En el medio del ajetreo laboral oigo el teléfono, insistente, respondo. Es mi amigo Rafael:
- Biblioteca, buenas tardes -voz cortés y distraída si es que se puede ambas.
- Eres tú. Qué bueno. Porque ya sabes que sigo una regla, si no me respondes tú, no insisto. Significa que no debo, que no me toca hablar contigo.
- Hola... (No debo criticar su absurda regla, nadie más puede responder el teléfono en estos días y él lo sabe)
- ¿Tienes tiempo?
- No mucho, en verdad -queriendo ser sincera, aunque tal vez descorteseé.
- No tardaré mucho.
Empezando a arrepentirme de mi casi brusquedad: No, no te preocupes, dime.
- ¿Qué día es hoy?
Estupor... ¿día?
- Es... 21
- No, día de la semana
- Viernes, digo desconcertada
- Vaya... creí que sería miércoles, algo así
Me río
- Algo así es, digo.
- Ayer en todo el día no hubo cómo enterarme de qué día era
- ¿Y necesitabas?
- ... No.
- Pero ahora sí...
- Tampoco. Es bueno en ocasiones saberlo. nada más. Y tengo el radio encendido y en ningún programa han dicho el día, solo la hora a cada rato.
- Pues es viernes 21 de septiembre, digo y él ríe. Fuerte.
- Los dos estamos solos.
- Yo no, aquí está lleno de usuarios que trabajan, hablan, escriben, se mueven, me piden cosas... (Me defiendo.)
- Igual yo, aquí está lleno de fantasmas, que me hablan, me piden cosas.
Callamos ambos uno, dos instantes, tal vez tres.
- Tienes razón, le digo
- Estamos solitos... Por eso te llamo... Ya me voy, luego hablamos. Mañana
- Sí, hasta mañana
Y la certeza de la soledad inocultable aparece, resplandeciente, cada día cuando el teléfono suena.
viernes, 21 de septiembre de 2012
lunes, 3 de septiembre de 2012
Palabrear
Estar en este lugar que no es
lugar sino un objeto, un artefacto, mueble, que no es un mueble sino una
palabra, esta: cama. Recostada sobre el lado derecho de mi cuerpo, mirando la
pared, los puntitos que se hicieron al pintar el enjarre sobre la gruesa
pared de adobes, los rostros que se
distinguen, que se inventan dibujados sobre la rugosidad y la sombra… Pudiera
parecer una soledad como hay muchas y lo es. ¿Qué otro asunto somos sino la
soledad? No se puede no estar solo, nuestra piel es la soledad, eso que nos
aísla, todo está afuera, más allá de la piel que nos contiene y da forma. Somos
puerta que solo deja entrar. Nadie de sí puede salirse ¿Muertos, dices? Yo no
puedo saberlo, y tú tampoco ¿El arte, escribir…?
Estoy aquí, en el
espacio-objeto-palabra pensando palabras que definen objetos que temporalizan
espacios, viendo mi mano derecha sobre la almohada creyendo que no estoy sola
porque igual sentiría si estuvieras, si él estuviera, si todos estuvieran. Y
no.
Un lunes que llega y se va. Un
día que es una palabra con la luna dos.
Todos, creo, solemos hacer-no
hacer esto, ver la pared, pensar palabras, lloverlas encima de los pensamientos,
escurrirlos, exprimir, poner a secar al solecito de la nada, las ideas,
estrujarlas, remendar, tirar a la basura y levantarnos a la vida del doméstico
afán diario, del cotidiano hacer. Caminar apuntalados por palabras. Trajinar
porque es palabra, aljibe también. Aquí somos palabra.
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