martes, 22 de julio de 2008

Amor eterno
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"Nogales, frontera / por donde quisiera / a mi suelo volver //
frontera querida / yo diera mi vida / por volverte a ver"
Canción: Sonora querida
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"Somos un pedazo de materia estelar que se enfrió por accidente."
Arthur Eddington

Lo que a continuación contaré se parece mucho a un acontecimiento de la vida real… ¿vida real? ¿Qué es eso? ¿Acaso es real porque pasó? El pasado ya no es real. En todo caso, lo que escribiré será real al escribirlo o cuando alguien lo lea. Si algún día alguien llega a leer lo que escribo, lo escrito será real, mas no la historia escrita.
Dejo eso de la realidad o irrealidad de la vida y/o de la literatura (que a casi nadie interesa, por cierto) y retomo:

Decía, pues (dije) que cualquier parecido con un acontecimiento de la vida real no es producto de la casualidad pero tampoco es lo contrario…

Un hombre demasiado grande.
Ese es Leonardo. Una vez al mes, a veces dos, o tres, llega a la casa. Una casa peculiar, sostenida con los recursos de un grupo estadounidense que busca ayudar a refugiados y malqueridos de todo tipo, extranjeros, políticos de izquierda, homosexuales, artistas desamparados. Allí oficia misa, o alguna ceremonia parecida. Sólo importe decir que llega, que preside un ritual, que es grande, que es norteamericano y que es el puente para que a esa poco común casa lleguen alimentos, ropa y dineros. Es, por unas dos o tres de estas especificaciones descriptivas, definitorias, calificativas, que algunas personas lo quieren. Poquito, no exageremos. Le quieren como se quiere la mano que da de comer, la que mece la cuna (ja) –recuérdese pago de renta y mobiliario. Como en días de frío queremos nuestra bufanda. Tal vez alguien le quiere de otra forma. No sé.

Era gordo y rubio.
Eso no importa. Sólo quiero contar que se enfermó lejos del pueblo fronterizo donde estaba la casa en la que vivían aquellos que un poco le querían y que le esperaban pero que no le esperaban tanto, porque más bien esperaban de la vida que los dejara cruzar al otro lado, que pudieran regresar a Guatemala, a Costa Rica, a Michoacán, a Huatabampo, que alguna vez dejaran de ser de oposición, que un día no tuvieran que esconder sus preferencias sexuales, que no se les rompiera el alma por querer decir, todo eso más bien anhelaban. Y Leonardo no volvió pero ellos ya se habían ido, uno a uno, como mazorca desgranada, vaciaron la casa, vendieron los muebles, rompieron las cortinas, se ausentaron, se murieron unos, se perdieron otros, los golpearon, se deshidrataron, malcomieron, cruzaron la línea, se enamoraron, otros se reprodujeron. Leonardo no volvió y ellos ni supieron.

Estaba enfermo ese hombre grande y obeso.
Estaba muy enfermo y en su lecho de gravemente enfermo, moribundo de sabe qué mal desconocido, llamó o encontró o coincidió con Sebastián y Manuel. Les decía una y otra vez: mis cenizas allá, mis cenizas allá, mis cenizas allá…

Quiso que sus cenizas.
Fueran tiradas, derramadas (¿sólo lo líquido se derrama?), desparramadas, esparcidas en Mazatlán, o Bahía de Kino o Puerto Peñasco, ya no recuerdo en que playa pensé en contar que Leonardo había dicho. Una playa mexicana sí dijo.

Como lo previne y anuncié, Leonardo se murió.
Fue cremado. Sus abundantes cenizas en un depósito (caja, bote ¿cómo se llama. Cenizario?). Sebastián y Manuel total y felizmente compenetrados con la misión asignada, viajaron hacia el primer punto (puerto, dijeron) antes de la playa mexicana: aquella ciudad fronteriza del norte donde la casa extraña, los habitantes de la casa desperdigados, donde un bar que se llama Frontera.

Donde decidieron beber un par de tragos.
Teléfono de por medio localizaron a exhabitantes de la rara casa (menos a los muertos, a los ilegales en países ajenos, a los indiferentes, a los demasiado idos mentalmente… a unos poquitos nomás, pues) y citáronlos en la mencionada cantina. Para recordar, honrar, llorar, gozar, gritar, patalear, embriagarse, vomitar, pelear (que se les daba) y despedir a Leonardo. Muchos de aquellos desperdigados granos que alguna vez fueron una mazorca habitacional llegaron, besaron las cenizas (en su contenedor), le cantaron, dijeron chingado cómo te moriste manito, moquearon, entraron al bar, salieron de la cantina, cayeron al suelo, los pisaron, babearon y etcétera. Leonardo, adiós.

No hay moraleja en este texto, creo. Y si la encuentra alguien, no fue intencional (paradoja: la moraleja nace de la intención, ja). Algo se me ocurre al respecto: Si vivos no podemos tener lo que queremos, muertos menos; si vivos no sabemos para qué deseamos lo que deseamos, muertos menos; si vivos creemos que somos parte del universo, muertos más seremos universo (convertidos en polvo, arena, ceniza, materia inclasificable). En otras palabras: uno no puede hablar de lo que no sabe.

Era sábado por la mañanita cuando los vi. Revoloteaban en los cubos de basura. Se nos perdió, oí que dijeron.

Manuel: ¿Se nos perdió?... Se TE perdió
Sebastián: TÚ lo traías
Manuel: No, cuando fui al baño te dije: aquí lo dejo, CUÍDALO
Sebastián: ¡No manches!
Manuel: ¿Dónde estará? ¡Jodido!

Fue una ¿desgracia, tragedia, broma cruel, maldita cosa, puto descuido, peda, cruda…? ¿Todo eso? ¿Para Sebastián, Manuel, para Leonardo?
No lo encontraron.
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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué lindo lo escribiste. Cuando alguien me lo contó en Tucson me pareció un relato increible.
Desde mi punto de vista superas esa misma historia.

Y sí; ¿cómo podríamos "asegurar" cualquier deseo nuestro postmortem se cumpla cabal o al mínimamente?,
podemos desear por ejemplo que nuestra muerte suceda mientras vijamos en un tren y luego que, por ejemplo, nuestros restos sean esparcidos por las narices de nuestros peores enemigos provocándoles un supremo esturnudo, pero jamás estaremos seguros de que suceda.
En fin, a lo mejor finalmente logremos quedar debajo de una cucaracha derrotada por un simple Raid matabichos suyo precio estuvo en oferta al dos por uno en el más barato supermercado.
En fin, eso sin contar el epitafio que queremos y que éste sea de lo más humillante... qué se yo!

Anónimo dijo...

Joder, que maravilla de relato. Qué bonito. A mi me parece bonito. No hay moraleja que esté a la altura de lo bien contado que está esta magnífica historia.

Anónimo dijo...

Mi memoria de teflón insistía que debía volverte a leer, y chale, no se equivocaba.
Ahora, bueno hace "Horas de Junio" Pina nos presentó (sólo nos conocemos de nombre, o de reojo creo) y me dijo que te escuchara. No pude quedarme pero aquí rastreando te encuentro.
Saludos
Eva

Anónimo dijo...

Me has hecho reír mucho! Con un montón de cosas. Y como estoy medio dormida ya, en otro momento te diré detalles... jejeje

Besos, Jo. Un montón.

nacho dijo...

Hola Jsf, aquí echando un ojo a tus letras. Buen texto. Arando, la muerte nos selecciona, luego lo desconocido. un beso hasta la ciudad del cobre. nacho mondaca.