martes, 13 de junio de 2006

La parte trasera de mi casa es un porche que está en alto; abajo, el corral, pequeño, donde conviven apretadamente un árbol de arándanos, un granado enano, un naranjo desadaptado, el laurel, duraznos, rosales y una higuera enorme que ha acompañado mi vida; también vive allí el “Happy”, perrito de Santiago. En el corral de la casa vecina había desde siempre un gran membrillo, de tronco ancho y alto, lleno de ramas, viejísimo. Lo cortaron. Sacaron su raíz del todo, dejaron un cráter en el suelo y un hoyo en el paisaje.

Ahora conozco muchas casas que antes nunca había visto. He visto a una señora amasar en la mesa de su cocina, he visto saltar a unos niños sobre una cama, gente subir, bajar, caminar, pelear… Y allá, más lejos, veo La Mariquita, y en su cumbre, el Observatorio.
Recuerdo a Lamar diciendo cómo pensaba que desde allá podían verla si se desvestía frente a la ventana, se imaginaba, creo, a un astrónomo, con un potente telescopio escudriñando las rutinas de los habitantes de este pueblo. Y a ella, babeando mientras la veía cómo se quitaba el vestido. Ja. Y miro hacia aquel lugar ¿podrá ser cierto?. Después de cerciorarme de la ausencia de cercanos mirones que pudieran sorprenderme saco la lengua a aquel que tal vez me mire desde aquellas lejanías, kilómetros de distancia me separan de aquel interlocutor que pudiera estar respondiendome con un gesto obsceno. Me arrepiento y a continuación aviento un beso cariñoso… Por si de verdad me están mirando.

Leí hace tiempo un poema que algo así decía: “me están viendo / desde todas las habitaciones / me están viendo / en la calle no puedo sino percatarme del ruido / del mover de las cortinas y telones para verme // Y estoy dormida y me están viendo / penetran las miradas en el sueño / y me pregunto / si en la muerte / seré vista cuando me desnude para despedirme / del sol…” para nada era así, claro. Es un poco el deseo de hacernos invisibles a ratos.

Y me pregunto. En el poema de Roberto querido ¿los invisibles quiénes son? ¿Aquellos, abundantes en las calles de su texto, los que viven y mueren, que no se dan cuenta que están en esa aglomeración que construye una ciudad doliente y llena de gozo?
¿O los que hacen el amor y no saben sino estar perdidos en el laberinto de ser en otro? ¿Quiénes le dan título a ese poema? ¿Los poetas a quienes no se ve? ¿Los habitantes del poema? ¿Los lectores que sólo podemos asomarnos a la gran palabra que inunda el pantano de letras, el arroyito de signos, el charco de acentos...?

Oh, a veces la posibilidad de ser invisible suena prometedora.

Pd: “Los Invisibles”, de Roberto Castillo

5 comentarios:

Anónimo dijo...

guau!!!
casi como el happy
y happy me siento de nadar en este post tan lindo

jose fá dijo...

órale, no había leído tu comentario. El happy también ha sido happy aquí, ya está viejito, pero a veces se da el lujo de ladrar (casi como tú). Un abrazo (sólo tú me lees)

Anónimo dijo...

No creo que sólo yo me asome; ya ves, Juan Pablo ha llegado. Lo que pasa es que normalmente existe el temor de dejar rastro (¿no crées?). Lo digo porque frecuento una cantidad enorme de páginas en las que a veces no hay ni un solo comentario y eso no quiere decir que nadie las lea.

Saludos felices.
Qué lindo el Jápi... ¡viva el happy!

jose fá dijo...

¡Sí! qué viva el Happy,que lo sigue siendo, viejito y molacho, pequeñito y café: bien, pero bien happy

Anónimo dijo...

Desde hoy declarárese a éste: el sitio ideal para los seres más diversamente felices.