viernes, 30 de noviembre de 2007

Mina
I (¿uno, primero, antes que los demás?)


La silicosis es una enfermedad crónica del aparato respiratorio, frecuente entre los mineros, canteros, etc., producida por el polvo de sílice. La sílice es un mineral formado por silicio y oxígeno. Si es anhidro, forma el cuarzo y, si está hidratado, el ópalo.

Aprendo varias cosas cada día, que lo que la volátil palabra anhidro significa es que no tiene agua, que la sílice puede ser cualquiera de dos bellos cristales, uno más valioso monetariamente que el otro (y que la diferencia la hace el agua que lo compone o no), que si pudiera, elegiría un ópalo y no un cuarzo. Que la sílice mata.

Que todo lo anterior pude haberlo dicho así: Aprendizaje diario:
Sílice anhidro = deshidratado : cuarzo
Sílice con agua: Ópalo
Elijo el dos, si puedo
El silicio y oxígeno en los pulmones es mortal.

II(¿dos, segundo, después del uno, primero?)


Íbamos por lo menos dos veces al año (bianualmente pude decir): día de madres y día de muertos, aprendí desde niña que allí estaban mis abuelos paternos, Josefa y Miguel. Conozco, aún ahora, todas las tumbas que rodean la suya.
Un día, un año de esos, intempestivamente como una de las cachoras (lagartijas pude), que acostumbran corretear animosamente en tierra muerta y nos sobresaltan (véase seca, polvosa, recalentada, de panteón, pues), supe.
Que no cumplió cincuenta años, que le faltaron dos (sé que sería más fácil si dijera: se murió a los 48), que transformó a su esposa en viuda y a sus hijos (ocho hijos) en huérfanos. Qué sorpresa dolorosa saberlo aún joven y ya muerto.

III (¿tres, tercero, después del uno/ primero, y dos/segundo?)


Se llamaba Miguel, también. De su silicosis sí que supe de cerca. Por las noches y como dolor recurrente y familiar (de familia y también de lo que se tiene por muy sabido o conocido) estaba su tos, allí en la casa vecina. Murió y aún lloro al recordar sus noches sentado, sin dormir, presa de una vengativa tos de pesadilla.
Hermano de mi padre también, como Ramón y Tiburcio. Todos se metieron a la mina, sacaron la sílice en los pulmones. Se murieron antes de tiempo. No es cierto, nadie muere antes ni después. Ja. Sé que eso no significa nada porque igual se aplica a cualquier maldita cosa circunstancia o persona. Yo escribo esto ni antes ni después ¿o no? Lo escribo cuando lo escribo. La gente se muere cuando se muere, claro. Mi amado padre, poca, pero también tiene sílice (no lo ha matado pero problemas respiratorios serios, lo acompañan siempre)en sus pulmones.

IV (¿cuatro, cuarto, después del uno/primero, dos/segundo, tres/tercero, y todos los anteriores?)

Hace muchos años (y se nota) escribí este poema:

Con eme

Para Miguel y Ramón
asesinados sin sorpresa
por la silicosis


De muerte.

De máscara que guillotina convertida en humo
en agujero oscuro
en eme.
De mina.
Con eme de mula que vuelve de la noria
de música que tose y sangra
con eme de mirada que sale de un desgarramiento en los pulmones
con eme de los muchos cuerpos macerados
(doblados encima de la voz estrangulada
deshechos por insomnios respirando negro.
ahogos
que van anegando la vida
con accesos)
Los hombres que sacando muerte de la tierra
mueren.
Con eme de mundo sepultado
de manoseada imagen de un entierro.

Con sueño
con manos cubiertas de frío y de cansancio.

Con eme de muerte y de misterio diarios
con eme de mentira que maja y vuelve macilento el cuerpo
de mandato que mancipa vida y la convierte en muerte
de margen, orilla cubierta de espanto
de miedo…

viernes, 23 de noviembre de 2007

Gastró
nomas


"Chiltepín: Aunque su principal uso es alimenticio, también tiene uso medicinal y ceremonial entre algunos grupos indígenas de la sierra de Sonora.

En Sonora, es inconcebible sentarse a la mesa a degustar cualquier platillo sin tener a la mano un frasco con chiltepines. Ya sea en fresco, seco, ó en vinagre, este condimento es infaltable en la cocina sonorense. Su uso agrega un toque muy picoso a los platillos, sin hacerlos perder su sabor original.
El chiltepín brinda identidad regional a los sonorenses, ya que para algunos es símbolo de valentía, hombría, fortaleza, y coraje.

