sábado, 29 de septiembre de 2007

"el clàsico que escribe una tragedia observando cierto nùmero de reglas que èl conoce es màs libre que el poeta que escribe lo que le pasa por la cabeza y que es esclavo de otras reglas que ignora" Raymond Queneau

viernes, 28 de septiembre de 2007

recado para un escritor desconocido

Tus puertas y tus ventanas.

me gusta pensar en tu olor
y pensar que hueles como los higos cuando los desnudas ¿has olido eso tan dulce y tan extraño?

y creer que tienes las manos grandes
y que son tibias
y que no sabes dónde ponerlas (aunque sepas)

e imagino que miras como desde lejos
que el color de tus ojos no te deja estar
ni aún estando

me gusta leerte y sentir
que entro
sentir que salgo
que me asomo
que veo

lunes, 24 de septiembre de 2007

Puente 3

Arriba y abajo

Ella iba caminando, era una nochecita otoñal, tibia aún y allá lejos, pero a punto de estar cerca ve el puente y bajo el arco algún resabio de luz que, difuminada, es el eco de lo que el día fue. Va hacia el oeste, ningún caminante visible se dirige en dirección contraria. Ella siente curiosidad por saber de quién son los pasos que escucha atrás suyo desde hace minutos y voltea.

Es Miranda, quien le pide que la espere para caminar juntas. Lo hacen y al llegar a donde el puente presenta las opciones de subir o continuar descendiendo la calle, Miranda dice que ella sube. ¿Por qué -quiere saber ella, harás tal cosa, si así perderás tiempo y te cansarás bastante más? Y entonces Mir le contó aquello.

Le dice que era una noche de un otoño también como éste que recién empieza, no recuerda si hace uno o dos años. Miranda caminaba despreocupada aunque un poco estorbosamente porque en cada mano llevaba una bolsa llena de mercancía que acababa de comprar, y la calle, como sabemos, tiene una elevación que aunque no es muy perceptible allí está. Las bolsas, pesadas ambas, ya le estaban haciendo renegar –palabra de Mir-; veía hacia el arco del puente, deseando pasarlo, ya que a partir de él, la calle tiene un declive bastante favorecedor para el caminante. Cuando se fue acercando se percató que un hombre caminaba en dirección opuesta, hacia el este y no pensó absolutamente –énfasis de Mir en esta palabra- nada de tal hecho que, por otra parte es más que común. El hombre era de estatura regular y delgado, no se veía su rostro porque, aunque no era muy noche sí era otoño y ya se sabe. Mir ajustó automáticamente la posibilidad de saludarlo al cruzarse bajo el arco si: a) era alguien conocido o b) no era demasiado desconocido.

No alcanzó a elegir opción. Al momento de encontrarse, justo bajo el arco para peatones, el hombre aquel en un movimiento que Mir describe como felino y alevoso le hizo algo.

¿Te hizo algo, qué? Pregunta ella quien ha seguido la narración de Mir detenidas ambas al pie del puente.

Me agarró, dice Mir, desconsolada y en los ojos brillándole el escándalo. ¿Qué te agarró? Pregunta ella quien casi se divierte y casi se asusta ante las posibles respuestas.

Metió su mano caliente entre mis muslos y me apretó. Mir se cubre el rostro, casi llora... ¡Me apretó!

Mir dice que se quedó paralizada no sabe cuánto pero que su cuerpo temblaba cuando reaccionó y el hombre iba ya muy lejos. Nadie había que caminara cerca y desde los autos, dos o tres, dice, no cree que alguien haya visto algo porque sucedió abajo del arco. No solté las bolsas, esto en sus labios suena como autoreproche y, continúa, cuando me sobrepuse caminé con tanto coraje que ni cuenta me di cuando llegué a mi casa. Desde entonces no vuelvo a pasar abajo del arco y menos de noche.

Ella no puede convencerla de que es difícil que algo así se repita y Mir se va subiendo la pesada pendiente.


