lunes, 30 de abril de 2007

Camino siempre. Si pudiera volar creo que lo haría, o nadar si tuviera que moverme en el agua o en un líquido sendero. No es el caso, así que camino siempre. Esta vez llevo colgada de mi hombro izquierdo la bolsa, una bolsa café llena de… no diré porque ni yo lo sé (lo supongo y eso es siempre suficiente), baste con decir que en ella también llevo algunos periódicos y muchas plumas, marcadores, monedas, llaves, y papeles.
Con mi mano, izquierda también, sostengo algunos libros (2), y carpetas (5). Mi mano derecha se ocupa de cargar una bolsa con pan dulce, y como no puedo apretar la bolsa muy fuerte, ni estrujarla porque el pan se maltrata, mi mano (derecha) se esfuerza más al contenerse, los dedos me duelen.
Camino y pienso. ¿Qué pienso? Sólo esto, que camino y que cargo cosas. Que me estoy cansando, que quiero llegar. Pero el camino, impertérrito, no se acongoja, ni se reduce, sólo allí está. Y hay que caminarlo para llegar. No puedo hacer que a mi pensamiento entren las flores, tantas, rosas blancas, rojas, lilas, amarillas y rosas…
Camino un poco más y siento que si no me detengo a reacomodar mi carga, ésta se me caerá e imagino el pan aplastado, los papeles que vuelan y llegan primero que yo pero quién sabe a dónde podrían llegar unos papeles liberados, dejados a su suerte… me conduelo de su incierto destino libre, los aprieto y sigo caminando, el hombro (izquierdo) me duele, las manos me molestan. Porque pienso en detenerme no lo hago y continúo. El camino también.
En una esquina, justo la que está antes de que la calle descienda, hay dos hombres jóvenes, sentados a la orilla de la banqueta, uno de ellos se levanta y me cuenta que son extranjeros, su acento es sudamericano (lo que puede indicar que son del sur de México, porque desde acá, todo lo que está al sur es el SUR), que los “echaron del otro lado”, dice, que necesitan un dinero para comer. Y todos estos pensamientos se me hacen rehilete y como se mueven tanto, no sé qué hacer:
· Y si les doy el pan que llevo… no, tal vez quieran comer otra cosa…
· Le pediré que me cuide los libros mientras busco en mi bolsa el monedero… y si decide que tal vez los libros son buen alimento y corre con ellos, mi pensamiento ríe…
· Puedo pedirle que me cuide la bolsa de pan un rato, sólo para localizar…
· Le daré mi bolsa (café) para que…
· Me sentaré con ellos y…
Pero mientras pienso y no puedo decidir, mecánicamente mi mano derecha pone en la punta de los dedos de mi mano (izquierda) la bolsa de pan… luego, toma los libros esa misma mano y de nuevo el pan, y con el mismo movimiento baja del hombro la bolsa café que está colgada del hombro izquierdo… después… la mano derecha coloca la bolsa de pan de nuevo en la izquierda y casi con el mismo movimiento hurga adentro de la bolsa café y saca el monedero… como puede abre el zíper y busca. Hasta entonces es que puedo hacerme cargo de la situación y ayudo a mi mano a encontrar. Todo esto, hasta que le doy al hombre lo que me pidió, deseando le sirva de algo… ¿cuántos minutos pasaron? Breves, pocos. Suficientes para hacer el reacomodo que ya urgía.
Sigo en el camino y no puedo pensar en esas nubes, tan oscuras, ni en la gente que también camina, que viene y que va; no puedo pensar en los hombres que dejé atrás, en su vida que es la vida de todos, emigrando de todo siempre. Sólo este peso y las ganas de llegar ocupan mi pensamiento, pero me doy cuenta, de reojo, de un auto que pasa con música a todo volumen, es un corrido de narcos, no deseo pensar en eso, la violenta muerte ha andado muy fronteriza en estos meses, cruzo la calle, volteo automáticamente hacia la derecha para evitar en lo posible ser atropellada y logro ver la iglesia, alta y blanca, de allá vengo, calle arriba. Sigo caminando, la oscuridad siempre me repele, me pone vulnerable, pero el peso que cargo puede más que mi blandura.
Camino y al cruzar la vía miro allá lejos el tren. No lo veo en realidad, sólo oigo su pitar profundo y alcanzo a distinguir la luz que se acerca, un auto se detiene, cuando paso junto a él, oigo la música, es un ritmo calientito, una voz dulce y masculina que canta y casi olvido la punzada en el hombro (izquierdo), mis resentidos dedos; pero continúo, desde que crucé la vía llegué a mi barrio y me digo que si cerrara los ojos sabría cómo llegar a mi casa, aquí he vivido siempre, sé cada casa, cada árbol y todos los hoyos del camino… Pero no, soy incapaz de caminar a ciegas (ni es cierto), me apresuro y unos metros más allá, llego por fin al sitio donde, luego de abrir la puerta y saludar, puedo poner el pan sobre la mesa, los libros, las carpetas, quitarme la bolsa, la chamarra y creo, anhelo, que sentiré más libertad sin todo aquel peso que encima traía.

