jueves, 13 de julio de 2006

Conocí a Mary en la central de autobuses de Hermosillo un jueves, mientras esperaba por un camión a Cananea. Se acercó y vi sus dientes blancos, me impresionó su cordialidad, la belleza y lo limpio de sus ojos, la inteligencia en sus palabras... hablaba de dios, me cuestionaba por mi vida, exigía tiernamente que yo le respondiera; temí no llenar sus expectativas y enmudecí mientras ella desplegaba un rosario de calamidades que nos esperan, que esperan por ti, dijo, si continúo pecando y como ejemplo del pecado de la carne me señaló un taxista rubio y flaco que afuera esperaba por clientes y de él me dijo: lo conozco, sólo quiere sexo, su destino es el infierno. Pasó casi una hora contándome cómo una vez, sólo una vez, énfasis conmovedor en este dato “me convenció, me tocó con sus llamas lujuriosas”. Y cómo ese hombre sin amor ahora finge no reconocerla, ha de creer que voy a hablar de él, me dijo, ni loca que estuviera.
Mary decía del cielo, el paraíso... la biblia. Me dejó esperando ya no supe qué y me regaló una revista. La vi mientras se iba agitando su mano, despidiéndose de una pecadora como yo que ni siquiera pude responder si creía en Dios.
Todavía tuve tiempo de ver cómo el pecador taxista se carcajeaba con amigos, allá afuera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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