Cuando, sola, pasó se dio cuenta de que el arco mide de largo unos 5 metros ¿menos? Y que para cruzarlo se tarda uno ¿cuántos: dos, tres minutos? ¿Menos de uno?

Se apresuró.

Desde entonces no puede evitar cierto escozor y sobresalto cuando es noche y tiene que caminar por allí, ve a los caminantes, algunos son delgados y de estatura regular, a algunos no les puede ver el rostro. Pasa siempre apretando las piernas pero no puede negar la esperanza de sentir aquel susto descrito por Miranda, el temblor.

Aquella mano caliente.

Apretando.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Puente 2

Muertos.

El puente es un lugar especial, sitio que flota y no está. No es el remitente ni el destinatario de nuestros caminos. Es un cordón umbilical que une y separa.

Hay una fotografía que siempre atrajo mi atención, en ella se ve el Puente de Arco, por la calle, aún de tierra y piedras, caminan personas, una mujer con rebozo, un carro jalado por animales, también hay hombres con sombrero, niños, parece que todos se han quedado en un cuello de botella atorados en el arco, algunos voltean hacia arriba casi sin querer, mirando, parece a toda la gente que desde la altura a su vez, mira. Hay que poner mucha atención y así veremos, casi al centro del arco (pero no), frente a las grises montañas del fondo a un hombre oscuro que está como levitando, sus pies arriba de las cabezas de los que van por la calle y, por fin, enfocando en esa imagen que alguien quiso guardar (y consiguió hacerlo) hace casi cien años, notaremos la cuerda que viene desde arriba del puente y que sostiene del cuello al hombre que por supuesto no levita: está colgado. El pie de foto dice que el 9 de junio de 1919, a las 4 de la madrugada fue ahorcado Toribio Caballero por orden del Gobernador de Sonora; la orden la ejecutó el Capitán de la Guarnición de la Plaza. Había robado el Banco de Cananea.

En el periódico El Tiempo, “Diario Independiente”, del martes 10 de junio de 1919 dan la información completa, rechazan el castigo y sobre todo condenan que haya sido en la vía pública, se lamenta el autor de la nota de que muchos niños juegan “al ahorcado” y entre muchos argumentos más, se afirma que: es un acto, el de ahorcar, absolutamente horripilante y se presta muy preferentemente a la crítica de los extranjeros…” (¿Preocupándonos la opinión extranjera?). Y más adelante concluye del espectáculo ofrecido: “Ayer, estupefactos, presenciamos con los ojos desmesuradamente abiertos (…) La verdad debe abrirse paso, aunque nos hundamos en el insondable abismo del desprestigio universal… El silencio sería otorgar; decirlo, tal vez sea el remedio.” (No puedo detenerme en este envidiable estilo por ahora)

Un puente por lo general, si no es mero adorno, tiene altura considerable.

Y por su condición de lugar para acortar distancias, y su potencialmente peligrosa altura un puente es como una pistola tentadora frente a un suicida.

Tal vez por la posibilidad tan a la mano es más común que alguien que desea acabar con su vida no se tome una sobredosis de pastillas en su casa o se corte las venas en la intimidad, sino que se lance a ese otro mundo de la muerte, y es que un puente es la manera también de franquear barreras, aquello que nos sirve para alcanzar un propósito (Independientemente de lo respetables o no que puedan ser las razones que un suicida tenga).

En este puente del que hablo, además de Toribio Caballero, quien no se tiró de él, sino que de él fue colgado, no ha habido, afortunadamente (sé que no es asunto de la fortuna) y salvo dos accidentes mortales, sólo un suicida.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Puente 1

Es un puente de arco, de hecho así se llama: Puente de Arco. Trataré de describirlo:


Por la parte superior une (claro, es un puente) dos elevaciones del pueblo, para permitir que pueda pasarse de un lado al otro, a pie o en auto (1 por vez), es también un lugar para ver, hacia el este o el oeste principalmente y es una vista gozosa. El norte y el sur también pueden verse, son las partes que se unen, pero nadie se para en medio del puente a ver hacia esos puntos cardinales, que desagradables tampoco son, aunque más bien son los lugares de donde se viene y a donde se va y punto.
El puente, sin embargo y aunque tanto se use (porque se usa mucho), no es indispensable, se construyó tal vez con la finalidad de evitar subirbajar pero de que se puede pasar de uno a otro lado sin él, se puede. Abajo del puente no hay arroyo, río, ni barrancos, o abismos, sino la calle principal.
El puente descansa (o se sostiene) sobre dos arcos, uno grande, del ancho de la calle, unos 7 metros y 10 mts. de alto ; otro bastante más pequeño para los peatones, éste mide unos 3 mts de alto, 5 de extensión y 2 de ancho. Es decir uno camina por la acera de la calle principal y esta se divide en dos, una que sigue como si nada desenrollándose hacia enfrente y otra, que sube y sube –y después baja. He calculado unos 100 metros en lo que la banqueta sube y baja o se desenrolla (que, entre paréntesis lo digo, como bien es visible, también sube y baja aunque no tan pronunciadamente)

Y como estoy segura de que para nada me acerqué al puente, si alguien desea verlo:


www.esmexico.com/fotografias/fotos.php?len=&seccion=estados&Punto_I=Calles&Area=Cananea&Estado=Sonora

lunes, 17 de septiembre de 2007

viernes, 14 de septiembre de 2007

¿Y nosotros?

¿En qué territorios vagamos sin hallar el rumbo? Ayer leí un análisis al poema “Se equivocó la paloma”, de Rafael Alberti, que también es cantado por Serrat (dato inútil) … resulta que el análisis me dejó ¿hueca?, aunque me divertí. Los animales NO se equivocan, dice el texto una y otra vez… ¿qué es esto?
Sin embargo, no abundaré en cómo el autor desarrolla tal certeza. El poeta no pensaba en todo esto (yo qué sé de lo que Rafael Alberti pudo pensar), cuántas palabras… pero tal vez sí lo rondó la idea, aunque eso ahora no importa. Ya después del poema, lo que el poeta piense o haya pensado, no importa.
Recordé lo que una vez oí acerca de un animal esquizofrénico y cómo concebirlo, un insecto, o por ejemplo: una mariposa loca, un gusano con conducta esquizoide, una mariquita bipolar ¿tú crees?

araña demente
enredo fantástico en la simetría
sin encontrar el preciso
momento indicado

para cerrar el nudo
para el corte del hilo
para dar media vuelta

y contemplar con ojos
de ternura muerta
su alimento

miércoles, 12 de septiembre de 2007

(Desamparo epistolar: crónicas)

Adivinanza

Son las doce y 35 minutos. Hay aquí unos chavos leyendo en voz alta, dictando, creo, acerca de Neptuno, un pequeño planeta helado, sumido (palabra que provoca confusión y cambian a hundido, ja) en la oscuridad por ser el más alejado del sol… bla, bla y bla. Una mujer muy joven está sentada sola, tiene el cabello largo, negro y ondulado: muy largo, muy negro y más o menos rizado, trae un vestido sin mangas que le llega a las rodillas pero con una abertura por el lado izquierdo; al sentarse cruza la pierna y la abertura se va hacia arriba, casi hasta donde el muslo empieza, sus muslos, piernas y demás extremidades (je) son largas, es muy alta y morena… imagínate su pierna larga y morena cruzada dejando ver hasta… trae zapatos ¿dorados? con tacón alto y sin medias; es delgada y enfrente de ella está un joven que busca y busca en una enciclopediota, baja y sube tomos y no he podido pillarlo mirando a la joven ni siquiera de reojo y eso me gusta, este chavo definitivamente me cae bien. Ahora él se pone de pie y se va a los estantes del fondo, indiferente al espectáculo. Ella también se levanta, viene conmigo y pregunta una babosada, lo que no confirma ninguna regla, por supuesto, pero que hace que se me quite un poquito la envidia.