No es así. El peso que me aplasta no eran esas insignificantes cosas.

No es.

viernes, 27 de abril de 2007

Ruido mojado

Llueve y llueve

El agua es un ruido cayendo a chorros
desde los techos
limpios ya de tanta lluvia.

Los higos relucen en lo oscuro
escurren su llorar profundo y dulce.

Escondidos tras los botes de basura
los perros sufren y se quejan
del húmedo correr nocturno.

En los arroyos callejones
hay latas desbordando líquidos y mugre
y algunos pétalos naufragan solitarios.

Adentro de las casas todos duermen
Comen
Leen, hacen el amor
O escriben.

Nadie ríe
esta lluvia es algo serio
y moja.

Son las inundadas once de la noche
el cielo truena y se acongoja
hace frío y todo duele.

Llueve y llueve.

martes, 24 de abril de 2007

Otra vez

Para Antonio

Viernes lluvioso de aquel final de julio. Salió de su casa metiéndose meticulosamente en todos los charcos nuevecitos. Aquello de chapotear una y otra vez sin remordimientos le recordaba épocas felices... o menos tristes. No es que estuviera triste, no mucho; de hecho, según estudios de científicos angustiados por el comportamiento y de acuerdo a estadísticas en las que ciertamente no creía, los seres como él no pueden gozar de la tristeza; no, sólo las emociones simples le llegan al corazón y la tristeza, como todos saben, es compleja. Como fuera, el tener los verdes ojos en esas condiciones no le ayudaba a prevenir el agua, menos si ésta se encontraba en el suelo, agrupada en pequeñas lagunitas... Entonces, tal vez no era meticulosidad el desapego por lo seco, sino resignación casi feliz ante la inevitable humedad.Si julio no se acaba pronto, o si lo hace (que lo hará, ya lo sabemos) pero agosto continúa como cascada viniéndosele encima, sus pies terminarán destrozados, lo sabe. El color ya se despidió del pie izquierdo y deja de a poquito el derecho desde la primera llovizna: tela de poca calidad. Y él, ¿qué puede hacer con la mirada al revés? Su única razón de ser es continuar recorriendo las calles de este cuento una y otra vez.
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lunes, 23 de abril de 2007

Veo por la ventana los arboles que se mueven y mueven contra su voluntad ¿O será acaso su voluntad moverse? En qué momento decidieron meterse a la tierra y allí quedarse? La decisión del muerto. Parece que los árboles oyeron mi pensamiento, ahora se mueven queriendo acercarse y tal vez jalarme, meterme entre sus raíces y allí dejarme: apenas latiendo un poco, húmeda y caliente. Esto parece amor. El amor nos hace desear devorar al amado y como no podemos... (porque no podemos), lo besamos, lamemos, mordemos y ya sabes. El hablar es eso. El lenguaje que media entre el mundo y nosotros.
Es la boca, eso tan primario y satisfactorio de lo oral.

sábado, 21 de abril de 2007

Y miro por la ventana las palomas que caminan lentamente sobre un muro. Y me digo: ¿esto es la vida? Y me digo: esto es la vida ¿Qué le vamos a hacer?
Todo parece que se mueve. El gran engaño. Ni siquiera el parpadeo es cierto.
Ya lo han dicho muchos y mejor: ni siquiera estamos.
Yo sólo lo presiento. No me atrevo a sostenerlo.

viernes, 20 de abril de 2007

Gabriel, Miguel, Rafael, Arcángeles y Gudelia...


