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"Chiltepín: Aunque su principal uso es alimenticio, también tiene uso medicinal y ceremonial entre algunos grupos indígenas de la sierra de Sonora.
En Sonora, es inconcebible sentarse a la mesa a degustar cualquier platillo sin tener a la mano un frasco con chiltepines. Ya sea en fresco, seco, ó en vinagre, este condimento es infaltable en la cocina sonorense. Su uso agrega un toque muy picoso a los platillos, sin hacerlos perder su sabor original.
El chiltepín brinda identidad regional a los sonorenses, ya que para algunos es símbolo de valentía, hombría, fortaleza, y coraje.
Precaución: si utiliza los dedos para tronar el chiltepin, este causará gran irritación en las mucosas como los ojos, nariz y piel sensible, por lo que se recomienda utilizar una servilleta y desecharla"
Se conocieron desde niñas. Físicamente se parecían, aunque tal apreciación no diga mucho, porque su parecido radicaba en que ni una ni otra tenía nada destacable, ni morenas, ni blancas, ni delgadas ni gordas, ni altas o chaparritas, ni feas ni bonitas. Hubo siempre entre ellas amistad, aunque no esa que nace del afecto sino la peculiar que nace de la necesidad de crear estrategias para sobrevivir. Conocer a otros nos permite manipular sus reacciones. María y Santa eran amigas. Así.
Tuvieron amiguitos, novios, amantes, esposos, nunca compartidos, parte de su unión era la fidelidad como escudo, la lealtad como coraza. María enviudó, Santa fue dejada. Sin hijos, solas, ambas se ocuparon en llenar sus noches de licor y de hombres. Un tiempo.
Luego María conoció a Francisco y pareció que las noches eran charcos llenos de placer seguro.Pero nada permanece, nada se detiene, la arena cae, el agua corre, todas esas obviedades… Y Francisco conoció a Celia. Entonces fue el ahogo, el patalear en el pantano para hundirse y tragar arena mojada de despecho. Siempre con Santa, la noria, acuciosa, acezante, moliendo. Y Francisco se les iba de las manos y ellas suponían con razón, que con ella, aquélla, la otra. Más bella por supuesto, más joven indudablemente, más lista quién sabe, porque Francisco no era, nunca fue lo que se llama un buen partido, feo, flojo, barrigón, sangre pesada. Aún ahora, María se pregunta qué es lo que la ató sin remedio a ese mal hombre, infiel hasta la médula… como todos los hombres, apunta Santa desde una esquina.
La idea fue de Santa, claro. No, manita, no puedes permitirlo dijo un día y planearon el desquite.
Sabían dónde trabajaba Celia, la siguieron varios días, supieron horarios y que el jueves Francisco no la vería. Ese día será, decidió Santa, brillándole en la saliva el desquite por su propia y maltratada vida. Y allí estuvieron, esperándola afuera, en la oscuridad. Cuando Celia salió de trabajar la abordaron y argumentando que había que hablar lograron sin esfuerzo que se subiera al auto. Celia se sentó en medio de ambas con la valentía de quien se sabe bella y la ganadora en ese concurso donde compite con dos mujeres insignificantes, par de feas y mediocres, incluso se dijo. Pero no sabía.
Celia empezó apenas a sobresaltarse cuando, en absoluto silencio, el auto se alejó del pueblo, hacia la oscura soledad de las afueras. El rosario de preguntas: a dónde me llevan qué quieren qué van a hacer a dónde van que quieren de mí qué buscan, luego el de amenazas: van a ver le diré a Francisco para que se las arregle no saben con quién se meten se van a arrepentir; cuando detuvieron el auto, el rosario era de súplicas: por favorcito déjenme no me hagan nada…
No sabía, no imaginaba.
Hasta que estuvieron allí, estacionadas a un lado del camino, las dos mujeres voltearon a ver a Celia e iniciaron con su letanía de insultos y acusaciones, hasta traidora le llamaron y eso es curioso porque Celia ni las conocía, nunca habló con ellas antes. Del traidor verdadero nadie habló, sólo dijeron al respecto para que ya no te metas con hombres ajenos, o eso te enseñará a respetar a hombres que tienen dueña.
María y Santa lo hicieron casi mecánicamente, con pasos ensayados, aprendidos de memoria. Celia, como ni siquiera en sus pesadillas vio antes el libreto, no supo nunca qué decir, sólo gritó.
Tápale la boca, se oyó ordenar a Santa. Lo único difícil para las amigas fue quitarle la pantimedia. Hecho esto, lo demás fue sencillo. Celia creyó que moriría, sintió que se moría, quiso morirse: Aquellos chiltepines molidos que restregaron en sus genitales y la hicieron arder, no le dejaron oír las frases soeces, méteselos decía María, que le enchilen todo. No escuchó las preguntas no que te gustaba mucho, aguántate, las groserías, no que muy caliente…
Celia gritó y lloró hasta que no pudo. La encontraron inconsciente cerca del pueblo, tuvieron que hospitalizarla, dejó de trabajar casi un mes. María y Santa se fueron a dormir y de sus casas las llevaron presas. Ya salieron, sin pizca de remordimiento. De Francisco nadie sabe nada.
PD: “Un chilito 'caliente' » La palabra "Chiltepín" se cree que se deriva de la combinación de las palabras "chile" + "tecpintl" (de la lengua náhuatl), significado "Chile pulga" en alusión a su mordedura aguda.
2 comentarios:
Je. Pues lo dicho. Honestidad leo acá.
Todo el relato es de nivel, pero te aseguro que no recuerdo haber leído un tan principio tan extraordinario, tan poético y a la vez desde hace mucho tiempo. Me llama mucho la atención el rencor de Santa. Es muy curioso. Pero sobre todo ma ha gustado la "sangre pesada". Dos palabras que lo resumen todo. Y luego pierdes de vista el chile, y lo vuelves a ver al final. Espectacular, en serio. ¡Guau!
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