Adivina en qué momento de lo anterior te mentí.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Allí no

estarás en los charcos paridos por la lluvia reciente........... en el globo rojo que vuela con la boca abierta........... en las sucias manos del que vende elotes............ en mi ojo izquierdo que casi no sirve pero que todavía ve.......... en la fila de hormigas llena de fe que se dirige a dónde........... estarás en la gente que come y en la que ya no es

Pero nunca allí

miércoles, 5 de septiembre de 2007

(Desamparo epistolar: Crónicas)

Pozolito tumbador

En Nogales un día nos llegó Iselda, más o menos a las siete al depa arriba del cordovés (¿estás seguro de que ves?) y al ratito llegó un chavo al que le dicen cholo, creo, estábamos los cuatro sentados en un colchón, Ugo y el chavo este, loquísimos; Iselda y yo –yo no tanto, pero- muy circunspectas -¿qué quiere decir esto?-, (es tarde ya, suena el teléfono y yo doy un salto, no era para mí) y qué hacemos y qué rollo, nadie quería quedarse ahí (¿o allí?), el cholo sacó unas pastillas –un chingo de-, caballerosamente ofreciónos y nadie quiso, rarísimo, tampoco Ugo que era incapaz de despreciar algo ofrecido de tan buena manera. Creo que se sentía ya volando y por eso. El cholo se sintió ofendido y, para desagraviarlo, Ugo lo invitó a cenar, no quiso y bueno nosotras sí vamos dijo Iselda, sí, vamos, dije yo, no, dijo el cholofendido yo no voy y Ugo pues qué pedo pinche cholo, vamos ¿no? Y él terquísimo, no, ni madres no voy y no sabíamos cómo sacarlo no era ni amigo siquiera como para que se hubiera quedado solo (además, para esas fechas ya había pasado lo del saxofón y Ugo como que había perdido un poquito de la exagerada confianza que tenía en medio mundo. Esto del sax fue así: nuestra recámara tenía unas ventanotas al patio –especie de no sé qué, como azotea, pero no- donde estaban los cuartos para lavar y tendederos; como las puertas a la calle siempre estaban cerradas con llave, o se suponía que debían estarlo (además en el otro departamento no vivía nadie), no teníamos reparo alguno (mira nada más cómo estoy hablando) en dejar las ventanas abiertas y las dejábamos; y todo adentrito, al alcance de cualquier mano santa que así lo apeteciera; pues sucedió que un día (como dice el poema) llegó un chavo, amigo de Ugo, de cuyo nombre no puedo nunca acordarme, ja, metió sin el menor de los esfuerzos su manita ávida y flaca (era un chavo flaco, pelo lacio y largo, bigote, guitarrista roquero y con mirada torva -¿así se dice?), tomó del atril el saxofón junto con una toalla café, el sax de Ugo y la toalla mía y llevóselos (¡la toalla también!), estábamos en el cine y cuando regresamos el dolor angustia y desesperación de Ugo fue indescriptible (¡qué mamona!) junto con un coraje de los mil demonios (él dijo) y dónde buscarlo… sobre todo dónde encontrarlo. Pasó casi una semana de movilización interbarrial, de pláticas con locos de toda especie, hasta que alguien dijo que el tal, amigo (según esto, mucho) de Ugo andaba por allí ofreciendo a la venta un sax dorado. Luego fue la recuperación, las explicaciones, yo no sabía que era tuyo, alguien me lo vendió, si yo hubiera sabido, pero no, todos sabíamos que el mala onda había sido el ¡Gonzalo se llama! Así que después de un rato más de discusión, está bien dame una madre de esas y vámonos, no pues tienen que ser dos y dos fueron, así bajamos, el cholo no quiso cenar, y allí mismo, enseguida del cordovez (¿seguro que no ha habido otra vez?) había una fonda (se llamaba “Mi