martes, 23 de septiembre de 2008

Escribir es recordar
Carrizos Rojos (6)

Ya te enviaré esta carta, cartota, en la que te quise decir mucho y sí, hablé un chingo pero quién sabe cuánto te dije y cuánto no. Los dibujos que hice de Carrizos Rojos no sé si te los mande porque están muy feos, lo pensaré… Estoy recordando un texto que leímos en una clase, hace poco, y del cual se me quedó grabada una imagen…

Se trata de un experimento acerca del aprendizaje en donde unos gatos aprenden a abrir una puerta. Lo que se demuestra es que aprenden mas rápido los gatos que miran a otros gatos que ya saben abrirla sin equivocarse… Pero mucho más pronto aprenden los gatos que también ven la demostración de unos gatos que no saben abrir la puerta y se equivocan y efectúan varios intentos; es decir, los titubeos observados ayudaron a los mininos mirones a aprender más de prisa, lo que echa por tierra aquello de que no se aprende en cabeza ajena –o por lo menos no se aplica en condiciones gatunas. Aparte de lo mal que te describí la experiencia (¿recuerdas la película “La noche de los mil gatos”?... jeje, pues nada que ver)

A mí todo esto me alocó un buen ¿te imaginas el cerebro de los pinches gatos, trabajando con zarpazos y maullidos? Y todo para aprender a abrir puertas que tal vez nunca tengan que abrir.

Esto de los gatos me recuerda a los delfines y a los pelícanos. Te decía antes de los perfiles milenarios que en todos los poemas aparecían y alguien también dijo que el perfil milenario lo tenía el pelícano (¡pobre!)… una noche estuvimos hablando de una manifestación que los pelícanos organizaron, desfilando, dando vueltas por la bahía, gritando consignas y con pancartas que decían: “No a los perfiles milenarios”
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Todo esto de la manifestación pelicanesca le dio vuelta al campamento, ya nadie sabía quién la había visto y había corrido la voz (yo creo que Elestiv se enteró y en apoyo solidario –con los pelícanos, claro- se piró), pero fue allí, con el Joel, la Maga y etcétera…
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Lo de los delfines es más serio. En las noches, sentados de frente al mar, allá al final del agua, donde empezaba a hacerse cielo, se veían luces, exactamente en la casi línea que divide ambas oscuridades mojadas; algunas luces estaban fijas, otras se movían… a veces eran cinco, otras hasta ocho o nueve, parecía que unas daban vueltas alrededor de algo.
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Bien, pensamos que se trataba de pangas con nocturnos pescadores, pensamos en lanchas de turistas, en delfines con collares luminosos (colocados por gringas manos, alguien dijo), en caballitos de mar, formados como carrusel de feria, en aviones que se equivocaban de cielo, en estrellas venidas a menos pateadas por otras más pudientes (la lucha de clases celeste)… estas luces nos dieron tema de conversación todas las noches… ¿y anoche que fue? Preguntaba Artemio por la mañana… nunca supimos.

En un pueblo cercano, ya de regreso de la semanita loca, conocí a Julio César, quien conocía todo por allí, sabe cómo se mueve el agua aunque sea salada, y le pregunté que si qué onda con las luces. Uh, dijo, de veras que estaban bien a gusto allá… Pues no, que según él, enfrente de donde estábamos, no había ninguna luz que pudiéramos haber visto, ni aviones, lanchas, pangas… Los delfines alo mejor sí, dijo seriamente… después se rió. Muy agradable, cuando te vea te contaré de él, me hizo sentir bien, me levantó el ánimo que para entonces andaba como estrellita pateada… luego te recuento.

Oye, abrázame, hace mucho que no me abrazas. Ni en sueños. Yo a veces sí que te abrazo, bien fuerte. Ya sabes de qué se trata cuando lo sientas.
Soy yo.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

en efecto: cartota; una cartota que te atrapa

imagino ese abrazo, muy rico