lunes, 31 de julio de 2006

Huélliga.

(Huella que deja el pie en la tierra.)

Sólo basta un descuido y por la apenas y sabe desde cuando entreabierta ventana de las ocupaciones diarias, de pronto ya estamos pensando… Sí, allí estamos, o allá, dejamos la biblioteca, nos alejamos de ver a los niños que con su seriedad feliz pintan el cielo, la tierra y el infierno: y cuándo una paloma se atravesó en la mirada, y como su revoloteo nos puso en otra sintonía. En ésta.
Qué me hace pensar en tus manos. En la sensación gratificante de que tu mano grande cubra mi cara. Pienso en las huellas de tu mano…
Y ya estoy en otro sitio. Buscando el por qué y el para qué de las huellas. Y no hay tal. Están, se usan para. Sólo sé que esas líneas, arrugas o dibujos, a su vez son huellas del caminar de los mundos líquidos que nos rodearon antes de nacer. Los ríos, arroyos y cascadas amnióticos hollaron nuestra piel, fueron las caricias primeras. Son cicatrices del amor mojado.

(Huella.- Rastro, seña, vestigio que deja alguien o algo.) Tenía que decirlo.

viernes, 28 de julio de 2006

De venirse
a los amorosos digo:
deben irse

El ruido mojado
que nace de la noche
lloviznada

cómo me despierta enfangada y manoteando tu recuerdo
cuánto desearía que tus manos me salvaran del insomne naufragar
en este mar de gotas dulces

jueves, 27 de julio de 2006


Un verano interminablemente caliente.

Fueron las últimas vacaciones pasadas con sus primos, en California.
Lentas, amodorradas las mañanas; espaciosas comidas a media tarde con parientes, vecinos, gente buscando qué hacer sin mucho esfuerzo, un lugar y espacio donde vaciar ese tiempo que a veces, ya casi nunca, nos sobra.
Allí conoció a Leonel, luego de que como todas las tardes después de la extensa comida, los padres ahuyentaban a los hijos. Que se fueran lo más lejos posible, pero cuidadito, decían, en una inútil y rara vez escuchada advertencia.
Y ella recuerda que la casa de madera blanca de su tía había sido construida con escondites a granel que siempre les despertaban a manotazos las rojas ganas de jugar “¡a las escondidas!”, gritaba siempre alguien, se mencionaban las reglas, siempre las mismas, siempre diferentes, y el juego se desenrollaba como una alfombra roja por la que desfilaban gritos, sobresaltos, empujones, llantos, carcajadas silenciadas con algún pellizcón de los más fuertes y represores.
Aquel día. Ella lo recuerda como si de una película vista repetidamente se tratara. Todo como aquí lo he contado. Y como seguiré:
Corrieron a esconderse, ella no sabe cómo se le ocurrió meterse a aquel enorme ropero donde estaban colgadas algunas invernales prendas, detrás de ella entró Leonel, con su cabeza de león, sus garras y colmillos que imaginó despedazándola. Quiso salir, pero ya habían entrado 3, 4, 5, no sabe cuántos más, ni quiénes. Buscando borrar la incomodidad movieron piernas y brazos, las manos encontraron su cuerpo acurrucado atrás del olvidado invierno, quién la tocó primero, nunca lo sabrá, después lo hicieron todos. Las manos eran olas subiendo y frotando, lastimando alguna de ellas, con temor alguna otra.
Dijo no, dijo qué tienen, dijo suéltenme, dijo voy a gritar. Cuánto sería, diez ardorosos minutos solamente. Quizá más, ella no quería que la tocaran. Ella no deseaba que dejaran de acariciarla.
Susurros, alguien dijo ya me voy, otro dijo yo también. Salieron como gotas encandiladas hasta que sólo Leonel se quedó ocupando todo el espacio que ella no ocupaba. Leonel que la miraba en la oscuridad con los brillantes y felinos ojos. Leonel que se ocupaba de revisar para reconocer esa piel de ella que alguna vez había soñado, Leonel que bailaba alguna melodía flotando en el mar de los ahogados, Leonel besándola, a ella, a quien no había nadie besado. Un beso grande que le quitó la ropa que ya ardía, una lengua que entró en su cuerpo y aún ahora se mueve en su vientre cada vez que toca un abrigo…
(quiero continuar)

