lunes, 8 de septiembre de 2008


No vaya a ser


A eso de las ocho de la noche me di cuenta: No me había visto en el espejo desde que me bañé, por la mañana.

Bueno sí. Pero malo, también.

En qué se está convirtiendo esta mi vida que deambulo, floto, paso junto a los muchos espejos de mi casa sin percatarme de la imagen que me acecha como el lobo obvio en el bosque a la caperucita. Dónde y cuándo extravié la alerta, el pendiente que siempre debe ser nuestro escudo, el paraguas para la llovizna, el ángel de la guarda en las noches de miedo, el duerme con un ojo abierto...

Tardé. Pero me di cuenta.

Me esforcé mucho en convencerme de que no importaba, invertí tiempo en encontrar razones para que el no ir frente al espejo fuera un hecho -no hecho- mínimo, cualquier cosa que omitimos hacer por descuido o negligencia, una fresa que no comimos, un bostezo charco que rodeamos para no empapar nuestra vigilia, la palabra que no dijimos y que nada significaba.

Aún así, la imagen me susurró argumentos, me dijo ven con su lengua bífida, me ronroneó como sirena, cantó canciones de maravilla y susto, me lazó con sus aromas, tuvo tentáculos para anclar los deseos, telarañas para atrapar anhelos. Tapé mis ojos, mis oídos, leí, caminé, subí, bajé, tomé café, escribí.

Inútil todo. Ahora, de pie frente a ella compruebo que no conozco a esa mujer que me mira y se asombra de lo que ve, nunca antes vi los ojos llenos de precaución que asoman en ese rostro ajeno a toda compasión. No la conozco, yo no soy ésa.

Es necesario, supe entonces, beber con fruición aunque también con asco la ración de espejo antes de dormir. No sea que nos vayamos de cabeza al sueño creyendo que somos lo que nunca hemos sido… No vaya a ser que abordemos otro barco, que besemos otra boca en sueños, no vaya a ser que no volvamos...
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