jueves, 29 de mayo de 2008

“Que el camino salga a tu encuentro. Que el viento siempre esté detrás de ti, y la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te sostenga en la palma de Su mano.”


Ayer, miércoles 28 de mayo, en Tamaulipas, murió Emilio Izaguirre, amigo queridísimo.

Emilio, cuando supe, todos los pedazos de vida que contigo compartí se me cayeron del cajón donde los había guardado por quién sabe qué razón y por cuánto tiempo y ahora los tengo en los ojos, dándome tu manera de tocar la guitarra y cantar junto a Mirna. Te veo hablándome de filosofía, te oigo hacerme preguntas complicadísimas y sin darme, por fortuna, tiempo a hablar (nunca supiste que fui incapaz de responder con coherencia ¿o sí?). Aún me maravilla tu obsequiosidad, bondad y desprendimiento… no sé qué más decir sin llorar…

Esto te gustaría. Anoche, desmenuzando los recuerdos, me sorprendí pensando: ¡diablos! ¿Ahora cómo le aviso a Humberto?

sábado, 24 de mayo de 2008

"Después, quizá mordiendo un llanto /quedate siempre, me dijiste... /Afuera es noche y llueve tanto... / y comenzaste a llorar..." (Tango "Por la vuelta")
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No un maullido atormentado y desnutrido como a veces. Ni perros ladrando desorbitadamente como en ocasiones los perros –y sólo ellos- ladran. No la pesadilla, ni el bello sueño. No fue un ruido común.
Fue la lluvia.
Abrí los ojos y oí. Llovía.
Sin despertar del todo recordé la ropa tendida y me levanté tibiecita y a tientas, subí la escalera y corrí hacia el baño, abrí la puerta que da al porche trasero y al abrir supe que aunque se llama primavera eventualmente aún es invierno y que uno no puede salir así, desamparada. Entonces regresé por la chamarra, me puse de la misma el gorro y salí para quitar de los tendederos la ropa, que ya estaba algo goteada. La lluvia era tenaz cortina que mojó pronto mis pantunflas rojas aún en la oscuridad. Metí la ropa y la maltendí y colgué donde pude.
Regresé a la cama, miré el reloj: 3:30. Me dormí pensando en mi insensatez.

Eso no se hace.

viernes, 16 de mayo de 2008

“a través de mi llorar y sus siluetas al pato Donald vi.
¡Ay, ay, ay, ay!
el cine triste me haces recordar
¡Ay, ay, ay, ay!
las caricaturas también me hacen llorar

Pongo el disco, (Lisa Ekdahl) apago la luz de la lámpara, me acuesto y cubro con sábana y cobijas. Estoy acostada de lado, hacia la derecha, de frente a la pared. Cierro los ojos y espero dormir. Pero no. La música, como un repentino martillazo de agua instantáneamente me:

· transporta
· coloca
· desplaza
· ubica
· pone
· traslada
· sitúa

En un:

· sitio
· lugar
· espacio
· (a) ubicación

Un cuarto:

· diminuto
· estrecho
· muy alto
· y rosa
· rosa viejo
· con cenefa de encaje negro

Sé que no estoy allí., lo dice mi consciente. Mi inconsciente, en cambio, place en la humedad del cuarto musical.

Mi mano izquierda como si supiera qué hacer –lo sabe- se coloca despacito en mi rostro con la palma hacia arriba (extraña manera estrena mi mano de explotar el tacto, con el dorso) y recorre en un camino de caricia mi nariz y llega, sin irse de la nariz que tanto le gusta, a mis labios, que se entreabren queriendo apresar los dedos que ya no son de mi mano. Entonces veo de quién son los dedos, de quién es esa cálida mano que me camina:

Estás allí mientras bailo sobre la cama y haces que mi mano sea tu mano porque tú estás sentado en la esquina, en una silla, viéndome y es como si tu mano tuviera el don de la ubicuidad y estando en tu brazo también estuviera en este sendero llovido y oscuro de mi rostro. Con tu pierna derecha cruzada sobre la izquierda y fumando un cigarro sin filtro, tus ojos son agujas verdes metiéndose en mi vientre que danza.