miércoles, 26 de julio de 2006

¿Y si se seca? La observación después de todo no era tan absurda o infantil, todos quisimos decir sí es cierto, tal vez para cuando lleguemos el mar se seque. Como Mariana casi temió.
Cuánto calor para llegar a Kino. Y para acomodarnos. Las tantas personas que éramos, todos convertidos en líquidos y humeantes, con el puro anhelo de encontrar la sombra frente al mar, el alimento junto al mar, de encontrar ese montón de sal y agua que se viene y que se va…

Mariana conoció el mar. Y el mar la conoció, conocieron sus pies yendo y viniendo las olas, la arena de la playa, las gaviotas. Oyeron sus carcajadas las conchitas, y sus gritos las algas. Mariana fue feliz el domingo en el mar. Santiago disfrutó con ella. Yo fui feliz viendo la felicidad de mis hijos.

(Pero el mar es aquello que nos espera
luego de nuestra playa que creemos es eterna
Y nos abrigará después de todo el frío
y de la ausencia
Seremos un pedazo de alga, un granito de la arena
que está allá, en el fondo
sin sentir, sin ver, sin nada
una partícula más entre millones…)

martes, 25 de julio de 2006

“En mí / sólo existes / de regreso / De otra manera / Ocupas lo nombrado / Lo de antes"

"Hablar de uno / avergüenza / Se pierden / los momentos / sacudiendo mentiras / Nos miramos / y sabemos lo que somos / Y eso / Eso jode"

Jacqueline Goldberg


Inventamos constantemente. A diario. En ocasiones creyendo nuestros embustes; otras, carcajeándonos. No sabemos decirnos, construimos para eso el andamiaje de las palabras.
Así, porque no puedo (me duele, lastima, cansa el intentarlo),decir quién soy, tejo con esmero, paciencia, y pulcritud, máscaras de materia lingüística, una para cada ocasión, para cada día, para cada interlocutor. Esto me sirve para no mirarme. Para que no me miren.

miércoles, 19 de julio de 2006

Algunos poemas casi ajenos
¿En qué momento dejamos de ser público entusiasta / para ser parte del show / y la rutina diarias?

Soy eclipse anulado / no hay gallina / que se eche a dormir en mi presencia


Anochece la lluvia entera / y me dispongo a soltar los nudos / para recordar tus gotas


De Ugo

No aprendí del ajedrez / más que tus dedos / moviendo los alfiles

Ven

A ver si vuelvo a sentir algo / a ver si con tus manos / me transformo en polvo lloviznado

Ven / a ver si con tu voz /sobre mi lengua / me vuelvo agüita azucarada

Ven / A ver si resucito / con tu aroma


Al morir
en el recuerdo aglutinado
quedará tu mordida sigilosa
no habrá sangre escurriendo
ni nube deshilada
sólo canicas rebotando
estarán allí para olvidarme


te tiré al polvo / te aventé al olvido / pisoteé con silencios / tu recuerdo


Qué será de esa piedrita / que se llevó el río / y que tuviste feliz / entre los dedos

dónde están tus dedos / devorados /con paciencia / en los gusanos de la muerte

qué fue de tu felicidad

aquélla / que fue mía / cuando fui una piedrita /
feliz entre tus dedos


martes, 18 de julio de 2006

Estas no son palabras, son colores. El cielo pistache, la cera de carne, lunar plata, humo de espejos y alas, sangre cobriza, arcoiris fronterizo…

Quiero contarle a alguien. Decirle del nombre del rojo cinabrio. Hablarle de elefantes y dragones, de la sangre que se derrama en la tierra.