P
recaución: si utiliza los dedos para tronar el chiltepin, este causará gran irritación en las mucosas como los ojos, nariz y piel sensible, por lo que se recomienda utilizar una servilleta y desecharla"

Se conocieron desde niñas. Físicamente se parecían, aunque tal apreciación no diga mucho, porque su parecido radicaba en que ni una ni otra tenía nada destacable, ni morenas, ni blancas, ni delgadas ni gordas, ni altas o chaparritas, ni feas ni bonitas. Hubo siempre entre ellas amistad, aunque no esa que nace del afecto sino la peculiar que nace de la necesidad de crear estrategias para sobrevivir. Conocer a otros nos permite manipular sus reacciones. María y Santa eran amigas. Así.

Tuvieron amiguitos, novios, amantes, esposos, nunca compartidos, parte de su unión era la fidelidad como escudo, la lealtad como coraza. María enviudó, Santa fue dejada. Sin hijos, solas, ambas se ocuparon en llenar sus noches de licor y de hombres. Un tiempo.

Luego María conoció a Francisco y pareció que las noches eran charcos llenos de placer seguro.Pero nada permanece, nada se detiene, la arena cae, el agua corre, todas esas obviedades… Y Francisco conoció a Celia. Entonces fue el ahogo, el patalear en el pantano para hundirse y tragar arena mojada de despecho. Siempre con Santa, la noria, acuciosa, acezante, moliendo. Y Francisco se les iba de las manos y ellas suponían con razón, que con ella, aquélla, la otra. Más bella por supuesto, más joven indudablemente, más lista quién sabe, porque Francisco no era, nunca fue lo que se llama un buen partido, feo, flojo, barrigón, sangre pesada. Aún ahora, María se pregunta qué es lo que la ató sin remedio a ese mal hombre, infiel hasta la médula… como todos los hombres, apunta Santa desde una esquina.

La idea fue de Santa, claro. No, manita, no puedes permitirlo dijo un día y planearon el desquite.
Sabían dónde trabajaba Celia, la siguieron varios días, supieron horarios y que el jueves Francisco no la vería. Ese día será, decidió Santa, brillándole en la saliva el desquite por su propia y maltratada vida. Y allí estuvieron, esperándola afuera, en la oscuridad. Cuando Celia salió de trabajar la abordaron y argumentando que había que hablar lograron sin esfuerzo que se subiera al auto. Celia se sentó en medio de ambas con la valentía de quien se sabe bella y la ganadora en ese concurso donde compite con dos mujeres insignificantes, par de feas y mediocres, incluso se dijo. Pero no sabía.

Celia empezó apenas a sobresaltarse cuando, en absoluto silencio, el auto se alejó del pueblo, hacia la oscura soledad de las afueras. El rosario de preguntas: a dónde me llevan qué quieren qué van a hacer a dónde van que quieren de mí qué buscan, luego el de amenazas: van a ver le diré a Francisco para que se las arregle no saben con quién se meten se van a arrepentir; cuando detuvieron el auto, el rosario era de súplicas: por favorcito déjenme no me hagan nada…
No sabía, no imaginaba.

Hasta que estuvieron allí, estacionadas a un lado del camino, las dos mujeres voltearon a ver a Celia e iniciaron con su letanía de insultos y acusaciones, hasta traidora le llamaron y eso es curioso porque Celia ni las conocía, nunca habló con ellas antes. Del traidor verdadero nadie habló, sólo dijeron al respecto para que ya no te metas con hombres ajenos, o eso te enseñará a respetar a hombres que tienen dueña.

María y Santa lo hicieron casi mecánicamente, con pasos ensayados, aprendidos de memoria. Celia, como ni siquiera en sus pesadillas vio antes el libreto, no supo nunca qué decir, sólo gritó.

Tápale la boca, se oyó ordenar a Santa. Lo único difícil para las amigas fue quitarle la pantimedia. Hecho esto, lo demás fue sencillo. Celia creyó que moriría, sintió que se moría, quiso morirse: Aquellos chiltepines molidos que restregaron en sus genitales y la hicieron arder, no le dejaron oír las frases soeces, méteselos decía María, que le enchilen todo. No escuchó las preguntas no que te gustaba mucho, aguántate, las groserías, no que muy caliente…

Celia gritó y lloró hasta que no pudo. La encontraron inconsciente cerca del pueblo, tuvieron que hospitalizarla, dejó de trabajar casi un mes. María y Santa se fueron a dormir y de sus casas las llevaron presas. Ya salieron, sin pizca de remordimiento. De Francisco nadie sabe nada.


