lunes, 9 de julio de 2007

Podría decir cualquier cosa. Hablar de personas que tal vez no conozco (o que sí). Pudiera decir de fantasmas, de caballos, de títeres extraviados. Tal vez intentar hilvanar un diálogo nocturno con la hoja, con la tinta, con la soledad. Decir que es medianoche y escribo mientras escucho a Chavela vargas…

Pero llueve y no puedo. Las gotas cayendo se escuchan como húmedos y perturbadores rezos y en la ventana la cortina cuando vuela trae consigo gotas minúsculas que pican en las piernas desnudas y el aire mojado mueve las campanas y no puedo escuchar y preguntarme por qué “ya ni llorar es bueno / cuando no hay esperanza / ya ni el vino mitiga…”

Oigo llover como insecto que se mete en un charco, temerariamente, dejando la vida y el mundo detrás. Sólo la lluvia y “yo no sé qué será de mi vida / que de mí no se acuerda ni Dios /ay, pobres de mis ojos / cómo han llorado / por su traición…”

Llueve y no puedo ni siquiera preguntarme el por qué de la dramática selección musical ¿quién me tiene escuchando letras tan dolientes y sin traguito mediador (o propiciador)? Tal vez fue la promesa, la caricia de lo nublado, los hermosos truenos, el relámpago, “aquel amor que destrozó mi vida / aquel amor que fue mi perdición / dónde andará la prenda más querida/dónde andará aquel, aquel amor…”

Llueve. La lluvia me concede escurrirme en arroyos oníricos, gotear desde los techos, sentir que soy bebida con ansia por la tierra seca de las macetas; ya no oigo esas làgrimas que parecen derretir las bocinas con su sal tan dulce... tal vez con su arrullo hasta pueda dormir escondida adentro de un pedazo de agua...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

esto me gusta.. se siente rico al leerlo..

Manuel Parra Aguilar dijo...

A veces uno tiene delirios. Saludos.