El cielo es lila o gris, las gotas no tienen color, se resbalan en el incoloro vidrio de las ventanas, los árboles son el verde moviéndose, la barda ploma sólo se moja. Llueve.

Leo y leo acerca del color y descubro a un cervecero británico que debió vivir en Sonora y que creó, gracias a su cerveza, el tintómetro de Lovibond.

En otras, muy distintas palabras y estilo, un libro me habla de por qué veremos siempre un corazón rojo, una hoja verde, un cielo azul, aunque esté en penumbras, casi a oscuras. Tus ojos tan dulces, tu lengua siempre húmeda, las palabras iluminadas...

Me maravillo de saber que: No existe el negro, es sólo una sensación no un color.

Y el libro que tal vez nunca terminaré (porque sé que otros libros me están ya jalando con más fuerza), es Los lenguajes del color, de Eulalio Ferrer.

lunes, 17 de julio de 2006

“Ella era ciega y él sordo.
Ninguno de los dos se dio cuenta cuando el otro se fue.”


Ámbar Past


Ella era mujer y él hombre
Ninguno de los tres se dio cuenta cuando el otro llegó

Ella era virgen y él soñador
Ninguno de los dos se dio cuenta cuando el otro murió


Ella era luciérnaga y él oscuridad
Ninguno de los dos pudo calentarse jamás

No me da para más. O sí. Pero por hoy prefiero abstenerme. Y decir que trabajar con niños es muy fácil pero tan difícil. Es decir, sigo en el plagio, pero otro

viernes, 14 de julio de 2006

Dos poemas sin dedicatoria (dedicación -diría el Gato)

Suave te toco, amor.
Dormido

Estás como en tinieblas
suspendido en el sudor
del deseo indiferente
casi
del sueño
en que me sueñas
te sueño
y nos soñamos

Ambos a uno

Sueño contigo
sueñas conmigo
y estamos en mutua compañía
en nuestro dormir
en esta cama
silenciosa
que no sueña
ni soñamos



Todas estas horas que me paso recordando
tu mordida
el olor dulzón de tus axilas
la mirada que tuviste
al irme...

Todo este sabor salado
y escurrido
me revienta el alma
y el deseo
de que el tiempo no transcurra

Que no siga transcurriendo
y se devuelva
que volvamos a estar juntos
mi amorcito
mi dolor pa’ siempre

Pd: Recado para el Sol: no puedo creerlo: toda esta semana he salido con una sombrilla.


jueves, 13 de julio de 2006

Conocí a Mary en la central de autobuses de Hermosillo un jueves, mientras esperaba por un camión a Cananea. Se acercó y vi sus dientes blancos, me impresionó su cordialidad, la belleza y lo limpio de sus ojos, la inteligencia en sus palabras... hablaba de dios, me cuestionaba por mi vida, exigía tiernamente que yo le respondiera; temí no llenar sus expectativas y enmudecí mientras ella desplegaba un rosario de calamidades que nos esperan, que esperan por ti, dijo, si continúo pecando y como ejemplo del pecado de la carne me señaló un taxista rubio y flaco que afuera esperaba por clientes y de él me dijo: lo conozco, sólo quiere sexo, su destino es el infierno. Pasó casi una hora contándome cómo una vez, sólo una vez, énfasis conmovedor en este dato “me convenció, me tocó con sus llamas lujuriosas”. Y cómo ese hombre sin amor ahora finge no reconocerla, ha de creer que voy a hablar de él, me dijo, ni loca que estuviera.
Mary decía del cielo, el paraíso... la biblia. Me dejó esperando ya no supe qué y me regaló una revista. La vi mientras se iba agitando su mano, despidiéndose de una pecadora como yo que ni siquiera pude responder si creía en Dios.
Todavía tuve tiempo de ver cómo el pecador taxista se carcajeaba con amigos, allá afuera.