PD: “Un chilito 'caliente' » La palabra "Chiltepín" se cree que se deriva de la combinación de las palabras "chile" + "tecpintl" (de la lengua náhuatl), significado "Chile pulga" en alusión a su mordedura aguda.




martes, 20 de noviembre de 2007

Nieveoscura

“Muchas veces el invierno / me ató desde el pasado

la soga del recuerdo / y yo siempre me he soltado

como un potro mal domado...”

Tango: “Qué me van a hablar de amor”


Para Omar G. G.




Los conocí no sé cuándo, no sé cómo, ni en dónde. A pesar de toda esta ignorancia actual, en aquellos días apreciaba mucho su compañía y los buscaba constantemente. Por lo mismo.
Intenté practicar las pocas dotes musicales que creí tener para encajar mejor en el ambiente de Ugo, pero no fue algo que disfrutara mucho, estaba errado en cuanto a tener dote alguna, sin embargo, lo que sí disfrutaba y como nada en esos días (fueron unos grises días), era estar con su mujer. Su mujer. Ella casi no hablaba, no conmigo, pero siempre me daba tranquilidad compartir con ella el espacio. Con su voz, su respirar. Con sus ojos aunque nunca me mirara me aplacaba como si yo fuera un animal (eso era yo en aquellos, ya lo dije, grises días). Cuando llegaba a visitarlos, a visitarla, invariablemente me decía sonriendo: Evodio, bienvenido, ¿quieres café? Siempre dije que sí. Aunque el café no me gustaba, ni me gusta. Sólo a veces lo tomo para recordar el roce caliente de sus dedos cuando me entregaba la taza.
Ha pasado mucho tiempo. No he vuelto a verlos. Dicen que se separaron, que ella vive en Tijuana, dicen que él murió en Jalapa, dicen tantas cosas que no sé. Eso no importa. Por aquí estuvieron hace no sé cuántos años. Y los conocí. Eso es lo importante, por lo menos para mí.
Un día de invierno. Recuerdo que era invierno porque nevaba copiosamente hacía ya más de una hora, estábamos en la casa que Ugo y su mujer rentaban, refugiados en el calor que nos daba una estufa de leña, comiendo duraznos en conserva. No lo olvido, porque ella decía con placer evidente qué delicia en cada mordida que daba y porque después recortó un poema de no sé dónde para regalarme, el poema habla de... aquí lo tengo, bien guardado en la memoria:
“Encajar los dientes, apretar / recoger con la lengua / el jugo que se viene / el aroma que se vierte / la textura, acidez, el dulzor de aquel durazno / mordido en dónde / comido cuándo...”
Igual puedo equivocarme y tal vez el poema no dijera eso. Estábamos, digo, en casa de ellos cuando a Ugo se le ocurrió que tenía hambre, ya basta de tanto almibaramiento, comamos algo chino, así dijo, y rápido sugirió, vayan ustedes dos, yo los espero. Nunca habíamos salidos solos, pero a ella pareció no importarle la novedad, tomó su bufanda, chamarra y rápido estuvimos fuera. Fuimos en mi auto, dificultosamente nos movíamos por las calles lodosas, admirando la blancura en las aceras, la perplejidad de los pocos caminantes, el mundo transformado en nieve; pregunté a dónde y ella, metida en esa extraña calma en la que habitaba, dijo sonriendo vamos al hotel, porque yo vivía en un hotel (lo del hotel sólo interesa para dar un contexto de lo que pasó). Fingí, no permití que me brincara a los ojos la sorpresa, o a la voz el contento por esa petición inusitada y obedecí.
Pero Ugo siempre estuvo allí, nos miró desde el espejo cuando de pie nos desvestimos y yo miré por fin su piel y su cabello, parecía un racimo de uvas, una lechuga ardiendo, no sé qué parecía, mis manos me decían, querían explicarlo, y era más de lo que yo había nunca imaginado, así como la nieve negra que se ve en las noches de invierno, cuando creemos soñar. Ugo se asomaba por entre las cortinas cuando ella se transformó en ola y me cubrió, para siempre, he de reconocerlo. Lo descubrí en la oscuridad del baño, con los ojos llenos de luz cuando me deshice y me convertí en astillas penetrando las múltiples hojas de esa mujer árbol y libro. Aunque en realidad tal vez no estaba, él se quedó ensayando con su clarinete y comiéndose el resto de los duraznos.
Ya era muy tarde cuando por fin regresamos. Ugo no preguntó por la comida, dijo hola, cómo les fue, dijimos bien, creo que eso dije, ella sólo lo besó y ambos me miraron. Con amor, aún no puedo creerlo. Muchos meses me cuestioné por qué yo, por qué a mí. ¿Qué me hicieron? ¿Para qué? Mientras aturdido iba por la vida preguntándome, permitía que ella me llevara y me trajera de la mano por el mundo caótico de su pulcra geografía y me perdí en los pensamientos de ser usado, en el bosque, y soy cogido, manejado, y naufragué en los mares de la manipulación, y fui pirata amado mientras se suponía que vivía, y trabajaba para sobrevivir (días grises aquellos). Meses de permitir que mi ofrenda de amor fuera un espectáculo, porque, y esto sí que no lo imaginé, Ugo allí estuvo. Todas las veces.
Ahora ya no pregunto nada, sólo me acongoja el no saber por qué después de tantos años su aroma aún está en esta bufanda negra que una vez dejó en mi cama. Sólo me confunde el porqué tengo que mirar debajo de la cama, cerrar todas las puertas y asomarme a la ventana cuando una mujer, otra, entra a este cuarto. Solamente esta sensación de títere con los hilos rotos me corta la vida. Sólo a veces, como ahora, me pregunto qué fui en sus manos, quién fui en los ojos que tantas veces me miraron ahogarme en la nieve oscura del aquel cuerpo.