No puedo resistirme al llanto. Esta habitación no existe me digo y abro los ojos. Veo entonces la cortina blanca frente a mi cara. Blanca con rombos rojos y amarillos y sobre cada figura geométrica rostros, de personajes de caricatura. No puede ser ¿cómo dejé ir un ataque de melancolía y nostalgia , la onírica certeza de tu presencia y preferí ver:

· al gato silvestre
· piolín
· buggs bunny
· el pato lucas?

Me recrimino que por el dolor haya escapado de la danza que danzaba contigo-para ti en el imposible aparador de la memoria. Me:

· reconvengo
· regaño
· reprocho
· y prometo castigarme

si no estás cuando de nuevo cierre los ojos.

viernes, 9 de mayo de 2008

Paso del Norte 3

“Desde el puente veo la tarde cómo se vuelve una naranja.”
Karla Sandomingo

Por la vía no se puede caminar. Hay letreros que indican que es propiedad privada y etcétera (entonces, no es que no se pueda, no se debe). Muchas personas lo hacen sin embargo. Porque se reduce el tiempo a la mitad y el esfuerzo a la tercera parte.

El tren va y viene (¿Qué todos los trenes van y todos los trenes vienen? ¿A poco?) y el riesgo depende de la velocidad, del oído, del lugar de la vía donde uno se encuentre…

Caminar sobre la vía ofrece premios. Desde allí y por el hecho de que se encuentra a todo su largo en alto, Cananea es un paisaje, dos, tres, muchos, sobre todo si nos detenemos sobre el arco del puente (allí que el tren no te agarre porque), y miramos hacia el norte, todo el barrio de Cananea Vieja, la calle del Puente, las otras callecitas y callejones, las casas tan de pueblo minero y más allá el Cerro de la Cruz, la Fundición, el Grasero, las montañas, la Mariquita, el Observatorio… hasta mi casa desde allí se ve. Si parados allí, sobre el puente volteamos hacia el sur, vemos El Ronquillo, la Mesa Sur, el Cuartel Militar, tantos árboles, y lejos un poco hacia el oeste, los represos, agua muerta, producto de la extracción del cobre, aunque parezca desde allí, del puente, un lejano mar.
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En muchas ocasiones regresábamos a casa después de irnos al baile mi hermana, amigas y yo, por esa calle, la del Puente, solitaria vereda pavimentada, casas oscurecidas, metidas en el sueño, frío la mayor parte de las veces. Entrábamos al puente haciendo ruido, tal vez hasta gritando. Sé que al llegar a la esquina donde doblábamos para subir a la otra calle, la de nuestra casa, justo en ese metro cuadrado, la banqueta estaba hueca, y con nuestros infaltables tacones resonaba el pavimento como en un tablado. Silbábamos aquella melodía de Bonanza (absurda exactitud del recuerdo) y bailábamos jóvenes y bellas. Sobrias, por supuestísimo. Vírgenes, a morir. Felices: ¡a huevo!! (¿webo, güevo, güebo?)

Hoy camino por allí con Mariana, vamos a la panadería, salimos del barrio, pasamos por el puente y ella grita para oírse en el eco. Después nos gusta regresar por allí mismo, repetir los pasos bajo el arco, subirnos a la estrecha banqueta que está a medio metro de la calle por la que los autos caminan, de uno en uno y sólo en una dirección, entrante (esa no es una dirección, al norte sí que lo es). Entrar a nuestro barrio, voltear y mirar el arbolito solitario, arriba, vigilante… Algunas veces, muy pocas, hemos tenido la suerte de pasar por abajo del puente mientras, arriba, el tren, a su vez, traqueteante pasa.

jueves, 8 de mayo de 2008

Paso del Norte 2

Me contó que por allá por 1943, él, junto a otro amigo aproximadamente de su edad, tenían la encomienda dada no sé por quién, de abrir las válvulas del agua de unos hidrantes o algo parecido que estaban uno a cada lado del inicio de la calle, muy angosta, a unos pasos después de cruzar el puente, entrando así a Cananea Vieja.
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La callecita, en ese tiempo de terracería, tenía a ambos costados -¿márgenes, orillas?- casas, la mayoría de madera. En donde actualmente están las banquetas había zanjas, construidas para que el agua de las lluvias corriera por ellas y no inundara las casas. Entonces era así, a determinada hora vespertina, mi papá y ese otro niño que no sé quién fue, abrían cada uno la válvula que le correspondía y los potentes chorros brotaban y llegaban de un lado a otro de la calle e inundaban cada zanja contraria, formando otro puente, éste de agua… ¿y para qué hacían tal cosa? Le pregunto asombrada. Y él, azorado, luego de mirarme buscando en mi rostro la respuesta, dice: para limpiar las zanjas, se acumulaba basura, papeles, piedras a todo lo largo de la calle que estaba y aún está en declive… Luego, casi sin transición a menos que así se llame el tiempo que se toma para mirar un poco alrededor suyo, aparentemente consultando las sombras de su pasado, pasa a decir que una vez, por aquellos mismos años sucedió algo que no vio pero un testigo presencial le contó.
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Muy noche. Estaba un hombre totalmente embriagado, sentado a la orilla de la zanja, con las piernas y los pies metidos en ella y otro hombre con quien tal vez discutía aunque no lo cree porque el briago estaba casi dormido, allí sentado, lo decapitó. La cabeza rodó desde el cuello del borracho hasta la zanja, mi padre piensa que la sangre corrió igual que el agua de la lluvia… tal vez

miércoles, 7 de mayo de 2008

Paso del norte 1

No conozco un puente maravillosamente grande, o levadizo, o antiguo o que arquitectónicamente sea un desafío...

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Pero sí conozco uno que se llama "Paso del Norte" Y éste no une ciudades, tampoco países, ni permite caminar sobre las aguas. Separa barrios y tiene una peculiaridad, si es que así puede llamarse (tal vez no): arriba los trenes, abajo los peatones y los autos, uno por vez. Primero fue de madera y a finales del S. XIX fue construido con los materiales actuales (aunque está fechado en 1907) para transportar en vagones el cobre extraído de la mina. Se aprovechó una pendiente para colocar la vía que llega hasta la estación del ferrocarril. Esta misma pendiente ocasionó, hace años, que un vagón mal trabado o frenado o como se diga que está un vagón de tren sin caminar, se dejara venir o ir (para el caso es igual), desde la puerta de embarque o carga y sin control corrió y corrió mientras toda la gente que vive cercana a la vía trataba, inútil pensamiento, de evacuar, detener, conjurar la tragedia que ya estaba dibujada con todos sus grises colores en la góndola veloz que descendía (“El tren que corría / sobre su ancha vía / de pronto se fue a estrellar / contra un aeroplano / que andaba en el llano / volando sin descansar.”) y que ya casi llegaba a la estación .

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El vagón, cargado de mineral, solo, sin ninguna rienda fue deteniendo su carrera un poco; allí (allá) la vieron venir un padre y su hija que caminaban, tomados de la mano, a un lado de la vía, casi paseaban. El padre logró escapar, no así la niña porque el vagón decidió voltearse justo hacia donde ella, paralizada, lo vio llegar.

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Hace pocos años, se vació sobre la tierra de los lados de la vía, las pendientes del cerro, cemento (como se hace con las manzanas caramelizadas, los plátanos con chocolate congelado). El puente está actualmente pintado de color naranja y arriba, en el centro del arco crece un árbol que parece de película de terror para niños.
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Al cruzar el puente hacia el norte, viniendo del Ronquillo (un barrio, comercial hace cien años, ahora un tanto venido a menos), se entra a Cananea Vieja (en femenino porque el nombre de este pueblo cuando aún no lo era fue "La Cananea"), el barrio más antiguo, alguna vez lugar donde vivían y tenían su comercio los chinos, siempre pobre, barrio obrero y conflictivo. Deja de ser cruce de puente y se convierte en calle, igual de angosta y con banquetas recogiditas, la calle se llama... ¡adivinaste! Calle del Puente y sigue hasta que se acaba luego de dar y dar algunas vueltas un tanto laberínticas.

miércoles, 30 de abril de 2008

“Yo siempre he pensado que la literatura es un fenómeno de tres, es decir el que escribe, el editor y el lector, mi bronca es escribir el libro, la bronca del editor es publicarlo y la bronca del lector es leerla, yo nunca me pongo en las broncas de los otros dos, si me publican bien y si no, no pasa nada” Daniel Leyva

viernes, 25 de abril de 2008

Insaciable el viento
lame toda la humedad.

Como mal amante

a cambio deja
la burla,
la grieta

viernes, 18 de abril de 2008

Confesiones de la mujer invisible

No es que me guste mucho hablar con la mujer invisible, pero no puedo evitar oírla detallar alguna de sus estrategias cuando tengo la desafortunada ocasión de verla. De hecho, escucharla es una actividad que detesto, porque como cree que quiero ser de su condición, me cuenta (aconseja, sugiere, recomienda) cosas como esta:

Es muy fácil –me dice, mirándome desde el repetido y acuoso lugar café lleno de peces muertos que son sus ojos. La eliges muy bien: guapa (o no importa qué tanto tú la veas guapa, eso es discutible y como nadie va con etiquetas que digan su porcentaje de guapura, es cuestión difícil determinarlo) que vista de preferencia vestido –un vestido sencillo pero que permita ver sus piernas- y tacones. Con un gran escote (esto del escote es casi garantía de tu invisibilidad, aunque no sea muy profundo funcionará), con larga cabellera (resulta también con otras cabelleras, cortas por ejemplo, aunque lo ideal es que sea larga y que se mueva mientras ella camina), caderas (también moviéndose) y si tiene nalgas protuberantes, proporcionadas, de pie, triunfo seguro. De manera automática, si te colocas estratégicamente a unos dos metros atrás de ella, te vuelves invisible. Ni hombres ni mujeres sabrán que caminas también en esa acera, nadie te verá, algunos hombres sacarán su cabeza del auto cuando pasen junto a ella, las mujeres cuchichearán y se darán codazos: a ti nadie te verá. Serás la mujer invisible.
Es fácil, repite y se va diciéndome un chiste simplón: “¿Cuál es el colmo de la mujer invisible?" En realidad no sé si se ha ido o es sólo que de nuevo ha dejado de ser visible. Me cercioro de lo último cuando escucho juntito a mi oído: "Que le vean la cara, jajaja…"

martes, 15 de abril de 2008

Daniel Leyva dice: “pienso en ti cada vez que pienso”

Esto, que puede parecer algo exagerado, estrambótico, hiperbólico, extravagante, excesivo, disminuye su rumbo (sé que dirán el rumbo no disminuye, cambia) con un “casi”:

Casi pienso en ti cada vez que pienso

Pienso en ti cada vez que casi pienso

Pienso en ti casi cada vez que pienso

Pienso casi en ti cada vez que pienso

Pienso en ti cada vez casi que pienso

Pienso en ti cada vez que pienso. Casi

Ahora lo absurdo se convierte en esa palabra: “pienso”, alimento para el ganado

¿Y si agregamos un "no"?:

No pienso en ti cada vez que pienso
Pienso, no en ti, cada vez que pienso
Pienso en ti cada vez que no pienso
Pienso en ti. No cada vez que pienso
No, pienso en ti cada vez que pienso

Hice esto mismo agregando “tal vez”, “nunca”, “posiblemente”, “amor”… Esto no es escribir ¿o sí?

Debo leer sin inmiscuirme. Nunca he podido.

Daniel Leyva también dice:

“Pienso en ti cada vez que pienso
Tu nombre se esconde entre mis dientes
Como un pez entre el coral
El color de mis ojos es tu cara
Tu piel ocupa el espacio de mi lengua
Terrespirocomoquetebebocomoqueterrespiro…”

Ni saben la de cosas que se me ocurre hacer. Sobre todo con este último verso. Para mí, a veces, esto es leer.

miércoles, 9 de abril de 2008

Parece carta pero es borrador

Las 12:53 de este día lleno de viento, ventana, ventanal, vendaval, vendimia, ven conmigo, ventila, ventea, ventisca, verdea, versifica y ventisquéame… en este miércoles nueve de abril del cero ocho año… ¿Dónde estarás, allá, cuando esto escribo… allí?