miércoles, 12 de julio de 2006

“Temes
que yo diga un día
en cualquier esquina
que tú fuiste mío
en una aventura
donde no hubo amor”

Canción: “Temes”

Hay que escribir algo al respecto. Lo haré mañana, ya que sea jueves, ya que sea 13…


Pd:Se aceptan sugerencias

martes, 11 de julio de 2006

“Las mujeres buscan en sus camas
algo que no es hombre
Ni mujer
Algo que los hombres tampoco encuentran”
Ámbar Past

Se camina porque se busca.
A veces el camino es cruel y solitario.
En otras ocasiones caminamos sobre almohadas, encima de las plumas, y cada paso es pura miel.
A oscuras creemos avanzar, a veces con la luz nos encandilamos creyendo que hemos llegado.
Pisamos con cuidado para no ensuciar a veces, a veces para no lastimar a los que se han tirado de puro agobio dolorido, a veces para no lastimar nuestra pisada con la espina, siempre hemos de ser caminantes cuidadosos.

Pero vamos y vamos caminando como si de verdad creyésemos que caminar nos hará llegar. Como si caminar nos ofreciera la posibilidad de encontrar. Como si al momento de encontrar lo que no sabemos que buscamos lo pudiéramos reconocer y decir hasta aquí llegué, no necesito más caminar, ni buscar. Lo he encontrado.

No. Algo que no es hombre ni mujer, ni es seco ni mojado, ni de aquí ni de allá, no es tiempo, no es espacio... Algo que no es. Algo que nunca encontraremos.

Anoche no dormí. Casi no pude. Los sueños no dejaban que buscara. El sobresalto no me dejó encontrar. La soledad me picó toda la noche los ojos.

lunes, 10 de julio de 2006

Para Omar, bibliotecario
“Te diré un secreto –continuó, mientras caminaba junto a ella-. Hay una sola cosa en el mundo que me da miedo.
-¡Y cuál es? –preguntó Dorotea-. ¿El granjero Mascón que te hizo?
-No –replicó el espantapájaros-. Una cerilla encendida.”

El mago de Oz, L. Frank Baum

Igual, supongo, podría responder un libro, ni modo que de quemazones no sepa, enterado como está de incendios, intolerancia y miedos (que es lo mismo). Un libro sabe, más que un espantapájaros (que, además, tiene la cabeza rellena de paja, como sabemos), lo que es la combustión, la historia, la ignorancia, cómo es que las llamas crecen, cómo alimentamos hogueras con papel…
Pero si yo fuera un libro, que nunca lo seré, y no sé si decir: afortunadamente, o por desgracia, temería si no igual que al fuego, sí de una manera muy cercana, al agua.
Al agua que moja y devora la tinta, al agua que convierte en pulpa al papel.
A la lluvia temimos por estos últimos tres días. Un ruido tremendo, que sonó a golpe, porrazo, quebradura, caída, desastre, nos gritó que algo había ocurrido en los techos de esta biblioteca. Visitas de expertos en techos, escaleras, y el anuncio, desde el viernes: “si llueve se va a meter toooooooda el agua”, nos dijeron. La rotura de lámina ubicada encima del depósito de libros, del centro de cómputo, de los archivos. Nada hicimos porque nada se podía hacer. Sólo pensar en los libros flotando, hundidos, nadando, naufragados en la lluvia de este verano.

Lunes: láminas nuevas, martilleo, deshacerse de lo roto, desgastado, viejo, y muerto. El anuncio: “ya quedó listo”
Y a pesar de los truenos, de las nubes negras y gordas, de las lloviznas que son precursoras de, no llovió. No cae el agua. Nada nos moja.

Ahora, como no soy un libro, desgraciadamente, o por fortuna, mi temor es que no llueva. Y saldré a las calles de mi corazón a cantar, a pedir porque la lluvia, a bailar para que el agua vuelva.

