miércoles, 12 de abril de 2006


Hay algunas noches, muy pocas, extrañísimas horas nocturnas durante las cuales nada parece cierto.
Anoche. Escuchaba un ruido difícilmente atribuible a lo común, gatos, perros, autos, viento, ebrios trastabillando. Abrí las cortinas y me topé con una noche de estas, una habitación fantasmal, llena de luz lunar, un territorio recién nevado parecía. No sé la hora, tal vez medianoche ya. Pero el ruido.
¿De dónde procedía? Al buscar su origen, mi mirada, luego de enfocar por entre los árboles blancos, como lavaditos, tropezó con dos figuras que no era posible que allí estuvieran, blancas ambas, inmóviles aparentemente, todo suspendido, ni un andante, ni un sonido, sólo el metálico que el hocico de uno de los caballos producía al saquear un depósito para basura. Era grande, tal vez una yegua, el otro bastante más pequeño, quizá su hijo, la miraba desde la acera de enfrente, justo delante de la casa blanca. Floté hacia un paisaje onírico, blanco y luminoso, lleno de silencio, mirándolos, hasta que decidieron irse.
Les dije adiós casi llorando.

Ni voltearon a verme.

No hay comentarios.: