miércoles, 27 de septiembre de 2006

A veces somos afortunados seres besadores. Y sabemos que cuando los labios besan mucho se inflaman, palpitan y sentimos que no son nuestros (y es que, siéndolo, no lo fueron, y recuerdan esa otra pertenencia)… están adormecidos, rojos, vivos. La lengua se supo apreciada, la saliva conoció otro sabor (es tan dulce ese otro sabor), viajó hacia otra boca, mojó dientes que siempre le estuvieron lejanos en un espacio que ahora pudo recorrer a su antojo. Después de besar, rozar, oprimir, tal vez lamer, y morder, los labios, la boca, los dientes quedan huérfanos. Es como la lluvia, podemos decir cuánta agua, preguntarnos cuándo parará, decir tal vez estamos hartos... y basta sólo un día de sequía para extrañar ese derrumbe cristalino... ¿no lloverá ya nunca?

La boca si no besa experimenta en la epidermis los recuerdos y de pronto está rozando al aire,queriendo que el aire la bese... todo pasa y a veces ni nos damos cuenta...

Total, si no besamos a los labios no les pasa nada, se van acostumbrando al desapego, a un mismo sabor, a adormecerse de otra forma. Pero nosotros, si nuestros labios ya no besan ¿qué hacemos?

Sólo una cosa se me ocurre: llorar

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Será por ello que el llanto tiene la misma trayectoria de la lluvia. Cae a gotas y a veces nos inunda.

Anónimo dijo...

será?

jose fá dijo...

he pensado en eso que dices, Pina... extrañar equivaldría a decir que deseas lo mismo, una y otra vez. Morir será acaso tan dulce y adictivo que podríamos desear morir una vez y otra y otra más... eternamente... ? ¿Por eso el hombre inventó la reencarnación para tener la esperanza de morir de nuevo?

Unknown dijo...

Yo creo que -si me lo permites- un beso, un amor, un poema son un corte de mangas a la muerte. Que mejor que un beso para conjurarla.
Otro abrazo.