Pd: Mariana me ha pedido por tercera ocasión que lea para ella El mago de Oz. No quiero saber por qué le gusta tanto.

viernes, 7 de julio de 2006

¿Qué venía a escribir?, díganme, dedos (puedo decir teclado, pantalla, letras, y nadie responderá): ¿qué quería decir?

Porque pasado un rato lo olvidé porque el viento, porque un papel, porque los libros, porque pensé cuánto falta para noviembre y me dio gusto, porque supe que es viernes y me asusté, tomé agua, vino a mi memoria algún durazno, me pregunté qué pasa con los muertos, con algunos. Me olvidé.

Despertar es recordar nos dicen. Pareciera que en el sueño o en el dormir nos olvidamos de nosotros y es tan fácil irse, caminar otros caminos, dejarnos como asunto ya solucionado en una carpeta, aventar nuestro cuerpo en una cama para olvidar cómo es el tacto de esa piel, cómo es que vemos con aquellos olvidados ojos ahora cerrados, no recordar sino hasta la mañana cómo la sombra nos persigue sin cansarse (por lo menos no aparenta estar cansada). Al dormir no estamos. El olvido es eso.

Despertar sería lo contrario, pero en algunos casos no se puede, ya no hay marcha atrás. Lo olvidado ya no vuelve.

jueves, 6 de julio de 2006

¿Qué año sería, el 69 del siglo pasado? Tal vez. Mientras el país, mi hermana, otras niñas y yo jugábamos a la escuelita, con la seriedad con la que los niños juegan, sentada como alumna aplicada en un cajón de madera en el corral de mi casa, sentí que me miraban fijamente. Volteé y vi primero el cabello rubio de un niño que apenas alcanzaba a asomarse por encima del cerco trasero. Me cerró un ojo. Me espanté tanto que dejé el juego tirado. De allí en adelante ese niño me espantó durante todos los periodos vacacionales en los que llegaba de visita con los vecinos, sus tíos.

En los setenta, a finales de esa década, hubo en Cananea una discoteca, la primera de este pueblo, se llamaba “Crazy Horse”. Allí, el niño que diez años antes era pequeñito y yo que en ese entonces jugaba más que antes, bailamos… No rompas mi corazón

1994. Fila larguísima mientras veíamos las nubes que más que presagiar amenazaban con derramar su lluvia sobre las elecciones. Y lo hicieron. Qué votación más inútil, salieron a tirar su voto adentro de las urnas personas que nunca antes lo hicieron… allí, cuando el diluvio anunciado llegó, todos o los que pudimos, corrimos hacia un sitio para escampar… la tía de aquel niño me contó, me dijo llorando: anoche a Raúl lo golpearon, está muy grave. Llamé a Hermosillo. Creo a Pina, le dije visítalo, no sé, el tiempo nos lleva a inventar, casi ni estoy segura de los sustos, los bailes, los besos, las pláticas, las cartas que me envió, las que yo le envié, las fotos, su rostro cuando fue niño. Estoy cierta de que se murió. Oh, sí. Se murió.

Pinches elecciones tristes, es todo cuanto de ellas recuerdo. Inútiles, llenas de agua corriendo como pocas veces por las calles y la triste, lamentable y dolorosa muerte del Raúl, “Caballo loco” para siempre.

La tristeza está aquí otra vez.

martes, 4 de julio de 2006

¿Qué es la lluvia sino agua que cae, agua que se despedaza, que se va, que no se queda? ¿Qué es la lluvia sino horas de mojada placidez y desencanto?

Una lluvia que se antoja dulce, como nieve de arándanos, o de níspero, de higos… o lo que es lo mismo, otra versión de “¿y tu nieve de qué la quieres?”
Como si pedir fuera tan fácil. Como si después de algunos años uno creyera en el pedir. Como si al pedir realmente esperásemos respuesta.
Dar, en cambio, sigue siendo fácil. Y natural. Como dejar que los frutos caigan, que las hojas vuelen. Dar es como llover.