cerca de la puerta. Y esperamos a que se llegue la noche. Comemos y me regreso al trabajo.

De las 6 a las 8 de la noche.
Mariana y Fernanda quien pasa con nosotros las tardes del viernes y las mañanas del sábado, esperan a los niños. No llega nadie. Se aburren y se van a jugar, a cenar, a preparar sus mochilas para la doctrina sabatina.
Justo a las ocho se oyen los cantos: “trik… etcétera”. Llamo a las niñas para que sean ellas quienes repartan los dulces, emocionadas y gritando, al montón de brujas y seres indefinidos vestidos de negro. Lo hacen y se van de nuevo a sus juegos, a su nocturna rutina de viernes. Cuando el segundo y último grupo de la noche llega, les doy yo misma los dulces a las brujas, puras brujas, mala seña. Y es todo.
Los dulces casi todos allí quedaron.

11,30 de la noche
Matan a balazos a hombre, balacera en calles. No lo dice nadie pero los balazos corrieron en las calles en donde un poquito antes corrieron los niños pidiendo dulces. En uno de los negocios de este hombre ahora muerto, él mismo repartió dulces a granel, alguien me cuenta.
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Casi ya 1 de noviembre... o ya. Me duermo pensando en por qué los niños no vinieron. Tal vez porque no tuvieron disfraz que ponerse (no, hay niños que sólo se tiznan la cara, así ha sido siempre); el frío no puede ser, otros años ha hecho muchísimo más en este día; miedo a la violencia... lo dudo, ese miedo ha de haber llegado después; pensaron en la economía mísera (miserable, raquítica) de comerciantes (los imagino cerrando sus negocios antes de las seis para no enfrentar a la infantil turba que pide dulces); saben de las carencias del pueblo en general que agoniza por la irrazonable y empantanada huelga(sueno dramática, lo sé y es intencional, como casi todo lo que digo) y que si apenas tiene para lo básico no iba a derrochar en dulces... que sé yo de las razones que puedan tener los niños para no salir a las calles vestidos de hadas, duendes, vampiros, hombres arañas y brujas. Hasta una tradición ajena (si es que esto no resulta una paradoja) nos duele que se pierda cuando también se pierde de vista lo realmente importante.

Pd:
El día 28 es para "los que murieron matados", el 30 para las almas en el limbo (los niños que murieron sin ser bautizados); los muertos chiquitos el 1 de noviembre, y el 2, los muertos grandes.
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Pd2:
Una de mis canciones preferidas. La versión de Eugenia León y Lila Downs...
Ay! que bonito es volar/A las 2 de la mañana/a las 2 de la mañana/Ay! que bonito es volar, ay mamá!. //Volar y dejarse caer/ en los brazos de una dama /ay! que bonito es volar/ay mamá!//Me agarra la bruja /me lleva a su casa/me vuelve maceta/y una calabaza.//Me agarra la bruja/me lleva al cerrito/me vuelve maceta/y un calabazito.//Ay! dígame, dígame/dígame usted/ ¿cuántas criaturitas/se ha chupado usted?/Ninguna, ninguna/ninguna no sé/ando en pretensiones/de chuparme a usted."
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sábado, 1 de noviembre de 2008