Puente 3
Arriba y abajo
Ella iba caminando, era una nochecita otoñal, tibia aún y allá lejos, pero a punto de estar cerca ve el puente y bajo el arco algún resabio de luz que, difuminada, es el eco de lo que el día fue. Va hacia el oeste, ningún caminante visible se dirige en dirección contraria. Ella siente curiosidad por saber de quién son los pasos que escucha atrás suyo desde hace minutos y voltea.
Es Miranda, quien le pide que la espere para caminar juntas. Lo hacen y al llegar a donde el puente presenta las opciones de subir o continuar descendiendo la calle, Miranda dice que ella sube. ¿Por qué -quiere saber ella, harás tal cosa, si así perderás tiempo y te cansarás bastante más? Y entonces Mir le contó aquello.
Le dice que era una noche de un otoño también como éste que recién empieza, no recuerda si hace uno o dos años. Miranda caminaba despreocupada aunque un poco estorbosamente porque en cada mano llevaba una bolsa llena de mercancía que acababa de comprar, y la calle, como sabemos, tiene una elevación que aunque no es muy perceptible allí está. Las bolsas, pesadas ambas, ya le estaban haciendo renegar –palabra de Mir-; veía hacia el arco del puente, deseando pasarlo, ya que a partir de él, la calle tiene un declive bastante favorecedor para el caminante. Cuando se fue acercando se percató que un hombre caminaba en dirección opuesta, hacia el este y no pensó absolutamente –énfasis de Mir en esta palabra- nada de tal hecho que, por otra parte es más que común. El hombre era de estatura regular y delgado, no se veía su rostro porque, aunque no era muy noche sí era otoño y ya se sabe. Mir ajustó automáticamente la posibilidad de saludarlo al cruzarse bajo el arco si: a) era alguien conocido o b) no era demasiado desconocido.
No alcanzó a elegir opción. Al momento de encontrarse, justo bajo el arco para peatones, el hombre aquel en un movimiento que Mir describe como felino y alevoso le hizo algo.
¿Te hizo algo, qué? Pregunta ella quien ha seguido la narración de Mir detenidas ambas al pie del puente.
Me agarró, dice Mir, desconsolada y en los ojos brillándole el escándalo. ¿Qué te agarró? Pregunta ella quien casi se divierte y casi se asusta ante las posibles respuestas.
Metió su mano caliente entre mis muslos y me apretó. Mir se cubre el rostro, casi llora... ¡Me apretó!
Mir dice que se quedó paralizada no sabe cuánto pero que su cuerpo temblaba cuando reaccionó y el hombre iba ya muy lejos. Nadie había que caminara cerca y desde los autos, dos o tres, dice, no cree que alguien haya visto algo porque sucedió abajo del arco. No solté las bolsas, esto en sus labios suena como autoreproche y, continúa, cuando me sobrepuse caminé con tanto coraje que ni cuenta me di cuando llegué a mi casa. Desde entonces no vuelvo a pasar abajo del arco y menos de noche.
Ella no puede convencerla de que es difícil que algo así se repita y Mir se va subiendo la pesada pendiente.
Cuando, sola, pasó se dio cuenta de que el arco mide de largo unos 5 metros ¿menos? Y que para cruzarlo se tarda uno ¿cuántos: dos, tres minutos? ¿Menos de uno?
Se apresuró.
Desde entonces no puede evitar cierto escozor y sobresalto cuando es noche y tiene que caminar por allí, ve a los caminantes, algunos son delgados y de estatura regular, a algunos no les puede ver el rostro. Pasa siempre apretando las piernas pero no puede negar la esperanza de sentir aquel susto descrito por Miranda, el temblor.
Aquella mano caliente.
Apretando.
2 comentarios:
¡Que historia tan jodida, jf, no nos atrevemos mucho a pensar que lo está deseando! He disfrutado mucho, tiene hasta suspense, y te deja después solito pensando. Te digo esto además; nadie pone "mano caliente" como tú. Esta shirtoria tiene toque mágico. Verdaderamente eres muy buena. Mucho nivel.
Sí, de acuerdo con Buch, es una historia dura. Y real.
Me gusta esto de los puentes. Me parece muy interesante. Me pregundo a dónde te llevará...
Me deja pensando. Puentes, como si fuera una palabra mágica.
Besos llevados a través de un puente de aire.
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