martes, 9 de enero de 2007

Principios de la década de los setenta. Estaba en secundaria cuando nos entregaron algunas cartas de niños del país para que las respondiéramos, no hubo ninguna niña tan entusiasmada como yo por hacerlo. De las que respondí, recuerdo dos: un niño que se llamaba (deseo de todo corazón que aún se llame) Ambrosio Santiesteban Arzate (cómo olvidar ese nombre), su dirección era en Tijuana y nos escribimos dos tres cartas; otro, José Carlos Cabrera, en el Defe, Col. Clavería, luego en la Narvarte, muchas cartas, años intercambiándolas, crecimos escribiéndonos, por lo menos cuatro años lo hicimos, gracias al azar que hizo llegar a mis infantiles manos su primera (dónde estará, qué hará, cómo será, nunca lo conocí, él a mí sí, yo una provinciana de los fríos, él un niño de la ciudad –la única ciudad, decía Humberto-. José Carlos era músico, baterista, y me envió fotos, muchas- de su escuela, tarjetas navideñas, invitaciones a tocadas de su grupo… ¿dónde, José Carlos, que no supe nunca?). Después, empezó mi peregrinar entusiasta en el envío de cartas, escribí a personas que ponían (botellas al mar) su dirección en la revista “Rutas de Pasión” (actores italianos que moldearon mis gustos masculinos…jajaja ¿será?) Y así, me carteaba con Max (¡hola, Máximo argentino!) Luis Da Costa, de Brasil, decía que era poeta (o eso quería entender yo, porque portugués…); a Monterrey le escribí por muchos años (más de cinco) y me escribió Walter Fematt (siempre sospeché que ese no podía ser un nombre auténtico, por eso lo elegí para escribirle); cartas y cartas iban y venían (¿dónde ese que ya debe ser un hombre, tal vez con nietos?) y recuerdo que él insistía no pidiendo mi foto que igual no se la hubiera enviado, sino solicitando un rizo de mi cabello, así decía: “un rizo” y de dónde, cabello más lacio que el mío, pocas veces ( tal vez Mariana)… jamás consideré la posibilidad de complacerlo (luego, a esa mi tierna e impresionable edad alguien me dijo que con mi cabello me embrujaría y la idea de estar en Monterrey con alguien de nombre tan dudoso no me sedujo… bromeo, pero no del todo)…
Todas las cartas las conservo… Esas –de desconocidos cercanos- y las otras, -las de conocidos cercanísimos, y no tanto-, del Raúl (caballito), de Pina (muchísimas), de Arturo (el gato), Lupe, Vicky, Lupita, Ramón, Enrique (tantas), Darío… las cartas de Humberto (ya nunca las leo… porque no)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

ah, las cartas... aquel manantial de letras cual rizos de ideas.
Aquellas!

Anónimo dijo...

yo te mande muchas cartas, de amor, de dolor, de placer y, de baraja, por supuesto, nunca recibi contestación, a pesar de tener un rizo de tu cabello.

Las espere por años, el viejo cartero del barrio nunca conocio mi dirección.

Nunca una carta, nunca una llamada por telefono, nunca un saludo, solo una esporadica tierna mirada y, mi tesoro: el perfume montado en el aire que cruzo por tu cabello y que me lo hizo llegar el viento de una tarde de febrero.

Nada mas.

Anónimo dijo...

creo que tienes tu merecido, muerto