miércoles, 29 de octubre de 2008

Leer

es un acto que efectúa nuestra inteligencia buscadora de significados.

"El libro que lees en voz alta,
oh Fidentino, es mío, pero
de tan mal que lo lees, lo
empiezas a hacer tuyo.”

Marcial, poeta latino (40-104 d. C.)

No sé ustedes pero yo, muchas veces leo para no entender. Y puedo leer capítulos completos sin entender ni un veinte por ciento de lo que he leído (estoy exagerando, claro; a veces el porcentaje de lo entendido no llega ni a diez, o cinco, y esto es sólo porque leo en español textos en español, porque leer en español textos en alemán es dificilísimo y no bromeo aunque pueda parecer que lo hago). Así se descansa y se engaña al cerebro lector, a la mente analítica (porque continuamos con evidente gusto y aparente y raudo aprendizaje leyendo frase tras párrafo y página tras capítulo, sin entender ni jota, que la jota la requetendendemos, claro, pero así suele decirse) que cree que estamos entendiendo; y sigue brindándonos nuestra engatusada mente la facultad de ver, decodificar símbolos, entender una palabra y otra pero no el contexto, es decir, entonces: ni la palabra, porque no hay palabras sin el significado del lector (que ha leído como si en chino estuviera escrito: ya se sabe, aquello de “está en chino”).

Llega el momento en que uno deja de vivir como si hacerlo fuera una carrera (y esto no necesariamente tiene que ver con la edad, sino con que nos caiga el veinte), no se trata de ser los más bellos, ni los más gordos, ni los más inteligentes (¿o sí?). Leer y disfrutar aunque no entendamos, ver una pintura y disfrutar de los colores, la luz, aunque no sepamos qué nos dice del momento histórico, de qué nos habla en la estética, qué nos susurra de la historia del arte y sus corrientes. Llega el instante crucial en que nos decimos: ¡qué chingados!: si no es obligación saber, entender, conocer y probar todo (la tranquilidad que deviene no es medible).

Y disfrutar las palabras leídas en silencio al igual que hago cuando oigo una canción en árabe, en francés… Letra más letra más letra menos acento entre comillas multiplicadas por puntos igual a placer entre paréntesis. Uno de mis libros preferidos para esto es Perutilis Lógica o Lógica muy útil (o utilísima), de Alberto de Sajonia (el capítulo 2: “Del término”, me pone a volar. Otra cosa sería si intentara leerlo en latín. Oh, sí, otra, otra cosa))
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Cuando quiero descansar en el pastito de las palabras una y otra, sin el estorbo del deseo de obtener un aprendizaje o sentirme -o creerme- muy lista, busco libros, artículos de ciencia avanzada, de filosofía (ese puede ser el extremo); no puedo ni plazco hacerlo en los libros de ficción, en ellos el gozo se da sólo si se entiende (otro extremo). En medio está la poesía, el placer es independiente siempre del entendimiento, aunque a veces se duplica con él (o se triplica sin él)

La comprensión es el esfuerzo cognitivo que se hace sobre el texto comparando las ideas, discriminando, buscando semejanzas y diferencias entre lo que ya sabíamos antes de leer y lo que estamos apenas conociendo por medio del lenguaje escrito. No hay tal esfuerzo cuando en estas ocasiones de que hablo, leo; aunque a veces sí, pretendo e incluso intento saber qué significan las utopías del conformismo, los números reales, los agujeros negros, los gusanos, las dimensiones al más allá, la curvatura del espacio-tiempo, la política de precios, el cálculo infinitesimal, el devenir metafórico de las especies abisales… pero concluyo siempre la lectura carcajeándome de placer al comprobar que leí con atención cada una de las palabras y no entiendo, porque el significado no le pertenece al texto, sino al lector.
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

"El significado no le pertenece al texto..."
Creo que dejar de pretender parecer listo es un buen paso para el humano...

A ver cuando lo doy...

Abril Lech dijo...

Disfruté mucho este post! Y eso que comencé diciendo: ¿Qué dice esta mujer? :-) Es que el significado se me adelantó a las palabras.