(Allí o allá, yo lloviendo es decir llorando, llegando y yéndome, ya ves, la luna llena, llamando a la llama, llenemos de llovizna el llanto. Ay, la llaga)

El viento es solamente “Corriente de aire producida en la atmósfera por causas naturales”, pero un viento empecinado y pertinaz que llega y se queda por más de tres meses no cabe en esa definición escueta y parca.

Ahora ha traído nubes, hace frío.

Mi padre siempre me ha dicho que el viento es algo serio. Me cuenta que siempre pudo trabajar, con nieve, sol, frío, con lluvia… pero el viento, dice, vuelve loca a la gente, hasta los perros enloquecen bajo las garras descarnadas del aire que se acorrienta y vuela…. El viento se mete a la cabeza, aturde, confunde, uno siente que todo lo hace mal, concluye mi padre.

Y ayer un hombre que siembra habas y tiene algunas vacas me decía que el viento hace que sus depósitos de agua estén llenos, pues los molinos no dejan de dar vueltas… pero el viento no es tan bueno, también me dice, casi susurrando... seca la tierra, se lleva la humedad, arrasa con las flores. Eso me dijo y yo viendo su rostro pensé que el viento agrieta la piel, endurece el cabello, deja los ojos resecos, nos vuelve locos, sí.

Hace días, no se lo achaco al viento (aunque ahora que lo pienso…) ¿conoces el dicho “estoy de un poeta subido”? pues bien, yo no, en todo caso digo que “estoy de un poeta bajado” o algo así, no sé qué me pasa, algo aquí adentrito (tú sí que podrías meter mano para componerlo, estoy casi segura), se me está deshilachando, algo se está haciendo jiritas adentro de mí, húmedas y minúsculas tiras deshiladas, deshabitadas, desoladas serpentinas arrugadas… ya no me uno… me paso los días pensando, deseando, de verdad ansiando escribir...

No corregiré esto porque siento que al quitar, agregar o cambiar, lo que uno quiso decir termina convertido en lo que uno puede querer que los demás lean. Y no siempre coinciden ambas cosas.

Barlovento, sotavento, ventilador, ventosa, ventarrón, ventolera, rompevientos, aventar, lindas palabras…

martes, 8 de abril de 2008

Acertijo (¿hacer tijó?)

cansancio
can
san
cio
(todas las palabras terminadas en cio, cia, cie, se escriben con C)

y es casi lo mismo que cansera (la sinonimia no es perfecta)
can
se
ra
(¿será can?)

Inenarrable cansancio, hastío, fatiga, ausencia de fuerza, tedio, hartazgo, fastidio, aderezado con dolor inlocalizable y deseos de llorar... ¿cómo se llama esto?

viernes, 4 de abril de 2008

Respuesta a un recado- pregunta dejado en este blog en octubre 23 de 2007 (el comentario está en un post de 2006, octubre 13... lo lamento, no lo vi sino hasta ahora y por casualidad):

Marcela, oboista (Alvear): Sí, supongo que puedo asegurar que el Humberto Lavín que buscaste por 20 años es el mismo a quien dedico el poema. En el perfil de este blog está mi correo, puedes escribirme, o en un comentario por favor puedes dejar el tuyo, y yo te digo de Humberto.

lunes, 31 de marzo de 2008

Súplica de la gota:

Estoy aprisionada
en este vaso
cadena transparente
que no permite que corra
cuando cae la lluvia


Ya déjame salir
es demasiado tiempo
sin mirar arroyos

viernes, 7 de marzo de 2008

El país de marzo
En la foto está una niña, de pie. Tendrá tal vez 5 años, no más. Pulcra, lleva un vestido sencillo, a cuadros, retocado en color verde, calcetines con discreto olán, zapatitos blancos algo puntiagudos, no mucho. En su cabeza cabello lacio oscuro, peinado en dos colitas algo paradas a los lados. Su expresión es peculiar, extraña, rara, difícil, no hay sinónimo que diga de lo que su cara expresa. Enojo, quizá. Mira un poco con la cabeza baja y sus ojos hacia arriba, sus labios carnosos están haciendo una mueca parecida a un puchero, parece que ya lloró.

