viernes, 5 de septiembre de 2008

Tal vez no debería contar esto.

Para Carlos

Cuando la conocí me sorprendió que me buscara tanto y tanto. Mucho tiempo después, entre tragos de tequila y risas me confesó que había querido probar una relación lésbica y me eligió para tenerla porque, nunca lo dudó, yo era. Y le gusté, me dijo.
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Le gustaba que habláramos de sexo, ella me platicaba y preguntaba como si creyera que yo era experta en el tema (también de eso ella estaba segura), me contaba lo que ella y su marido hacían (nunca le dije lo sorprendida que la escuchaba por sus atrevidas faenas) y se lamentaba de que le hubiera fallado el olfato conmigo y constantemente me hacía piropos... a mí no me molestaba porque éramos amigas y reíamos mucho juntas. Me pedía que le viera sus pechos, eran chiquititos, de niña, nunca la toqué y ella quería.
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Leímos algunos poemas de Sylvia Plath juntas y mucha literatura que ya no recuerdo, su marido tenía celos de mí, ni me saludaba, ella me decía que le enojaba que habláramos tanto y nos reíamos. Humberto aguantaba e incluso se adhería a nosotras porque ella era muy guapa y le agradó siempre, hablar con ella, me parece que era mucho más divertida que yo (de hecho, lo era). A mí no me importaba que ambos coquetearan, fue la única vez que estuve segura del amor de alguien y por eso no. Ella trabajaba en la biblioteca y yo daba clases y había muchas oportunidades de compartir espacio y tiempo, en el ITN... me contó de todos sus intentos de probar -así decía- otro hombre... nunca lo hizo, le faltó tiempo.
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Era muy bonita, morena, alta, delgada y simpática. Se murió hace no sé ya cuántos años. Antes de morir, ya muy enferma, me llamaba para platicar desde Sinaloa donde estaba, y un día, la última vez que hablamos me pidió que le escribiera un cuento. De la muerte, me dijo. No lo escribí. Me dijeron después en Nogales que allá, en Culiacán, la sepultaron.

Y mira lo que son las cosas, Humberto también ya se murió. Y así todos moriremos. Pude haberla tocado, pude haber probado o dejarla que probara, pude haber escrito aquel cuento.

Ahora ya ni siquiera estoy segura de esto que te digo, tal vez lo inventé. A ella no, estoy segura. Se llamaba Francisca, cuando murió no tenía ni 30 años.

Pero sí lo cuento, porque ni es cierto.
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

los hilos de la historia

sylviatmanriquez dijo...

La vida es así, tan evidente, tan evasiva...