(De Evodio, el diario)

viernes, 16 de noviembre de 2007

(Desamparo Epistolar: Crònicas)

Un recuerdo es una configuración de conexiones almacenada entre las neuronas del cerebro… Nomás.

Esto es pasado: “De la chingada, amor, de la chingada. Pero qué le vamos a hacer. Aún no hace tanto frío de todas formas. Hace mucho tiempo estábamos tú y yo en un momento embriagador, en un espacio de borrachera, en un sitio pedo (¿te fijas que no hay manera de decir que estábamos etílicos sin parecer que me arrepiento?… y no) y vimos un video de M. Jackson en la tv, la sensación que me golpea si hoy de nuevo lo veo es que lo soñé y lo más curioso es que siento que lo soñé junto a ti, como si de la mano se pudiera acceder al sueño (al sueño se va solo, eso hace mucho lo sé), pero así se almacenó en mi memoria… Bueno, en aquel entonces te comenté que el video me traía un recuerdo(o sea que este es un recuerdo de un recuerdo de otro recuerdo, algo así): a principios de la década de los setenta (siglo y milenio pasados, huy), como todos los años hicimos por más de una década, estábamos en California, en Escondido, en Del Dios, para ser más exacto, un sitio donde vivían mis tíos y primos en esa época.

Del Dios era una colonia, barrio, no sé cómo llamarlo de Escondido, CA, ciudad donde crecieron mis primos (y donde aún viven, de hecho). Mi tío trabajaba en la pizca (¿con zeta?), e íbamos a veces con él a pizcar limones, naranjas. Enfrente de su casa pasaba una mini carretera (pasaban los autos sobre el camino que el camino no pasa, está) y al cruzarla, brincando un cerco y muchas ramas, se llegaba a una inverosímil –eso lo pienso ahora- laguna (luego me enteré que era artificial ¿qué significa eso?) y allí nos íbamos mi prima Vicky y yo a pescar, había muchos peces feos y apestosos –más lo primero- Pero el recuerdo es más bien esto: Había varias direcciones desde las que podía llegarse a la casa de mis parientes, una era desde el oriente, el camino, al carretera descendía en una curva. En una ocasión (mi tío tenía una camioneta azul cielo, larga y amplia), en la parte de atrás íbamos recostadas mis dos primas –Magdalena y Victoria, mi hermana Lupita y yo, comiendo no sé qué, pero que tenía queso amarillo – es lo que más viene a mis neuronas, el sabor fuerte- y en la radio se escuchó una canción que me gustó y me hizo sentir tal melancolía, nostalgia o no sé qué chingados que nunca (¿nunca? eso no existe) olvidé ese momento: era M. Jackson, aquel que fue niño negro cantando con sus hermanos y yo, no sé, fue una sensación difícil de asimilar, un lleno insoportable, en ese momento, en ese verano, tenía todo o tuve todo en ese instante, en la bajada del camino, ya casi para llegar a la casa de mis tíos, en esa camioneta, con ese sabor –que ni me agrada tanto, por cierto- la música, tuve deseos de estallar ¿cómo es posible no faltarle a uno algo? Bien, en ese ¿segundo?, no me faltó nada. Fue horrible y muy hermoso. Tenía doce o trece años. Imagínate. El asunto es que ahora, cualquier cosa que coma con sabor a queso amarillo me transporta al niñito aquel cantando, a aquella tan lejana y dolorosa sensación de plenitud adolescente…

¿Por qué todo lo anterior? No sé. Ojala no te hayas aburrido. Me gustaría contarte más de Del Dios. Lo haré luego. Espero no olvidarlo.”

