lunes, 28 de mayo de 2007

El que con lobos anda


El lobo le enseñó. La primera vez fue el susto. Bajo los árboles nocturnos, y sofocada por el canto de los grillos de la pueblerina plaza de su adolescencia sintió su lengua primera. El corazón desbocado, la sorpresa, la maravillosa sensación. Después vinieron otras, muchas veces en las que ella y el lobo buscaban la oscuridad, las escaleras de aquel salón de baile en las que otras parejas también se refugiaron deseando aprehender el temblor, memorizar las olas. En la candorosa clandestinidad los labios aprendieron pronto las lecciones, y buscaron aquella otra textura con anhelo. Ella recuerda cómo en los sueños los labios se encontraban y llevaron a otros mojados sitios, probando los sabores uno y muchos que de la boca nacieron.

Alguien, luego de muchos años de aquella enseñanza preguntó, creemos que con asombro, quién te enseñó a besar, ella dijo casi con orgullo el lobo. Y así fue.

Pero los besos pasan, el aullido corre y nuestros colmillos son otros filos. Nosotros también.

Hace unos días encontró restos de aquel lobo. Seré breve al reseñarlo: estaba sin desearlo (prefiere fiestas donde también haya hombres, no sé ni por qué lo aclaro) en una fiesta para mujeres y al empezar el show travesti encontró, un tanto extraviada tras kilos (nótese la exageración) de maquillaje, la mirada cansada de un lobo viejo. En el maullido lastimero con que concluyó su representación se notó que él también la reconoció. Lo sé. Y no le importa: los grillos, aquellos, están muertos, la plaza perdida, los sueños ausentes.

Yo, para qué mentir, no me acuerdo de él, aunque a veces alguna saliva me recuerda su olor y el inolvidable dulzor de su lengua caliente.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Vaya, esto tiene temperatura! Todavía no te tengo pillado el estilo, pero me ha gustado. Dime ¿Se elevará aun la temperatura un poco más? ¿O esto era una muestra?

¿O nada es cierto, de todo esto?

Besos.

Bernyciento dijo...

Sudo, me sofoco y luego pienso en lo que existe y nunca ha sido y en lo que es y nunca ha existido... Besos desde el rincón... ;-***... La espero... ;-)...

Unknown dijo...

Recuerdo que yo era el señor Talbott y entraba al cuarto de mi hija para asustarla. Me transformaba -en esa época usaba barba- en el hombre lobo.

Me fui de tema.


El que con lobos anda aprende a amar la luna -tal vez ellos la aborrezcan-, aprende a sentir el olor fresco de la sangre, a aullar por falta de








besos.

Anónimo dijo...

=)
Recuerdo mis épocas de bosque oscuro y de lobo.

Ahora toca caminar en la claridad del sol. También hay oscuridad, ahí, je. Bella oscuridad, por cierto. Aunque distinta.

Besos
(erBuch!jeje)

Anónimo dijo...

¡¡MAri, nos vamos encontrando!! ¿eh? No te chives a Isabel de que mis galgos andan sueltos, por dios...

JeJo dijo...

Hola
Me gustan los lobos...
Y como escribís también ...