fondita” “Tía Lencha” o “Mi Ranchito”, ya no recuerdo) allí íbamos casi todos los días a tomar café, comer tacos o perder-ganar tiempo… ver los músicos originalísimos (o no ¿cómo decírtelo? Entrabas a la fonda y todo cambiaba, ya no estabas en el pinche Nogales, sino en algún sitio desconocido pero mucho más familiar y rico, calientito –por decir de alguna manera-; había rocola –no sé cómo se escribe-, una barra con una cocina aceitosa y oscuridad, el cielo estaba hasta la madre y las lámparas apenas si); te decía, el cholo se fue a seguir en su loquera y nosotros tres entramos. Pedimos Iselda tacos, Ugo pozole y yo quesadillas, tomábamos café o cerveza que para el caso es igual (¿o lo mismo?). Ugo a cada momento se ponía más silencioso, lo que en realidad no se notaba porque Iselda hablaba por los tres, yo pensando babosadas, la verdad. Terminamos, Ugo palidísimo, aquí sí que se puede decir desencajado, rarísimo (ísimo), teníamos que pagar y dijo ten paga tú y yo qué onda qué tienes (aferrada en mi susto) nada, vámonos, paga y vámonos por favor, Iselda según esto muy mujer de primeros auxilios, cruz roja y eso, qué tienes te duele algo, dime para saber qué hacer, y él vámonos a la chingada, yo estaba en el proceso de pagar cuando él intentó levantarse y vi que no podría hacerlo solo, ni ayudado por Iselda y le dije a la seño que bajaba en unos minutos a pagarle, dijo bueno y salimos los tres, yo veía a Ugo y pensaba se va a morir (catastrofista que es uno), su cara parecía máscara cerosa; salimos, dimos unos pasos y de pronto (Iselda y yo lo llevábamos de los brazos) se fue hacia enfrente y casi llegando al suelo lo sostuve y vomitó, Iselda corrió a un lado desde que se nos fue de frente y no quería acercarse, Ugo estaba como muerto, creo que desmayado o algo así, no lo podía levantar y no quería que su rostro llegara al vómito, para entonces ya había un chingo de mirones y nadie me ayudaba hasta que Iselda reaccionó y me ayudó a sostenerlo, no sé cómo lo subimos, eran más de cincuenta escalones oscuros, primero no encontraba la llave de la calle (¿tiene llave la calle?), luego la del depa, por fin entramos, lo depositamos en un colchón, pusímosle una almohada bajo la cabeza y procedimos a ver qué. Entonces se metió un pinche policía quien sin darnos cuenta se había colado detrás, según esto él iba a ver quién le va a pagar a la seño, ella me mandó, decía mirándolo todo con ojo escrutador (¡), yo asustadísima, Ugo como que abría un ojo y cerraba el otro, Iselda espantada y el poli (¡amigo!... jeje) insistiendo y qué le pasó no andará drogado, ¡nooooo, cómo cree!, le cayó mal el pozole que se comió y para evitar más conjeturas me fui con él, le pagué a la seño, dolida con ella de que fuera tan desconfiada aunque claro tenía toda la razón de desconfiar, nos conocía de meses atrás pero eso no quiere decir nada en los negocios ¿no? El poli quería subir de nuevo conmigo y no lo permití, despedíme cortésmente, cerré con llave y subí para encontrarme a Ugo riéndose con Iselda, ya se sentía bien, dijo, seguía pálido y con expresión de muerto (los muertos no tienen expresión ¿o sí?), pero hablaba y se reía, echándole madres al cholo y yo enojada y asustada aún eso te pasa por tragarte toda la porquería que te dan (lo cual no era para nada cierto, pero) e Iselda empezó a decir me tengo que ir, llévenme, no sean gachos, por lo menos encamínenme… y así como a la hora aceptamos encaminarla y… lo que sigue de ahí es otra historia, luego te la cuento, mientras, con un chingo de amor, te beso.