PD mucho muy posterior: Hace unos días algunos lugares cercanos a ese recuerdo se quemaron, incluso creo que Del Dios en partecitas de su bosque, también.

martes, 13 de noviembre de 2007

paso la noche entera yéndome a sueños incoloros viajes a bordo de trenes polvorientos en barcos empantanados manotazos de onírico sopor viniéndome en la mañanita

lunes, 5 de noviembre de 2007

Temporal

Con los ojos al revés. Puedo pasar mucho tiempo así, la cabeza colgada mirando al mundo de cabeza. El mundo de cabeza y yo también.

Algún día, muchos años después, Humberto me dirá que estoy loca, cómo se te ocurre hacer eso y disfrutarlo, sentí que me moría, dijo, incorporándose, asustado. No sabía porque nadie sabe, creo, que para cuando yo escribiera (transcribiera) sus palabras, él ya estaría muerto. Pero esa ausencia llegó más tarde. O muy temprano: el tiempo es una palabra.

Hoy cuelgo mi cabeza de 5 o 6 años; la mirada recorre el techo, el pasillo frente a mí, quisiera caminar. Corrijo: no quiero caminar como mosca. Quiero que el mundo esté al revés, pisar el cielo, estirarme para poder tocar el piso.

Cuando después miré aquella película, la tragedia del barco que se voltea, aluciné, creí, en un chispazo aún infantil, percatarme de que no hay nada nuevo, todo está pensado, dicho… todo el deseo se repite, es la historia de la humanidad, el motor que nos reproduce, dijera algún libro de texto: sentarse en las lámparas, hurgar aquellas esquinas reservadas a la araña.

En qué momento, cuándo enderecé los ojos, no puedo saberlo. Ya no puedo acostarme en una cama y tirar la cabeza hacia atrás y afuera para ver el mundo al revés. Sin embargo, aquellos eran, fueron, serían, otros días y aquí estoy: en este, aquel día, con 5 años, mirando un patudo recorrer la pared frente a mis ojos, sin imaginar siquiera que muchos años después recordaría cada una de aquellas patas moviéndose.


(extraresumen de novela)

jueves, 1 de noviembre de 2007

Recado para Humberto:

“Los espíritus inmortales de los muertos
hablan en las bibliotecas públicas.”
Plinio

Hemos puesto un Altar de Muertos. Es miércoles, tardenoche. En el altar hay limas, estoy casi segura de que todo huele a lima, y a libros, como debe ser. El Altar está dedicado a algunos escritores, destaca una fotografía de Lucina quien fuera bibliotecaria muchos años y periodista, amiga querida. También están Abigael Bohórquez, Rosario Castellanos, Julio Cortázar, Elena Garro, Juan García Ponce, compartiendo limas, cañas, y dulces de cajeta y coco. Mañana traeremos flores, cempasúchiles y margaritas.
Mañana, cuando los muertos recorran sus lugares, tal vez Lucina pueda hablar con Rosario y preguntarle por Chiapas hoy que está siendo tan llovido: Juan García Ponce y Julio Cortázar hablarán de arte y de conductas en velorios, ellos que tanto saben. Jaime Sabines cuida la luz de las velas y veladoras, protege las imágenes religiosas, las cruces, sabe tanto de la muerte. Abigael le contará a Elena del desierto, tal vez le diga que recuerda que antes de morir estuvo en este este sitio leyendo sus poemas y ella le hablará de persecuciones, soledad y gatos y entonces Juan y Julio sentirán que son llamados a la charla… oh, sí… es un consuelo haber inventado este día para que los muertos vuelvan.
El día 28 es para "los que murieron matados", el 30 para las almas en el limbo (los niños que murieron sin ser bautizados); los muertos chiquitos el 1 de noviembre, y el 2, los muertos grandes.

Ya está el pan de muertos, se antoja, mañana pondremos cafecito, tal vez cigarros y licor. Cerca del altar en una mesa anexa hemos puesto libros que hablan de la muerte, científicos, literarios y filosóficos, fotos de altares de muerto en otras partes de México, poemas de Netzahualcóyotl, de Sabines, de Paz, cuentos breves…

Afuera, los niños corren pidiendo halloween, unos se asoman, no creen que tengamos dulces para dar, pero sí, y le daremos a quienes entren, sean duendes, brujas, muertes, demonios, hadas, princesas, momias, calabazas, vampiros, power rangers u hombres lobo...

En la celebración de la muerte la gran beneficiada es la vida.