sábado, 26 de agosto de 2006

Si me paro frente a la ventana que da al sur podré después decir que vi la vida pasar. (Supongo que puedo afirmar lo mismo si me siento). Veo que un hombre carga, arrastrándolo, un bloque de hielo; pasan autos, que con gente adentro se mueven hacia el oeste, hacia el este; algunas personas cruzan la calle, de norte a sur, de sur a norte; gritan algunos niños, señoras detenidas en la acera, conversan. Llueve repentinamente y se ve la vida correr, y los arroyos pasar. Eso es la vida.

Si volteo y miro hacia el norte, de espaldas a la ventana, veré también adentro de este local la vida: hay gente sentada, parada, leyendo, otros escriben, se rascan, estornudan. Alguien toma un libro, se oyen las teclas que son aplastadas, las luces están encendidas. Una pareja cuchichea allá lejos. Eso es la vida.

Ahora, si yo estoy parada (o sentada que me parece ya dije que no hace diferencia la posición) en medio de la vida, la de adentro, la de afuera, la de los puntos cardinales, no logro explicarme cuándo podré salir de esa línea que me mantiene viendo.

Y tratando de escribir lo que veo.

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