que apenitas llega con sus pasos lentos y arrastrando un fardo que nadie sabe, menos ella, qué sea...
Gabriel: ¿cómo es que llegas
Miguel: Gudelia tan mojada
Rafael: en esta noche oscura?
Gabriel: ¡Llegas y cómo
Miguel: Gudelia tan oscura
Rafael: en esta noche mojada!
Gudelia que, entre otras cosas, detesta la forma de hablar de Gabriel Miguel Rafael, los besa bruscamente, mordiéndoles la lengua con toda la saña que conoce, para que guarden silencio. La medida, por supuesto, no da los resultados esperados, pero sí los hace dejar de hablar y se dejan hacer, como siempre. Como siempre -piensas y continúas perdida en el oscuro hueco de tus sentimientos hacia los tres...
Nadie como Rafael para mirarte con esa ternura sucia que te estanca en un líquido caliente. Gabriel ya llora porque llueve, Gudelia y aún no te percatas de tu olor a cieno, de tu fangoso arrastrar la lengua sobre el muslo de Rafael, deshaciéndose, arena para tus castillos, globos espumosos sobre tus pezones.
Miguel, mientras tanto, suspira y se desmaya para que en la rutina de tus caderas ya despierte, de nuevo suspire y...
Tiene que ser así, ya lo sabes, ellos no cambian.
Gudelia: llegamos a la hora del alimento
Gabriel: ¿Pero cuál
Miguel: es esa
Rafael: hora
Gabriel: del alimento
Miguel: que has dicho
Rafael: Gudelia?
Gudelia: Depende del alimento
respondes golosamente, chupando un muslo bronceado de Miguel... Hablo del que se va por la boca, aclaran los tres (en esa curiosa y detestable forma de hablar que Gudelia)... precisamente, alcanza a murmurar con intenciones mucho más que claras Gudelia, dirigiéndose con mirada felina hacia Rafael. Tengo hambre, murmuran enojados (con esa curiosa y etcétera).
Les ofrezco en sal mis pechos, mi cabello envuelto en vino y mi boca olorosa a viento y a manzanas. Gudelia se levanta y extiende sus brazos desnudos.
Gabriel: No te burles
Miguel: las tripas nos gruñen
Rafael: ya nos vamos
Gabriel: a buscar
Miguel: algo para comer
Rafael: ¿que ya las tripas nos gruñen?
No sabes qué contestarles, sus repeticiones hartan tu deseo y el placer de tener a tu disposición por una sola vez al año a los arcángeles se esfuma, se disuelve en la torpeza de sus manos. Los cabellos se te enredan con enojo entre sus pies y los lastimas... Rafael se queja roncamente, Miguel y Gabriel se ufanan del aguante que a tus dientes. Y tú, lanzas un alarido casi satisfecho y los asustas.
Gabriel: Ya nos veremos
Miguel: en el próximo
Rafael: calendario

Sí, dijo Gudelia, guiñando el ojo zurdo y sacándoles la lengua: ¡Cómo no!

jueves, 19 de abril de 2007

"La facilidad de escribir cartas tiene que haber traído al mundo una terrible perturbación de las almas. Porque la que se va gestando es una relación con fantasmas y no sólo con el fantasma del destinatario. sino también con el propio (...) Escribir cartas significa desnudarse ante los fantasmas, cosa que ellos aguardan con avidez. Los besos escritos no llegan a destino, son bebidos por los fantasmas en el camino." Franz Kafka
Poema para Mirna Elisa

Sentir un olor a jícama .....recién decapitada..... la lengua hacerse ríos..... de lágrima y de espuma..... los ojos llenarse de deseos..... de llorar..... quebrar jícamas de niña..... romper, correr..... echarse de cabeza..... por estas ventanas..... rejas de la jaula..... llevarme de la mano..... a la distancia..... el olor a jícama..... recién decapitada.

lunes, 16 de abril de 2007

Brújula

Te pedí indicaciones, imploré por el rumbo. Intentaste ayudarme con ademanes y mapas garabateados en el aire. Pero al percatarte de mi evidente incapacidad para entender el norte y el oeste de la vida, y el sur y el este de la muerte, como a niñita, de la mano, me llevaste.

Al placer.

Que yo buscaba.

sábado, 14 de abril de 2007

Ida y vuelta

Me fui de todos
desde ese lunes
lloviznado y sucio
de palomas

Al llegar a la segunda esquina
de la calle oscura
como la sombra de la tarde
me escurrí a la ausencia
no sin antes poner en la basura
los papeles rotos
y el olvido
que ya me lastraban
las cosquillas en el vientre

Me fui de todos esa tarde
y regresé
y he vuelto

y todos están
y nada se mueve
las puertas se cierran
con el rechinido de antes
las sillas
los silencios
los maullidos en los techos
son los mismos

Volví para todos
este día sin nombre ni memoria
y en la vuelta
quedaron rezagados
apenas los colores
y unos cuantitos recuerdos

Eso es todo

jueves, 12 de abril de 2007

Foto

Ya ves la lluvia caer sobre los techos y cómo se desliza acariciando al viento. Te agitas entre tu sudor y muerdes esa mueca que te sabe a ruda: quitas la mano de la caricia entre los muslos y recordando al tiempo que amamantaste en aquella arena fría te estremeces. Todo bajo la lluvia difumina su contorno, la luz se esfuma silenciosa, el verde es un recuerdo que también chorrea y tiembla. Salir no es nada difícil: tomar del suelo las manos que olvidaste levantar, soltar tu cabello para que nade, y convencer a tus pies para que te acompañen. Sales con tus mejores galas y te hundes con esfuerzo en la tarde líquida que, solícita, te niega cualquier posibilidad de olvido. Sentada encima de un tronco, pareces una foto sucia y definitivamente echada a perder, con tanta agua rodando, rodeando y metiéndose hasta por tu ombligo: tal vez de pronto te deshagas y pases a formar parte del arroyito turbio que en estos momentos está justo entre los dedos de tu pie derecho, esperando sólo una gota más para seguir corriendo.

lunes, 9 de abril de 2007

Instructivo


Consiste, primero, en sentir que no habrá ninguna otra cosa que puedas hacer. Luego mirar la cama con toda la angustia que has acumulado en las noches más solas y, lentamente, acercarte, separar las cobijas, sentarte en el borde, tomar la almohada y ponerla en las rodillas... Pones expresión pensativa y piensas, desde luego. Que vale más que te hagas a la idea, que tendrás que hacerlo tarde o temprano, que no dolerá más de lo que te han dolido algunas cosas menos necesarias y te acuestas suave, hasta quedarte como piedra lisa, con las manos a los costados, la cabeza sobre la fría almohada que, antes, colocaste cuidadosamente, los pies vacíos y duros como los dientes que ya deben estar castañeteándote, asegúrate de esto. Piensa, piensa sobre todo en eso de lo que te has perdido, en el café que podrías estar tomándote, acurrucado tu cuerpo junto al fuego; acuérdate del hombre con quien pudieras calentarte, de sus manos grandes, de su piel, su ombligo. Siéntete frustrada y luego: tiembla. Cuando ya no resistas el movimiento de tu cuerpo, encógete y cúbrete con las mil cobijas que habrá para sepultarte en esta noche fría y sola; colócate como un nudo de hielo y calor que ya se extiende, las piernas encogidas, las rodillas hasta el pecho, la cabeza inclinada hasta tocarlas y las manos sosteniendo todo, hasta el miedo. Después ya solo queda lo único que queda en esta y en todas las noches por delante: Cierra los ojos y duerme.

martes, 3 de abril de 2007

Líquido cuervo

Para Roberto, el castillo


Desde hace algunos días, no importa cuántos, a nadie le importan esas minucias numéricas, busco al cuervo. He caminado confundida, creyendo verlo entre las nubes, tal vez asustado. La rutina se me ha vuelto búsqueda del cuervo que, quizá perplejo entre las piedras, no deja que lo encuentre.

Esta noche anuncia, promete encuentros, algo nos toca con dedos aceitosos y fríos desde el aire, huele a tierra mojada, ese olor: así debe oler el cuervo. Soy desasosiego, así me llamo. Salgo al porche donde en medio de la perfumada oscuridad, se escucha. Música, de un radio lejano.

Me siento junto a un gato, por un largo rato no hablamos. Él espera, creo, encontrar en los tangos allá lejos, el recuerdo lejano de sus jóvenes días; yo, lejana, anhelo encontrar al cuervo. Creo que nunca hablamos.