Sin embargo no es eso lo que me detuvo en la foto, sino lo que atrás de la niña hay. Un pequeño librero de madera pintada de blanco. En el librero no hay libros, hay algunos juguetes, fotos (una de las fotos es de la misma niña, sentada en una andadera lo que hace pensar que la tomaron cuando apenas tenía cosa de un año). Y también hay revistas, de algunas se ve el título, son revistas de las llamadas “del corazón”.

Cuando éramos niñas, mi padre compró para nosotras, mi hermana y yo, una enciclopedia (Mi Amigo, creo). Suceso maravilloso que no describiré. Entre sus tomos traía uno de Literatura Universal, mitos, leyendas, cuentos, poemas, fragmentos de novelas y como regalo cuentos en edición de lujo y formato muy grande, Alicia en el país de las maravillas, las mil y una noches ¿y? (no recuerdo). Mi padre y su amoroso cuidado.

Puedo afirmar que lo que primero leí fue esa enciclopedia, una y otra vez, del principio al final y del final hacia ninguna parte. Intercalaba su lectura con las revistas, con las de monitos, “Alarma”, de vaqueros.
En Cananea no había bibliotecas (de lo que así se llamaba no hablaré) y librerías, al igual que ahora, sólo había puestos de publicaciones periódicas que se llamaban pomposamente así. En la secundaria y preparatoria solamente recuerdo haber leído en libros de texto fragmentos de los clásicos, literatura universal en trozos, rompecabezas de los grandes escritores (y fotonovelas “Rutas de pasión” donde me aficioné a los niños de tipo italiano, tan bellos, y a las historias de amor, a sufrir…)

Ya para terminar prepa alguien a quien amé fugazmente (porque sus “ojos verdes como la albahaca”) me regaló un libro, Leonorilda eleva el pensamiento a las alturas, de un pintor, Felipe Orlando, novela ganadora de un premio nacional… Sé, sé que nadie la ha leído (ni siquiera quien me la regaló, de pronto me percato), aunque en ella aparecían (aparecen si alguna vez vuelvo a ver mi ejemplar) personajes extravagantes y hasta entrañables, el viejo que hacía almanaques con tripa de gato para saber del clima, la poetisa de la bacinica de oro, la vía del tren, los vagones… aquel pueblo. Pasó tiempo, no mucho, y me topé con aquel otro libro: El país de octubre, de Ray Bradbury… cuánto lo disfruté, una y dos veces, tres, tal vez cuatro… no más. Lo tengo al alcance de mi mano, a ver si algún día puedo tirarme de cabeza al mundo aquel, de amantes que flotan en las alcantarillas, enanos en el tiempo del espejo.

Esto que cuento fue antes de la academia. Oh, la academia .

Continúa…

jueves, 28 de febrero de 2008

Olvido


Recuerdo claramente el día que vi mi primer alacrán.

El pasado existe porque lo recordamos, leí hace poco en no sé dónde o pensé hace mucho en tampoco sé dónde. Entonces el futuro no existe porque no podemos recordarlo. Igual no podemos recordarlo porque no existe.

En este juego de palabras va resultando que el pasado existe porque lo inventamos.

En verdad que ni siquiera sé si al alacrán lo vi.

Era tarde noche, jugábamos a las escondidas. Frente a nuestra casa había un territorio que ya se fue a la basura, un cerro que hacía que las casas quedaran más debajo de la calle que aún no era calle y en la parte central de esa calle que aún no, había una construcción de tres paredes bajas, de ladrillos y descubierta en la parte superior y que era el lugar donde se depositaba la basura.

Por allí corríamos, bajando y subiendo los cerros. Sé que alguien gritó: ¡un animal! Y todos fuimos como si hubieran pedido un animal y todos lo fuéramos. Era un día caluroso, según invento, y algunos corrían descalzos.

