“… un hombre con la mirada triste, cierta urgencia, y los bolsillos llenos de globos alargados, nos narra sus años de payaso. Y así, mientras estira el hule de colores, nos construye con sus manos algo parecido a un corazón. “ Venecia López
“Hey, sólo pienso en ti…”
Se íban a seguir las carreras de perros allí, en aquel hotel (allá, entonces) donde se ven las carreras en pantallas y se puede apostar y etcétera. No puedo decir que a ella eso le divirtiera, lo contrario tal vez sí podría afirmarlo, pero no quiero, sólo decir que estuvieron juntos, ellos hasta gritando cuando los resultados se acercaban o alejaban definitivamente de sus intentos de ganar (de eso se trata ¿no?). Nunca ganaron, no que ella recuerde.
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A un lado del salón de carreras de perros, atrás más bien, o depende, si venías de la Obregón era antes de las apuestas, si de la otra calle era atrás del galgódromo virtual. El bar. Con un pianista. Lugar oscuro, elegante y muy agradable. Les invitaba a beber. Pasaban horas oyendo el piano, hablando. Ella no hablaba mucho, tampoco. Le gustaba oírlos, aunque, ahora, si lo intenta, no tiene ni idea de qué hablaban tanto. Reían. Él siempre pagaba. Yo invito, decía. Muchas veces salieron, noche ya, tropezándose en la carcajada ebria y feliz y caminaban por la calle llena de perros tristes y gringos carcajeantes, y como ellos tres también ebrios y tal vez felices. Don Beto en esas noches parecía un magnate, inspiraba respeto y ganas de jodérselo como a turista, los vendedores de las curios lo rodeaban, le ofrecían baratijas, que Ugo hablando italiano repelía como guarura europeo disfrazado ¿De qué?... sabe
A un lado del salón de carreras de perros, atrás más bien, o depende, si venías de la Obregón era antes de las apuestas, si de la otra calle era atrás del galgódromo virtual. El bar. Con un pianista. Lugar oscuro, elegante y muy agradable. Les invitaba a beber. Pasaban horas oyendo el piano, hablando. Ella no hablaba mucho, tampoco. Le gustaba oírlos, aunque, ahora, si lo intenta, no tiene ni idea de qué hablaban tanto. Reían. Él siempre pagaba. Yo invito, decía. Muchas veces salieron, noche ya, tropezándose en la carcajada ebria y feliz y caminaban por la calle llena de perros tristes y gringos carcajeantes, y como ellos tres también ebrios y tal vez felices. Don Beto en esas noches parecía un magnate, inspiraba respeto y ganas de jodérselo como a turista, los vendedores de las curios lo rodeaban, le ofrecían baratijas, que Ugo hablando italiano repelía como guarura europeo disfrazado ¿De qué?... sabe
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Ugo lo conoció en la calle, trabajando. Porque en un época, qué vida ésta, estuvo en la calle vendiendo collares de conchas a los turistas junto con Salvador, también qué vida ésta, actor haciendo de vendedor callejero. Se reconocieron en el acento primero, luego en la complicidad del que se sabe o quiere saberse diferente. Para ciudadanos, sólo nosotros, decían.
Ugo lo conoció en la calle, trabajando. Porque en un época, qué vida ésta, estuvo en la calle vendiendo collares de conchas a los turistas junto con Salvador, también qué vida ésta, actor haciendo de vendedor callejero. Se reconocieron en el acento primero, luego en la complicidad del que se sabe o quiere saberse diferente. Para ciudadanos, sólo nosotros, decían.
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Don Beto. El Globero. Actitud casi mamona, casi no. A ella Don Beto le simpatizaba. A Ugo lo amó. Chilangos a morir. Ella no.
Don Beto. El Globero. Actitud casi mamona, casi no. A ella Don Beto le simpatizaba. A Ugo lo amó. Chilangos a morir. Ella no.
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Un día, su cumpleaños, Don Beto le regaló una fuente primorosa (no hay otra palabra para describirla) de cristal. Estuvieron Ugo y ella en el hotel donde Don Beto se hospedaba, un lugar clandestino que incluso cerraban con candados, clausurado, y donde vivían varios personajes subterráneos. Elige, le dijo Don Beto: Cientos de figuras cristalinas habitaban un rincón del agónico cuartito, sostenidas y protegidas por la telaraña de la soledad, las que quieras, repitió. Se obstinó en tomar una solamente, que llevó como pastelito frágil en su mano mientras subían por poquito a gatas los cerros de Nogales hasta llegar a la casa de Salvador donde había una ¡fiesta sorpresa! para ella, con un grupo de rock, menudo y un montonal de amigos. Al llegar, la mamá de Salvador les recibió y dijo qué bonita fuente, Ugo dijo es un regalo y la anfitrionamamá respondió, arrebatándosela ¡gracias! Y se fue con el cristal hermoso y transparente a seguir en su cocina llena de cilantro, chiltepines y borrachos. No permitió que Ugo corriera tras la fuente como pretendió, Don Beto a su oído dijo te daré otra, te daré más, no llores.
Un día, su cumpleaños, Don Beto le regaló una fuente primorosa (no hay otra palabra para describirla) de cristal. Estuvieron Ugo y ella en el hotel donde Don Beto se hospedaba, un lugar clandestino que incluso cerraban con candados, clausurado, y donde vivían varios personajes subterráneos. Elige, le dijo Don Beto: Cientos de figuras cristalinas habitaban un rincón del agónico cuartito, sostenidas y protegidas por la telaraña de la soledad, las que quieras, repitió. Se obstinó en tomar una solamente, que llevó como pastelito frágil en su mano mientras subían por poquito a gatas los cerros de Nogales hasta llegar a la casa de Salvador donde había una ¡fiesta sorpresa! para ella, con un grupo de rock, menudo y un montonal de amigos. Al llegar, la mamá de Salvador les recibió y dijo qué bonita fuente, Ugo dijo es un regalo y la anfitrionamamá respondió, arrebatándosela ¡gracias! Y se fue con el cristal hermoso y transparente a seguir en su cocina llena de cilantro, chiltepines y borrachos. No permitió que Ugo corriera tras la fuente como pretendió, Don Beto a su oído dijo te daré otra, te daré más, no llores.
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Como sea, el arrebatar, llorar, prometer fue un puente que ya no cruzaron... Te daré más.
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No fue así. Luego de ese día no lo vieron sino sólo de lejos, con sus globos, rodeado de otros vendedores ambulantes o de niños queriendo reventar su mercancía. Era un magnate, sosteniendo el palo donde amarraba el aire encerrado en los colores esféricos. Don Beto, el globero. Qué vida ésta.
No fue así. Luego de ese día no lo vieron sino sólo de lejos, con sus globos, rodeado de otros vendedores ambulantes o de niños queriendo reventar su mercancía. Era un magnate, sosteniendo el palo donde amarraba el aire encerrado en los colores esféricos. Don Beto, el globero. Qué vida ésta.
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2 comentarios:
ay, Fita.. me emociona este sitio!... tu casita, tus letras y los colores; qué bella foto agregaste!; qué confortable es venir a sentarse contigo y escucharte como lo hicieran los personajes de la película "La pequeña costurera"
un abrazo con minúscula
es más lindo ¿no?
Y cuántas promesas son puentes que ya no se vuelven a cruzar...
Una fuente es muchas cosas, cualquier objeto que queremos o nos entusiasma lo es.
Como un magnate que gracias a vos no es sólo un magnate.
Cómo disfruto de tus relatos!
Un beso.
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