lunes, 22 de junio de 2009

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El Camino a casa ha sido en esta tarde muy largo. ¿Qué hace uno cuando camina? Piensa o bobea. Me dediqué a ambas actividades.

No puedo evitar las más de las veces que pienso o que bobeo (casi toda mi vida) sentir cómo el cristal me deja afuera. No, más bien me percato con facilidad de que todo lo demás está afuera. Es muy duro acatar esta certeza.
Para ver cualquier cosa, tenemos que salirnos. Para escribir un verbo tenemos que dejar de ejecutarlo. Sólo al alejarse se perciben los detalles. Es la soledad.

Ya casi para llegar, cruzo la vía como todos los días la cruzo (por lo menos cuatro veces, qué destino: Cruzadora de vías) y volteo a la derecha, hacia el norte, donde la vía y sus durmientes parece que se esfuman, allá en la lejanía... sé que no es así, me consta porque la he caminado, que los rieles y travesaños de esa escalera acostada que no va al cielo, llega a la curva y le da vuelta y es allí donde parece desvanecerse, pero sigue desenvolviéndose hasta que llega a la Estación de trenes. Desde allí es otro el cantar... ¿a dónde llega? no la he andado tanto. Creo que a Nogales.

Y pienso seriamente si morir podría ser, porque quisiera que así fuera, caminar sobre la vía y llegar.

Lloro, un llanto profundo y seco. No me atrevo a confesarme quién espero que esté al final, en alguna estación, esperando para abrazarme.
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