Yo no era ya ninguna niñita, tenía acaso diez años (digo, fui mucho más niñita que eso) y los alacranes formaban parte sólo de mi acervo de animales cuasifantásticos, en este caso de Durango, sitio que sigue siendo parte de mi imaginería particular. Dijeron: allí, tras esas piedras, quítense, los picará, váyanse, corran, miren qué grande… contradictorias instrucciones que impiden recomponer aquella imagen que no sé si estuvo en mi retina alguna vez.

No sé si lo vi pero mi memoria tiene el hecho registrado con el rótulo de: “Día en que vi por primera vez a un alacrán (en vivo, y vivo)”. Tenemos pasado porque somos capaces de inventarlo (véase recordar)

Anhelo recordar mi futuro (¿“Los recuerdos del porvenir”, Elena Garro?). Toma mi mano y léeme las líneas que tal vez algo recuerden de lo que pasará. Échame las cartas, hazme recordar lo que aún no vivo.

Dame tu amor, no dejes que olvide el futuro.

lunes, 25 de febrero de 2008

Esquina lingûìstica


La veo al doblar la esquina. Está parada con otro, no hacen nada, aunque se mueven, pareciera que nerviosos. Caminan en la misma dirección que yo lo hago, aunque ellos avanzan por la acera contraria. Se detienen, otro se les une y continúan. Los miro mientras camino y me doy cuenta de que ella es muy peculiar.

Es una perra.

Blanca, tamaño regular, en su cara, cubriéndole el ojo derecho tiene una mancha negra. Lo que la distingue de otras perras y perros es el ojo que está tras esa única mancha negra en su pelaje blanco… es azul cielo, tan claro que parece blanco; el otro ojo, en cambio, es común, negro o café. Entonces, al mirar, perturba esa extraña percepción bicolor que parece tener, aunque quién sabe.

En la esquina siguiente me detengo para verlos, uno de ellos intenta montarla, parece que con demasiada anticipación porque es rechazado. Entro en una tienda a comprar algo que absolutamente nada tiene que ver con esto y al salir veo que siguen allí, ella y cinco perros, parece que echan a la suerte quedarse con ella, hacen fintas, suben uno primero sus patas sobre su lomo y luego otro, en lo que parece un cortejo tumultuario, no hay violencia sin embargo, no ladran ni accionan como he visto hacer a otros perros, no parecen tene prisa.

Ella no parece darse cuenta de que los perros están allí por sus ¿encantos? La huelen buscando lo que perdieron hace siglos, pero esa perra parece desconocer esas razones, sólo se queda allí, como si no existiera, con su expresión de peluche.

Y me pregunto por qué será que a veces se utiliza la expresión “eres una perra” refiriéndose a una mujer. Lo único que apresuradamente puedo responderme antes de seguir mi camino es: le dicen perra a la mujer que trae tras de sí a hombres que la siguen como perros, babeando. Y con sólo una cosa en ¿mente?

Ouch, què dije.

viernes, 22 de febrero de 2008

Matutino almíbar

Mariana, Mariana, amorcito, buenos días… susurro y quito el edredón. En la penumbra, Mariana no se mueve, veo la respiración tranquila, el rostro profundamente dormido, su belleza.
Canto un pedazo de canción, casi siempre la invento, pero alguna otra vez es del folclor mexicano, las mañanitas, la cucaracha, la llorona… y quito una cobija. Mariana se mueve, es queja y ronroneo el suyo.
Tomo una de sus manos, que no puedo evitar decir que es una tibia paloma amodorrada y la pongo despacio sobre su rostro… ¿qué es esto? –pregunta la mano. Es la nariz más hermosa de entre todas las narices del mundo, contesta también la mano, mientras ayudada por mis dedos recorre el rostro y toca los labios ¿y esto, qué es? Es una boca, y es perfecta, dice la mano haciendo cosquillas ¿qué no ves?
Mar, Mar, digo acercándome a su mejilla dulce… y quito la última cobija. Siento que a mí llega el calor que guardaba, dulce y perfumado. Quiero acostarme también y cubrirnos ambas con todas las cobijas del mundo (exagero) y dormir en esta fría mañana de invierno. Ella se retuerce, ay, qué frío murmura, intentando cubrirse de nuevo. Levántate, amor, ya es hora. Con una condición, me dice repentinamente despierta: hazme reír ¡diez veces!
¿Qué, me ves cara de payaso?... primera risa
Hago cosquillas leves en su cuello, se carcajea – esa contó por cuatro, digo
Dos, me dice. Cuatro, insisto. Ni tú ni yo, tres – es buena para regatear.
Le doy besos ruidosos en su ombligo, trata de cubrirse, mueve pies y manos, casi luchamos, pero su risa la vence… ufff, dice al fin, ya sólo faltan dos (buena para contar, sumar, restar).
Dame tu pie, le digo ¿para qué? Cautelosa. Para que estés con un pie despierto ya. Aunque duda, decide sacarlo de la cama, cosa que aprovecho para tomar el otro y acercarme a sus rodillas para cosquillearle con mis manos. Tramposa, mamá tramposa, dice retorciéndose. Su risa escandalosa no deja imaginar cuán metida en el descanso nocturno estuvo apenas hace ¿cinco minutos, menos? Hasta parece que todo esto lo invento.

