miércoles, 5 de abril de 2006

"Derramo con estrépito / dentro de un cesto viejo / tus recuerdos // Se filtran y caen con desconsuelo / por la acera // Se ponen a jugar / canicas en el polvoriento olvido / se soban las rodillas / y se van // gimiendo"
El problema no es el olvido. El que sí resulta ser una astilla en el ojo es el recuerdo. Olvidar es fácil, una estrategia de supervivencia, un recurso para caer de nuevo, ya sabemos, con esa piedra, lisa ya de tanto con ella tropezarnos. Pero qué hacer con el recuerdo, esa... cosa, de qué otra manera llamar al aroma, al tacto, al sueño y las visiones que no son ni aroma, tacto, sueño ni visiones, así como tampoco resultan ser melodías, ni voces, ni es aquella piel y su perfume tibio lo que hoy nos llega de la nada, ni la mirada que nos ve desde estos ojos es aquella tan dulce.
Y los recuerdos tampoco son recuerdos verdaderos. Los creamos, rehacemos una experiencia de tanto repasarla, transformamos a nuestros muertos en aquellos personajes que tal vez hubieran podido ser... ¿Cuándo anduve descalza sobre un muelle lleno de marinos? recuerdo que era niña, y el muelle era californiano. No creo en los recuerdos. Vivo construyéndolos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me pregunto si será posible el plagio de recuerdos... es decir, si alguien (sin tal afán, pero sí auxiliado por un hado) de pronto se coloca en el lugar de tus recuerdos y los toma prestados o los roba.
Dicen que no, pero ¿qué tal y sí?
A veces pienso que Mariana está tomando ese sitio (o al menos tengo la idea de que los vive para que los observes en vivo; no en una imagen virtual o en la memoria, sino en casa y sólo para tus ojos).