No creo que haya a quien le importe saber el porqué de mi búsqueda. Que en realidad es una expectativa. Sé que lo encontraré aunque no lo busque. Igual no sabría qué responder si alguien me preguntara la razón de mi expresión aturdida y de sobresalto, todo se debe al cuervo que está pero no. No sé respuestas, sólo miro sin mirar hacia donde sé que está el níspero esperando porque los años le hagan algún día dar sus frutos, y me atraviesa casi con dolor la certeza de que todos esperamos, sé de quien espera la muerte, la noche, la luz, la quincena, el amor, la desgracia, el taxi, los hijos... no sé si alguien anhele por el cuervo.

Entre lo negro ¿estará acaso ese animal oscuro, mirándonos, curioso?. Sabe que lo busco, lo busco con afán de loca, con toda la cordura que me queda, le he dejado señales por días, soy como la babosa que se escurre frente a nuestra mirada, amparándose, según ella supone, en la ausencia de luz, mientras arrastra su desdén por la escalera de baba que la delata hasta en su ausencia. Alguien dirá, creo, nunca falta quien diga lo evidente, que la babosa no supone, y que la escalera aparece después de su deambular, y aunque es cierto, eso no importa, yo sólo quiero decir que busco la pluma negra, la voz que no es. No deseo encontrar correctores de estilo. La vida es una falta gramatical, un charco lleno de culebras acentuadas, un abismo de reglas ortográficas.

Por fin, allá, atrás de casas y de cerros, atrás de lo invisible, veo. El relámpago, uno, otro, y muchos, perseguidos todos por el trueno. Ahora sí va a llegar, maúlla el gato, o eso creo que me dice, antes de que un terrible retumbar nos haga callar a ambos. Tal vez el cuervo también llegue: me instalo con comodidad en la esperanza.

La lenta necesidad del descanso, cuando todos, los perros, los autos, los padres, madres, hermanos, tíos, primos y sobrinos, amigos y enemigos, millones de desconocidos, se preparan para dormir, para dejarse ir a ese otro mundo, de los sueños, está aquí. Me conmueve pensar en el ritual del aseo, del rezo, de los estrujones a la almohada, y cómo todos estarán repitiéndose una y muchas veces frente al espejo, somos un espejo comunal, lavo mis dientes al tiempo que otros cientos, miles, sus dientes cepillan con esmero. Cuánto esfuerzo por no entrar a la cama desvalidos. Jamás lo lograremos. Me consuelo suponiendo que el cuervo tal vez esté detrás de todos los espejos, me miro fijamente, lagrimeo, pero no logro ver más que un rostro confundido y a punto de llorar.

Me acuesto, cierro los ojos y luego... se escuchan como olas diminutas, así cual salvajes insectos derretidos, tomando por sorpresa una temerosa ciudad, son las gotas, están allí y acá, nacieron para mojarlo todo, hacer su territorio de cada rincón que antes estuvo seco. Llueve. Abro fuerte los oídos para que la lluvia, para que el cuervo.

Por un rato que se me antoja largo, pero que tal vez no lo sea tanto, me aferro al sonido de cada una de esas minúsculas olas encerradas, logro sentir su golpeteo al reventar sobre las hojas de la higuera, me duelo de su parto y casi veo cómo saltan, corren enloquecidas, desesperadas se apretujan, desparraman y derraman sobre la noche. Adentro de lo oscuro.

Y siento claramente cuando el cuervo se coloca con plumosa suavidad sobre mi cuerpo, dentro de mí, sus patas son mis pies, mis dedos sus garras, las manos se transforman, puedo, si quisiera, mover las alas, el cuervo desearía, tal vez, coger con estos dedos, quitarse de encima la sábana, algo estrujar. El cuervo líquido me arropa. Ya no tengo boca, mis labios son un pico que junto con la que fue mi nariz se dedica con fruición a soñar que grazna en esta lluvia oscura que por fin me lleva al sueño, volando, como el cuervo que soy, sobre el agua.


(No para de llover. Y tengo miedo. El cuervo ya casi no se va. Se ha convertido en sombra literal de mi cuerpo. No sé qué temo. Lo busqué por tanto tiempo. )