martes, 20 de noviembre de 2007

Nieveoscura

“Muchas veces el invierno / me ató desde el pasado

la soga del recuerdo / y yo siempre me he soltado

como un potro mal domado...”

Tango: “Qué me van a hablar de amor”


Para Omar G. G.




Los conocí no sé cuándo, no sé cómo, ni en dónde. A pesar de toda esta ignorancia actual, en aquellos días apreciaba mucho su compañía y los buscaba constantemente. Por lo mismo.
Intenté practicar las pocas dotes musicales que creí tener para encajar mejor en el ambiente de Ugo, pero no fue algo que disfrutara mucho, estaba errado en cuanto a tener dote alguna, sin embargo, lo que sí disfrutaba y como nada en esos días (fueron unos grises días), era estar con su mujer. Su mujer. Ella casi no hablaba, no conmigo, pero siempre me daba tranquilidad compartir con ella el espacio. Con su voz, su respirar. Con sus ojos aunque nunca me mirara me aplacaba como si yo fuera un animal (eso era yo en aquellos, ya lo dije, grises días). Cuando llegaba a visitarlos, a visitarla, invariablemente me decía sonriendo: Evodio, bienvenido, ¿quieres café? Siempre dije que sí. Aunque el café no me gustaba, ni me gusta. Sólo a veces lo tomo para recordar el roce caliente de sus dedos cuando me entregaba la taza.
Ha pasado mucho tiempo. No he vuelto a verlos. Dicen que se separaron, que ella vive en Tijuana, dicen que él murió en Jalapa, dicen tantas cosas que no sé. Eso no importa. Por aquí estuvieron hace no sé cuántos años. Y los conocí. Eso es lo importante, por lo menos para mí.
Un día de invierno. Recuerdo que era invierno porque nevaba copiosamente hacía ya más de una hora, estábamos en la casa que Ugo y su mujer rentaban, refugiados en el calor que nos daba una estufa de leña, comiendo duraznos en conserva. No lo olvido, porque ella decía con placer evidente qué delicia en cada mordida que daba y porque después recortó un poema de no sé dónde para regalarme, el poema habla de... aquí lo tengo, bien guardado en la memoria:
“Encajar los dientes, apretar / recoger con la lengua / el jugo que se viene / el aroma que se vierte / la textura, acidez, el dulzor de aquel durazno / mordido en dónde / comido cuándo...”
Igual puedo equivocarme y tal vez el poema no dijera eso. Estábamos, digo, en casa de ellos cuando a Ugo se le ocurrió que tenía hambre, ya basta de tanto almibaramiento, comamos algo chino, así dijo, y rápido sugirió, vayan ustedes dos, yo los espero. Nunca habíamos salidos solos, pero a ella pareció no importarle la novedad, tomó su bufanda, chamarra y rápido estuvimos fuera. Fuimos en mi auto, dificultosamente nos movíamos por las calles lodosas, admirando la blancura en las aceras, la perplejidad de los pocos caminantes, el mundo transformado en nieve; pregunté a dónde y ella, metida en esa extraña calma en la que habitaba, dijo sonriendo vamos al hotel, porque yo vivía en un hotel (lo del hotel sólo interesa para dar un contexto de lo que pasó). Fingí, no permití que me brincara a los ojos la sorpresa, o a la voz el contento por esa petición inusitada y obedecí.
Pero Ugo siempre estuvo allí, nos miró desde el espejo cuando de pie nos desvestimos y yo miré por fin su piel y su cabello, parecía un racimo de uvas, una lechuga ardiendo, no sé qué parecía, mis manos me decían, querían explicarlo, y era más de lo que yo había nunca imaginado, así como la nieve negra que se ve en las noches de invierno, cuando creemos soñar. Ugo se asomaba por entre las cortinas cuando ella se transformó en ola y me cubrió, para siempre, he de reconocerlo. Lo descubrí en la oscuridad del baño, con los ojos llenos de luz cuando me deshice y me convertí en astillas penetrando las múltiples hojas de esa mujer árbol y libro. Aunque en realidad tal vez no estaba, él se quedó ensayando con su clarinete y comiéndose el resto de los duraznos.
Ya era muy tarde cuando por fin regresamos. Ugo no preguntó por la comida, dijo hola, cómo les fue, dijimos bien, creo que eso dije, ella sólo lo besó y ambos me miraron. Con amor, aún no puedo creerlo. Muchos meses me cuestioné por qué yo, por qué a mí. ¿Qué me hicieron? ¿Para qué? Mientras aturdido iba por la vida preguntándome, permitía que ella me llevara y me trajera de la mano por el mundo caótico de su pulcra geografía y me perdí en los pensamientos de ser usado, en el bosque, y soy cogido, manejado, y naufragué en los mares de la manipulación, y fui pirata amado mientras se suponía que vivía, y trabajaba para sobrevivir (días grises aquellos). Meses de permitir que mi ofrenda de amor fuera un espectáculo, porque, y esto sí que no lo imaginé, Ugo allí estuvo. Todas las veces.
Ahora ya no pregunto nada, sólo me acongoja el no saber por qué después de tantos años su aroma aún está en esta bufanda negra que una vez dejó en mi cama. Sólo me confunde el porqué tengo que mirar debajo de la cama, cerrar todas las puertas y asomarme a la ventana cuando una mujer, otra, entra a este cuarto. Solamente esta sensación de títere con los hilos rotos me corta la vida. Sólo a veces, como ahora, me pregunto qué fui en sus manos, quién fui en los ojos que tantas veces me miraron ahogarme en la nieve oscura del aquel cuerpo.


(De Evodio, el diario)

3 comentarios:

Pablo Aldaco dijo...

Saludines rines.

Anónimo dijo...

Me da mucho trabajo dejarte comentarios. Me asombra mi reacción al leerte. Cuando leo historias terribles siento una sensación de incomodidad, o de tristeza, o... algo que "no me gusta". Pero aunque tus relatos suelen ser duros, o crudos, o difíciles, o cuentan sucesos dolorosos, la sensación es buena.
Creo, aunque no estoy segura, que lo que leo en ellos es claridad, sinceridad, verdad. No enredás, o desenredás o mostrás el enredo, y debe ser eso lo que me da la sensación buena: tu honestidad.
Te dejo un beso y un abrazo admirado (te dije que me encanta cómo escribís? No sólo "lo que escribís")

JeJo dijo...

" por eso ... te están sobrando los consejos ... por que en cosas del amor ... aunque tengas que aprender ... pocos saben más que vos ! ..."
Tango ( versión libre )

Solamente leí lo dedicado a Omar G.G.
Vuelvo mañana a la noche, tarde ... a pasar un buen rato, como siempre ...