Pero no.

miércoles, 20 de febrero de 2008

“Cansado del cerezo,
cansado del mundo entero,
me siento frente al turbio sake
y al arroz negro.”
Matsuo Bashō

Casi, casi no puedo. El planteamiento me asombra. Ocho cosas que deseo hacer antes de morir. ¿Antes de? Todas las cosas que deseo hacer espero hacerlas antes, después no creo que se pueda…

Cuanto tuve unos 15, 16 años pensaba que podía vivir por lo menos 10 años en París, irme a Jalapa, trabajar en Tijuana, correr como el guepardo, moverme como la carabela portuguesa, cantar. Ni modo de pensar lo mismo, ya no puedo.
Me parece que es algo así como plantearse la última cena del condenado a muerte. Difícil situación ¿qué pedir: vino, cerveza, agüita? ¿coger, comer, correr?

He escuchado decir: “no me quiero morir sin antes ir a conocer al Papa”… o tajantemente afirmar: “no me voy a morir sin tener una camioneta tal y tal, roja” Como ya lo dijo el poeta, mis deseos no son de esos.

Uno, a fin de cuentas desea o quiere hacer cosas para vivir. Pensando en eso, todo lo que se pueda hacer, hay que hacerlo con ganas, porque sin ellas es como hacer para la muerte (hasta parezco libro de superación personal, chin, chin)

Puedo hablar de lo que quiero seguir haciendo de ahora hasta mi muerte (huy!): amar, agradecer y disfrutar ser amada, no hacer daño (menos a sabiendas), comer duraznos, higos, guayabas y chilaquiles, leer con placer hasta el final (doble huy), lo que sea… ¡escribir! también lo que sea y también placerosa como he hecho siempre. Creo que ocho y muchas más veces quiero seguir viviendo. Casi me parezco al anciano moribundo de aquel cuento excelente de Inés Arredondo, “La Sunamita” a quien el deseo, la lujuria revive una y otra vez. A él pudo preguntársele: ¿qué cosa deseas hacer antes de morir?

Ah, quiero, antes de morir, decir todas las groserías que siempre quise y mandar a chingar a su madre a algunas personas (siempre y cuando después me muera porque no quiero soportar reproches ni revanchas, je) Y decir lo que en el párrafo anterior no dije (la idea de que Santiago lo lea me cohíbe, aunque debo reconocer que no mucho ni siempre)…

Esto lo he escrito a punto de la carcajada lacrimosa, por sugerencia de Sylvia y quiero manifestar mi invitación para que escriban sus ocho cosas que desean hacer antes de morir, a Pina, Elmer, Navomar, Sylvia Teresa, Mari, Buch, César, Lenin. De ninguna manera es obligación, jajaja, no me imagino obligándoles ¿y cómo?
-
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Pd: Si puedo decirlo -estoy pudiendo- y como cosa que quiero hacer, aunque no es tal: una casita junto al mar ¿se puede?

lunes, 18 de febrero de 2008

Toco madera
dijiste

y asì

me quitas de encima
la posibilidad
estorbosa
del reencuentro