No quiero que pienses que porque hablo con los muertos en realidad
creo que hablo con los muertos... Todo es cosa del discurso. O los discursos.
Que usamos dependiendo de nuestro oyente, oidor. Utilizamos palabras distintas
según quien queramos entienda o no nuestro mensaje. Ya ves, no intento decir
nada nuevo, descubrir el hilo negro, inventar el agua hervida, comer pinole y
gemir… solo explicarte el porqué de mi necesidad de hablar con quien ya no
está.
Así. Fabricamos uno y otro discurso, a diario, oral, escrito,
mentalmente. Hablamos con un niño y utilizamos palabras y sintaxis que no son
las mismas que cuando hablamos con un adulto, un anciano, un amigo, un
desconocido, alguien que nos desagrada. Es intencional, sí, pero a veces
automáticamente nos dejamos llevar, como cuando hablamos con bebés, con
nosotros mismos o con animales, objetos inanimados, plantas… interlocutores
siempre hay.
Con mi amiga tan querida hablo de casi cualquier cosa, Con mi amigo
tan cercano y tan cerquita, de los dolores, las ausencias y las alegrías. Con
otro amigo, de los libros, la escritura. Con mi hija, del pasado, del futuro,
de flores y del arte… Algo así, aunque no necesariamente tan escueto ni
esquemático.
A ti me gusta hablarte de la facilidad que tengo o siento tener de
bordar en mi imaginación y de cómo sostengo la aguja entre los dedos índice y
pulgar de mi mano izquierda mientras con la derecha hago penetrar las hebras de
hilaza roja porque bordaré unos pétalos de amapola, de cómo encajo en la tela
la punta de la aguja… te hablo de la palabra que me ronda, de la que nos dice,
de la palabra que desaparece y vuelve, de la música que escucho y de la que
recuerdo, de los idiomas que desconozco, de mi vida que sigue como la de todos
los que estamos vivos…
Por eso hablo contigo, aunque no quiero que pienses que creo que
hablo contigo… porque no ¿verdad?