viernes, 9 de mayo de 2008

Paso del Norte 3

“Desde el puente veo la tarde cómo se vuelve una naranja.”
Karla Sandomingo

Por la vía no se puede caminar. Hay letreros que indican que es propiedad privada y etcétera (entonces, no es que no se pueda, no se debe). Muchas personas lo hacen sin embargo. Porque se reduce el tiempo a la mitad y el esfuerzo a la tercera parte.

El tren va y viene (¿Qué todos los trenes van y todos los trenes vienen? ¿A poco?) y el riesgo depende de la velocidad, del oído, del lugar de la vía donde uno se encuentre…

Caminar sobre la vía ofrece premios. Desde allí y por el hecho de que se encuentra a todo su largo en alto, Cananea es un paisaje, dos, tres, muchos, sobre todo si nos detenemos sobre el arco del puente (allí que el tren no te agarre porque), y miramos hacia el norte, todo el barrio de Cananea Vieja, la calle del Puente, las otras callecitas y callejones, las casas tan de pueblo minero y más allá el Cerro de la Cruz, la Fundición, el Grasero, las montañas, la Mariquita, el Observatorio… hasta mi casa desde allí se ve. Si parados allí, sobre el puente volteamos hacia el sur, vemos El Ronquillo, la Mesa Sur, el Cuartel Militar, tantos árboles, y lejos un poco hacia el oeste, los represos, agua muerta, producto de la extracción del cobre, aunque parezca desde allí, del puente, un lejano mar.
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En muchas ocasiones regresábamos a casa después de irnos al baile mi hermana, amigas y yo, por esa calle, la del Puente, solitaria vereda pavimentada, casas oscurecidas, metidas en el sueño, frío la mayor parte de las veces. Entrábamos al puente haciendo ruido, tal vez hasta gritando. Sé que al llegar a la esquina donde doblábamos para subir a la otra calle, la de nuestra casa, justo en ese metro cuadrado, la banqueta estaba hueca, y con nuestros infaltables tacones resonaba el pavimento como en un tablado. Silbábamos aquella melodía de Bonanza (absurda exactitud del recuerdo) y bailábamos jóvenes y bellas. Sobrias, por supuestísimo. Vírgenes, a morir. Felices: ¡a huevo!! (¿webo, güevo, güebo?)

Hoy camino por allí con Mariana, vamos a la panadería, salimos del barrio, pasamos por el puente y ella grita para oírse en el eco. Después nos gusta regresar por allí mismo, repetir los pasos bajo el arco, subirnos a la estrecha banqueta que está a medio metro de la calle por la que los autos caminan, de uno en uno y sólo en una dirección, entrante (esa no es una dirección, al norte sí que lo es). Entrar a nuestro barrio, voltear y mirar el arbolito solitario, arriba, vigilante… Algunas veces, muy pocas, hemos tenido la suerte de pasar por abajo del puente mientras, arriba, el tren, a su vez, traqueteante pasa.

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